sábado, 1 de agosto de 2009

El silencio



En la mesa de masajes logró relajar su mente. Estirado boca abajo, sintió que por fin la vida se ocupaba de él. Trataba de poner la mente en blanco; sin embargo, cantaba con recurrencia una canción. No te puedo comprender, corazón loco.
Siempre tuvo miedo de ese estado leve. Desconocía el placer de dialogar con el bombeo de su sangre, en medio de un silencio absoluto. Inerte, casi desnudo, y una canción que solo administraba él. El mundo, su mundo, estaba en ese momento sobre sus espaldas. El mundo lo presionaba en la zona cervical, que era donde más le pesaba. Luego la presión se desplazaba por toda la columna vertebral, hasta la zona lumbar.
De ahí, la fuerza bajaba hacia los glúteos, pero no se detenía. Recorría sus piernas hasta la punta de los pies. Entonces subía buscando el polo opuesto, a través de los canales linfáticos.
Una toalla de felpa funcionaba como puerta de corredera, proporcionando cambios térmicos en ambos hemisferios, cuya frontera estaba en la cintura. Al llegar la presión a la zona craneal, y sentir cómo se perdían las otras presiones, las del tormento, se centró todavía más en la canción. No te puedo comprender, corazón loco.
La presión llegó alternativamente a los brazos, que colgaban a ambos lados de la camilla. Los brazos estaban livianos, pero no del todo relajados. Percibió cómo ponían aceite. Esas extremidades tenían vida propia, tenían un receptor sensorial activado. La presión llegó a la punta de los manos y, cuando iba de regreso, sintió que se le escapaba algo. Algo así como el amparo.
Quizá en medio segundo articuló el pensamiento con el gesto. Se aferró a la presión inconscientemente. La soltó al instante. Fue un error, pensó. ¿Y por qué lo hice?, se preguntó a continuación. Volvió a quedarse con la copla, para no pensar. No te puedo comprender, corazón loco.
Algún reloj invisible, camuflado en la oscuridad, marcó el término de veinte minutos. Quería continuar allí, con aquella letanía de fondo que solo él administraba. Milagrosamente, le funcionó el raciocinio. ¿Ya estamos, inquirió?
Respondieron que sí.
Aunque estaba todo pagado, dio las gracias. En los baños termales, a continuación, en la taquilla, luego, seguía con una voz de fondo, una letra que se negaba y se restituía al mismo tiempo. Su cuerpo estaba leve, y su mente casi libre.

3 comentarios:

Jorge Ignacio dijo...

estoy en la playa. No soy dueño absoluto de la magnificencia del mar. Así que la comparto con quien quiera. Hasta pronto.

ordago13 dijo...

No te puedo comprender corazón loco¡¡¡

Muy bueno el texto¡¡¡ has pensado alguna vez en hacer un libro? yo pienso que podrias

me gusto tu blog¡¡¡

Pasate por mi blog a escuchar mi programa de radio te estare agradecido:
republica libertaria de las tortugas


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Kerala dijo...

Bien escrito, tanto que hasta se comparte el masaje contigo, se deja ir la canción como en un letargo de esos bobos, donde nadie sabe quién es ni de donde viene.