miércoles, 14 de octubre de 2009

Tres horas con Juan Carlos Rod



Entró en mi casa con una botella de cava fría. La traía extendida como si el continente resumiera un sinfín de explicaciones de lo que ha pasado en todo este tiempo.
Los dos sabemos que el marasmo vivido en años de exilio es inenarrable en tres horas, cuatro, diez, y que la otra parte de la historia –los momentos de gloria- la pondríamos con fluidez sobre una mesa mientras cayera la noche. El agasajo de la bebida catalana cerraba una temporada a la que parece estamos predestinados. De una parte, emigrar nos enseña a retirarnos del cuerpo la falsa señal de que todo anda bien, de que somos inquebrantables, criaturas divinas y superiores. De otra, estar aquí nos obliga a reaccionar ante el inevitable paso del tiempo, algo que en nuestra querida isla funcionaba como una vida paralela, huidiza, abstracta y muchas veces renegada.
Emigrar es un cursillo acelerado en el que se tantea –o no- el uso óptimo de nuestro lugar en el espacio. Y la gran mayoría de las veces nos vemos obligados a reciclarnos para solventar este dilema.
Juan Carlos Rod, el que acababa de entrar con la botella de cristal a prueba de balas, es un magnífico actor de carácter que, como hizo este que escribe, lo dejó todo sin pensar en las consecuencias. Y, también como este servidor, no se arrepiente de nada. Sus días en Teatro Estudio, bajo la tutela de los hermanos Raquel y Vicente Revuelta, indiscutibles maestros, pasaron como un álbum de fotos después del café, abierto el cava helado y servido como se debe en copas de media caña. Estuvimos tres horas hojeando el material y revisando el texto, como hace un buen intérprete en sus períodos de estudio, sin perturbarse pero sin dejar a un lado la emoción.
El texto no era otro que la palabra viva, la cita oral de todo o casi todo cuanto vivimos en ese mundo de las tablas que ahora nos quedaba tan lejano en el espacio. Los festivales de Camagüey, los de Santa Clara, los estrenos de cada agrupación de puntera que tenían unos actores con nombres y apellidos. Juan Carlos Rod sabía cómo eran por dentro esos nombres y yo tenía claro lo que se veía en el escenario.
También repasamos nuestras vidas en Barcelona, porque aquí coincidimos seis años después de cohabitar la ciudad y no saber que estábamos tan cerca. Él, una parte del tiempo, en una envasadora de pescados, y yo, paralelamente, en una tienda de electrodomésticos jugando a ser un actor, con la sonrisa histriónica para vender más y mejor. Y así pasaron los días hasta que nos vimos a propósito del teatro. El teatro y siempre el teatro.
Él no se deja llevar por la corriente. Se busca y se encuentra, que es lo ideal. Se cierra un ciclo justamente con esa palabra en cartelera, porque, junto con sus antiguos compañeros de promoción, suben a las tablas el filosófico texto de Eleuterio González. En esos momentos ya él andaba buscando espacios en bares y locales de fiestas de la gran urbe catalana, se había reciclado, otra vez, y había vuelto de un viaje por carreteras secundarias. Ostenta la memoria como un arma eficaz y de ella se vale en todo momento. Se recuesta a la silla de la terraza con un puro encendido dándole vueltas con los dedos y persiguiendo el hilo de humo, observando cómo avanza gloriosa la brasa redonda. Señal de que el tiempo pasa.
Brindamos a cada momento, por una cosa y por otra, por viejos amigos, por nombres casi sagrados. Raquel Revuelta murió, su maestra y curadora, la que apenas lo dejaba ejercer en otros canales. Vicente continúa el curso de los años en su apartamento del Vedado, alejado de los escenarios, yendo al cine los domingos como un ser anónimo que jamás fue ni será. Pasamos lista y volvemos a brindar, por los presentes y los que no. Muchos se han ido de la isla. Demasiados. Estamos en todas partes. Algunos han muerto y otros, literalmente, se han suicidado.
Hay que dar gracias a la vida, ahora sin Mercedes Sosa que es otra que recién entró en el panteón de los indígenas de Tucumán. Hay que reírse un poco, sacar fuerzas para volver al ruedo a la mañana siguiente. Es una lástima que la noche, como una obra que nos ha mantenido expectantes, tenga final.


Nota: Juan Carlos Rod se presenta hoy y el próximo miércoles 21 en la trastienda del bar Lempika, en la calle Carretas 18, en el Raval. Sube a escena su monólogo de la abuela Polly, sobre el uso de anglicismos en el español contemporáneo. Entrada libre, a las 22:00. La foto de arriba corresponde a la puesta de “Ciclos”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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2.整形手術前一定要與醫師充分的溝通,因為美是主觀的,所以表達什麼是你想要的型態是讓整形成功的重要因素。
3.整形手術前如果未達法定年齡18歲,就需要徵求父母的同意,由爸爸媽媽陪同一起接受諮詢及診療。
本診所提供最完整的整形各項手術如:微整形雙眼皮隆乳隆鼻抽脂五爪拉皮眼袋除疤自體脂肪移植玻尿酸整形…等。歡迎進入網站瀏覽或親洽建炳整形外科診所洽詢。
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