sábado, 28 de abril de 2012

No echaré de menos a Guardiola



Pep  (Pepito, en catalán) Guardiola es el típico avezado que sabe retirarse a tiempo, como los grandes deportistas o artistas que dejan su puesto  cuando están en la cumbre. Ya sea para crear un efecto sentimental o bien porque están convencidos de que la gloria se deshace en un abrir y cerrar de ojos.
Guardiola se ha hecho querer, incluso en catalán, una lengua que, fuera del contexto futbolero, molesta bastante en el resto de España. Pero la afición o devoción por el Barça es mucho más grande que cualquier cosa.
Sus conferencias de prensa, con ese volumen prácticamente inaudible, quedarán para la historia. Rascándose un ojo o la cabeza, Pep enmarcó lo que significa ser incombustible, flemático, con sangre de horchata, vamos. Como un lord inglés. Contrario a su antagonista  José Mourinho (tocayo, casualmente) que se alteraba por cualquier cosa hasta robarse el show muy en su contra.
Hoy en día, con las redes sociales, hay que tener mucho cuidado con el público. Te pueden hacer trizas también en un abrir y cerrar de ojos.
Sin embargo, confieso que no extrañaré a Pep Guardiola. Y esto tiene que ver con su imagen mediática.
A mí me recuerda sobremanera ese estilo catalán muy correcto, apocado, insípido, frío, desconcertante, en fin.
Debo agregar que en Catalunya, donde vivo, hay muchos estilos, pero el que he mencionado arriba es el que los identifica por antonomasia.
Guardiola, sin quererlo, como ente público, tuvo la misión de referir este tipo de carácter muy particular, con el que no encajamos bien los que “venimos de fuera”, según dicen ellos mismos.
Desde este humilde espacio despido al gran técnico del Barça, y también a un patrón fijo en las emisiones de telediarios, el hombre tal vez más subtitulado de España.
Es posible que, detrás de su estilo, exista una gran timidez.

 Foto tomada de La Vanguardia


lunes, 23 de abril de 2012

Marketing muy sentimental



Aunque mucha gente me felicita un día como hoy –novedades de la vida, ya que jamás, en Cuba, celebraron mi santo-, Sant Jordi me sigue pareciendo un día extraño. Más aun si, como esta jornada, está el cielo nublado.
Como ahora soy canguro de mis hijos, que vinieron en pack 2x1, vivo al margen de muchas cosas. Estoy concentrado en que la cadena alimenticia de los mellizos salga bien (sus cambios de culeros y lloros chantajistas incluidos).
Y entonces me sorprende mi suegra esta mañana por teléfono:
-Yerno, soy Chus, te llamo para felicitarte.
-¿Qué he hecho ahora, suegra?-respondí con voz matutina, que suele parecer turbia antes de tomar café.
-¡Es San Jordi…!-se dio cuenta de que yo no estaba al tanto.
Acto seguido imaginé el panorama:
Mesas de improvisación tapizadas con la bandera de Catalunya, la senyera; encima de éstas libros o flores. Y, detrás, payos o gitanos, respectivamente.
La rosa a tres euros.
Si te llevas dos, son cinco.
¡Qué vergüenza!
¡Si rosas hay todo el año!
¡Pero a cualquiera se le olvida el “detallito”!
En fin, que compré dos, una para mi mujer y otra para mi hija de ocho meses.
Habíamos pactado antes que no me compraran ningún libro. Quiero decir, libro físico.
Este año adquirimos un e-book para los dos, para ahorrar.
-¡Mírame un librito electrónico que sea  gratis, que los hay-comuniqué hace unos días.
La fecha es bonita pero hay mucho mercadeo forzoso.
Me quedo con las felicitaciones e incluso rosas virtuales que llegaron a mi teléfono móvil.
Gracias.

Foto del autor
Esta mañana en una plaza

sábado, 21 de abril de 2012

Goya entorna Plaza España



El caos de la rotonda más loca de Barcelona –Plaza España-  desfigura bastante las cuadrículas apacibles que vienen a continuación, hacia ambos lados de la Gran Vía de les Corts Catalanes. Nada que ver el magnífico trazado de Idelfons Cerdá (que distingue, sobre todo en las vistas aéreas, a la Ciudad Condal) con el remolino de elementos visuales que adornan el entorno de la mayor circunvalación urbana, no por casualidad conocida como el terror de los estudiantes locales de automovilismo.
Desde el pórtico romano que hay ahí y que copia al de la Ciudad Eterna –más grande incluso que el de Roma-, hasta la racional fachada del hotel Catalonia Barcelona Plaza, con su reloj cuadrado, pasando los ojos por la antigua plaza de toros, las Arenas, morisca, hoy convertida en centro comercial y modernizada con un ascensor espectacular, todo ese redondel bullicioso es uno de los sitios que nunca me atrajo de la ciudad donde vivo. Luego, cuando aprendí a conducir, y me llevaron allí a discutir espacios con motos, taxis y autobuses, disciplinadamente me alejé más.
Aunque siempre hubo una manera expedita de llegar a CaixaForum –la gran pinacoteca gratuita dotada de grandes sorpresas-, que está detrás. Yendo en metro y conociendo la salida correcta, dejábamos a  un lado el caos, como quien coquetea en la orilla sin mojarse los pies.
Ahora volvemos por Goya, el gran maestro –y loco también- de la pintura española. Dice la prensa que su arte no pisaba Barcelona en 35 años y que esta recopilación de obras (Goya. Luces y sombras) es el más sucinto y a la vez extenso recorrido por su vida. Tal vez esto último, luego de ver la muestra, nos lo hayamos recreado.
Lo cierto es que uno se queda con ganas de más. Sobre todo de ver más piezas al óleo de gran o mediano formato, porque, entre el centenar de títulos, lo que abundan son pequeños dibujos y grabados. ¡Y nada de las pinturas negras del aragonés! ¡Qué pena!
Sí está, para compensar, La maja vestida, casi a la entrada, solitaria en una pared. La desnuda la dejaron en Madrid. Una para cada ciudad. Y es que la muestra es un préstamo sin precedentes del Museo del Prado, que obliga al viajero, al turista, al seguidor de Goya a tomar un vuelo directo para completar, dígase de igual manera en tren, tomando al Ave como tal.
Ah, pero da gusto ver grandes cuadros como El quitasol y El albañil herido, o los motivos que el genial artista dedicó a la Guerra de Independencia y, paralelamente, al oscuro y cruel mundo taurino.
Pero, si Goya sabe a poco, en la sala de al lado está Eugène Delacroix, el exquisito pintor francés. La vasta exposición fue preparada por el museo del Louvre para todos aquellos que, viviendo o de paso en Barcelona, se atrevan a sortear los obstáculos de Plaza España, superar el embrollo visual y hacer oídos sordos a una de las ciudades más contaminadas acústicamente de la vieja Europa.

Foto del autor
Plaza España
Nota: Goya. Luces y sombras estará expuesta hasta el 24 de junio.

jueves, 19 de abril de 2012

El infante Don Juan Carlos


Un viaje del monarca “a la semilla” ha puesto en peligro la estabilidad civil de España

Todos contentos hoy por las palabras de arrepentimiento del Rey, según hemos podido apreciar en las denominadas tertulias de debate político de la televisión.
El presidente Rajoy, por su lado, desde Colombia, daba por cerrado el caso, aludiendo a la ejemplar labor diplomática ejercida por el monarca durante 37 años, lo que ha garantizado –se ve que esto no hay ni que discutirlo- un equilibrio en la sociedad civil.
Si es así, se confirma, pues, que el reverbero habido entre las dos Españas puede llegar a calentarse rápido de faltar la monarquía, tratándose de una herida cerrada en falso al término de la Guerra.
La imprudencia de Don Juan Carlos ha puesto en claro varias cosas. Una es precisamente lo que decíamos, lo necesaria que es la monarquía para que este país funcione medianamente bien; otra es la hipocresía de los dos partidos políticos más fuertes y que habitualmente se alternan el gobierno, justificando todo con las palabras de arrepentimiento y pasando página rápido. Otra es que en España hay mucha gente que, no por antimonárquica, tiene que ser republicana, y, entre otras aristas que se podrían analizar, está el sempiterno asunto del pago de la ciudadanía a la Casa Real, a sus caprichos y a su holgada vida.
En tiempos de estrecheces como los que corren cualquiera se cuestiona hasta la última “peseta”.
Porque si bien la televisión, la prensa en general, hoy no paraba de repetir que fue un magnate árabe quien corrió a cargo del safari, en ningún momento se precisó quién pagó los gastos de la guardia personal y el médico de cabecera del Jefe de Estado durante el viaje.
También se ha puesto sobre la mesa que Don Juan Carlos está cerca de entrar en la senectud, si no lo ha hecho ya, y que un anciano con demencia senil, pérdida de memoria o inconsciencia de sus actos no puede, o no debe, representar un país. En ese estado, dicen los expertos, se vuelve a la infancia con algunas actitudes.
Pero más allá del perdón solicitado –“...no volverá a ocurrir”, dijo el Rey- las franjas de debate, tal vez por conveniencia, no fueron a lo fundamental, que es el problema ético de todo este revuelo:
¿Está bien o está mal matar elefantes?
Por esto, la ambigüedad en las palabras que hoy conmovieron la sensibilidad pública no dejaron claro si es que, en los próximos safaris, se informará oportunamente o, por el contrario, el soberano no volverá a apuntar con un rifle al animal en su hábitat.
Pero al menos podemos estar tranquilos de que las redes sociales, hoy por hoy, no perdonan ni un desliz.

 En la imagen superior, Don Juan Carlos, a la derecha, junto a su hijo Felipe, sucesor de la Corona y de quien se dice dirige ya el país.

martes, 17 de abril de 2012

Anita, la rusa (II)


Por sus manos han pasado cientos de diagnósticos, de todo tipo. También las modernísimas  pruebas Doppler, que permiten conocer el flujo en los vasos sanguíneos de la placenta y del feto y observar así el crecimiento. Pero la mayoría de las personas –incluyéndome- asocian a la dulce Anita con el momento en que conocieron el sexo de su criatura.
En nuestro caso, la galena, de ojos claros, confirmó, sonriendo, la presencia de una hembra y un varón, cuando los niños –que ahora lloran mientras escribo- era unos embriones.
El alma buena de esa mujer –por supuesto, me vino a la mente “El alma buena de Se-Chuan”-  descubrió un campo energético vivaz en la esquina azul, donde sentaron al padre (yo) con las indicaciones de que se mantuviera en silencio. La esquina roja era la montaña rusa donde se precipitaban miles de sensaciones ante lo desconocido. Estaban allí la ecógrafa –hasta ese momento una mujer precisamente rusa, según conversaciones de pasillo- y María, primeriza y confiada en el porvenir.
La doctora susurró algo que debí escuchar, de lo poco que me llegó con claridad. No tiene por qué explicar nada en alta voz; sin embargo, Anita comparte. Luego, en la despedida - “hasta la próxima vez”- te extiende un papel cromado en forma de acordeón:
-Toma, para que veas a tus hijos-. Me lo da en mano.
Y uno no sabe qué decir, además de las “Gracias”.
Uno piensa, siente todo lo que ha pasado ahí y lo guarda para atar cabos más tarde con María.
-¿Pero tú viste los sexos; o sea, los genitales?
-Creo que sí- responde mi mujer.
A partir de ese momento, sin haberlos visto yo, uno comienza a construirse todo un mundo futurista. Que se llamarán así…Que se parecerán a ella o a mí, o a ambos…Y el color del cabello. Y el primer día de clases…
Demasiado lejos nos envía Anita con todo su cariño, al menos a mí. Porque en sus manos y en su voz inaudible –en medio de la habitación blanca y fría de hospital- hay ese calor necesario que sin embargo –divaga mi mente- viene de la gélida Europa del Este.
Se va entonces mi mente a compartir un espacio sideral en el que, nos decían, Cuba era un satélite de la Unión Soviética. Se va el recuerdo a los 70, a los 80, a los años del Realismo Socialista que seguramente compartimos la doctora y yo. ¿Pero qué edad tendrá?
¿Y por qué, en Barcelona, tiene una rusa que darme la noticia del sexo de mis hijos, a mí que soy cubano?
¿Estábamos predestinados a coincidir?
María corrobora que es un amor de persona.
Pasaron unos cuantos meses y nos ingresan. Allí está Anita de guardia. Ya no es ecógrafa. Ahora es adjunta al director del servicio de ginecología y obstetricia del Hospital Germans Trías i Pujol. Ahora es la jefa del equipo médico de ese turno. Marc y Lucía –ya tienen nombre los embriones- amenazan con nacer antes de tiempo y hay que retener el embarazo. Anita es profesional. Nos mira sin repasarnos demasiado con la vista. Tampoco hace falta. Es la profundidad de la mirada, el fondo de ojo el que actúa. O el campo energético, tal vez, piensa María, que le gusta ser mística.
Cuando nacieron los mellizos, a los ocho meses de gestación y tras dos meses de ingreso preventivo, Anita estaba de vacaciones. No estaba cerca. ¿Estaría en Europa del Este?
Yo la eché de menos. Pensé en ella en ese momento.
Los niños ahora tienen ocho meses de vida. Articulan palabras raras, se desternillan de la risa en ocasiones y nos halan de los pelos.
Tienen controles médicos en el mismo hospital donde nacieron. Seguimiento del cardiólogo con Marc, que nació con un soplo “inocente” en el corazón. Los llevo a los dos en el coche, sentados en las sillitas de atrás, mirándome conducir. María ha comenzado a trabajar. Yo avanzo el camino y pienso en retrospectiva. Vuelvo a los embriones, al momento aquel en el que una dulce voz inaudible informó –porque quiso, sin compromiso- que eran hembra y varón. “Cuando termine la visita, iré a verla”, me digo. “Así se los enseño, lo grande que están. Así los conoce”. Ella es algo más que un médico, más que una profesional.
Abre la puerta y nos ve. Anita me abraza. Yo me sorprendo y rápido desaparezco la mano extendida. Trato de sincronizar el gesto con esos dos besos a ambos lados de la cara que se quedan medio en el aire. Me pongo nervioso, no atino a ser natural. Enseño corriendo a los niños.
-Gracias por venir- dice la doctora.
-Fuiste muy amable con nosotros- me atreví a tutearla.
Pregunta cómo fue el parto y le digo que fue cesárea. Sospecho que lo sabe. Sonríe y se marcha. Tiene una ecografía esperando.
En la puerta, se gira:
-Por cierto, soy polaca, no rusa.
No sé qué decir. Sonrío también. Entiendo que Anita ha leído mis crónicas.
Nos decimos adiós.


 Foto del autor
Lucía y Marc

jueves, 12 de abril de 2012

Una monja pone rostro a la impunidad histórica



Los encuentros entre madres e hijos luego de 30,40 años o más de separación forzosa, de rapto en instituciones públicas, parecen de película. Es el panorama que, junto con las decisiones de Bruselas acerca del destino de la Comunidad Económica Europea, aparece ahora en los televisores, y esto indica ir a más. Hay en total mil 800 denuncias.
Pone los pelos de punta sospechar que cualquier vecino fue un bebé robado.
Hoy, por fin, compareció ante un juez la primera persona imputada, el primer nombre, el primer rostro, aunque se acogió a su derecho de no declarar.
Es una monja  y hoy mismo envió una misiva a los periódicos consignando su inocencia.
Todavía no es culpable hasta que se dictamine lo contrario. A sus 87 años da igual que cumpla alguna condena o que su rostro salga en televisión perseguido por la prensa. Si fue ella la que sustrajo niños en nombre y al amparo de un credo imperante en España, décadas atrás, aunque no muy lejanas, el daño ya está hecho y en la cabeza de la religiosa siempre habrá justificantes de sobra que le evitan sentirse mal, si acaso fuera condenada.
En realidad lo más preocupante no es que las violaciones a los elementales derechos humanos hayan sido cometidas en instituciones católicas, sino que éstas actuaban con impunidad debido al gran techo que ofrecía el gobierno.
En los años 80 -cuando todavía se robaban criaturas recién nacidas en los hospitales de este país- no estaba el franquismo en el poder, pero la estela de la dictadura sí. ¿A quién iba a reclamar el afectado si la máxima autoridad en aldeas, comarcas y distritos hasta hace poco tiempo eran curas?
El hecho concreto que destapó la trama -e identificó a Sor María- fue perseguido entonces porque se trataba de adulterio. Era la coartada perfecta para sustraer criaturas de las maternidades y entregárselas en adopción a familias acaudaladas.
Viendo a la monja esta mañana en pantalla –escurriéndose entre un mar de gente que la quería linchar a la salida de los juzgados de Madrid- me pregunté si los cubanos tendremos al menos esa recompensa con el cruel dictador que ha dividido a nuestras familias, que ha ordenado hundir embarcaciones a la salida del puerto –barcos con niños- para evitar que huyeran del infierno en el que él mismo convirtió al país.
En España –como sucedió en el cono sur latinoamericano- comienzan a salir a flote las injurias, el abuso de poder, el hundimiento, total o parcial, del prójimo. No sé si será tarde. Algunos pensarán que sí.
Prefiero acogerme al sentimiento de renovación una y otra vez, por medio del cual le encontramos sentido a la vida y nos aseguramos de que, cada día, construimos algo que vale la pena.
Estaremos acompañando en el dolor a estas personas ultrajadas por la impunidad y esperaremos el desenlace de la imputación en un asunto tan serio.
Ya lo ha tratado el cine español infinidad de veces, pero ahora la realidad es la que se  pone por delante.

Foto del autor

martes, 10 de abril de 2012

Compartimos tormentos y nos aterra el suicidio




Por mucho que intento, no logro quitarme de la cabeza los dos suicidios cubanos ocurridos en el exilio en Semana Santa. Aunque parezcan hechos aislados, los que vivimos fuera de nuestro país, medio o enteramente desterrados, sabemos que hay líneas de conexión.
Heriberto Hernández Medina, según he leído, era un hombre de mi generación –solo un año mayor-, establecido hace bastante tiempo en Miami, con descendencia, esposa, negocios y una obra literaria. Era alto y robusto, alegre según dejan ver las gráficas publicadas en diferentes webs de la cubanidad allende los mares. Se lo encontraron con un disparo en la cabeza dentro de su automóvil. Hay quien se ha atrevido a decir que “Heriberto mató a Miami (y matar a Miami es terminar con una situación insostenible que pretende pasar por norma). Mató una época. Mató una falacia, una manera falsa de practicar la poesía. Mató por matar, por demostrarse a sí mismo que detrás de todas las acciones, incluso de las más insignificantes, está siempre el ‘hecho’ definitivo…”.
Son especulaciones. Parece ser que no hubo un papel en la escena del suicidio que asegurara nada.
Pero duele, en todo caso, esta muerte.
Duele porque sabemos lo que cuesta llevar encima el desarraigo, lo que cuesta emprender, reinventarse uno mismo por necesidad impostergable; duele porque sabemos que el exilio nos cambia, para bien o para mal. En mi caso –hoy lo venía pensando en un tren- he dejado de ser romántico.
¿Es esto bueno o malo?
No es bueno ser algo parecido al joven Werther. Se sufre mucho. Pero al mismo tiempo molesta que uno tenga que verse obligado a poner los pies sobre la Tierra.
El tren dio para más.
Pensé en ese pobre historiador que salió de la cárcel política castrista para acá, sin tener la opción de que le situaran al lado a un psicólogo especializado en catástrofes. Llegó en los peores momentos de España de los últimos tiempos, pero creo que ese no fue su problema fundamental. Sospecho, especulo, como muchos compatriotas, que su gran decepción de la vida llegó cuando comprobó que ninguno de los dos partidos que gobiernan este país, el PP y el PSOE, nos quieren para nada. Que, más que eso, nos utilizan.
Albert Santiago Du Bouchet se fue a Canarias tal vez a encontrarse con esa Cuba tropical del futuro que todos soñamos, y se dio de bruces con la triste realidad mediocre que pulula en este país, incluyendo sus archipiélagos. Un país donde el desarrollo tecnológico –los medios técnicos en  las manos de cualquiera- se ha ido por delante del desarrollo del pensamiento. Puede pasar esto en cualquier lugar, pero cuesta creer que pase en Europa.
Y tal vez allí, rodeado de agua por todas partes, con la economía sumergida, ahogándose el territorio en el desdén que produce la política, literalmente se puso la soga al cuello. Todo un drama. Su mujer e hija en Móstoles, Madrid, sin dinero, sin poder retirar el cuerpo. Lo que ha pasado llamó mucho la atención a los medios españoles y el poder ejecutivo en curso se ha lavado las manos. Los desterrados cubanos firmaron un contrato por una equis cantidad de dinero y este contrato caducó.
El tren me dio para ordenar, más o menos, estas recomendaciones, para los familiares que viajaron al destierro, no para los ex prisioneros de conciencia que no tendrán jamás compensación:
1. No confíen en ningún político. Cuba, en España, es un simple comodín.
2. Disfruten, en la medida de lo posible, el acceso a la información y la libertad de expresión.
3. Emprendan con dignidad, si se les cruzan en el camino, porque todavía existen, algunos empleos de servicio doméstico, geriatría y cuidado de enfermos y niños. Les dará un sueldo y el sueldo les dará más libertad.
4. Escriban, si pueden, sus memorias. Va bien escribir.
5. Si les gusta beber alcohol, háganlo con moderación y eviten en la medida de lo posible beber solos.
6. Relativicen siempre, y más ante los malos días. No olviden nunca a los que cruzaron en balsas el Estrecho de la Florida y no olviden que tienen un documento de identidad español que les ampara. Muchos hemos vivido en un limbo ilegal durante años.
7. Traten de ver Cuba en su justa dimensión, la de isla que comparte el Caribe con otras. Eviten hiperbolizar.
8: Piensen en la raíz etimológica de la palabra Humildad y verán que no es exactamente lo que nos dijo la mal llamada Revolución. Esta palabra no tiene por qué estar ligada a la pobreza material.
9. Siéntanse ciudadanos del mundo; disfruten, en la medida de lo posible, las comidas y costumbres de otras latitudes, aprovechando la coincidencia de migrantes en España.
10. Eviten el chovinismo a toda costa. Hay otros pueblos desgraciados.
¡Éxitos!


Update: Agrego una recomendación, a partir del comentario de Roberto:
A no ser que se trate de médicos, no pierdan tiempo ni dinero en homologar títulos. No sirven de nada en España y, por otro lado, el régimen de la isla se queda con beneficios económicos. 
 http://www.diariodecuba.com/cuba/10578-madrid-dice-que-ayudara-los-exprisioneros-cubanos-encontrar-un-empleo

Foto del autor. Atardecer en Barcelona.

domingo, 8 de abril de 2012

Dos "monas"para casa



 (O la torrija escondida)

Hace un año vino a casa una amiga de Miami. Cubana, pero casi más del sur de la Florida que de la isla deshecha. Tomamos un vino tinto con embutidos catalanes –que siempre se tienen a mano- y, de postre, estaba convencido de que podíamos encontrar torrejas en la calle (torrijas, dicen aquí).
Bajamos, pues, llevándola de la mano. Ella misma entraba en las cafeterías y preguntaba si tenían esos riquísimos dulces caseros adornados con canela, bañados en leche y huevo. No había, pero insistíamos. La televisión española los daba por hechos.
Comenzamos a penetrar en los bares, por si acaso. Ella continuaba con entusiasmo. Entraba la primera.
-No, no tenemos torrijas.
Se me caía la cara de vergüenza. Yo también las daba por hechas.
Parece que mi información visual venía de la televisión.
En algún lugar, a cambio, nos ofrecieron buñuelos de cuaresma, típicos de Catalunya, aunque debemos aclarar que aquí se sirven miércoles y viernes durante la Semana Santa.
Era sábado y quedaban algunos buñuelos por ahí.
Lo que más exhibían los escaparates eran las exclusivas monas de chocolate.
-Es lo que toca- dijeron desde la profundidad de una tienda.
Y es así, aunque no acabo de entenderlo.
Para comer torrejas en la calle hay que vivir en Madrid o en la extensa Castilla.
Para comer buñuelos y regalar monas de chocolate a los niños, en Catalunya y la Comunidad Valenciana.
Para comer pestiños -buñuelos alargados, más duros- en Extremadura.
Quedé mal con la amiga de Miami, así que la recuerdo un día como hoy.
En casa haremos, artesanalmente, dos monas. A la vuelta del tiempo hemos tenidos dos hijos que no se merecen menos. Dos por uno, porque vinieron juntos.
Mi mujer María, que siendo muy lista tomó nota del año anterior, me preparará unas torrejas también domésticas.

Foto del autor
De izquierda a derecha, Lucía y Marc.

jueves, 5 de abril de 2012

Ocurrió en Semana Santa

Nuestros televisores cansinos de frivolidad, de tanta crónica roja, de la crisis mundial ofrecen otros rostros. Son los presentadores alternativos, dispuestos, como el bateador emergente, a salir al ruedo en busca de su minuto de gloria.
Abundan programas enlatados. Se van del aire meteorólogos habituales. Aparecen otros de recambio diciendo que va a llover.
Todos los años llueve y todos los años derraman lágrimas los devotos de santos inocentes, allá en Andalucía, donde la pasión es el sustento de la raigambre popular. Lloran porque no desfilan sus figuras de cerámica y oro, porque se mojan esos patrones que conceden deseos y salvan vidas en la más triste oscuridad.
En Granada un preso común es indultado. Aparece envuelto en túnica negra ante el altar y reza una oración. Es joven. Sus manos son largas y fuertes.
En todo el sur se arrojan a la calle miles de fieles vestidos de nazarenos. Los costaleros cargan el peso increíble de la pasión sin buscar la bendita gloria.
Todo habrá terminado entre cañas y barros –también con el pescadito frito y la cerveza entre pecho y espalda-, y la televisión dirá que regresan los jornaleros de la Operación Salida.
Hay muertos en la carretera y largas filas de vehículos cansados en otra de las imágenes.
En el autobús, una mujer a mi lado asegura, conversando con otro, que no come carne mañana. El otro dice que se salta la cláusula porque los curas son ladrones de mucho cuidado. Dice que en un lugar de Andalucía cobran la misa a cinco euros.
Hay malhechores en el mundo. Creí que la Tierra se abría a la mitad porque amaneció mi coche con un cristal roto y el agua estaba dentro.
En solo un día lo cambiaron. Para eso pagamos todo el año, para que no ocurran desgracias en habitáculos pequeños a los que queremos por alguna razón.
Puesto el vidrio y de recogimiento el Puente Santo, aparecen dos noticias en medios cubanos del exilio.
Se suicidan dos expatriados, un poeta en Miami y un historiador en Canarias.
También ocurrió en Semana Santa.