jueves, 30 de julio de 2009

El tiempo es una máquina inexacta



La primera cuenta verdaderamente seria que saqué con respecto a mi edad tuvo lugar hace nueve años, en el 2000, cifra redonda que marcaba el principio y final de muchas cosas. Entonces, un día como hoy, cumplía 35 años.
Para mí, obviamente, aquella era una cifra gigante.
Un año después, no obstante, fue que comenzó todo.
Al emigrar uno emprende una nueva vida – de ahí el nombre de este blog-, y ahora no sé si ponerme a contar con seriedad mis julios a partir de la llegada a Barcelona. Esta mañana me desperté con esa duda.
Total, hay cinco años por ahí sueltos en los que no aparecí en ningún papel de esta ciudad ni de este mundo, ya que Cuba me borró automáticamente de su lista de ciudadanos naturales –para lo que le conviene al gobierno, claro-, y España entonces no me reconoció en el lapso de un quinquenio.
Ese quinquenio no tan gris como pudo haber sido –la novedad se ocupó de darme cobijo-, parece ser que no estuve en este planeta; sin embargo, fue el tiempo en el que más aprendí de la vida. Debo confesar que, aún siendo consciente del limbo legal en el que me encontraba, el sentido de libertad extraordinario, inédito en los días de mi vida, me ocupaba más la mente.
¡Vaya paradoja!
De esta manera, y ante declaración jurada, expresada por escrito, resto cinco años a conveniencia. Si hoy, al levantarme con un beso de mi mujer, me cantaron 44 julios, y, entusiasmado, le pedí a ella que me retratara en la parada del bus, al final de la jornada puede que me meta en la cama con 39.
Quiero agradecer a todos mis amigos las felicitaciones y la complicidad de esta acta innotarial. Y a los lectores, en general, la gentileza de permitirme utilizar en mi cumpleaños este espacio del blog para mí.
Gracias a todos y feliz verano.


El autor.

martes, 28 de julio de 2009

Entiéndeme tú a mí



Un amigo puede tomarse una cerveza conmigo a media tarde a la sombra de un edificio de Barcelona, mientras está en La Habana. Tiene el Don de la ubicuidad.
Quedamos a la hora de la comida –del almuerzo, me dijo, utilizando los giros lingüísticos de allá- para vernos un rato y “despachar”. Hace meses, su trabajo lo lleva dibujando los fondos de una película que transcurre en la capital cubana de los años 40 y 50, y en la Nueva York de esa época, dos ciudades que jamás ha pisado.
Está secuestrado por una historia de amor, de luces y de espectros proyectados por las columnas habaneras, esos mismos soportes que deslumbraron al erudito Carpentier por su diversidad de estilos y demasía. Aunque ahora no sé bien si las columnas podrían llegar al exceso en una urbe tan calurosa. Hasta allí ha viajado virtualmente, pues está contratado para recrear los escenarios de un largometraje de ficción que en estos días se confecciona a pulso, y nunca mejor dicho.
Sagar Fornies es un dibujante compulsivo, lo que no quita que se tome unas cañas con las manos libres, en ambiente distendido y, coincidentemente, tórrido. Ahora, mientras dure este trabajo, no viaja en trenes delineando los rostros singulares de la gente. Está centrado en el ánima de una o varias canciones. Ahora dibuja a las órdenes de Javier Mariscal, el diseñador emparejado con Fernando Trueba para realizar el largometraje musical de animación Chico y Rita.
Mi amigo es muy introvertido. Su oficio lo ha llevado por el mundo del cómic y ha dedicado mucho tiempo a trazar jazzistas medios reales y medios imaginarios. Es un retratista de la intimidad, como el mundo del jazz, que es un claroscuro en sí mismo. El trabajo de delinear los fondos de estas ciudades sin haberlas visitado le ha situado en un plano totalmente virtual, aunque el equipo central de realización del filme haya conseguido la información de rigor. A menos de un mes de terminar con la historia de Chico y Rita, se preocupa por el ensamblaje de todo el material, cuyo resultado se estrenará el próximo año en Cannes.
Mientras me narra algunos planos, a escasos metros del estudio, no me adelanta que me llevará a ese lugar. Endulzamos un café, después de un postre que costó casi lo mismo que el almuerzo. Me confesó que sueña con La Habana, con los nombres de las calles, con las esquinas de Belascoaín y Neptuno. No es para menos. Me pregunta cómo es eso realmente. Cuando comienzo a responder, me interrumpe:
-No, espera. Ven conmigo. Muéstramelo todo con las fotos por delante.
Y me conduce por unas naves adornadas con jardines colgantes, lugar húmedo que me trasporta al Bosque de La Habana. Allí, entre un montón de documentación de la época, ordenadores y gente con la vista gacha, dibujan la película.
Sagar se dio cuenta de que yo sufría de nostalgia.
-Te entiendo –me dijo-, pero tú entiéndeme a mí.
-¿Que te gustaría estar en mí para dibujar con más conocimiento?-le pregunté.
-Algo así.
-Y a mí estar en ti para no morirme de nostalgia-agregué.
Mi amigo tuvo la gentileza de mostrarme un par de secuencias del largometraje, en donde se veía un personaje encorvado y melancólico (una metáfora de Bebo Valdés) con un bolero de fondo: Sabor a mí.
-Oye- se me ocurrió preguntarle-¿si después de esta experiencia te regalaran un viaje, a escoger, a cuál de las dos ciudades irías primero, a La Habana o a Nueva York?
Sagar se ajustó sus gafas de miope para ganar tiempo antes de decirme en voz baja, como siempre habla:
-A Nueva York, sin dudas.
-Yo haría lo mismo, y gracias por la sinceridad-agregué erizado de pies a cabeza, dejando caer la mirada en una gráfica color sepia de La Habana con fecha de 1945.

Foto del autor

lunes, 27 de julio de 2009

El otro 26



Ya nadie se cabrea en Cuba porque allí se hayan olvidado de Santa Ana y San Joaquín para celebrar el 26. Si acaso, los santos se conmemoran en la intimidad. Un asalto armado a un cuartel en Santiago de Cuba, ocurrido en 1953, a las órdenes de Fidel Castro, provocaría en lo adelante el rapto de la fecha para los anales de la revolución. Y, por eso, todos los cubanos que nacimos después de 1959 estuvimos obligados a festejar con una jarra de cerveza caldosa la acción armada, el pistoletazo de salida de una carrera dictatorial que, muy a nuestro pesar, ya dura medio siglo.
En Cuba se acaba de celebrar el 56 aniversario del inicio de la insurrección, con algunos de aquellos protagonistas hechos unos viejos mandones, de esos que se niegan a llevar pañales para paliar la incontinencia porque ese bulto pélvico debajo del pantalón atentaría contra su dignidad. Y terminan corriendo al lavabo cada diez minutos, sin compasión con sus cuidadores.
Ver esta triste realidad –la decadencia se puede evitar, y no es estrictamente inherente a la vejez-, nos aleja de un panorama patriótico que nos vendieron como la “Biblia” de la revolución caribeña más renombrada, aquel discurso luego impreso de un Fidel Castro joven y vehemente que se auto defendió en el juicio augurando que la historia lo absolvería.
Otra vez, tristemente, comprobamos que aquella puesta en escena fue tan efectiva y tan histriónica que nos embarcó a muchos en una nave ilusoria que luego nos dejó al pairo.
Uno trata de centrarse en el entorno donde vive y descubre que ese mismo día, el 26 julio, pero de 1909, hace justamente un siglo, Barcelona ardía por una revuelta popular. Se le denominó históricamente la Semana Trágica, lo que sucedió a continuación de los incendios. La represión llegó sin demoras y hubo ejecuciones sumarísimas, una operación de sofoco que, hasta donde he leído, comandó el entonces capitán general de Cataluña Valeriano Weyler, el mismo estratega de la reconcentración que desahució a miles de cubanos unos pocos años antes.
Hoy esta ciudad donde vivo es una joya arquitectónica en sí misma, moderna y conservadora al mismo tiempo. Me pregunto si el ala conservadora de la historia local es la que ha marcado una calle con el nombre de Weyler, en los tranquilos predios de Badalona, al lado de la Ciudad Condal.
Sin afincarse en el santoral católico –uno es agnóstico, habiendo nacido en Cuba después del triunfo de la revolución comunista-, y tratando de olvidar el tono guerrillero que nos envolvió sin nosotros querer, encontramos otro 26 de julio, también revoltoso y anticlerical. Y decidimos quedárnoslo. No debemos andar exentos de fechas señaladas por la historia local. Ese vacío provocaría una vida existencialista, y eso da miedo. Al menos a quien escribe estos párrafos.

domingo, 26 de julio de 2009

Montcada (i Reixac)



Esa mañana se estrenó un pantalón militar, con bolsillos de alforjas y cremalleras metálicas, de esos que se burlan alegremente de la iconografía castrense. Llevaba aún los tickets del supermercado mezclados con las llaves de la casa, un paquete de tabaco, la billetera, el estuche de las gafas de sol y un teléfono móvil estrecho.
Su mujer aprobó el color verde olivo y, en general, la estampa juvenil que tenía delante, comenzando por un par de sandalias cruzadas que hacían de él un esperpento recogido, pero esperpento al fin y al cabo. El pantalón incluía tiras de tela atadas en el carril de las cremalleras, como si fueran hebras de henequén que cuelgan de un tejido rústico.
-¿Vas cómodo, mi amor?-le preguntó.
Él asintió.
Subieron al coche y enchufaron el aire acondicionado. El automóvil estaba tostado por el calor de casi cuarenta grados centígrados que había en el ambiente, y sucio, producto de una lluvia de barro que había traído el viento africano desde miles de kilómetros de distancia.
Tomaron la autopista en dirección a Girona. No había tantos coches en la ruta que llevaban. Era un domingo espléndido, sosegado.
Al pasar por el borde del pueblo de su tía, ella sintió que le iban a hacer una broma, una broma recalcitrante. Así que bajó el volumen de la radio para que su marido no tuviera interferencias. No se equivocó. Él tiene varias ideas fijas, una irremediablemente enlazada con ese camino. Evitar el trayecto significaría viajar por una calzada con peaje. Ella quería ahorrarse los impuestos de las autovías catalanas, más altos que los de otras comunidades autónomas, a sabiendas de que la broma llegaría.
Coincidentemente, era domingo, un 26 de julio.
Justo al aparecer las señalizaciones del nombre del pueblo Montcada i Reixac, él le preguntó:
-¿Sabes qué día es hoy?
-Domingo-dijo ella para fastidiarlo.
-No, de número-insistió su marido.
Se hizo silencio. Él atendía la autopista pero la miraba intermitentemente por el espejo. No se aguantó porque sabe que ella lo quiere, que lo entiende, e insistió:
-Mi amor, un día como hoy, pero del año 1953, Fidel, y un grupo armado de hombres…
-Sí, ya sé, asaltaron el Cuartel Moncada…Y el 19 de abril, que es el cumpleaños de mi madre, en Cuba es el día del miliciano, y el 28 de septiembre, mi cumple, es el día de los comités de defensa de la revolución.
Al concluir con tono irónico su frase, ella volvió a subir el volumen de la radio.
Él depositó cariñosamente su mano derecha sobre el muslo izquierdo de ella. Le acarició la rodilla en sentido giratorio y volvió a sujetar correctamente el volante.
Se fijó por el retrovisor de la derecha que dejaban atrás la entrada a Montcada i Reixac, un pueblo tranquilo donde viven muchas personas que trabajan en Barcelona y ese domingo, sin arrastres bélicos de ningún tipo, debían estar arreglando el jardín o baldeando la terraza.

viernes, 24 de julio de 2009

El bolero de Joaquín



No es trágico. Venía siempre con una sonrisa, como si su actitud nos despejara los caminos por donde la vida nos tienta. Y siempre estaba allí, al final del auditorio, que no pocas veces era la entrada del salón. Así que, si nos convenía, pasábamos silenciosos a ocupar los buenos puestos, los de adelante, para grabar las conferencias, salir en los noticieros televisivos o entretenernos mirándoles los zapatos a los del estrado.
Pero él sabía que estábamos y dónde, sabía que habíamos llegado tarde, lo sabía todo. Hablo en pasado porque esto es un recuerdo, y también porque me marché de aquellos dominios sin avisar. Joaquín sigue allí, en todas la conferencias de prensa que hablan de la música, continúa en las filas para reporteros de los teatros, en los cafés de debates a posteriori, ambientes que llamábamos así para suavizar la vernissage constante de consumos de alcohol.
Creo que Joaquín se mojaba los labios. No estoy seguro.
Siempre pienso en mis compañeros de profesión que tuvieron que enterarse por boca de otra gente de que me marché. Es algo que no he logrado quitarme de encima. Y pensé en Joaquín, en estos días, con la noticia de la publicación en Barcelona –más bien en la red internacional- de su más reciente libro.
Seguirá luchando contra el transporte urbano de esa ciudad tumultuosa llamada La Habana, él, invidente que sueña por la oreja, según le apetece confesar. Seguirá asistiendo a los conciertos en medio del peligro, no por ser ciego, sino por lo oscuros que son los autobuses abarrotados de nuestra capital, turbulentos, como los trenes de la India.
Lleva veinte años con su columna a cuestas, uno de los más lúcidos - si no el más- espacios de opinión sobre ese marasmo denominado Música Cubana.
¡Veinte años escribiendo sobre una boca de fuego!
Sé que al principio nadie quería darle trabajo por ser ciego.
Esa amargura de la gente él la convirtió en uno de sus desafíos personales. Como mismo, antes se había presentado en la Facultad de Periodismo para estudiar la carrera. La cursó. Se graduó en contra de una de las principales leyes de la materia que sitúa a la observación como piedra angular.
Dos décadas después, su columna sigue viva y se apea de los terribles buses con un libro en la mano, simbólicamente, claro. Esa biblia, supongo, será una de las claves para entender qué pasó después del son y la guaracha, más allá de la rumba y el cha cha chá.
Encima, compartir nombre con Sabina y con Rodrigo –dos extremos de la cuerda- me hace sospechar que su vida transcurre en tiempo de bolero, agazapada y expectante.
Espero que nos veamos alguna vez en Barcelona, o en nuestra musicalísima ciudad, querido amigo.


Concierto Cubano. La vida es un divino guión, por Joaquín Borges Triana. Editorial Linkgua, Barcelona, 2009.
Puede conseguirlo aquí.

miércoles, 22 de julio de 2009

Brenda Mau



Lo había advertido Ramoncín, uno de los jurados de Operación Triunfo desaparecido de la competencia a mitad de camino: el nombre de esta muchacha cuasi ganadora estaba hecho desde su partida de nacimiento.
Lo que no había vaticinado el lúcido experto en música comercial fue que la chica se iba a quedar a las puertas del gran premio, con un punto rebajándola a polvo y ceniza. Porque –y ojalá me equivoque- tengo la impresión de que con Brenda no pasará nada en lo adelante. Ella, la mejor voz de esta temporada y una de las mejores de todos los tiempos, no es un producto vendible entendiendo el término como el mercadeo superficial de la música en España. Aquí mucha gente joven no está para comprar excelencias vocales sino para gastarse el dinero en chorradillas eventuales, en gráciles cuerpos con carita de ángel que mueven la ilusión de millones de espectadores, como mismo desde hace varios decenios se habla del sueño americano, refiriéndonos, claro, a los EEUU.
En España también existe un Dorado.
Y ese Dorado no es precisamente lo que Brenda puede ofrecer.
En primer lugar –otra vez quisiera equivocarme- porque la tez de ella tira más hacia el universo andino, tan pululante ahora en este país pero tan desdeñado hasta que la vida demuestre lo contrario.
Como mismo no me creí nunca que Risto Mejide, “humillador” de jóvenes que buscan el Dorado, hubiera pasado por el certamen para hacer una buena labor, tampoco me creo que ese punto que destronó a Brenda ayer haya sido real. No hay que fiarse de un programa que nos vende un señuelo –el arte de cantar- y nos va dejando por el camino una hilera de frivolidades y espectáculos de insultos al margen.
Una vez más queda demostrada la falta de seriedad en los “productos” televisivos, y no me refiero solamente a Telecinco. Esto es lo que hay. Claro, no sé de qué me quejo si conozco desde el principio que con un reality uno está a merced de que le tomen el pelo.
Será porque me envuelven las ilusiones de confiar en la honestidad.
¡Oh, palabra travestida!
¿En caso de que el conteo de votos no haya sido manipulado, no es una tomadura de cabellos que el resultado final esté en manos del público y no del jurado?
Me pregunto para qué tuvieron allí a una profesora y crítica indiscutible como Coco Comín.
Para dar juego al programa, claro, qué tonto soy.


Nota: Creo que, con el demostrado talento y efectividad de Brenda Mau, quienes decidieron que no fuera la ganadora de esta edición se perdieron una magnífica oportunidad de integración internacional sin necesidad de traerla por los pelos.
Hablando de eso, también me pregunto por qué ese empeño en cortar la preciosa cabellera de esta chica, a quien, encima, siempre la vistieron como una mujer mayor.

lunes, 20 de julio de 2009

All i oli



Él jugaba con las olas mientras ella leía una novela fantástica en la arena, desnuda de la cintura hacia arriba. A las siete de la tarde quedaban pocos bañistas y comenzaban a llegar los pescadores, los que utilizan la caña como ocio, como una manera limpia de matar el aburrimiento y refrescarse con la brisa mediterránea tan bien querida en los meses de intenso calor.
Se abría un mundo de posibilidades en la porción de playa donde parecía haberse detenido el tiempo, donde la sal pesaba más de lo habitual sobre la piel. Hasta allí no llegaba el ruido de las sirenas de las ambulancias y bomberos de la cuidad, tan aberrante a veces, tan incómodo para el oído leve que necesita un rezo ecuménico, una tregua, más que todo, ese desliz de la rutina que a veces se permite la vida. Vivir en una gran ciudad es un arma de doble filo.
Él, comprometido con el susto que supone ganarse la vida en la urdimbre de la ciudad, nadaba a contrapelo, con el cuerpo expandido para penetrar mejor las olas, con los brazos estirados en forma de flecha, el abdomen relajado como pocas veces en su vida, pensando en la gloria. Sin embargo, por mucho que el mar y la cadencia suave del tiempo se prestaban para un pensamiento disipado, insistía en recordar lo que había leído una vez, que toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz. Un pensamiento maya, o tal vez un derivado de la ética universal concentrado en la trama amarilla del cereal.
Mientras tanto, ella interrumpía su lectura de vez en cuando para saludarlo con el brazo. Ella no pensaba en nada. Se relajaba concentrada en aquellas páginas de aventuras y le echaba de menos a él, pero las circunstancias la llevaban a permanecer tumbada en la orilla.
Nadie los esperaba. Tenían el apartamento limpio y las compras semanales hechas, las facturas pagadas, la correspondencia al día, un montón de cumpleaños cerca, dando vueltas en la hoja de ruta que los llevaba a visitar amistades y familiares. Habían comprado un par de zapatos cada uno que se estrenarían esa noche para ir a un bar de mucho ambiente.
Él deja el baño y sombrea el área donde ella lee, permitiendo a la poca luz del día que quedaba reposar sobre su espalda. No siente frío. La temperatura ambiente es ideal. Sin querer, moja el libro con unas gotas que caen y ella no se enfada, solo retira el cuaderno.
-Vamos, mi amor-dice él.
-¿Y qué vamos a cenar hoy?-pregunta ella.
-Pues las patatas al caliú que quedaron de ayer-sugiere el bañista.
-Buena idea, cariño, ya sabes que me encanta reciclar, pero habrá que ponerle algo a las patatas…-intercambió su amante todavía estirada sobre una toalla, con sus pechos redondos aireados y sus pezones erizados.
-¡Un all i oli casero!-recordó él con toda la alegría que logró imprimirle al asunto, dislocada manera de sustituir el encanto de una conversación aparentemente intrascendental con la visión en picado de un busto libertario.
-Mi amor –se incorporó ella con la misma sonrisa con que lo saludaba de lejos-, tendrás que hacerlo tú. Recuerda que tengo la menstruación.
-¿Y qué relación existe entre las dos cosas?-pareció dudar el hombre mojado y con restos de sal blanca visibles.
-Que se corta, cariño, el all i oli se corta si una tiene la menstruación.
-Entonces lo hago yo-aseguró él con la felicidad dibujada en sus labios, como si, precisamente, toda la sal del mundo cupiera en un grano de maíz.


Nota: El all i oli, como lo indica su nombre en catalán, es una mezcla de ajo y aceite, parecida a la mayonesa pero más espesa y más fuerte de sabor. Se hace a mano.


jueves, 16 de julio de 2009

En Facebook no te encontré



Mariela:
Últimamente, las noticias hablan de ti. Perdóname que te escriba sin saber si me recuerdas, pero, estando tan lejos –me refiero también a la lejanía emocional-, no hay día en que no me remonte a mi infancia, y, en ese mejunje de recuerdos, aparece tu rostro alguna vez. Siempre escuché decir que, con los años, uno realiza involuntariamente ese viaje a la semilla empapado de nostalgia, un viaje fantasmagórico, como los sueños, surrealista en tanto aparecen personas y lugares físicos que jamás tuvieron contacto o relación en tiempo y espacio.
Es uno mismo quien compone sin quererlo raros cuadros que terminan siendo un mural.
El peor castigo del exiliado no es el desdén que pueda encontrase por ahí; no es la desorientación emocional; es, precisamente, el arrastre de los recuerdos que ya no pueden materializarse de ninguna manera.
Ni los lugares ni las personas están al alcance de la mano.
En esa misma medida, uno trata de sustituir los recuerdos con el día a día para distraer la mente, y lo logra, aunque no siempre.
Cuando aparecen noticias con hilos de conexiones personales, volvemos a caer en la trampa del tiempo, volvemos a pensar en aquellos días cuando corríamos en el área deportiva, cuando ensayábamos aquel danzón para presentarlo en el matutino, creo, ¿o fue en uno de los actos culturales vespertinos?
Han pasado muchos años. Ahora somos adultos, cuarentones, hipotéticamente padres de criaturas que deben andar corriendo en nuestro lugar. Sé que la escuela aún existe, que hasta hace poco estuvo la misma directora, Delia, o está, ya no dudo de la longevidad de nadie. Inamovible directora, como el gobierno, depauperada pero histórica. Lo único no tradicional de nuestro plantel es que ahora no están allí los hijos de los máximos dirigentes del país, porque los dirigentes siguen siendo los mismos, y sus hijos, tú, habrán tenido descendencia.
Esta lógica me lleva a pensar que estarán allí sus nietos, o sea, tus hijos.
Hace muchos años que no paso por nuestra escuela primaria Gustavo y Joaquín Ferrer, aquellas tres o cuatro casas –no recuerdo exactamente cuántas- situadas unas frente a otras, construidas por la clase media alta en un barrio en expansión en los años 50, las Alturas del Vedado, nuestro barrio. Sé que todo está hecho triza, incluyendo la escuela. Lo sé de buena tinta.
A punto de cumplir mis 44 años, me pregunto por qué nunca había pensado en ti, durante la secundaria, el preuniversitario, la universidad, y lo hago ahora provocado por las noticias allende los mares. Estoy muy lejos –repito- para permitirme ciertas disgregaciones, a veces llamadas por mí “escapadas del alma”, como una fuga, aunque esta –te aseguro- no suena tan lírica. He visto tu fotografía y compruebo que estás bien físicamente. También me he enterado de que tu hermano tiene los grados de General. No sabía que era militar. Pensé que había estudiado otra cosa, para no repetirse como hacen las tradicionales familias de médicos o músicos.
Entiendo que uno siempre está en el lado más cómodo, que la familia, después del colegio, es el principal círculo de referencia, pero me gustaría preguntarte si no te da vergüenza a estas alturas tratar de dignificar los derechos de los homosexuales cuando en nuestro país, hasta hace nada, no tuvieron lugar.
Veo que estás inmersa en una empresa ridícula. Compruebo que se rompe la regla que dice que las nuevas generaciones saltan cualitativamente a las anteriores. Parece que sales de la nada, porque nunca se supo nada de ti ni de tu hermano. Pero ahora corroboro que habéis salido -¿viste, hablo como un español?- a la vida pública para comenzar el relevo de vuestros padres. Todavía estáis a tiempo de no convertirse en dictadores.
Renuncia a todo y vuela lejos. Ahora mismo no es demasiado tarde, pero mañana sí lo será. El poder corrompe, no te dejes envenenar.
Concluyo diciéndote que me atreví a poner tu nombre en el buscador de Facebook y no te encontré. Lo he hecho con varios alumnos de los que recuerdo nombres y apellidos. La nostalgia, incurable y agotadora, tiene la parte buena precisamente en la memoria histórica, en los listados de clases, en los detalles insignificantes como un juego escolar.
Te deseo capacidad para que puedas renunciar a tu familia.
Sinceramente.

Nota: Esta carta está inspirada en un excelente artículo publicado en el portal digital Cubaencuentro. Véalo aquí.

martes, 14 de julio de 2009

Danzón



Días atrás, antes de irse de vacaciones, una bloggera me escribió el siguiente texto:
“Acabo de descubrirte, pero te doy mi palabra que cuando regrese volveré a tus páginas llenas de coincidencias”.
Lo dejó así en el aire.
Busqué su perfil, marcado con un nombre indú, en tinta azul, como suelen aparecer las identidades de esta plataforma social desde donde escribo. Doble click. Aparecieron más detalles. Es cubana, como yo. Vive hace varios años en México, donde mismo habita un entrañable artista que fue el fotógrafo de mi boda y de quien no tenía noticias desde hace lo menos diez años y reapareció esta última semana.
Dos noticias de México, el gigantesco país que teníamos al lado y que nunca pude visitar.
También por estos días me escribe otro amigo desde Hermosillo, en el desierto de Sonora, al norte de los Estados Unidos Mexicanos.
Cierran un restaurante mexicano en los alrededores de mi casa de Barcelona, sin mariachis, claro.
Las noticias de la llamada gripe A, las peores referencias aztecas, llenan nuestros espacios informativos.
Por otro lado, descubro un portal literario mexicano/español, serio, deslenguado.
Bajo al mar y subo con intenciones de escribir un relato fantasioso en el que los protagonistas sean una chica de Veracruz y un joven habanero. (Aquí en Cataluña se dice bajar y subir para indicar que uno sale o regresa a casa, respectivamente, aunque se viva en una planta con portal a la calle).
El viernes último, había arrastrado el día recordando mis clases de baile en la primaria, de baile popular, las figuras hechas con los pies y el cinquillo marcando el compás. Nunca más lo practiqué y se me olvidaron los pasos.
Por la noche, tarde, la segunda cadena de Televisión Española transmitía el filme mexicano Danzón, con María Rojo, una de las mujeres más sensuales del mundo.
La película hablaba más o menos de lo mismo que yo quería escribir.
Así que lo dejé todo en el aire.

lunes, 13 de julio de 2009

Primeros auxilios



Unos amigos españoles me preguntaban este sábado, en una fiesta, por qué la mayoría de las veces vinculaba a Cuba en mi blog. Solo tenían curiosidad, no era un reproche de su parte.
Yo mismo me hago esa pregunta, con la cantidad de temas variopintos que hay en el mundo, en la ciudad donde vivo, en la imaginación.
Hubo una etapa de mi vida de refugiado político –lo digo claro, por si acaso-, en la que esquivé la insularidad que me pertenece. Lo hice estratégicamente para poder sobrevivir los durísimos primeros años de adaptación al nuevo país. En esa época me dediqué a utilizar internet recreativamente, como mismo las lecturas de cabecera rondaban más sobre la apolítica o la no política literaria. Con el tiempo comprendí que nací y crecí en un país ligado hasta el tuétano a la política, una isla donde –excepto, tal vez, China- se produce la mayor cantidad de propaganda per cápita del mundo. Luego de resarcirme en la bohème de Barcelona, de practicar el consumismo que desconocía por completo, de soltar la lengua sin tener que mirar con sigilo a mi alrededor, me voy encontrando a mí mismo y poniendo en su lugar mis ideas, más allá de la estrategia, aunque convendría ahora mismo preguntarnos qué cosa no está relacionada políticamente con la humanidad.
Ha pasado el tiempo y, por ejemplo, he dejado atrás, muy lejos, los años en los que trabajé en el diario Granma, la mayor industria propagandística cubana. Debo exponer aquí que todavía no me lo perdonan, y me refiero a la maquinaria que rastrea constantemente a los desertores. Aunque soy easy -como diría mi padre en uno de sus constantes anglicismos- y seguiré siendo easy en todos los órdenes, estoy marcado con hierro y fuego al parecer de por vida.
La crisis política en Honduras –tema que sigo deliberadamente en estos días- al parecer es un hecho aislado y particular. Sin embargo, los cubanos sabemos que no es así. Es producto de la vieja propaganda que ejerce hace medio siglo el gobierno de la isla, lo que pasa es que las cosas, lógicamente, se cuentan desde el punto de vista que convenga. De hecho, si yo estuviera aún en el periódico Granma, aunque escribiera en el departamento de Cultura, la redacción me obligaría a matizar el tema de Honduras de otra manera si viniera al caso de esa página; lo hubiera tenido que enfocar en el sentido opuesto a como lo hago en el este blog.
Lo asombroso de todo este asunto es que yo no debía estar ocupándome de Latinoamérica, y debería centrarme en todos los dolores de cabeza que dan quedarse sin trabajo en este país desde donde escribo.
Lo ideal sería pasar de todo. Yo, honestamente, no puedo permitírmelo.
El seguimiento de mi país, de mis orígenes latinoamericanos me causa dependencia. Supongo que serán los mismos vasos comunicantes, esas venas abiertas –citando a Eduardo Galeano- los que viajan dentro de mí.
¿O no?

sábado, 11 de julio de 2009

La rumba ajustada



Después del telediario de media tarde, en mi casa caía Fama ¡a bailar! ,un reality show bastante suave que nos impulsaba a mi mujer y a mí a continuar trabajando de cinco a ocho y media.
Digo “caía” porque ya terminó el refresco.
Lo emitió la cadena Cuatro y nos enseñó que el género se puede llevar discretamente, sin que parezca lo que es. Porque, en este caso, academia mediante –o sea, el encierro de los concursantes, que está de moda-, una manifestación artística fue la protagonista, fue el sustento, el zumo, cosa rara en las televisiones de hoy en día.
Y puedo asegurar que por dentro había tela, bastante tela, y es lógico: eran jovencísimos de alrededor de veinte años, con todo lo que se desea a esa edad.
Había, por demás, tres cubanos en el reparto.
¡Uf, la danza y Cuba tienen mucha química!
Aunque había una profesora y coreógrafa en esa parte de la cubanidad –sensual, explosiva, abarcadora del tópico visual de lo que, a priori, envuelve al Caribe-, se contuvieron las ganas de hacer del programa un patio particular. Solo de vez en cuando la fabulosa coreógrafa –se llama Marbelys, de la generación Y -, mezcló con buen gusto una rueda de casino y otra de la chancleta, disfrazados propósitos de sudar lo nacional en la corta distancia.
Se puede decir que en esta ocasión los practicantes amarraron el chovinismo.
Le temo mucho a eso. Como también me dan mucho repelús los estereotipos.
Hasta que vuelva Marbelys –con toda su elegancia en los montajes de Lírico-, estaremos pensando en cómo enlazar las tardes de cada día, con las durísimas arrancadas del sofá y el café haciendo de aromatizante.
También recordaremos a los otros dos paisanos de esta edición de Fama… que, siendo tan jóvenes, lograron ajustarse a unas normativas de discreción y boca callada, bajo firma. Ya sabemos que replicar no vale en estos concursos televisados, porque así no hay riesgo de que se vea lo que no se quiere dejar ver.
Los cubanos, por lo general, somos demasiado orgullosos. En no pocas ocasiones se nos van las manos. Y los pies. No estamos acostumbrados a vivir en un mundo competitivo en el que las cosas muchas veces se resuelven con frialdad, desapasionadamente hablando. Zancadillas tenemos todos los que vivimos aquí, nada más salir a la calle y bajar al metro.
A Karel (en la foto de arriba) –bailarín de escuela, con magníficas líneas en lo contemporáneo- le quedó un premio en metálico por figurar dentro del equipo ganador. Y a Eli –santiaguera donde las haya, leve, a quien sus compañeros apodaron La Gacela-, estar allí le propició una llamada telefónica para invitarla a llenar la portada de Interviú. Yo no me atreví a ilustrar este texto con su desnudez para no tocar los ángeles que uno tiene en la cabeza. Pero ofrezco el enlace.
Me alegra comprobar cómo nos vamos integrando sin que nos aniquile aquello que llamamos insularidad. A veces, ese término solo nos sirve de escusa.


Notas: Para ver a Eli pinche aquí

Para ver a Marbelys pinche aquí

viernes, 10 de julio de 2009

Esperando a Micheletti



En los momentos que se publique este post, los representantes de Zelaya y Micheletti –cuatro por cada lado- estarán negociando el futuro más próximo de Honduras. Ambos presidentes de un mismo país abandonaron ya Costa Rica sin verse las caras. Mientras tanto, y como se dice vulgarmente en Cuba, las cosas en Tegucigalpa continúan en candela.
Oscar Arias, el garante mediador del proceso de paz, advirtió a la comunidad internacional que tomen asiento, con una bebida refrescante cerca –esto lo sumo yo-, ya que la crispación de ambos mandatarios hondureños, que un día fueron compañeros, está muy subida de tono, y es necesario rebajar los caldos para que las palabras no hieran, tanto como pudiera herir un proyectil, dijo Arias.
La elección de Costa Rica como zona neutral me hizo recordar a un amigo o novio de mi madre que eligió ese destino para marcharse definitivamente de Cuba. No era un sitio común; quiero decir, común para nosotros que, el que más o el que menos, tiene un pariente en Miami. Yo era demasiado adolescente cuando Enrique –así se llamaba, o se llama-, hizo sus maletas y se despidió discretamente. Años más tarde, como mismo ahora sucede con la crisis hondureña, hube de recordarlo cuando comenzaron a entrar pequeños automóviles en Cuba que fueron bautizados como Ticos, en alusión al cariñoso gentilicio costarricense.
Con el tiempo, lógicamente, supe que Costa Rica no era un mal lugar, que le llamaban la Suiza de América y que, además de gozar de un sistema sanitario loable, no necesitaba ejército para vivir.
Los ticos no van armados. Ese fue uno de los escollos que encontró Micheletti para arribar allí, porque temía por su seguridad, ha dicho él mismo. El otro inconveniente, puñetero, desde mi punto de vista, fue que el gobierno de Nicaragua le negó su espacio aéreo y Micheletti tuvo que utilizar otra ruta para llegar al sitio inocuo, donde se depositaría la primera piedra de la pacificación.
Así que el hombre tardó. Estuve hasta último momento dudando de que se presentara en la otra Suiza, la apócrifa y más aplatanada región.
Mientras sigo recordando a mi posible padrastro Enrique, con la incertidumbre de si se convirtió en tico o voló después hacia Miami, me acabo de enterar de que Zelaya aterriza en República Dominicana. Se está acercando a la mayor de las Antillas. Ojo: desembarcar en Cuba sería peligroso para la mesa de arbitraje.



jueves, 9 de julio de 2009

Tour de force



Mientras mi madre, en La Habana, estaba a punto de dar a luz a este que escribe, con la cama preparada en el hospital Cardona, un pelotón de ciclistas del Tour de Francia llegaba a Barcelona.
Siempre supe que en el año 1965, además de mi nacimiento y de la fundación del periódico Granma, ocurrieron otras cosas que marcarían estaciones en mi vida. La celebración de mi onomástico he tenido que compartirla, pues, con el retorno del tour ciclístico, 44 años después, a esta ciudad donde ahora vivo.
Miles de personas apostadas en las aceras esperando la caravana, a sabiendas de que el mundo entero estaría sobre las cinco de la tarde pendiente del mayor evento del pedal, en su sexta etapa, que ya concluyó en la montaña de Montjüic en el momento de escribir estas líneas.
Pero la vida es caprichosa.
A esa misma hora tenía turno con mi doctora de cabecera, una joven morena que me ha asignado la seguridad social española. Teníamos previsto una conversación rápida –visita de médico, nunca mejor dicho- acerca de las tribulaciones de una piedrecilla en mi interior que me viene provocando terribles cólicos nefríticos. Aunque todavía no se ha visto el meteorito en ninguna de las radiografías, suponemos que un cuerpo extraño me esté causando semejante molestia, y en la tarde de hoy estarían los resultados definitivos después de una larga investigación.
Resignado a perderme el paso de los famosos velocípedos por la esquina de mi casa –no todo el mundo tiene esa suerte-, recordé los muchos años en los que, por necesidad, anduve encima de una bicicleta china, de piñón fijo, machacándome la próstata con los baches de La Habana. Se ve que me sigue carcomiendo el recuerdo de aquella épica sobre ruedas que, si bien no del todo, expulsé en una crónica depurativa para esta blog. En la tarde de hoy utilicé el recuerdo para no declararme un tipo de tan mala suerte: No importa el Tour de Francia. Hay cosas como tener una roca dentro que son más urgentes.
La lluvia estival, por su parte, quiso que la carrera que se jugaba ahora fuera más peligrosa. Creo que con ese ingrediente no contaron los pedalistas de 1965. Este aguacero era para mí, para remojarme los pies en los riachuelos que se originan en las paradas de los autobuses. Pensando y pensando pasó el tiempo. Lo cierto es que no llegué al médico porque el transporte urbano estaba desviado de su ruta habitual por motivos del evento deportivo. El Tour de Francia debió pasar por la esquina de mi casa mientras, solitario y empapado como un pollo, yo estaba sentado en la caseta de la guagua.
No estaba para mí.
Pero me robó el aniversario.

miércoles, 8 de julio de 2009

Doble réquiem



Sigo pensando que hay morbo en un acto multitudinario, televisado, donde los trajes cortados por el sastre lucen sus perfiles al lado de un cuerpo inerte. En ese sentido, le doy la razón a Liz Taylor, la amiga de Michael que no asistió.
Hubo hasta quien tocó el féretro entonando una canción sentida. Eso sí, con las gafas de sol bien colocadas.
Para rematar, el llanto ingenuo de la hija del finado, en el mejor estilo hollywoodense, blanca ella como el coco, lozana como su hermano que no paraba de masticar quién sabe qué cosa.
Fue un espectáculo sobrio, litúrgico, con oradores más o menos profesionales, con un guión un tanto caótico que lo hizo más humano, en el sentido espontáneo de la palabra. Era el último adiós a quien nos convidó a bailar a más de dos generaciones, sin saber apenas lo que decían sus textos, en el caso de los hispanoparlantes que, como el que escribe, agitó sus caderas al compás de aquel son nacional que en Cuba se llamó “Se me cae la trusa(1)”, en lugar de Shake your body (Down to the ground), tema incluido en el álbum Destiny, de 1978.
Los que vivimos los años 80 como si fuera el paraíso –muy a pesar de, precisamente, no vivir en un país paradisíaco-, el Rey del Pop fue vehículo comodísimo de transportación al más allá, por su incansable producción musical y porque nosotros, en la isla revolucionaria, no supimos de otro estupefaciente que no fuera el baile y el ron.
Ver a Brooke Shields otra vez a mí me supuso un toque de testosterona, con todo respeto a Michael. Fue un regalo de su funeral. Ella nos acompañó durante largos insomnios imaginándola andar semidesnuda por nuestras playas azules, fabricándole cobijo, secándole el cabello con una rama de areca agitada sin parar. Pero, claro, hay que salir de Cuba para actualizarse con los audiovisuales. Allí escasean y la consecuencia es que la gente se queda con los rostros lustrados de sus ídolos.
Yo, sinceramente, siempre pensé que Brooke Shields no era de verdad.
Por la noche, sintonizamos mi mujer y yo la gala de Operación Triunfo, casi a continuación del largo velorio. Asistimos sin quererlo a otro funeral, ya que el programa se nos fue de las manos, como diría alguien que pierde un náufrago con impotencia.
Ya no quedan voces ,ni ánimo, ni seriedad para ofrecer un espectáculo ajustado a lo que nos vendieron, que era una competencia de canto. Sea por error de casting o por culpa de la audiencia que expulsó a los mejores –de esto último tengo dudas-, lo cierto es que llenaron el tiempo con una bronca en la que se faltaron el respeto el presentador Jesús Vázquez y el inefable jurado Risto Mejide, el hombre que mejor sube las audiencias a sueldo.
Poca sustancia, qué pena, porque me gusta ver el programa cuando es entretenido si prevalece la música y el talento; aunque, en buena lid, el talento se ofrezca a cambio de unas horas de pantalla.
Suerte que la jovencísima Brenda Mau (en la foto), con ascendencia china/ peruana y crianza catalana, estaba aún allí. Silvestre y comedida a la vez, Brenda es la estrella de esta edición ya fenecida, pues ayer, tal y como lo percibí, el espectáculo fue una misa de alejamiento.
De vez en cuando, la vida –tema de Serrat interpretado como un ángel por esta chica- nos besa en los labios y nos seca el cabello con amor. Lástima de ofrenda que no se repite a diario.

Nota: 1. Trusa: traje de baño, en Cuba.

martes, 7 de julio de 2009

Billy the kid, el regreso



En lugar de dedicarme hoy a caminar por la orilla de la playa, sigo en casa pensando en el show de Zelaya y Chávez, en la chapuza de los que dieron el cuartelazo y en el arribismo propagandístico de la casposa izquierda latinoamericana, aquella izquierda, la que promovió la revolución cubana.
El personaje de Mel Zelaya me persigue como un fantasma. Va detrás de mí al supermercado, a la barbería, al chiringuito de la costa, y hasta se mete entre las corrientes marinas que acarician mi cuerpo, desiguales térmicamente, sorpresivas, tontas pero no ingenuas, porque el agua salada, venga de donde venga, tiene personalidad propia.
Un baño a la caída del sol es como un salto de libertad que no es espontáneo. Hay que empujarlo. Primero hay que bajar hasta la playa, estar seguro de que es gratis, estar convencido de que cualquier tiempo pasado no fue mejor. Y así no le sabe tan mal a uno estar metido hasta el cuello entre las corrientes del Mediterráneo, mientras en Centroamérica la mayoría de la gente busca seguridad en un plato de comida.
A veces uno se pregunta cómo llegamos hasta aquí.
La respuesta es larga con respecto al viaje, pero inmensamente corta de frente a la realidad de Cuba, país en el que la vida te pasa por delante con extrema lentitud, y con esa misma velocidad se consiguen los básicos maravedíes para poder vivir. No todo el mundo tiene la suerte de nacer en democracia. Ni, aun así, no todos tienen la suerte de nacer con una ganadería como patrimonio.
Es ridículo el papel de Zelaya. No sé bien por qué este hombre me sigue detrás, pero lo voy a descubrir pronto. Todavía tengo en la cabeza dando vueltas sus palabras desde el avión, dirigiéndose a su gente. Invitaba a los de su pueblo natal a que dejaran las pistolas en casa, ya que allí es muy normal, siendo vaqueros, portar un revólver en la cintura.
Me pareció que estaba viendo una película del oeste, con el polvo rojo pegándose en mis pestañas.
Ayer abrí un periódico digital hondureño donde señalaban a un manifestante pro Zelaya armado. La verdad es que en la foto no se ve muy bien la pistola.
Y hoy abrí un periódico digital catalán donde se decía que Zelaya, escondido en Managua, ayer visitó un centro comercial de esa capital para comprar un sombrero rural nuevo, supuestamente, digo yo, para llevarlo a su encuentro con Hillary Clinton en EEUU.
No sé por qué me gusta ser monotemático. ¿Será porque conozco el paño?
Dejo -de momento- estas reflexiones aquí. Intentaré dedicarme a mis fantasmas locales, a buscarlos en el mar, porque ahí están todos, agazapados en la liquidez.

lunes, 6 de julio de 2009

Alguien no me quiere comprender



Dormí poco. Me despertó el calor y la resaca del bautizo. Al despertarme, sobre las once de la mañana –hora peninsular española-, volví al blog y me encontré una extensa nota de alguien que dice ser periodista hondureño. Expresa su inconformidad con mi punto de vista. Me señala como resentido por haber tenido que emigrar de Cuba sólo por dificultades económicas –léase, supongo, por culpa del bloqueo yanqui-; me indica una parcialidad en el conflicto hondureño, a favor de los golpistas, mientras, dice, la gente está siendo reprimida en la calle.
La nota de este corresponsal es muy extensa y puede leerse más abajo, en la sección de comentarios del post “Esperando a Zelaya”. Con toda la desesperación que se debe estar viviendo en Honduras, en la capital principalmente, mi colega centroamericano se toma todo su tiempo para escribir largas parrafadas propagandísticas. No entiendo cómo se puede tener la sangre tan fría. Pero, aún así, me trata con familiaridad, como si me conociera de toda la vida. ¿Es que acaso me conoce?
A ver, colega, vamos a poner las cosas claras:
En primer lugar, yo no estoy aquí porque sea un emigrante económico, aunque algún dinerito supe que me buscaría en España trabajando como cualquier obrero o en la esfera de los servicios. Estoy aquí porque un buen día descubrí la manipulación política en sus más altos niveles, la censura, la falta de derechos humanos, la falta de libertad de movimientos, y un largo etcétera. Y sí, me autodefino exiliado porque la dictadura cubana se reserva el derecho de decidir el destino de mi vivienda –construida por mi familia antes de la revolución-, así como el destino de mi vida en general, ya que, por ley, no puedo vivir más en mi país, solo puedo ir de visita como ¿turista? 21 días. Luego, me echan.
Ah, y primero me castigaron cinco años sin poder retornar ni como visitante, período en el que, desgraciadamente, murió mi padre.
Pero bien, no es hora de explicarlo todo. Así que el segundo, tercer y cuarto lugares de este esclarecimiento lo dejo para otra oportunidad.
Llegado este punto considero necesario declararme contrario al golpe militar y sus consecuencias en la población civil.
También denuncio al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, por aprovechar el cuartelazo para hacer su juego político, con Zelaya como primer actor, y con los seguidores de éste jugándose la vida delante de las balas.
Me gustaría invitar a los lectores a pasar por este enlace de un amigo que, satíricamente, recrea los días en que el gobierno cubano utilizaba a Tegucigalpa como base de operaciones de espionaje.

domingo, 5 de julio de 2009

Esperando a Godot



Llegué a mi casa a las once de la noche y todavía no tenía noticias de dónde estaba Zelaya. Ni los portales españoles de noticias en internet, ni la televisión de este país, incluyendo a la CNN en español, daban cuenta del asunto.
Según mis cálculos, el presidente depuesto debía estar adentro de un avión, pero, ¿dónde estaba ese avión?
Me pareció extraño que nadie dijera nada, rozando la una y media de la madrugada –hora española- de hoy día 6. Hasta que llegué a un fórum de internet colgado en un cajetín de la derecha de la página digital de El País, donde la gente indicaba que lo que estaba sucediendo podía encontrarse en una transmisión en directo de Telesur.
¿Telesur?
Sí, la tele chavista.
Chávez lo estaba contando todo a su manera en tiempo real. Tenía una cámara y una reportera en el aeropuerto internacional de Toncontín, en Tegucigalpa, Honduras, y un periodista en el avión donde iba Zelaya, lo que indica, lógicamente, que la nave era del ejército venezolano. Llegué a tiempo a la transmisión para ver el aparato sobrevolar el aeropuerto. Tremendo numerito se montó Chávez: Puso a Zelaya a hablar y éste no se notó tan emocionado como se debía esperar. Estaba tranquilo. Con él viajaba el presidente de la Asamblea General de la ONU, Miguel d’Escoto, y un médico. Luego habló el piloto.
-No podemos aterrizar. La pista está bloqueada-dijo.
Me pregunto qué esperaban. ¿Que estuviera el camino regado de flores?
El avión, en efecto, no pudo aterrizar. Dio un par de vueltas y se perdió de vista. Los que estaban por los alrededores del aeropuerto, aplaudieron, al lado de la cámara.
Creo que la cámara estaba emplazada en una colina y hacía acercamientos a la pista de aterrizaje. Se veían los vehículos militares transitar por la amplia explanada.
Volvió a hablar Zelaya, inquirido siempre por una periodista de nombre Marcela con cierto acento argentino.
-¿Hacia dónde se dirige ahora, presidente?-preguntó.
-Vamos a aterrizar en Managua-explicó calmadísimo Zelaya.
Llegaron al aeropuerto internacional de Managua y tomó la palabra Chávez. Éste explicó que el operativo fue preparado por teléfono a cuatro bandas entre él mismo, Daniel Ortega, Zelaya y Fidel Castro.
El jet había despegado en Washington, y cuatro horas más tarde estaba rondando el cielo hondureño. Unos veinte minutos a continuación, aterrizaban en Managua. Estando allí, la periodista que llevaba el hilo conductor recordó que en El Salvador estaba esperando la presidenta de Argentina. Se pusieron las pilas entonces y tomaron el camino hacia el aeropuerto internacional de Comalapa, en el vecino país.
El show terminó en San Salvador, con la televisión venezolana transmitiendo en directo las imágenes exclusivas de cuando a Manuel Zelaya se le ocurrió regresar a su país después de ser expulsado. Don Manuel fue listo y cerró él las transmisiones diciendo que volverá a intentarlo, por aire, tierra o mar. No sabe cómo, pero volverá.
Me fui a la cama, pues, esperando a Godot, ya que Zelaya tenía su misión cumplida. Yo, honestamente, después de este numerito creo que no volverá.


Nota. Al cierre de esta edición, las noticias de los portales de internet de España daban el hecho, por fin, con un saldo de un muerto y varios heridos que intentaron adentrarse en el aeropuerto. Telesur continuaba dando su cifra de dos muertos.




Esperando a Zelaya




Hace mucho que no se vivía una situación internacional tan absurda como la que se ha desatado por la deposición de Manuel Zelaya. Esta palabra, deposición, no me gusta nada. Siempre me remite a la parte fea, pero necesaria, de la purga de los intestinos. Buscaré en el diccionario si existen acepciones. Mientras tanto, alboreando con un café en la terraza de mi casa, hoy domingo sigo a la espera del regreso de Zelaya a Honduras.
Es un conflicto interesante: el mundo diplomático lo apoya y el 60 por ciento de la población hondureña no.
Cuando yo vuelva esta noche, luego de un largo día de bautizo familiar, copas licoreras en el aire, fotos, princesas domingueras de la nueva Cataluña, chistes verdes que siempre se hacen con los postres, modelitos de rebajas estrenándose, alegría, alegría para olvidar lo paralizado que está el mercado laboral, empanadillas caseras, un pelotazo de whisky, apretones de manos, niños corriendo, ardentía en la piel, reencuentros y besos, en fin, al final de la noche ya estará la noticia servida hace rato.
Solo pienso en Samuel Beckett mientras me preparo para salir, mientras me ducho, porque es absurdo que el burgués de Zelaya se haga ahora la víctima, con su look de cowboy de medianoche, y su bigote pintado. Él se ha buscado todo este rollo por cambia casaca, por arrimarse a un bufón trasnochado asegurándose unos cuantos petrodólares debajo del colchón.
No creo que su esperador principal, Micheletti, sea un santo. Pero está claro que Zelaya es un oportunista que ha preferido –lógico de su perfil- regresar escoltado. Si es que regresa.

jueves, 2 de julio de 2009

Rebajas de verano



Según le dijo una a otra, llevaba sudada la ropa interior y las plantas de los pies. Nadie podía dar crédito de eso excepto ella, aunque ¿quién se atrevería a ponerlo en duda?
En la calle no se podía estar. Un termómetro del Portal del Ángel, que simula un mercurio alargado en la fachada de una óptica, marcaba exactamente los 38 grados prometidos por el observatorio. El registro no daba cuentas de la humedad realtiva, trepada al 85 por ciento típico de Barcelona. Un mar de gente chancleteaba las calles del centro con la ropa cortica. Bermudas había pocas, para qué engañarnos. Minifaldas y pantalones cortos, tan cortos como pudo resarcir la tijera. En ese vaivén de confecciones se aplastaba una luz solar que hacía el papel del castigo, colándose por las milimétricas porciones de aire que quedaba entre unos y otros.
La misma voz que no paraba, sugirió subir a unos grandes almacenes para ver si allí corría más el aire. No iban a comprar nada. Solo a mirar y darle a la lengua.
-Hay otras tiendas más actuales, más fashion-dijo la otra.
-Es que a mí El Corte Inglés me pone.
-Nunca imaginé que El Corte Inglés pusiera a alguien.
-Es que aquí me acariciaron de arriba hacia abajo en un probador-confesó la de la voz cantante.
-¿Caricias nada más?-preguntó la más tranquila.
-Bueno, hubo más, pero no te lo voy a contar.
Los probadores de El Corte Inglés, en efecto, son más íntimos que los de las demás tiendas. Tienen más seguridad, más privacidad, pero menos glamour. Con tal de vender, dejan llegar al acompañante hasta lo más profundo del sitio, hasta las paredes más internas del edificio. No hay cámaras. No puede haberlas. Y nadie te escucha detrás de la cortina. No hay cortinas. Tienen puertas. Y las puertas quizá tengan cerrojos.
Con la mejoría del aire acondicionado, se olvidaron de que estaban en un almacén gigante. Continuaban plácidamente recostadas a una barandilla de la escalera, cuando se les acercó un jefe de planta, joven, apuesto.
-¿Les puedo ayudar en algo?
Sorprendidas, los subconscientes de las dos amigas pensaron sí a coro, pero acto seguido las chicas se mordieron la lengua y dijeron que no.
-Ustedes se lo pierden. Buenas tardes-se despidió el hombre.
Las dos muchachas siguieron ahí, haciendo tiempo y refrescando sus respectivas lencerías.

miércoles, 1 de julio de 2009

Pina Bausch in memorian



Caminaba hacia las escaleras eléctricas de la línea 5, para salir a la calle, cuando me reclamaron por la espalda. Entonces me giré, todavía dudando de quién me podría llamar en esta ciudad por mi apodo antiquísimo, lejos, muy lejos de aquellos años y aquellas calles de La Habana.
La voz provenía de un bailarín de danza contemporánea que había sido el partenaire de mi ex esposa. Nos encontramos en el andén de un metro de Barcelona, después de al menos quince años.
Cuando lo vi me pasó por delante una retahíla de fotogramas rayados que yo no tenía preparada. En aquella época me dedicaba a hacer fotos de teatro y danza con una cámara bastante ruidosa, siempre a luz ambiente. Con un teleobjetivo de cien milímetros que abría bastante poco el diafragma, con hongos estáticos en las lentes –algo bastante posible en una isla con un 90 por ciento de humedad-, pero fuerte, preparado para la guerra. Era de rosca, de rosca rusa, porque mi cámara era una Zenit.
A través de ese teleobjetivo espié a mi ex mujer cuando se cambiaba de vestuario en los laterales de los teatros, ya que me situaba casi siempre con los codos apoyados en proscenio, buscando ángulos aparentemente muertos. Ella no quería bailar. Tenía miedo entrar a las tablas de un coliseo, y se había dedicado al magisterio de la danza, pero insistí tanto que logré darle ánimos y se puede decir que la subí allá arriba donde todo el mundo te ve. Coincidentemente, esto ocurrió por los días en que nos divorciábamos. En esos años yo no comprendía que la belleza y plasticidad del baile podían ser incompatible con la armonía de los caracteres de las personas.
Mediante una lente de largo alcance, capté la imagen –ahora perdida en los rastros que dejé en La Habana- de mi ex sosteniendo en peso, en brazos, a su partenaire. En el momento de realizar la foto no pensé. Cuando la estaba revelando tampoco. Al imprimirla en papel comencé a relacionarla con sus contracturas musculares.
El teatro –y más la danza- tiene la virtud de transformar los cuerpos en volúmenes precisos para crear una ilusión óptica, lo que, a veces, no se tiene en cuenta es que la realidad es otra.
Tuve que aprender a masajear su espalda –sobre todo la espalda- para aliviarla en las pocas horas que tenía para descansar. Entonces hilvané sus contracturas con la imagen perfecta de detrás del visor. A ella nunca se le ocurrió reivindicar las leyes de la física, sino que se crecía y luego se contentaba con los aplausos. Y no era la única.
Su grupo de danza-teatro se inspiraba en los cánones de la alemana Pina Bausch, para que después nadie diga que en Cuba no se estaba al tanto de las últimas tendencias.
No sé cuántas veces, muchas, eso sí, la pequeña y rabiosa que fue mi mujer tuvo que sostener el peso de su partenaire, un muchacho elegante y buen bailarín que me rescató de entre la muchedumbre, la prisa y el mecanicismo de una línea de metro vulgar.
En aquel momento, ante el asombro de verlo ahí, y el desconcierto de escuchar mi apodo, el primer nombre que me vino a la mente fue el de Pina Bausch.
Ayer dieron la noticia de la muerte, a los 68 años, de esta importantísima coreógrafa.