domingo, 12 de agosto de 2007

No sé bien cómo era, pero lo recuerdo



Callado, dominando el paso del tiempo. Arreglado, enderezando el sinsentido de la dejadez. Observador, prestancia de unos pocos que le servía para tomar notas. Peinado hacia atrás, vestido de limpio, calzado con cordones, planchado con una línea recta, espigado cuando caminaba por las rampas, sujetado a un portafolios negro. Traspiraba colonia, o sugería ese frescor. Los dedos largos, los brazos largos, las piernas, el cuello. Extrema delgadez, rectitud en la figura. Genio por definición física, la de los genios arreglados. ¿Qué dirían sus notas? ¿Qué papeles estaban en su portafolios? ¿Qué caligrafía impresa en los papeles? Una alianza de oro entre sus dedos lucía excelsa, complemento. ¿Cómo era su voz? ¿Cómo se sentía la unión con su mano en el saludo? ¿Cómo pudo superar que lo marginaran por el sólo hecho de creer en Dios? ¿Lo soportó? Llevaba, pongamos, setenta años asistiendo al trabajo a las ocho de la mañana, dándole la vuelta a la noticia para que se pudiera publicar. Difícil tarea en un clima censurado por los cuatro vientos; pero a las letras se les saca filo, se les corta capas, se les forra, si no, con papel de cebolla. Invirtió la pirámide que ya estaba invertida. Funcionó. La volvió a invertir, y así hasta el infinito. Hasta que Dios lo quiso. Las palabras, supongo, pudieron superponerse en sus manos creando espejismos. Las oraciones, las preguntas clásicas de los manuales de periodismo fueron a darle la vuelta al mundo. De regreso, lo encontraron trabajando con las copias de las palabras, que antes habían sido viajantes en la estructura de un cuerpo informativo. Trabajó el reciclaje con elegancia, con estilo antiguo, sin degradarse. Todo esto lo supongo, porque jamás nos dirigimos la palabra. Estábamos muy lejos en el tiempo y casi nunca coincidimos en el espacio. Recuerdo su guayabera, impoluta y avejentada. Con mangas largas, abotonadas. Un reloj de manecillas con diseño convencional, sujetado a la muñeca por correas antiguas, limpias. Uno es un todo y él, específicamente, no merece el retrato de lo que se dice en una parte. Seguimos leyendo noticias de muertes porque el tiempo pasa. Hay unas que duelen más y otras que resbalan. Con ese apellido tan rompedor en el ambiente del Caribe, Juan Emilio Friguls llegó hasta los 88, hoy dice el periódico. Cuando comenzó en Radio Reloj a construir sus despachos de noticia, ya estaba de regreso en la profesión. Y yo, que tengo 40, aún no había nacido. No sé bien. Las cuentas no me salen.

Verano 2007

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