Un emigrante nigeriano –inmigrante, diría la prensa regional y la nacional- entró a una sucursal bancaria para utilizar el cajero automático. Cuando iba a colocar la tarjeta de débito en la ranura correspondiente, vio que en la ranura por donde sale el dinero había un paquete de billetes. Lo retiró y, alarmado, contó 800 euros.
Si el hombre tiene trabajo en España, esa cantidad correspondería a un salario normal y corriente, una mesada que para él significaría una fortuna. Sin pensarlo dos veces, salió a la calle porque la oficina donde utilizó el cajero estaba cerrada. Era sábado, un sábado apacible de comienzos de otoño.
Se dirigió caminando a la comisaría más cercana de la localidad de Manresa, en el interior de la geografía catalana. Allí se presentó con el fajo de billetes y narró lo ocurrido, agregando que su religión no le permitía apoderarse de algo ajeno.
Paralelamente, en la ciudad de Barcelona, un periodista de La Vanguardia está apostado en la recepción de un hotel céntrico. Su objetivo es entrevistar a la mujer asturiana que, horas antes, había recibido el más reciente Premio Planeta de novela, dotando con unos 600 mil euros. La escritora, bella y discreta, baja de sus aposentos y se coloca en un sofá azul para ser entrevistada, como si el mueble fuera un inmenso mar tranquilo por donde navega la búsqueda de la felicidad.
Su novela recoge la historia de una mujer caboverdiana que llegó a Asturias para trabajar en el servicio doméstico. Planchar, lavar, cuidar a unos niños, en fin, hacerle la vida más cómoda y llevadera a una familia española carente de tiempo para esas cosas. Con el dinero de su trabajo, la asistenta del hogar sacará adelante a sus hijos que están lejos, les pagará sus estudios.
Según la ganadora del Planeta, quien no escribía una novela en mucho tiempo, el espíritu y la fuerza de su empleada doméstica, su biografía marcada por los abusos de toda índole, le van tejiendo un argumento en la cabeza hasta que, con la autorización de la emigrante –inmigrante, vista por la prensa española- construye un texto novelado y lo presenta a concurso. Es por ello que el dinero del Planeta se repartirá con la dueña de la historia, aseguró la esbelta mujer laureada.
Habría que entrevistar ahora a la mujer de Cabo Verde para ver qué piensa de todo esto. Ella se marchó a Portugal y allí se volvió a colocar como “chacha”, en un país que habla su propia lengua.
Yo en su lugar no daría entrevistas y no contaría a nadie lejano qué va a hacer con el dinero, al igual que ha hecho el joven de Nigeria que no buscó publicidad y entregó silenciosamente en comisaría lo que no es suyo. Aunque al final siempre hay un periodista por ahí que encuentra la noticia. Lo más asombroso de estas “pinceladas” ocurridas este fin de semana es que la ganadora del Planeta haya decidido compartir el metálico premio, aunque no ha dicho el porcentaje de la repartición. Yo ella hubiera hecho lo mismo. No estaría con la conciencia tranquila el resto de mi vida.
Si el hombre tiene trabajo en España, esa cantidad correspondería a un salario normal y corriente, una mesada que para él significaría una fortuna. Sin pensarlo dos veces, salió a la calle porque la oficina donde utilizó el cajero estaba cerrada. Era sábado, un sábado apacible de comienzos de otoño.
Se dirigió caminando a la comisaría más cercana de la localidad de Manresa, en el interior de la geografía catalana. Allí se presentó con el fajo de billetes y narró lo ocurrido, agregando que su religión no le permitía apoderarse de algo ajeno.
Paralelamente, en la ciudad de Barcelona, un periodista de La Vanguardia está apostado en la recepción de un hotel céntrico. Su objetivo es entrevistar a la mujer asturiana que, horas antes, había recibido el más reciente Premio Planeta de novela, dotando con unos 600 mil euros. La escritora, bella y discreta, baja de sus aposentos y se coloca en un sofá azul para ser entrevistada, como si el mueble fuera un inmenso mar tranquilo por donde navega la búsqueda de la felicidad.
Su novela recoge la historia de una mujer caboverdiana que llegó a Asturias para trabajar en el servicio doméstico. Planchar, lavar, cuidar a unos niños, en fin, hacerle la vida más cómoda y llevadera a una familia española carente de tiempo para esas cosas. Con el dinero de su trabajo, la asistenta del hogar sacará adelante a sus hijos que están lejos, les pagará sus estudios.
Según la ganadora del Planeta, quien no escribía una novela en mucho tiempo, el espíritu y la fuerza de su empleada doméstica, su biografía marcada por los abusos de toda índole, le van tejiendo un argumento en la cabeza hasta que, con la autorización de la emigrante –inmigrante, vista por la prensa española- construye un texto novelado y lo presenta a concurso. Es por ello que el dinero del Planeta se repartirá con la dueña de la historia, aseguró la esbelta mujer laureada.
Habría que entrevistar ahora a la mujer de Cabo Verde para ver qué piensa de todo esto. Ella se marchó a Portugal y allí se volvió a colocar como “chacha”, en un país que habla su propia lengua.
Yo en su lugar no daría entrevistas y no contaría a nadie lejano qué va a hacer con el dinero, al igual que ha hecho el joven de Nigeria que no buscó publicidad y entregó silenciosamente en comisaría lo que no es suyo. Aunque al final siempre hay un periodista por ahí que encuentra la noticia. Lo más asombroso de estas “pinceladas” ocurridas este fin de semana es que la ganadora del Planeta haya decidido compartir el metálico premio, aunque no ha dicho el porcentaje de la repartición. Yo ella hubiera hecho lo mismo. No estaría con la conciencia tranquila el resto de mi vida.
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