Asignatura pendiente, según José Luis García Paneque, uno de presos políticos cubanos excarcelados la pasada semana
Si yo estuviera en su piel, me encerraría entre cuatro paredes durante mucho tiempo una vez conseguida la libertad. Pero todo el mundo no es así. Hay gente como él que, por suerte para la democracia, están dispuestos a narrar sus siete años entre rejas, vejado, maltratado física y psíquicamente. Su mirada se pierde en un punto de la pared de enfrente, se queda clavada ahí durante el tiempo que permanece en la mesa de exposición. Incluso cuando habla, pausado y sereno. No sé cómo lo logra.
Ha perdido casi cuarenta kilos corporales desde que se lo llevaron preso en 2003 por escribir notas de prensa calificadas por el gobierno cubano de subversivas. Ha estado en las peores condiciones de confinamiento, lo que le produjo una desnutrición y una enfermedad crónica de absorción intestinal. La semana pasada lo llamó el Cardenal Jaime Ortega, máxima autoridad católica en la isla, y le preguntó si quería viajar a España. Él dijo que sí.
Sabía que iba a ser deportado, sin derecho a regresar a Cuba expresado literalmente en su pasaporte. Luego de ser encarcelado injustamente, sin garantías procesales, le cambiaron su libertad por el exilio. Acaba de conocer Barcelona en unas condiciones personales paupérrimas, viendo pero no contemplando. No tiene todavía capacidad para observar nada más que no sea una línea recta, un camino y sus respectivas bifurcaciones. Parecía ido en una jornada a favor de la democracia en Cuba que organizó el pasado viernes el partido Convergéncia Democrática de Catalunya, en su sede de esta ciudad.
Luego lo llevaron a cenar caminando por las bellas calles del Eixample, pero José Luis García Panque, un cirujano plástico de mi edad, de mi generación, nacido en 1965, no tiene tiempo para comprender que está ahí donde está, libre, en una de las ciudades más atractivas de Europa, en la cuna del modernismo catalán, en la frontera con Francia, en uno de los corazones de ese Mediterráneo que nos contó Joan Manuel Serrat a través de la música.
“Lo que ha sucedido ahora no es producto del azar”, dijo mirando a un infinito impreciso. “Soy uno de los hombres que Fariñas quería ver en libertad para entonces poner término a su huelga de hambre. Me siento en deuda con él”.
“Vivimos en una sociedad enferma que lleva 50 años en crisis. Ha sido un goteo lento. Pero no queremos ni mucho menos que desemboque en violencia. Somos una oposición pobre en recursos pero no en ideas. Lo primero que habría que hacer es emprender una campaña de alfabetización sobre la democracia, ya que los cubanos no sabemos nada de esa asignatura. A partir de ahí ya podríamos comenzar…”.
Cuando se bajó del podio me pasó por al lado porque yo estaba en las primeras filas. Le extendí la mano derecha y le di las gracias en nombre de los que nos fuimos tarde o temprano de aquella isla, huyendo de un sistema bárbaro preñado de cancerberos, aunque duela decirlo. Me miró sin palabras, en breves segundos, e hizo una señal de perdón ladeando la cabeza. Como si dijera que él también me acompaña en sus sentimientos.
Pocos minutos antes, en la misma mesa, Iñaki Anasagasti, senador por el Partido Nacionalista Vasco, nos había dicho de buena tinta que Moratinos, el canciller español, mediador en el programa de excarcelaciones, había disfrutado el partido de fútbol de España contra Alemania en compañía de Raúl Castro. Precisamente ese día estaba en proceso la liberación de José Luis García Pacheco y otra decena de cautivos cubanos que no habían hecho nada más que decir en voz alta su opinión.
No me explico cómo se puede frivolizar tan fácilmente una cuestión de vida o muerte.
Desde este espacio doy la bienvenida a los excarcelados que llegan a España; o sea, doy la bienvenida a nuestros verdaderos héroes.
Ha perdido casi cuarenta kilos corporales desde que se lo llevaron preso en 2003 por escribir notas de prensa calificadas por el gobierno cubano de subversivas. Ha estado en las peores condiciones de confinamiento, lo que le produjo una desnutrición y una enfermedad crónica de absorción intestinal. La semana pasada lo llamó el Cardenal Jaime Ortega, máxima autoridad católica en la isla, y le preguntó si quería viajar a España. Él dijo que sí.
Sabía que iba a ser deportado, sin derecho a regresar a Cuba expresado literalmente en su pasaporte. Luego de ser encarcelado injustamente, sin garantías procesales, le cambiaron su libertad por el exilio. Acaba de conocer Barcelona en unas condiciones personales paupérrimas, viendo pero no contemplando. No tiene todavía capacidad para observar nada más que no sea una línea recta, un camino y sus respectivas bifurcaciones. Parecía ido en una jornada a favor de la democracia en Cuba que organizó el pasado viernes el partido Convergéncia Democrática de Catalunya, en su sede de esta ciudad.
Luego lo llevaron a cenar caminando por las bellas calles del Eixample, pero José Luis García Panque, un cirujano plástico de mi edad, de mi generación, nacido en 1965, no tiene tiempo para comprender que está ahí donde está, libre, en una de las ciudades más atractivas de Europa, en la cuna del modernismo catalán, en la frontera con Francia, en uno de los corazones de ese Mediterráneo que nos contó Joan Manuel Serrat a través de la música.
“Lo que ha sucedido ahora no es producto del azar”, dijo mirando a un infinito impreciso. “Soy uno de los hombres que Fariñas quería ver en libertad para entonces poner término a su huelga de hambre. Me siento en deuda con él”.
“Vivimos en una sociedad enferma que lleva 50 años en crisis. Ha sido un goteo lento. Pero no queremos ni mucho menos que desemboque en violencia. Somos una oposición pobre en recursos pero no en ideas. Lo primero que habría que hacer es emprender una campaña de alfabetización sobre la democracia, ya que los cubanos no sabemos nada de esa asignatura. A partir de ahí ya podríamos comenzar…”.
Cuando se bajó del podio me pasó por al lado porque yo estaba en las primeras filas. Le extendí la mano derecha y le di las gracias en nombre de los que nos fuimos tarde o temprano de aquella isla, huyendo de un sistema bárbaro preñado de cancerberos, aunque duela decirlo. Me miró sin palabras, en breves segundos, e hizo una señal de perdón ladeando la cabeza. Como si dijera que él también me acompaña en sus sentimientos.
Pocos minutos antes, en la misma mesa, Iñaki Anasagasti, senador por el Partido Nacionalista Vasco, nos había dicho de buena tinta que Moratinos, el canciller español, mediador en el programa de excarcelaciones, había disfrutado el partido de fútbol de España contra Alemania en compañía de Raúl Castro. Precisamente ese día estaba en proceso la liberación de José Luis García Pacheco y otra decena de cautivos cubanos que no habían hecho nada más que decir en voz alta su opinión.
No me explico cómo se puede frivolizar tan fácilmente una cuestión de vida o muerte.
Desde este espacio doy la bienvenida a los excarcelados que llegan a España; o sea, doy la bienvenida a nuestros verdaderos héroes.
Foto del autor
José Luis García Paneque, a la izquierda, comparte mesa con Juli Minoves, diplomático andorrano que ha seguido de cerca la situación política de Cuba.
Aquí podrá ver un video de Televisión Española con una entrevista a José Luis García Paneque y su compañero de viaje, Pablo Pacheco.
José Luis García Paneque, a la izquierda, comparte mesa con Juli Minoves, diplomático andorrano que ha seguido de cerca la situación política de Cuba.
Aquí podrá ver un video de Televisión Española con una entrevista a José Luis García Paneque y su compañero de viaje, Pablo Pacheco.
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