Rebajas de enero (I)
Una muchacha de unos treinta años, con el cabello corto, pelirroja, los ojos verdes del color del fondo de una botella, más bien delgada, con un tejano ceñido al cuerpo, corto de tiro –el tejano-, botas de piel de punta fina, de un marrón intenso; una chaqueta torera también marrón cerrada hasta el cuello, un bolso pequeño a juego, y un aire de seguridad conjuntado entró a una tienda en el horario de la tarde/ noche. Dejaba atrás su trabajo ordinario. Colocó cierta altanería por delante de su piel; echó a andar afincando fuerte los tacones, taladrándolos, dentro del establecimiento de su propio barrio que, a esa hora, reunía buena parte de las amas de casa del vecindario. Se sintió algo superior, bella, distinguida, y el vendedor que la vio entrar saltó su mirada por encima de todas para clavársela a ella.
La joven aprovechó la oportunidad. Miró fijamente al empleado hasta alcanzar el mostrador. Una vez allí, a secas, sin ofrecer las buenas tardes, le comunicó:
-Quiero que me muestres un aspirador que tienes rebajado en el escaparate.
El tendero obvió todo asunto que tenía en las manos para dedicarse a la chica. Dijo en voz alta que aquella era una clienta que había pasado antes, que lo perdonaran. Y no esperó respuesta. Dio la vuelta para llevar a la ninfa hasta la vidriera y, una vez lejos de todos los oídos de la localidad, ensayar una venta sui géneris. La había visto antes. Meses antes. De vez en cuando ella se paseaba por el recinto, miraba y se marchaba, taconeando. Cristina, nombre imaginario, dejaba siempre un perfume envolvente pegado a las paredes del comercio y a las canalizaciones del aire acondicionado. Lo asombroso era aquella fragancia firme a esas horas. Era producto de un retoque, a propósito, quiso elucubrar el disciplinado dependiente. Esta vez prefirió el riesgo de que le llegara una hoja de reclamaciones por parte de alguien de la cola. Sin embargo, por primera vez, la efímera mujer iba a comprar algo.
Cuando se detuvieron frente al aparato de la vitrina, ella no lo dejó hablar:
-Lo vengo observando hace tiempo. Y siempre me pareció muy caro. Ahora quiero aprovechar las rebajas de precios para llevármelo. ¿Me podría explicar cómo funciona?- argumentó señalando el artefacto.
-Es muy sencillo. No tienes que preocuparte por las bolsas de recambio, porque no lleva bolsas…
-Sí, eso lo sé. Pero me gustaría saber más cosas…-lo cortó de golpe, aunque su voz era tan femenina, tan bien entonada que el hombre se recuperó enseguida.
-Te voy a ser sincero. Yo no sé mucho de aspiradores. Hasta hace muy poco tiempo vendía cámaras fotográficas…Aunque, si no te corre prisa, podemos mirar el manual de instrucciones entre los dos.
-Tengo algo de prisa. Me bastaría con un par de datos y su garantía.
-Mira: la mejor manera de que yo conozca bien este equipo es probándolo…-se insinuó él dejando un campo abierto para que la chica lo invitara a su casa.
-¿Es un ciclón, no?-intercaló la supuesta Cristina. El empleado sabía que la pregunta era referente al modelo del aparato, pero no podía perder la ocasión, dominando su sistema nervioso porque tenía pocos minutos para atenderla y no dejar el resto de la clientela de la mano de Dios.
-Sí, soy un ciclón, o una depresión tropical según el día. De lo que sí puedes estar segura es de que produzco rachas de viento de más de 120 kilómetros por hora, y de que dejo rastros profundos, aunque actúo por temporadas. Soy un viento huracanado que lleva consigo fuertes rachas de lluvia.
La pelirroja desmarcó su actitud de clienta; dejó escapar una sonrisa, un brillo en los ojos. Sus cachetes se colorearon de un tono rosado. Quedó algo desconcertada, atrapada en una dinámica de ventas que jamás imaginó, en una circunstancia incómoda en el entorno de su propio barrio, adonde llegaba cada día a esa hora exhausta, con deseos de meterse en el sofá a desconectar comiéndose un bocadillo y un zumo de frutas. La ruptura provocó en ella un deseo de vivir el color de la alegría, pero su timidez luchaba contra su apetito. Prefirió el camino de la reciprocidad simulada, dejando entre líneas una conversación que podría sumarle un amante o un amigo.
-¿Cuántos años de garantía tiene?-, por fin articuló su respuesta, sonriendo todavía.
-Lo que se dice garantía…unos veinte más, porque tengo cuarenta cumplidos. No me gusta ser absoluto.
-¡Uf, me estás poniendo nerviosa! Vale, pónmelo. Lo necesito para mi casa lo antes posible. Espero que esté garantizado. Si me sale malo o me resulta complicado de usar te llamaré a la tienda al instante.
-Llévatelo con toda confianza, de verdad, la bajada de precio es porque está de liquidación…Tiene 2200 vatios de potencia. Es fuerte, deslizante, con mango telescópico de acero inoxidable, carcasa transparente, atractivo diseño, ligero y sólido a la vez.
Mientras le cobraba detrás del mostrador central, dedicó un par de sonrisas a unas clientas que comenzaban a poner cara de enfado. Trató de controlar la situación simulando un concepto de ventas detallado que se utiliza en las tiendas de barrios, con amabilidad, cercanía, nombrando a la gente por su propia gracia. Ató la caja del aspirador con una cuerda cruzada y se lo entregó en las manos, ahora bajando un poco la voz para decirle, casi al oído, a la muchacha:
-Si hay algo que no entiendas, me llamas. En el ticket de compra está el teléfono de la tienda. Ah, y no te preocupes si no tienes café, pues ya a estas horas no suelo tomar.
Volvió a sonreír la pelirroja otra vez con los pómulos coloreados. Le dio la espalda a la circunstancia y se alejó repiqueteando el suelo de mármol con sus botas y sus caderas batientes. Una manera de decir Adiós que el empleado había visto alguna vez.
(Continuará…)
Una muchacha de unos treinta años, con el cabello corto, pelirroja, los ojos verdes del color del fondo de una botella, más bien delgada, con un tejano ceñido al cuerpo, corto de tiro –el tejano-, botas de piel de punta fina, de un marrón intenso; una chaqueta torera también marrón cerrada hasta el cuello, un bolso pequeño a juego, y un aire de seguridad conjuntado entró a una tienda en el horario de la tarde/ noche. Dejaba atrás su trabajo ordinario. Colocó cierta altanería por delante de su piel; echó a andar afincando fuerte los tacones, taladrándolos, dentro del establecimiento de su propio barrio que, a esa hora, reunía buena parte de las amas de casa del vecindario. Se sintió algo superior, bella, distinguida, y el vendedor que la vio entrar saltó su mirada por encima de todas para clavársela a ella.
La joven aprovechó la oportunidad. Miró fijamente al empleado hasta alcanzar el mostrador. Una vez allí, a secas, sin ofrecer las buenas tardes, le comunicó:
-Quiero que me muestres un aspirador que tienes rebajado en el escaparate.
El tendero obvió todo asunto que tenía en las manos para dedicarse a la chica. Dijo en voz alta que aquella era una clienta que había pasado antes, que lo perdonaran. Y no esperó respuesta. Dio la vuelta para llevar a la ninfa hasta la vidriera y, una vez lejos de todos los oídos de la localidad, ensayar una venta sui géneris. La había visto antes. Meses antes. De vez en cuando ella se paseaba por el recinto, miraba y se marchaba, taconeando. Cristina, nombre imaginario, dejaba siempre un perfume envolvente pegado a las paredes del comercio y a las canalizaciones del aire acondicionado. Lo asombroso era aquella fragancia firme a esas horas. Era producto de un retoque, a propósito, quiso elucubrar el disciplinado dependiente. Esta vez prefirió el riesgo de que le llegara una hoja de reclamaciones por parte de alguien de la cola. Sin embargo, por primera vez, la efímera mujer iba a comprar algo.
Cuando se detuvieron frente al aparato de la vitrina, ella no lo dejó hablar:
-Lo vengo observando hace tiempo. Y siempre me pareció muy caro. Ahora quiero aprovechar las rebajas de precios para llevármelo. ¿Me podría explicar cómo funciona?- argumentó señalando el artefacto.
-Es muy sencillo. No tienes que preocuparte por las bolsas de recambio, porque no lleva bolsas…
-Sí, eso lo sé. Pero me gustaría saber más cosas…-lo cortó de golpe, aunque su voz era tan femenina, tan bien entonada que el hombre se recuperó enseguida.
-Te voy a ser sincero. Yo no sé mucho de aspiradores. Hasta hace muy poco tiempo vendía cámaras fotográficas…Aunque, si no te corre prisa, podemos mirar el manual de instrucciones entre los dos.
-Tengo algo de prisa. Me bastaría con un par de datos y su garantía.
-Mira: la mejor manera de que yo conozca bien este equipo es probándolo…-se insinuó él dejando un campo abierto para que la chica lo invitara a su casa.
-¿Es un ciclón, no?-intercaló la supuesta Cristina. El empleado sabía que la pregunta era referente al modelo del aparato, pero no podía perder la ocasión, dominando su sistema nervioso porque tenía pocos minutos para atenderla y no dejar el resto de la clientela de la mano de Dios.
-Sí, soy un ciclón, o una depresión tropical según el día. De lo que sí puedes estar segura es de que produzco rachas de viento de más de 120 kilómetros por hora, y de que dejo rastros profundos, aunque actúo por temporadas. Soy un viento huracanado que lleva consigo fuertes rachas de lluvia.
La pelirroja desmarcó su actitud de clienta; dejó escapar una sonrisa, un brillo en los ojos. Sus cachetes se colorearon de un tono rosado. Quedó algo desconcertada, atrapada en una dinámica de ventas que jamás imaginó, en una circunstancia incómoda en el entorno de su propio barrio, adonde llegaba cada día a esa hora exhausta, con deseos de meterse en el sofá a desconectar comiéndose un bocadillo y un zumo de frutas. La ruptura provocó en ella un deseo de vivir el color de la alegría, pero su timidez luchaba contra su apetito. Prefirió el camino de la reciprocidad simulada, dejando entre líneas una conversación que podría sumarle un amante o un amigo.
-¿Cuántos años de garantía tiene?-, por fin articuló su respuesta, sonriendo todavía.
-Lo que se dice garantía…unos veinte más, porque tengo cuarenta cumplidos. No me gusta ser absoluto.
-¡Uf, me estás poniendo nerviosa! Vale, pónmelo. Lo necesito para mi casa lo antes posible. Espero que esté garantizado. Si me sale malo o me resulta complicado de usar te llamaré a la tienda al instante.
-Llévatelo con toda confianza, de verdad, la bajada de precio es porque está de liquidación…Tiene 2200 vatios de potencia. Es fuerte, deslizante, con mango telescópico de acero inoxidable, carcasa transparente, atractivo diseño, ligero y sólido a la vez.
Mientras le cobraba detrás del mostrador central, dedicó un par de sonrisas a unas clientas que comenzaban a poner cara de enfado. Trató de controlar la situación simulando un concepto de ventas detallado que se utiliza en las tiendas de barrios, con amabilidad, cercanía, nombrando a la gente por su propia gracia. Ató la caja del aspirador con una cuerda cruzada y se lo entregó en las manos, ahora bajando un poco la voz para decirle, casi al oído, a la muchacha:
-Si hay algo que no entiendas, me llamas. En el ticket de compra está el teléfono de la tienda. Ah, y no te preocupes si no tienes café, pues ya a estas horas no suelo tomar.
Volvió a sonreír la pelirroja otra vez con los pómulos coloreados. Le dio la espalda a la circunstancia y se alejó repiqueteando el suelo de mármol con sus botas y sus caderas batientes. Una manera de decir Adiós que el empleado había visto alguna vez.
(Continuará…)
11 comentarios:
¿Sinceramente? Me identifico mucho con esas amas de casa relegadas a la espera por el taconeo "erótico-festivo" de la pelirroja... así que te doy con el bolso en la cabeza por impertinente, lascivo, maleducado y fresco.
Jeje... bueno el relato...;)
Guapa: recuerda que aquellas amas de casa también tuvieron sus quince, como se dice en Cuba para identificar un material femenino fresco y radiante. y no me dolió el cocotazo con el bolso porque el relato está escrito en tercera persona, precisamente para evitar pellizcos. ¿Qué tal tu isla, Queseto? En el panorama español solo existen dos archipiélagos actualmente. El canario y el balear. ¿Por dónde te encuentras tú? Un abrazo. Gracias por la visita. Revolucionariamente (en el sentido etimológico de la palabra): un servidor.
Mi isla está a tiro de piedra, Jorge y está bastante bien, a mí me gusta.
De vez en cuando un pellizco viene bien...jeje.
Seguramente tu isla eres tú. Rodeada de algas y de peces de colores. Barreras coralinas, corrientes cálidas interiores. ¿Tienes ubicación en el espacio o no se ve la mancha desde arriba? ¿Tiene nombre tu isla?
Bon cap de setmana.
¡Maferefum Olokum! Te quedó lindo.
Le llaman la isla de la calma.
Bon cap de setmana.
Te sigo leyendo.
¡Qué bueno está esto, Yoyi!
Un saludo desde la isla.
Cariño: no te olvido. Sé que soy un barco, y lo asumo. Fíjate que aprovecho este espacio...con lo fácil que sería llamarte. Los electrodomésticos dan tela, mucha tela.Un beso, Ivis.
No te preocupes, Yoyi, que yo sé cómo es esto. Oye, me voy pa Cuba esta semana que viene. Ya les contaré.
Un beso pa Isabelita.
Chauuuu.
Cariño: un beso para ti también. Que bueno que vas a Cuba!!!
Por cierto me ha encantado que invitaras a escribir a una amiga, es un buen relato
Gracias, chicos, sois unos soles.
Besitos.
¡Qué mujer no lleva dentro una pelirroja de pantalón ajustado que devora el mundo hasta que una respuesta inesperada la hace tambalear!
Me ha encantado el relato. Tengo mucho de Cristina.
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