El nuevo dibujo de los catalanes
Hacía mucho tiempo que no pasaba por Antilla, el salón de baile donde me juré, hace casi una década, que iba a salir adelante.
Allí conocí gente de todo tipo, amores fugaces, cubanos ambientosos y traficantes de todo tipo de sustancias, incluyendo esa que no es tóxica pero derrumba una elefante. Claro, esta última, llamada Nostalgia, termina siendo tan corrosiva en los primeros años de un emigrante que vale la pena luchar contra ella para abrirse caminos.
Así hice, por prescripción facultativa propia, hasta que fui dejando Antilla poco a poco y me dediqué a la cultura local, que es más arquitectura y gastronomía que música, ciertamente. Porque en Antilla quemé un poco mi salud trasnochando y “empalmando” noches con días cuando yo era asistente geriátrico, un nombre que suena bien fino ahora, pero entonces me raspaba el alma constantemente. Entonces era un emigrante ilegal –lo fui durante años- y reía enormemente por dentro al estar seguro de haber escapado de una dictadura. Con esa simple receta era feliz aunque, claro, tenía diez años menos.
Anoche volvía a pasar por la antológica sala de la calle Aragón y me encontré un panorama enaltecedor. Allí actuaba una jazz band, La Moña, conformada mayoritariamente por músicos peruanos arraigados en Barcelona, salseros por definición pública, no solo en las presentaciones del conductor del programa sino porque se notaba también en el espíritu de aquel estilo original de Nueva York, popularizado sobre todo por la Fania All Star.
Aunque el sonido estaba pésimo, pudimos disfrutar de la voz femenina de la banda, una preciosa mulata afinadísima y con un timbre bello, en el estilo de las formaciones actuales del ámbito del Caribe que desarrollan la llamada salsa comercial. Ella se llama Bárbara, tiene 26 años y nació en Cataluña, hija de madre catalana y padre cubano. Además de expresar todo un sentimiento hacia esa isla donde no nació aunque seguro la vive de alguna manera –cantó temas conocidos en versiones de Celia Cruz e Issac Delgado-, Bárbara dio fe de ser un trazo del nuevo dibujo de hijos de emigrantes cubanos, enraizada en una tradición familiar que no nos ha podido robar –por suerte y muy a pesar suyo- el (des) gobierno de los hermanos Castro.
Hasta ahora pensábamos que sólo un fenómeno tan emergente –cargado de talento, de “sabor” afro/hispano/antillano- podía darse en los EEUU, sobre todo en la zona de Miami o Nueva York, donde han nacido otros cubanos aunque lejos y no al margen de las fronteras naturales de los ritmos tropicales. Pero no, también los cubanos hemos emigrado hacia todas partes, hacia confines donde cuesta que se acoplen nuestras costumbres y, en fin, nuestra manera de enfocar la vida. (Véase si no está claro el caso más emblemático, el del legendario Bebo Valdés, prácticamente desconocido en Cuba aunque famoso en el resto del mundo).
Lástima que La Moña estuviera tan apretujada en un escenario pequeño donde apenas podían moverse y que el sonido de la sala no los acompañara. De cualquier manera, se agradece escuchar una orquesta en directo, se agradece el empeño de que Antilla se vuelque sin frenos en la ruta de la Salsa en Barcelona, esta ciudad que vivimos y sufrimos cada día desde todos los estados de ánimos posibles. Me ha encantado verlo todo mezclado, como en Nueva York, salvando, por supuesto, las distancias geográficas y demográficas. Esto es lo que hace falta. Si algún día pudiéramos prescindir del chovinismo podríamos llegar al ambiente y el desprejuicio de la Gran Manzana, donde el talento fluye sin calzadores porque la personalidad histórica de ese lugar radica precisamente en el multiculturalismo.
Anoche fui extremadamente feliz viendo cómo la gente bailaba sin temor a miradas examinadoras y sin miedo a los stándares de la vida. Anoche se me ocurrió pasar por Antilla para recordar viejos tiempos y para brindar por mi trayectoria, porque ayer fue el día en que me comprometí en lealtad hacia la constitución española, su rey y esta patria ibérica. Ya sé que son chorradas (parafernalia pura y dura), pero hacía falta un pasaporte que ofrezca más libertad.
Ayer firmé una nueva partida de nacimiento en los registros civiles catalanes, pero la historia de cómo fue la contaré en otro capítulo, para no desvirtuar la fiesta.
Así hice, por prescripción facultativa propia, hasta que fui dejando Antilla poco a poco y me dediqué a la cultura local, que es más arquitectura y gastronomía que música, ciertamente. Porque en Antilla quemé un poco mi salud trasnochando y “empalmando” noches con días cuando yo era asistente geriátrico, un nombre que suena bien fino ahora, pero entonces me raspaba el alma constantemente. Entonces era un emigrante ilegal –lo fui durante años- y reía enormemente por dentro al estar seguro de haber escapado de una dictadura. Con esa simple receta era feliz aunque, claro, tenía diez años menos.
Anoche volvía a pasar por la antológica sala de la calle Aragón y me encontré un panorama enaltecedor. Allí actuaba una jazz band, La Moña, conformada mayoritariamente por músicos peruanos arraigados en Barcelona, salseros por definición pública, no solo en las presentaciones del conductor del programa sino porque se notaba también en el espíritu de aquel estilo original de Nueva York, popularizado sobre todo por la Fania All Star.
Aunque el sonido estaba pésimo, pudimos disfrutar de la voz femenina de la banda, una preciosa mulata afinadísima y con un timbre bello, en el estilo de las formaciones actuales del ámbito del Caribe que desarrollan la llamada salsa comercial. Ella se llama Bárbara, tiene 26 años y nació en Cataluña, hija de madre catalana y padre cubano. Además de expresar todo un sentimiento hacia esa isla donde no nació aunque seguro la vive de alguna manera –cantó temas conocidos en versiones de Celia Cruz e Issac Delgado-, Bárbara dio fe de ser un trazo del nuevo dibujo de hijos de emigrantes cubanos, enraizada en una tradición familiar que no nos ha podido robar –por suerte y muy a pesar suyo- el (des) gobierno de los hermanos Castro.
Hasta ahora pensábamos que sólo un fenómeno tan emergente –cargado de talento, de “sabor” afro/hispano/antillano- podía darse en los EEUU, sobre todo en la zona de Miami o Nueva York, donde han nacido otros cubanos aunque lejos y no al margen de las fronteras naturales de los ritmos tropicales. Pero no, también los cubanos hemos emigrado hacia todas partes, hacia confines donde cuesta que se acoplen nuestras costumbres y, en fin, nuestra manera de enfocar la vida. (Véase si no está claro el caso más emblemático, el del legendario Bebo Valdés, prácticamente desconocido en Cuba aunque famoso en el resto del mundo).
Lástima que La Moña estuviera tan apretujada en un escenario pequeño donde apenas podían moverse y que el sonido de la sala no los acompañara. De cualquier manera, se agradece escuchar una orquesta en directo, se agradece el empeño de que Antilla se vuelque sin frenos en la ruta de la Salsa en Barcelona, esta ciudad que vivimos y sufrimos cada día desde todos los estados de ánimos posibles. Me ha encantado verlo todo mezclado, como en Nueva York, salvando, por supuesto, las distancias geográficas y demográficas. Esto es lo que hace falta. Si algún día pudiéramos prescindir del chovinismo podríamos llegar al ambiente y el desprejuicio de la Gran Manzana, donde el talento fluye sin calzadores porque la personalidad histórica de ese lugar radica precisamente en el multiculturalismo.
Anoche fui extremadamente feliz viendo cómo la gente bailaba sin temor a miradas examinadoras y sin miedo a los stándares de la vida. Anoche se me ocurrió pasar por Antilla para recordar viejos tiempos y para brindar por mi trayectoria, porque ayer fue el día en que me comprometí en lealtad hacia la constitución española, su rey y esta patria ibérica. Ya sé que son chorradas (parafernalia pura y dura), pero hacía falta un pasaporte que ofrezca más libertad.
Ayer firmé una nueva partida de nacimiento en los registros civiles catalanes, pero la historia de cómo fue la contaré en otro capítulo, para no desvirtuar la fiesta.
Fotos del autor.
Vea la programación de Antilla aquí.
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