Alejandro Gutiérrez, uno de los vocalistas y compositores de Habana Abierta, tiene un espectáculo todos los lunes en La Negra Tomasa. Allí, entre platos de comida cubana y tragos que cuestan miles de maravedís, se escucha su timbre afinado y dulce, acompañado –él y su melodía- por una banda de jovencísimos españoles.
Hacen tres tandas para descansar entre actos.
Es impresionante cómo esos “españolitos” interpretan los instrumentos cubanos (paila y tumbadora) con absoluto sabor caribeño. Alejandro, de lejos, se parece a Benny Moré cuando dirigía su jazz band con gestos manuales. El público apura su yuca con mojo y su congrí para soltar la cintura, porque en este lugar, ubicado en el mismo centro de Madrid, se puede bailar sin problemas con nadie. Todo el mundo se conoce, y el que no, al menos una vez, ha soñado con el que tiene delante.
Sin vivirla en sus mejores años, pero sí estudiada con documentación dispersa, recuerdo La Habana de los años 50, la mejor época para la vida nocturna cubana y su farándula circundante. Llegan músicos de otros bares que van cerrando y recalan en el último reducto de la noche. Si es posible, si se tercia, desenfundan su instrumento (tómese a capricho el doble sentido).
Alejandro propone un repertorio integral. Habana Abierta, la banda que lo ha hecho famoso, esa que se rompe y se compone, está presente en algunos temas que salen a cuenta, como una dramaturgia escrita para no permitirse aburrir. Se ve que el anfitrión ha estudiado las características del público que pasa por allí. Hay gente de todas las edades y de todas las épocas. El recuerdo es algo que anda flotando en el viento, como diría el poeta. Y la nostalgia, está comprobado, es una cosa que vende. Es sustancia de mercado.
Se escucha “El Jamaiquino”, un tema de El Niño Rivera que hizo época en el repertorio de los conjuntos habaneros de los 50. ¡Increíble! ¿A quién se le ocurriría pensar que un trovador con plantilla en una banda de rock fusión echaría manos de esta reliquia? Y da más, para rematar a los nostálgicos y contentar a un posible espectador sudamericano que deambula buscando cualquier lugar: “La piragua”. ¡Esa cumbia riquísima que tocaban Los Latinos en los carnavales del Malecón! Años 70. Todo un viraje en la máquina del tiempo.
Me dijo una amiga cubana que vive en Madrid que esta ciudad está llena de músicos de la isla. Andan todos por ahí, entreverados con la noche y el amanecer. Poniendo sus manos en disímiles proyectos y buscándose el pan, como mismo hacían los de antes –años 40 y 50- en los clubes de la Playa de Marianao. Haciendo suplencias: esta es la gran fórmula que entrelaza todo un mundo lleno de talento, envidias y sensualidades.
Tengo que decir que en Barcelona no encuentro nada de esto. Si lo hay, por favor, que alguien me avise. Por supuesto, siempre y cuando los precios sean asequibles para un “pobre” melómano que un día descubrió, investigando, que esa separación de música para negros y música para blancos ha sido una gran fachada. Detrás del telón estaba todo mezclado. Sigue estando mezclado.
Espero que, al margen del golpe de efecto que significó grabar el disco de Habana Abierta 24 Horas –un arroz con mango inteligentísimo-, alguien esté registrando para la historia la bohemia de ahora.
Una bohemia que, tristemente, tuvo que irse de su lugar natural. Con público y todo.
Es impresionante cómo esos “españolitos” interpretan los instrumentos cubanos (paila y tumbadora) con absoluto sabor caribeño. Alejandro, de lejos, se parece a Benny Moré cuando dirigía su jazz band con gestos manuales. El público apura su yuca con mojo y su congrí para soltar la cintura, porque en este lugar, ubicado en el mismo centro de Madrid, se puede bailar sin problemas con nadie. Todo el mundo se conoce, y el que no, al menos una vez, ha soñado con el que tiene delante.
Sin vivirla en sus mejores años, pero sí estudiada con documentación dispersa, recuerdo La Habana de los años 50, la mejor época para la vida nocturna cubana y su farándula circundante. Llegan músicos de otros bares que van cerrando y recalan en el último reducto de la noche. Si es posible, si se tercia, desenfundan su instrumento (tómese a capricho el doble sentido).
Alejandro propone un repertorio integral. Habana Abierta, la banda que lo ha hecho famoso, esa que se rompe y se compone, está presente en algunos temas que salen a cuenta, como una dramaturgia escrita para no permitirse aburrir. Se ve que el anfitrión ha estudiado las características del público que pasa por allí. Hay gente de todas las edades y de todas las épocas. El recuerdo es algo que anda flotando en el viento, como diría el poeta. Y la nostalgia, está comprobado, es una cosa que vende. Es sustancia de mercado.
Se escucha “El Jamaiquino”, un tema de El Niño Rivera que hizo época en el repertorio de los conjuntos habaneros de los 50. ¡Increíble! ¿A quién se le ocurriría pensar que un trovador con plantilla en una banda de rock fusión echaría manos de esta reliquia? Y da más, para rematar a los nostálgicos y contentar a un posible espectador sudamericano que deambula buscando cualquier lugar: “La piragua”. ¡Esa cumbia riquísima que tocaban Los Latinos en los carnavales del Malecón! Años 70. Todo un viraje en la máquina del tiempo.
Me dijo una amiga cubana que vive en Madrid que esta ciudad está llena de músicos de la isla. Andan todos por ahí, entreverados con la noche y el amanecer. Poniendo sus manos en disímiles proyectos y buscándose el pan, como mismo hacían los de antes –años 40 y 50- en los clubes de la Playa de Marianao. Haciendo suplencias: esta es la gran fórmula que entrelaza todo un mundo lleno de talento, envidias y sensualidades.
Tengo que decir que en Barcelona no encuentro nada de esto. Si lo hay, por favor, que alguien me avise. Por supuesto, siempre y cuando los precios sean asequibles para un “pobre” melómano que un día descubrió, investigando, que esa separación de música para negros y música para blancos ha sido una gran fachada. Detrás del telón estaba todo mezclado. Sigue estando mezclado.
Espero que, al margen del golpe de efecto que significó grabar el disco de Habana Abierta 24 Horas –un arroz con mango inteligentísimo-, alguien esté registrando para la historia la bohemia de ahora.
Una bohemia que, tristemente, tuvo que irse de su lugar natural. Con público y todo.
En la foto del autor, un ángulo de la Gran Vía madrileña, la calle que nunca duerme.
4 comentarios:
YOYI TE QUIERO LUISA MATOS. TE DESPARECISTES
Excelente músico, cuando puedo para allá que voy a guarachar con Alejandro y Los Chocolatinos, todos grandes músicos. Un saludo
¡La Negra Tomasa, qué gran lugar! Suelo visitarlo frecuentemente. Mucho mejor entre diario, los viernes y sábados está atestado y no hay quien pueda menear la cintura. Estos días es mejor parar en El Son, a tan sólo una manzana de La Negra Tomasa, la música no es en directo, pero el sitio es amplio para bailar y hay buen ambiente.
Para comenzar la noche, hacia las 12, recomiendo pasar por el "Cuando salí de Cuba", muy cerca de Callao, un pequeño trocito de La Habana en el corazón de Madrid, música en directo casi todos los días y también se dan cenas.
Un abrazo Jorge!
Me faltaron muchos lugares por visitar, la noche es larguísima en madrid. Y tiene el gran tesoro de los músicos en directo, algo que en ciudades como Barcelona escasea. ¡Qué suerte teneís! un abrazo, Ingelmo. Lamento mucho no haberte localizado.
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