Dicen que los empleados de Aduana del aeropuerto habanero duran poco tiempo en sus puestos, que los cambian a menudo al ser pillados in fraganti extorsionando a los viajeros; que sus superiores también caen en la tentación del abuso de poder y que los superiores de los superiores tienen que vender su alma al Diablo para poder subsistir.
Acabo de ver la desfachatez de unos jovencitos –la gran mayoría mulatos- requisando las maletas de los cubanos que llegaban en el vuelo UX51 de AirEuropa, procedente de Madrid. Era un espectáculo carroñoso extremadamente molesto para quien tiene más de diez horas vuelo en sus espaldas y asentaderas. Yo no llevaba más que el equipaje de mano pero me ofrecí para acompañar, como si fuera su marido, a una agradable muchacha “de mi quinta” que fue capaz de despejar mi cabeza durante todo el vuelo. Podía haber salido antes de ese extraño y feo edificio llamado Terminal 3, pero no quise dejar sola a mi confesora con el lío del pesaje de maletas.
Parece que les da roña que uno pueda vivir en otro país donde se compran los alimentos y las medicinas sin tener que delinquir. Parece que se ensañan con el que decidió marcharse de Cuba y a éste le aplican el doble castigo, el del desprecio motivado primeramente por la envidia. Yo le decía en el avión a ella -iba a mi lado- que cuando los cubanos aprendamos a diferenciar el Estado de la Nación estaremos comenzando a entendernos mejor. Porque el Estado son aquellos militares que permanecen en la cúpula de poder y la Nación somos todos los demás, los que nos fuimos y los que se quedaron, los taxistas y los empleados de Aduana.
Pero en Cuba es fácil que la gente se tome una crítica al depauperado país como un ataque personal. Ahí está una de las claves de la división entre todos nosotros.
Por eso el funcionario de Aduana, que está entrenado para humillar sin ton sin son, se esmera en el desprecio y te revisa –como le hicieron a ella- todos los prospectos de las medicinas, en actitud de doctor; revisa cada una de las latas de comida que harán feliz a una pequeña familia durante unos días; revisa la ropa interior de ella y, de paso, manosea sus támpaxs.
Es como si la autoridad sirviera para aliviar la frustración de vivir en un país que se hunde en la pobreza más extrema. La autoridad, la primera cara de Cuba autoritaria, está dentro de cada uno de esos jóvenes mestizos que no sobrepasan los veinticinco años y que tienen las mismas necesidades que el resto de la población; por eso manosean con lentitud todos los productos para que uno se desespere y le pregunte:
-¿Cuánto quieres por dejarme pasar?
Acabo de ver la desfachatez de unos jovencitos –la gran mayoría mulatos- requisando las maletas de los cubanos que llegaban en el vuelo UX51 de AirEuropa, procedente de Madrid. Era un espectáculo carroñoso extremadamente molesto para quien tiene más de diez horas vuelo en sus espaldas y asentaderas. Yo no llevaba más que el equipaje de mano pero me ofrecí para acompañar, como si fuera su marido, a una agradable muchacha “de mi quinta” que fue capaz de despejar mi cabeza durante todo el vuelo. Podía haber salido antes de ese extraño y feo edificio llamado Terminal 3, pero no quise dejar sola a mi confesora con el lío del pesaje de maletas.
Parece que les da roña que uno pueda vivir en otro país donde se compran los alimentos y las medicinas sin tener que delinquir. Parece que se ensañan con el que decidió marcharse de Cuba y a éste le aplican el doble castigo, el del desprecio motivado primeramente por la envidia. Yo le decía en el avión a ella -iba a mi lado- que cuando los cubanos aprendamos a diferenciar el Estado de la Nación estaremos comenzando a entendernos mejor. Porque el Estado son aquellos militares que permanecen en la cúpula de poder y la Nación somos todos los demás, los que nos fuimos y los que se quedaron, los taxistas y los empleados de Aduana.
Pero en Cuba es fácil que la gente se tome una crítica al depauperado país como un ataque personal. Ahí está una de las claves de la división entre todos nosotros.
Por eso el funcionario de Aduana, que está entrenado para humillar sin ton sin son, se esmera en el desprecio y te revisa –como le hicieron a ella- todos los prospectos de las medicinas, en actitud de doctor; revisa cada una de las latas de comida que harán feliz a una pequeña familia durante unos días; revisa la ropa interior de ella y, de paso, manosea sus támpaxs.
Es como si la autoridad sirviera para aliviar la frustración de vivir en un país que se hunde en la pobreza más extrema. La autoridad, la primera cara de Cuba autoritaria, está dentro de cada uno de esos jóvenes mestizos que no sobrepasan los veinticinco años y que tienen las mismas necesidades que el resto de la población; por eso manosean con lentitud todos los productos para que uno se desespere y le pregunte:
-¿Cuánto quieres por dejarme pasar?
(Continuará…)
Foto del autor
Un tramo de la antigua Avenida de los Presidentes exhibe una pintura mural con el yate Granma, el que, según el Estado, ha sido el barco de la libertad.
Un tramo de la antigua Avenida de los Presidentes exhibe una pintura mural con el yate Granma, el que, según el Estado, ha sido el barco de la libertad.
3 comentarios:
¿Por qué especificas que son mulatos y mestizos los empleados de la aduana que hacen su "trabajo"?
Es verdad que son unos corruptos, pero tu carga racista es tan negativa como lo que hacen ellos...
Anónimo: Estás puesto para el detalle, pero tengo respuesta para ti. Especificio que son mulatos y meztizos en general porque eso fue lo que vi, y no solamente en la Aduana del aeropuerto; también en la calle. Tengo la impresión visual de que la población blanca ha disminuido al menos en la capital. Eso quizá se deba a que mucha gente de la raza blanca ha emigrado y a que la gran mayoría de las muejeres blancas en edad fértil se han marchado fuera o están a punto de hacerlo. también a que ha incrementado la población mestiza en la capital debido a la fuerte migración interna desde las provincias más mestizas. De todas maneras, el matiz racista se lo das tú y no yo. En ningún momento he sido despectivo. Solamente llamo a las cosas por su nombre. Espero tu respuesta.
Yo tampoco vi malasangre racista en la descripción, pero quizás sea porque te conozco personalmente y sé el tipo de persona que eres. No me pareció que especificar el color de la piel de los aduaneros fuera peyorativo, y como en el viejo chiste del diversionismo ideológico, parece que el prejuicio está en la mente de quien lo percibe así. De cualquier modo, mi hermano, esas son las prerrogativas de la libre expresión, y debatir también es saludable para ir adaptándonos al ejercicio de la libertad.
Por lo demás, sigo tu serie, y espero más cuentos frescos de nuestra sufrida y bella Habana.
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