La alta política es una sucia mascarada de los que no tienen que zapatear un alimento esencial o una medicina. Los presidentes de España y Cuba, y sus guardametas principales, no han tenido que sufrir en estos días de intenso calor la búsqueda de unos polvos para hacerle gelatina a un enfermo que ya no podía comer nada más.
Listines de teléfonos pasaron rápido sus hojas correspondientes a todos los confines de la ciudad. Tienda tras tienda con la misma pregunta:
-¿Ustedes tienen gelatina?
En La Habana, ni comprada con moneda dura, aparecía la gelatina. Hasta que alguien perteneciente al dispositivo familiar localizó un sobre en las reservas más íntimas de un vecino. Llegó la gelatina a los labios de mi madre con el concurso de mucha gente solidaria que no dudó en formar parte del dispositivo; llegó una enfermera profesional, vecina y también con sus problemas domésticos; llegó un transportista voluntario que estudió conmigo en la escuela primaria; dio el sí un médico también amigo que estaba de guardia y desvió por 24 horas, no sé si responsable o irresponsablemente, una de las dos sillas de ruedas que tenía en el cuerpo de guardia.
Se tejió una red social inédita en los días de mi vida.
Aparecieron más sobres de gelatina, poco a poco, mientras el país saltaba con los goles del mundial. No sé cómo se las arregló el gobierno cubano, pero han pasado todo el mundial, los juegos grandes y los más intrascendentes. Para que luego no digan algo los que acostumbran a quejarse.
Dos tormentas en días seguidos limpiaron un poco las calles pero debo decir que no enfriaron el ambiente. Todo lo contrario. Cuando está nublado es peor porque un techo bajo te aplasta con la humedad. Una de las tormentas me cayó encima el día que fui a devolver a escondidas la silla de ruedas. Por un lado me hizo feliz que una de esas tormentas coincidiera conmigo en aquella isla, como antes, cuando me mojaba ex profeso para arrastrar cosas de mi mente. Por otra parte, me castigaba la idea de haber extraviado, en coordinación con un médico, los pocos recursos que tiene un hospital.
Estuve muy contrariado en La Habana, tratando de hacer las cosas lo mejor posible. Sabía que transitaba por un estado de sitio y no me era factible meterme en política. Ni siquiera pensar en política. Debía concentrarme en la enfermedad de mi madre que era el tema principal de mi visita, como si mi madre no fuera parte de ese engranaje absurdo en el que no funcionaban las cosas, los servicios, ni siquiera el dinero. Fue la gente la que me ayudó a no perder el aliento, la gente cercana de toda la vida y la que conocí en esos días enrolada en el dispositivo de acompañar a mi madre. Un dispositivo espontáneo que actuó sólo con sentido común y sentimiento.
Me pregunté cuántas historias paralelas podían estar ocurriendo en La Habana mientras los encargados de la alta política se daban la mano diplomáticamente.
Listines de teléfonos pasaron rápido sus hojas correspondientes a todos los confines de la ciudad. Tienda tras tienda con la misma pregunta:
-¿Ustedes tienen gelatina?
En La Habana, ni comprada con moneda dura, aparecía la gelatina. Hasta que alguien perteneciente al dispositivo familiar localizó un sobre en las reservas más íntimas de un vecino. Llegó la gelatina a los labios de mi madre con el concurso de mucha gente solidaria que no dudó en formar parte del dispositivo; llegó una enfermera profesional, vecina y también con sus problemas domésticos; llegó un transportista voluntario que estudió conmigo en la escuela primaria; dio el sí un médico también amigo que estaba de guardia y desvió por 24 horas, no sé si responsable o irresponsablemente, una de las dos sillas de ruedas que tenía en el cuerpo de guardia.
Se tejió una red social inédita en los días de mi vida.
Aparecieron más sobres de gelatina, poco a poco, mientras el país saltaba con los goles del mundial. No sé cómo se las arregló el gobierno cubano, pero han pasado todo el mundial, los juegos grandes y los más intrascendentes. Para que luego no digan algo los que acostumbran a quejarse.
Dos tormentas en días seguidos limpiaron un poco las calles pero debo decir que no enfriaron el ambiente. Todo lo contrario. Cuando está nublado es peor porque un techo bajo te aplasta con la humedad. Una de las tormentas me cayó encima el día que fui a devolver a escondidas la silla de ruedas. Por un lado me hizo feliz que una de esas tormentas coincidiera conmigo en aquella isla, como antes, cuando me mojaba ex profeso para arrastrar cosas de mi mente. Por otra parte, me castigaba la idea de haber extraviado, en coordinación con un médico, los pocos recursos que tiene un hospital.
Estuve muy contrariado en La Habana, tratando de hacer las cosas lo mejor posible. Sabía que transitaba por un estado de sitio y no me era factible meterme en política. Ni siquiera pensar en política. Debía concentrarme en la enfermedad de mi madre que era el tema principal de mi visita, como si mi madre no fuera parte de ese engranaje absurdo en el que no funcionaban las cosas, los servicios, ni siquiera el dinero. Fue la gente la que me ayudó a no perder el aliento, la gente cercana de toda la vida y la que conocí en esos días enrolada en el dispositivo de acompañar a mi madre. Un dispositivo espontáneo que actuó sólo con sentido común y sentimiento.
Me pregunté cuántas historias paralelas podían estar ocurriendo en La Habana mientras los encargados de la alta política se daban la mano diplomáticamente.
(Continuará…)
Foto del autor, tomada en un agromercado de La Habana.
3 comentarios:
Este saco te sirve bien, no eres asilado politico, desde el momento que viajas a la isla una y otra vez, por los motivos que sean...
Los presos políticos que La Habana excarcelará próximamente viajarán a España con un estatuto de emigrantes, no serán asilados políticos y recibirán ayuda de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) para "iniciar una nueva vida", informó Europa Press citando fuentes del Ejecutivo español.
El hecho de que La Habana les aplique el estatuto de emigrante "abre la posibilidad de que puedan regresar en un futuro a la Isla", aunque para ello tendrán que pedir autorización a las autoridades.
El asilo político impide a quien lo obtiene regresar a su país de origen. En la práctica, el régimen de La Habana limita la entrada tanto a emigrantes como a asilados.
utilizo el término "exiliado" toda ves que el gobierno cubano se arroga el derecho de dejarme entrar y me obliga a pagar un visado para viajar a mi país. es un hecho insólito en el mundo moderno. también me siento exiliado toda vez que el gobierno cubano me considera emigrante permantente y se arroga mis bienes raíces. lo he dicho varias veces en el blog, no entiendo los tecnicismos que expones, pero gracias de todas maneras.
Este es un tema muy interesante, porque no existe nada en el mundo similar a nuestra situación migratoria. ¿Somos emigrantes aunque nos hayan quitado todos los derechos en la isla, aunque hayamos perdido lo poco que teníamos (o usufructuábamos), aunque nos nieguen como ciudadanos cubanos y nos traten como a terroristas a la hora de entrar? ¿Sólo porque hipotéticamente algún día podríamos regresar, eso nos quita el cartelito de exiliados?
También muchos exiliados chilenos y argentinos regresaron después de terminar esas dictaduras, y aún así no eran sólo emigrantes comunes, sino personas a las que no les quedó más remedio que abandonar a su patria, debido a la situación política.
Yo diría que, a diferencia de los demás emigrados latinos, que viajan lejos para mejorar económicamente, a nosotros, más que la economía destruida de Cuba, nos obliga la insostenible vida sociopolítica, que es lo que en verdad tiene echa talco a la economía. En ese sentido, creo que muy pocos seremos emigrados, y casi todos exiliados.
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