Demasiado joven para morir, pero una obra y una vida tan
intensas servirían de remedio
Comenzar el día con la noticia de la muerte
de Santiago Feliú es como arrancar el carro a trompicones. Digo lo del carro
porque, como todo el mundo sabe, en Miami sin esas máquinas uno no es nadie.
Y el primer recuerdo que me viene a la mente es Feliú
tratando de arrancar su “carrito del pan” en una tranquila calle de Nuevo
Vedado. Éramos vecinos.
En un país normal, y si Feliú hubiera sido un tipo normal,
un artista de su nivel conduciría un automóvil más normal, y no una furgoneta
medio destartalada que en su día fue, sin embargo, una joyita en una ciudad
desprovista de casi todo lo material.
Ese modelo de carro –un Renault o Citroën, no recuerdo bien-
se me cruzó por delante en Barcelona infinidad de ocasiones, para que este
servidor recordara al vecino cada vez. Pero no solamente por eso: El cantautor
zurdo tenía ascendencia catalana.
Muchos años después de llegar a Barcelona, la vida quiso que
quien escribe volviera a nacer en un pueblo del extrarradio llamado San Feliú
de Llobregat –por nacionalidad concedida, quiero decir-, y de vuelta al
trovador me llevaron los trámites esenciales para obtener un pasaporte que,
luego de diez años fuera de Cuba, me cambiaría la vida.
Santiago Feliú y yo, sin embargo, cruzamos palabras
solamente una vez, en una fiesta particular donde, como debe suponerse, el ron
y otras sustancias prohibidísimas en Cuba andaban sueltas. Pero teníamos muchas
cosas en común. La principal, haber nacido en una generación muy machacada por
el régimen de la isla, desilusionada y sin remedio, a no ser que se asumiera la
vida como un préstamos de los Dioses del Olimpo y se diera todo sin medida,
hasta la vida.
Se ha dicho que un infarto se lo llevó y con eso tal vez
bastaría. Pero uno se pone a pensar que andábamos más o menos la misma edad y que
hay tantas cosas por hacer…Así que asusta. Más que eso, hiela la sangre, que es
un efecto incontrolable.
Sin lugar a dudas, con Santiago se va una época fundamental
de nuestra existencia. Para antologías, su disco Vida, su dúo con Gunila, su canción Para Bárbara, su militancia en el club de los antisistema, a
diferencia de su hermano que se convirtió en guardián celoso de eso que mal
llamaron “Revolución” y que nos marcó, más para mal que para bien,
definitivamente a todos.
Este texto fue publicado originalmente en www.cubanet.org
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