Si es que cabe la
expresión, porque el castrismo actúa como realeza, aunque con mucho menos
talante
En el contexto
español, que lo tuve a mano varios años, me inscribiría como republicano pero
no comunista, de ahí que me gustaría que quede claro lo antimonárquico que
soy. Un catalán muy cercano que es
independentista –esto quiere decir que no cuenta con la realeza para su
proyecto de país-, un día vino a verme muy excitado: Doña Letizia, antigua
colega, le había invitado a su boda con el príncipe. Podía llevar una persona
acompañante.
Rápidamente, se
dispuso a buscar un sastre.
Nunca entendí –o
sí, pero no quise echárselo en cara- cómo alguien que goza de absoluta libertad
en un Estado de Derecho puede tener doble moral.
El caso es que
España aún no ha cambiado tanto como parece. Y es fácil entender por qué.
Parece ser que no
pocos ciudadanos todavía están agradecidos al Rey, por el papel que desempeñó
en la transición de gobierno, luego de 40 años de franquismo. Fue modélica esa
transición si tenemos en cuenta el férreo control del caudillo y las
innumerables muertes que todavía están en discusión, no las muertes como tal, sino
la apertura de las fosas comunes a la vuelta del tiempo.
Por una parte, los
dolientes directos quieren enterrar decentemente a los suyos, y por otra, los que no son dolientes dicen
que eso sería revolver el pasado.
Nadie se imaginaba
que, después de otros casi cuarenta años de la muerte de Franco, volverían
encontronazos políticos tan fuertes como los de la posguerra. Esto da la clara
medida de lo polarizado que está el país.
Una herida cerró en
falso a pesar de que la monarquía y los ejecutivos que la han rodeado hasta
ahora hicieron grandes esfuerzos para que la sociedad civil viviera en paz: Por
ejemplo, procuraron que los dos bandos tuvieran cabezas visibles en la
transición y en lo adelante. Un franquista, Manuel Fraga, como presidente de
una comunidad autónoma, y luego senador, de derecha, por supuesto. Un
comunista, Carrillo, como consultor principal de todo lo que fuera la izquierda
española, un muy televisivo señor. Ambos muertos hace poco y no precisamente en
el ostracismo.
Y para rematar,
como quien no quiere las cosas –hay que olvidar, señores, por favor-, la
nietísima de Franco en concursos de la tele donde confluye la crema y nata del
glamour.
Nadie se iba a
imaginar que viniera una crisis económica fuerte y en la sociedad civil se
echaran a ver ciertas y determinadas cosas.
En resumen, la
modélica transición española de la que tanto se habla sí se aprovechó de la
monarquía, pero la realeza se lo ha cobrado, y con creces.
Cuba, el país que
nos tiene rotos en pedazos por mucho más tiempo que el que duró Franco, está
enredado de mala manera. Es obvio que si Fidel Castro hubiera entregado sus
poderes cuando cayó el Muro de Berlín, hace la friolera de 25 años, y no
transferido como hizo con su hermano menor, las cosas no hubieran llegado tan
al límite como ahora. Pero fue egoísta el dictador de la isla y, enfermo de
poder, prefirió tirar un tiempecito más. Está clarísimo que él, ególatra y terco, no
iba a propiciar la transición, ni siquiera creo que la esté favoreciendo ahora
que es una piltrafa sin el más mínimo sentido del ridículo.
En estos momentos
debe haber fuerzas internas sacando la cuenta de que, mientras más demoren un
cambio de sistema, peor sería la maniobra, a tenor con los acontecimientos que
tuvieron lugar en Europa oriental con la caída del Telón de Acero.
El poder en Cuba
está tan asfixiado con su propio estiércol que lo tiene muy difícil para hacer
creíble un cambio verdadero, y lo peor es que, para quedarse la familia
Castro colocada –las nuevas generaciones
de esa cepa - necesita un mediador que no tenga nada que ver con los militares
de antaño, porque un monarca aclamado por un pueblo que se educó en tales
tradiciones, desgraciadamente no tiene.
Esa es, tal vez, nuestra segunda peor
desgracia.
La figura de Yoani
Sánchez –joven, seria, discursiva, mordaz escribidora- podría desempeñar un rol
mediador entre una dictadura pasadísima de rosca y un país devastado psíquica y
materialmente, un país con una posición geográfica estupenda y un nombre que
viene sonando a nostalgia desde el fin de la Guerra Fría.
La mediática
bloguera acaba de anunciar la próxima
aparición de un periódico disidente dentro de la isla. O sea, un cuarto poder
luchando contra otros tres concentrados en una casta anquilosada. Si eso ocurre
–y suponemos que una gente tan seria como ella no sea capaz de marear la perdiz
más de lo que está-, estaríamos asistiendo al comienzo de una transición con
mediador que estaría buscando limar asperezas en la parte dolida de esta
historia.
Porque queda claro
que tendremos que hacer algunas concesiones.
Con el ejemplo de
España podríamos evitarnos el disgusto de abrir tumbas al lado de una cuneta
treinta años después del cambio. Para que esto sea así, los encargados deberían
velar por que no haya figurantes que alimenten la nostalgia.
En un caso como el
nuestro, sería preferible un borrón y una cuenta nueva.
Texto publicado originalmente en www.cubanet.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario