Quince años atrás, el mundo se movía de manera diferente. Había destinatarios de correos de papel y remitentes solícitos que sellaban emocionados, con saliva, la lengüeta de un sobre postal. Había carteros, por tanto.
Hoy quedan empleados de estafetas, sí, aunque solo para llevar las facturas impresas, si bien éstas, además, se pueden mirar por internet. El mundo ha revolucionado tanto su manera de actuar que, a estas alturas, los que nos conectamos diariamente a la red no concebiríamos vivir de otra manera. Sin internet no se puede vivir.
Es muy cómodo mirar nuestro estado de cuentas bancarias desde casa, localizar el teléfono de una peluquería y mirar los horarios de los trenes, por solo citar algunos ejemplos. También, para los emigrantes, es una suerte poder comunicarse con sus familiares a través de un software que ofrezca imagen y sonido en tiempo real. Este hecho ha superado con creces a las cintas de vídeo que viajaban en una maleta y demoraban días en arribar a su destino.
Hoy la inmediatez, tanto informativa como de ocio, ha dado margen para que el común ciudadano interactúe sin tener que pedir la palabra, como es usual en las reuniones de empresa, fórums o debates controlados por un orden del día. La opinión pública ha alcanzado niveles nunca antes vistos. Ahora no es necesario escribir una carta al director y esperar a ver si la publican o se da por perdida. La posibilidad de dejar comentarios debajo de la mayoría de textos de los diarios digitales es una herramienta importantísima que muchas veces enriquece la noticia, la matiza o la desacredita.
Las redes sociales, un invento que comenzó siendo para uso interno de una institución, modificó la manera de interactuar de los ciudadanos e interconectó a personas de todos los confines que jamás se hubieran conocido en la “era de papel”. Navegamos, estamos al pairo cuando emitimos un juicio o improvisamos una acción en la red, y no sabemos adónde va a ir a parar nuestro pulso.
Ayer que se celebró el Día Internacional de la Red de Redes, pensé, cómo no, en los cubanos que desde la isla no disfrutan de este gran invento. Allí todavía está limitada la conexión para la gente común y corriente por razones de censura oficial. Muchos no saben lo que es el Skype ni tienen idea de que una de las bloggers más influyentes del mundo camina por las calles de La Habana. Siempre he pensado que definitivamente internet acabará con la dictadura. No será el pueblo el que se lance masivamente a la vía pública y dé la primera gota de sangre. Hubiera sucedido ya.
Será la conjunción del exilio con la resistencia interna, pero a través de internet.
Contra la opinión pública a día de hoy no se puede andar escamoteando nada.
Fijémonos si es así, que una simple y desacertada conexión en directo de un comentarista deportivo le podría costar el puesto a éste hombre. Lo que años atrás cumplía un rol efímero –aquello de que el que no lo vio tendrá que conformarse con el rumor-, hoy se multiplica por millones de conexiones y suscita interés, morbo o enfado popular. Manolo Lamas, cronista de la cadena Cuatro, tuvo la infeliz idea de hacer pública una humillación a un mendigo alemán, en Hamburgo, a propósito de que el Atlético de Madrid ganara un importante partido de fútbol allí.
Kalle, de 49 años, estaba como cada día sentado junto a su perro en el puente Reese. Unos aficionados españoles, eufóricos, comenzaron a burlarse de él depositando mecheros, tarjetas de crédito y todo tipo de objetos a sus pies. El reportero vio el show y tuvo la tan mala idea de querer demostrar en directo que los españoles son generosos. El espectáculo fue lamentable. Kalle, quien trascendió a los periódicos locales “gracias” a unos payasos de tránsito, ha declarado que, al final, solo le dejaron cinco euros. “Me siento herido, estoy realmente molesto. No pueden burlarse así de mí. No he entendido ni una palabra y no me pidieron ningún permiso. Nunca me ha sucedido nada parecido en los más de siete años que llevo pidiendo en el mismo puente de Reese”, dijo al diario Morgen Post.
Enseguida se crearon plataformas sociales en Facebook solicitando el cese de Manolo Lamas. Éste, por su parte, y a través de la propia cadena donde trabaja, ofreció disculpas, pero la gente está muy molesta. Hay más de 100 mil ciudadanos apuntados a la protesta. Incluso, han pedido a Opel, la importante empresa automovilística, que deje de patrocinar los encuentros deportivos de la cadena Cuatro. Todo se ha movido desde internet. La cosa está fea ahora mismo.
En el caso de la dictadura castrista, nunca pensaron que pudieran perder el control, resquebrajado hoy como se puede ver, porque precisamente internet ha encontrado la brecha para que el mundo conozca los atropellos que se comenten en la isla. Nunca antes lo pensaron, ni siquiera cuando se desplomó el campo socialista y, como consecuencia, el régimen tuvo que reinventarse para continuar ahí.
Hoy quedan empleados de estafetas, sí, aunque solo para llevar las facturas impresas, si bien éstas, además, se pueden mirar por internet. El mundo ha revolucionado tanto su manera de actuar que, a estas alturas, los que nos conectamos diariamente a la red no concebiríamos vivir de otra manera. Sin internet no se puede vivir.
Es muy cómodo mirar nuestro estado de cuentas bancarias desde casa, localizar el teléfono de una peluquería y mirar los horarios de los trenes, por solo citar algunos ejemplos. También, para los emigrantes, es una suerte poder comunicarse con sus familiares a través de un software que ofrezca imagen y sonido en tiempo real. Este hecho ha superado con creces a las cintas de vídeo que viajaban en una maleta y demoraban días en arribar a su destino.
Hoy la inmediatez, tanto informativa como de ocio, ha dado margen para que el común ciudadano interactúe sin tener que pedir la palabra, como es usual en las reuniones de empresa, fórums o debates controlados por un orden del día. La opinión pública ha alcanzado niveles nunca antes vistos. Ahora no es necesario escribir una carta al director y esperar a ver si la publican o se da por perdida. La posibilidad de dejar comentarios debajo de la mayoría de textos de los diarios digitales es una herramienta importantísima que muchas veces enriquece la noticia, la matiza o la desacredita.
Las redes sociales, un invento que comenzó siendo para uso interno de una institución, modificó la manera de interactuar de los ciudadanos e interconectó a personas de todos los confines que jamás se hubieran conocido en la “era de papel”. Navegamos, estamos al pairo cuando emitimos un juicio o improvisamos una acción en la red, y no sabemos adónde va a ir a parar nuestro pulso.
Ayer que se celebró el Día Internacional de la Red de Redes, pensé, cómo no, en los cubanos que desde la isla no disfrutan de este gran invento. Allí todavía está limitada la conexión para la gente común y corriente por razones de censura oficial. Muchos no saben lo que es el Skype ni tienen idea de que una de las bloggers más influyentes del mundo camina por las calles de La Habana. Siempre he pensado que definitivamente internet acabará con la dictadura. No será el pueblo el que se lance masivamente a la vía pública y dé la primera gota de sangre. Hubiera sucedido ya.
Será la conjunción del exilio con la resistencia interna, pero a través de internet.
Contra la opinión pública a día de hoy no se puede andar escamoteando nada.
Fijémonos si es así, que una simple y desacertada conexión en directo de un comentarista deportivo le podría costar el puesto a éste hombre. Lo que años atrás cumplía un rol efímero –aquello de que el que no lo vio tendrá que conformarse con el rumor-, hoy se multiplica por millones de conexiones y suscita interés, morbo o enfado popular. Manolo Lamas, cronista de la cadena Cuatro, tuvo la infeliz idea de hacer pública una humillación a un mendigo alemán, en Hamburgo, a propósito de que el Atlético de Madrid ganara un importante partido de fútbol allí.
Kalle, de 49 años, estaba como cada día sentado junto a su perro en el puente Reese. Unos aficionados españoles, eufóricos, comenzaron a burlarse de él depositando mecheros, tarjetas de crédito y todo tipo de objetos a sus pies. El reportero vio el show y tuvo la tan mala idea de querer demostrar en directo que los españoles son generosos. El espectáculo fue lamentable. Kalle, quien trascendió a los periódicos locales “gracias” a unos payasos de tránsito, ha declarado que, al final, solo le dejaron cinco euros. “Me siento herido, estoy realmente molesto. No pueden burlarse así de mí. No he entendido ni una palabra y no me pidieron ningún permiso. Nunca me ha sucedido nada parecido en los más de siete años que llevo pidiendo en el mismo puente de Reese”, dijo al diario Morgen Post.
Enseguida se crearon plataformas sociales en Facebook solicitando el cese de Manolo Lamas. Éste, por su parte, y a través de la propia cadena donde trabaja, ofreció disculpas, pero la gente está muy molesta. Hay más de 100 mil ciudadanos apuntados a la protesta. Incluso, han pedido a Opel, la importante empresa automovilística, que deje de patrocinar los encuentros deportivos de la cadena Cuatro. Todo se ha movido desde internet. La cosa está fea ahora mismo.
En el caso de la dictadura castrista, nunca pensaron que pudieran perder el control, resquebrajado hoy como se puede ver, porque precisamente internet ha encontrado la brecha para que el mundo conozca los atropellos que se comenten en la isla. Nunca antes lo pensaron, ni siquiera cuando se desplomó el campo socialista y, como consecuencia, el régimen tuvo que reinventarse para continuar ahí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario