El domingo pasado estábamos hablando del Rey. Era una comida familiar de cuyas sobremesas sale lo mejor, si no es que a la peña le da por el tema recurrente del sexo, pero no del sexo “embarajado”, sino el directo, desnudo y con pelos y señales. ¡Cualquiera diría que en este país se practica el coito en abundancia!
Pues bien, el tema no fue ese sino Don Juan Carlos.
Incluido un servidor, la mayoría no estaba a favor de pagarle un salario a los monarcas, pero una exigua parte de tertulianos sí. Así que debatimos y empleamos casi toda la zona horaria del ocaso en dilucidar, como buenos economistas domésticos, hacia dónde se van los dineros públicos.
Nos despedimos hasta un próximo bautizo, comunión, boda o comida de navidad. Cada uno para su casa, a ordenarla por dentro.
Por el camino, encendí la radio del coche. Aunque llevaba puesta una emisora de música, la hora en punto coló un bloque de noticias. La primera, como si nos estuvieran escuchando por detrás, decía que el Rey estaba ingresado en el Hospital Clínic de Barcelona, en nuestro antiguo barrio, de donde nos fuimos no solo por los precios del habitatge, sino también por el insoportable sonido de ambulancias y bomberos, apostados en la manzana del Mercat del Ninot desde que Barcelona es Barcelona.
Puse atención a la noticia. No me lo podía creer. No era la clínica Quirón. Su Majestad estaba ingresado en un hospital público, referenciado lo mismo por sus excelentes médicos que por las insufribles demoras en urgencias.
Todos los días de mi vida, mientras vivíamos ahí, atravesé el Clínic por dentro de camino al metro, para no dar la vuelta a la manzana. En las escaleras de la estación, varios carteles hechos a mano y otros en ordenadores denunciaban casos de malos tratos, de negligencias, en el más famoso hospital general de esta ciudad. Durante los seis años que viví al lado del vetusto edificio (remozado, cierto), una sola vez tuve que visitar urgencias como enfermo y quedé puesto y convidado, no por mal trato. Fue la demora. ¡Un escándalo!
Dice la vox populi que el problema está en el éxodo de profesionales españoles de la medicina hacia países altamente desarrollados del área europea. Allí al parecer les pagan mejor. Lo cierto es que de urgencias no tiene nada el servicio de atención al público.
Hace un par de años, tuve que acompañar a una amiga que tenía un fuerte dolor en el pecho. Finalmente era ansiedad, pero para que la viera un médico tardó nueve horas. No miento. Se puede consultar aquí lo que escribí entonces sobre la pobre Solange.
Como me conozco el paño, sospeché en un primer momento del ingreso de Don Juan Carlos en una planta de esa institución. ¿Sería una estrategia populista? ¿Andaría caminando por allí el monarca cuando le sobrevino un dolor? ¿Si al Rey se le ha visto conduciendo una moto, una Vespa concretamente, por qué no habría de ingresar allí? ¿Pero lo de la Vespa no fue hace mucho tiempo?
En fin…Nunca lo sabremos a ciencia cierta.
El jefe del estado español resultó operado en el Clínic de una tumoración benigna de pulmón y salió por sus propios pies a los tres días, sonriente y saludando al pueblo. Ahora voy a llamar a un antiguo vecino de la zona –me quedaron un par de amigos- para que me informe cómo lo vivieron.
Foto del autor
Pues bien, el tema no fue ese sino Don Juan Carlos.
Incluido un servidor, la mayoría no estaba a favor de pagarle un salario a los monarcas, pero una exigua parte de tertulianos sí. Así que debatimos y empleamos casi toda la zona horaria del ocaso en dilucidar, como buenos economistas domésticos, hacia dónde se van los dineros públicos.
Nos despedimos hasta un próximo bautizo, comunión, boda o comida de navidad. Cada uno para su casa, a ordenarla por dentro.
Por el camino, encendí la radio del coche. Aunque llevaba puesta una emisora de música, la hora en punto coló un bloque de noticias. La primera, como si nos estuvieran escuchando por detrás, decía que el Rey estaba ingresado en el Hospital Clínic de Barcelona, en nuestro antiguo barrio, de donde nos fuimos no solo por los precios del habitatge, sino también por el insoportable sonido de ambulancias y bomberos, apostados en la manzana del Mercat del Ninot desde que Barcelona es Barcelona.
Puse atención a la noticia. No me lo podía creer. No era la clínica Quirón. Su Majestad estaba ingresado en un hospital público, referenciado lo mismo por sus excelentes médicos que por las insufribles demoras en urgencias.
Todos los días de mi vida, mientras vivíamos ahí, atravesé el Clínic por dentro de camino al metro, para no dar la vuelta a la manzana. En las escaleras de la estación, varios carteles hechos a mano y otros en ordenadores denunciaban casos de malos tratos, de negligencias, en el más famoso hospital general de esta ciudad. Durante los seis años que viví al lado del vetusto edificio (remozado, cierto), una sola vez tuve que visitar urgencias como enfermo y quedé puesto y convidado, no por mal trato. Fue la demora. ¡Un escándalo!
Dice la vox populi que el problema está en el éxodo de profesionales españoles de la medicina hacia países altamente desarrollados del área europea. Allí al parecer les pagan mejor. Lo cierto es que de urgencias no tiene nada el servicio de atención al público.
Hace un par de años, tuve que acompañar a una amiga que tenía un fuerte dolor en el pecho. Finalmente era ansiedad, pero para que la viera un médico tardó nueve horas. No miento. Se puede consultar aquí lo que escribí entonces sobre la pobre Solange.
Como me conozco el paño, sospeché en un primer momento del ingreso de Don Juan Carlos en una planta de esa institución. ¿Sería una estrategia populista? ¿Andaría caminando por allí el monarca cuando le sobrevino un dolor? ¿Si al Rey se le ha visto conduciendo una moto, una Vespa concretamente, por qué no habría de ingresar allí? ¿Pero lo de la Vespa no fue hace mucho tiempo?
En fin…Nunca lo sabremos a ciencia cierta.
El jefe del estado español resultó operado en el Clínic de una tumoración benigna de pulmón y salió por sus propios pies a los tres días, sonriente y saludando al pueblo. Ahora voy a llamar a un antiguo vecino de la zona –me quedaron un par de amigos- para que me informe cómo lo vivieron.
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