Era un General Motors del ’52 pero no automóvil, sino refrigerador. Como muchos de su época, llegó a Cuba en la segunda mitad del siglo pasado y sirvió a una familia durante largos años, como un miembro más de una estirpe equis. Congeló carnes, pescados y cervezas y fabricó el durofrío, esa piedra de hielo saborizada cuyo color responde a la tintura del sirope que estuviera de moda.
Se llamaba Rocco. En sus últimos años, cuando pensó que la vida terminaba honrosamente, luego de haber trabajado sin obtener jamás un día festivo, el cine lo convirtió en un personaje famoso. Fue el interlocutor de Diego en los soliloquios que éste soltaba en Fresa y Chocolate. Ahora sabemos con quién hablaba “la loca” de esta entrañable película. Conversaba con él, con el alma de la casa, porque en Cuba, lo habíamos dicho en el post anterior, un refrigerador es tan importante y tan añejo como un sabio patriarca. Ahora Rocco es venerado en muchos países del mundo, porque, aunque difunto, su memoria hace justicia a los miles y miles de congéneres que como él nos acompañaron en todos estos largos años de deconstrucción del socialismo.
A diferencia de otros compañeros de exposición, no ha merecido un tratamiento plástico avanzado, con demasiados retoques, sino que se ha mantenido casi igual, aunque acostado. Ha entrado en la línea plástica de lo que se conoce como instalación; o sea, el trabajo conceptual de un conjunto de cosas que bien podría ser obra de un filósofo, más que de un artista.
Su corazón, antes oculto, ahora está colocado en la sección del rostro, como en las típicas “cajas” mortuorias; para que, motor al fin, sea analizado a la vista de nuevas generaciones. Ha sido embalsamado, como hicieron con Lenin, pero, a diferencia del ruso, Rocco viaja por el mundo como un obrero itinerante, ya que posiblemente nunca más se fabrique uno como él. Fue norteamericano de origen, tropicalizado después y universal siempre; nacionalizado cubano para su desgracia, pues los trámites consulares se le hacen cada vez más complicados.
Rocco acaba de visitar Barcelona luego de entrar en otra dimensión, en el mundo de los difuntos que alargan “la vida” rodando como bichos de feria. Lo importante sería, en todo caso, que las nuevas generaciones conozcan su obra, aunque sea a partir de la visión de su cuerpo inerte. Está pendiente una misa espiritual en su nombre, que se llevará a cabo cuando los santeros cubanos y las autoridades de la iglesia católica se pongan de acuerdo.
Hasta siempre, Rocco, y descansa en paz.
Foto del autor
La instalación corresponde a Jorge Perugorría y Juan Carlos Tabío, dos hombres de cine.
Se llamaba Rocco. En sus últimos años, cuando pensó que la vida terminaba honrosamente, luego de haber trabajado sin obtener jamás un día festivo, el cine lo convirtió en un personaje famoso. Fue el interlocutor de Diego en los soliloquios que éste soltaba en Fresa y Chocolate. Ahora sabemos con quién hablaba “la loca” de esta entrañable película. Conversaba con él, con el alma de la casa, porque en Cuba, lo habíamos dicho en el post anterior, un refrigerador es tan importante y tan añejo como un sabio patriarca. Ahora Rocco es venerado en muchos países del mundo, porque, aunque difunto, su memoria hace justicia a los miles y miles de congéneres que como él nos acompañaron en todos estos largos años de deconstrucción del socialismo.
A diferencia de otros compañeros de exposición, no ha merecido un tratamiento plástico avanzado, con demasiados retoques, sino que se ha mantenido casi igual, aunque acostado. Ha entrado en la línea plástica de lo que se conoce como instalación; o sea, el trabajo conceptual de un conjunto de cosas que bien podría ser obra de un filósofo, más que de un artista.
Su corazón, antes oculto, ahora está colocado en la sección del rostro, como en las típicas “cajas” mortuorias; para que, motor al fin, sea analizado a la vista de nuevas generaciones. Ha sido embalsamado, como hicieron con Lenin, pero, a diferencia del ruso, Rocco viaja por el mundo como un obrero itinerante, ya que posiblemente nunca más se fabrique uno como él. Fue norteamericano de origen, tropicalizado después y universal siempre; nacionalizado cubano para su desgracia, pues los trámites consulares se le hacen cada vez más complicados.
Rocco acaba de visitar Barcelona luego de entrar en otra dimensión, en el mundo de los difuntos que alargan “la vida” rodando como bichos de feria. Lo importante sería, en todo caso, que las nuevas generaciones conozcan su obra, aunque sea a partir de la visión de su cuerpo inerte. Está pendiente una misa espiritual en su nombre, que se llevará a cabo cuando los santeros cubanos y las autoridades de la iglesia católica se pongan de acuerdo.
Hasta siempre, Rocco, y descansa en paz.
Foto del autor
La instalación corresponde a Jorge Perugorría y Juan Carlos Tabío, dos hombres de cine.
1 comentario:
Felicitaciones! Te invito a ver mi blog, hoy lo inicie.
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