Para lograr postales tan intimistas, el realizador tuvo que crear un rappor antes, o bien disponer de
muchísimo tiempo
El documental Cantos, del
realizador Charlie Petersmann, anda dando vueltas por ahí luego de ganar Mención
Especial en el Festival Visions du Réel, Suiza, de este año. No es
el Buena Vista Social Club pero también habla de Cuba. Y lo hace desde una
perspectiva absolutamente intimista, lo cual, como mismo retrató Fernando Pérez
a esta tierra olvidada en Suite Habana, trasmite el dolor a punta de pala.
El ambiente derruido de viviendas, infraestructuras en Cuba es lugar común
a estas alturas. Se ha visto incontables veces –nunca sería demasiado- a través
del lente del viajero que, siendo aficionado, suele ser mucho más realista. Y
como decíamos arriba, se ha visto a través del prisma de un realizador honesto
como Fernando Pérez y de otro con mucho oficio y olfato como lo es Wim Wenders.
Ahora el suizo Charlie Petersmann logra meter una cámara dentro de las
mismas casas que antes se vieron,
en medio de ese paisaje de postguerra, el mismo que va durando demasiado tiempo
expuesto a las inclemencias del tiempo. La cámara dentro de las viviendas tiene
el encanto de mostrar cómo son las personas, cómo esas almas sobreviven en
medio de tanta miseria; en no pocos casos, increíblemente, con humor.
Para lograr postales intimistas, el realizador tuvo que crear un rappor antes, o bien disponer de
muchísimo tiempo para rodar “pies” de película y luego cortar hasta quedarse
con 75 minutos. Sabemos que en Cuba no es difícil conseguir determinadas
entrevistas de corte intimista. Un extrajero en la isla, hasta donde sabemos,
es un Dios. La pregunta que uno se hace luego de comprobar –lo sabíamos de
antes pero parece que olvidamos- la
absoluta miseria de esa familia que vive en una choza de algún campo intrincado
de la isla, es cómo el realizador pudo poner en paz sus emociones luego de
convivir allí.
Hay cuatro personajes principales (un niño de algún ambiente marginal, un
señor educado de La Habana, una bloguera independiente también de la capital),
pero al menos para este cronista el más impactante es el del joven que vive en
la choza antes mencionada. Se trata de la generación frustrada, todavía con
fuerzas y aparente salud, pero detenida en el tiempo, en la soledad.
Tal vez alguien pueda decir que a eso es a lo que muchas personas de sociedades
modernas aspiran, a la pureza del aire, a la austeridad de la vida sin una gota
de estrés. En tal caso, mentirían.
Nadie puede aspirar a ver pasar el tiempo frente a unos miserables
cacharros de cocina y un techo de yagua que filtra la maravillosa lluvia
tropical. Viendo consumirse a sus padres –hueso y tendones son, se ve
claramente- con un cigarrillo interminable en la boca.
Incluso, ese personaje es apuesto, fuerte –aunque escuálido- y nadie se
explica por qué tiene que sufrir la soledad.
Es un fracasado –se dice que cumplió prisión- a quien el barco, la lancha
se le fue entre las manos y nunca más
volvió a intentar la emigración, o lo que es lo mismo en Cuba: el
exilio.
Hay otro personaje aleatorio que -en
ese cruce de escenas utilizado por Petersmann para dar los diferentes planos
físicos, o sea, el país- pasa a despedirse porque se marcha para siempre, lo
único posible en la isla, salvo raras excepciones. Entonces, la cámara capta al
niño llorando y diciendo que en Cuba se vive bien. Una mentira, claro, pero
sabemos que los niños no mienten.
El pequeño lo que no quiere es tener que enfrentar la distancia.
La otra imagen que uno guardará para siempre es la mirada ingenua de la
hija de la bloguera independiente. Esa niña, cuyo padre nunca se menciona, tiene
que vivir entre conversaciones de adultos, pero no adultos cualquiera: Son
disidentes, o sea, gente triste, maltratada incluso físicamente por el poder.
El poder no se ve el en documental, no hay un policía. Y tampoco haría
falta mostrarlo pues sería redundante.
El poder, la opresión, está retratado en la forma de vida, en cada
interior, no solo de las viviendas pobres, sino de cada uno de esos personajes que
por alguna razón se han dejado fotografiar. De ese misterio tal vez arranque el
éxito de la “brutal” puesta en escena. Con ella, el género del docudrama se
viste de largo.
Cantos deja el pecho apretado. Tal
vez sea una frase hecha pero, cuando se tienen pocas palabras, o mejor dicho,
poco espacio para calificar un producto como este, la frase es perfecta.
Página oficial del documental: http://www.cantos-film.ch/en/
Nota: Esta reseña se publicó originalmente en www.cubanet.org
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