En la foto, el autor de "274", Andrés Pi Andreu, y Verónica Cervera, autora del libro "La cocina cubana de Vero". |
Este último viernes se presentó la excelente novela "274", de mi amigo Andres Pi Andreu, en Books and Books, de Coral Gables. El libro ha tenido mucho éxito y ahora lo presenta Editorial Panamericana. En la foto, Pi Andreu junto a la activista, bloguera y editora cubana Verónica Cervera. También estuvo el cantautor Vanito Brown “amenizando la actividad”.
El siguiente texto sirvió de presentación. Agradezco a Pi Andreu la oportunidad de leerlo allí.
Por Jorge
Ignacio Pérez
Luego de dar
vueltas por el mundo, el mundo que le tocó a uno y no el que uno escogió, leer 274 viene a ser algo así como la
confirmación de que el trabajo mental que nos correspondía a los exiliados lo
hicimos bien.
La palabra es
precisa. No quiero discusión.
Exilio y más
exilio. ¿Son cuatro o cinco las generaciones afectadas?
Pero bueno, más
allá del “detalle” de lo que significa ser exiliado, aquí hay una o miles de
historias personales narradas desde la perspectiva de un adolescente que se
cuestiona todo a su alrededor, muy probablemente un recurso utilizado como pretexto de todo un
pueblo, porque este libro, aunque parezca intimista y familiar, es coral.
Conociendo a su
autor, uno se da cuenta de que 274 no
podía haber sido escrito sin humor, ¿o sería más exacto decir “sin jodedera”?
Ah, pero ese lado tal vez se lo perderán los no cubanos. Es posible que los no
cubanos investiguen ciertas frases en pos de una segunda lectura, de una
lectura paralela.
Entonces
volverán a leerlo, porque la primera vez tiene que ser de arriba abajo. La
historia del Telencio y su madre Valentina, y su padre que quedó del “otro lado
del charco”, y su psicólogo personal, y sus recuerdos de La Habana, está hilada
con frases irreverentes, como si el autor volviera a los días de aquella
magnífica novela de la adolescencia, El
guardián en el centeno, pero enmarcada en la tragedia cubana.
Como la
tragedia continúa y se puede tocar con las manos, a Andrés Pi Andreu,
descendiente de catalanes, no le han hecho falta demasiadas páginas. Si uno
quiere continuar leyendo solo tiene que pensar en la historia de Telencio y su
madre Valentina y su padre que quedó del otro lado. O pasar por la estantería
donde está el libro y echarle un vistazo a la portada, del magnífico ilustrador
Carlos Manuel Díaz para la Editorial Panamericana.
Ese Studebaker
imaginario que pasea por las nubes con toda tranquilidad, llevando a los tres, es la historia de cada uno de
nosotros que, no estaría de más recordarlo, sigue inconclusa.
Si cierro los
ojos y pienso en mi padre –fallecido en La Habana todavía joven y lejos de mí-
no veo otra escena que la de los dos en su balcón del Vedado, un domingo, en el
sexto piso, frente al Malecón, fijándonos en la calle Calzada para contabilizar
los carros americanos, con su modelo y año.
Así aprendí las
marcas de autos y tal vez, por ese motivo, cuando llegué a los Estados Unidos,
luego dar vueltas por el mundo, como dije arriba, me compré un Dodge de segunda
mano, que luego dejé en un dealer,
pero el homenaje estaba hecho.
Ahora Pi Andreu
me recuerda “al viejo” y por oficio y por amistad he vuelto al balcón del
Vedado. Está claro que el viaje no tiene necesariamente que ser a una cuartería
de Marianao, ni de Lawton, ni de Unión de Reyes. Esta noveleta camuflada como “literatura juvenil” es un libro de firmas,
donde estamos todos y donde caben más. Si alguien quiere pensar que se trata de
un libro de condolencias, estaría en todo su derecho.
Pero como quien
escribe esta reseña ha visitado la casa del autor y jugado con su perro Cuba
(¡vaya nombrecito que le pusieron!), no le queda otra que reírse. La vida en
Miami es infinitamente mejor que la de esa isla, por mucho que el personaje
central, Telencio, se pase el tiempo extrapolando y echando de menos sus amigos
del barrio y sus juegos en la calle.
Una cosa es la
literatura y otra la realidad. Tal vez por eso el autor ha creado un personaje
que representa los tropiezos de la vida y que ese personaje sea un psicólogo (yo
sigo escribiéndolo con p), un psicólogo -con
todo respeto a la profesión- que no paliará la nostalgia y mucho menos será
capaz de traer a un padre desde la otra orilla.
Dicen que este
libro se lee en Cuba, y yo me lo creo. Entronca perfectamente con la nueva era,
con este momento que nos obliga a pensar si en lo adelante nos pondremos en
manos de los políticos. Pero sobre todo, y aunque parezca muy local, este libro
nos obliga a reconocer, de una puñetera vez, que no somos el ombligo del mundo.
Si alguien aquí sabe por qué, para presentarlo, escogieron un 20 de mayo, que
me lo diga.
Gracias,
entonces, a Pi Andreu, por caminar sobre el filo de la navaja sin perder el
equilibrio. Gracias por el buen humor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario