¡Qué fino el
desfile de Chanel este martes en La Habana! La pena es que a cien metros las
calles estén llenas de socavones y de charcos de orine; la gente ande remendada
y camine con agujeros en los zapatos, con sombrilla rota y la amargura de no saber
qué comer.
El propio Paseo
del Prado –que siempre recordé, a pesar de todo, caminando por las Ramblas de
Barcelona- tuvo que ser pulido para el desfile, porque la mugre sobre ese
mármol tenía una larga historia.
¡De los leones
ni hablar! Sucios y pestilentes, soportando el paso del tiempo a como se
tercie: soportando escaramuzas de todo tipo, alcohólicos no precisamente
anónimos, vendedores de maní, revendedores de casas -¡muchos ilegales!-; el
hollín que dejan los carros viejos, esos mismos que pusieron detrás como
decoración al desfile de Chanel, pero con motores trucados, motores de
petróleo, de queroseno, de turbinas para regar el campo.
Ah, pero Coco,
inefable estandarte, quería caminar por ese pretil bien construido y abandonado
a su suerte; quería pasear su alta costura, sus zapatos de dos tonos y su
finísima combinación del aire francés colonizador. ¡Coco transcultural!
¿Adónde ha ido
a parar esta marca con toda su elegancia? ¿No sabe que se está sumando a una
carroza de humo que no conduce a nada sino a la risa, a la desvergüenza?
Cuba sigue
siendo un dominio y no un país libre. Ahí estaban hijos y nietos de los
dictadores y una turba de militares para que nadie se acercara al desfile. No
importa que, como dijo en La Habana Geraldine Chaplin, ni ella misma pueda
comprarse esa ropa. Lo importante es que ese país, esa ciudad, ni siquiera
tiene boutiques de marcas elegantes.
Es un
despropósito de punta a cabo ese desfile, y no porque la miseria ronde el
escenario. Podría haberse hecho en cualquier país pobre donde exista libertad
de expresión y quedaría mejor.
Las Ramblas de
Barcelona –lo más parecido que he visto a ese Paseo del Prado- están limpias
siempre, coloridas, llenas de ambiente, de carteristas, de vendedores de
flores, de estantes de periódicos que abren con la edición nueva a las cuatro
de la madrugada; llenas de estatuas humanas que son verdaderas obras de arte;
llenas de vida, en fin. Y poco más arriba una tienda de Chanel.
Eso es dar vida
y conservar una ciudad. No como esto que es pura escenografía, cortina de humo,
finísimo paripé.
Señor
diseñador: Totalitarismo y glamour no juegan en la pasarela. La Habana tiene un
aire “retro” porque los mismos dictadores que ahora lo invitan la destruyeron. La
dejaron podrir.
Los cubanos no
necesitan más humillación. Déjenlos tranquilos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario