El amarillismo, la crónica roja y la ausencia de color
Hoy hablé por teléfono con un amigo cubano que está de visita en España. Es invidente y, no por casualidad, conoce a la muchacha que hace unos días, desgraciadamente, cayó a las vías del metro de Madrid. Mi amigo está consternado, como es lógico. Pero sobre todo está sorprendido con el tratamiento de la noticia en los medios españoles.
Los que vivimos aquí desde hace algún tiempo pudiéramos decir que estamos acostumbrados a enterarnos de todo, incluso de lo que no nos incumbe o de lo que nos hace sufrir en la lejanía de un escenario de impacto social, en la distancia del hecho en sí mismo. Uno está almorzando con el televisor encendido y, lejos de acompañar la comida, la guarnece con un bloque de sucesos entreverado inteligentemente con los despachos políticos y económicos. El fallo está en almorzar con la tele puesta. Eso lo sabemos y, sin embargo, somos reincidentes.
Hay telediarios menos sangrientos que otros. También, da la “coincidencia” de que éstos son los más anodinos, lights o como se quiera llamar en el tratamiento de la noticia. Esto quiere decir que estamos consumiendo altas dosis de crónica roja diariamente y sin que apenas nos demos cuenta. ¿O es que nos hemos acostumbrado a que lo que fue un eslabón perdido en nuestra formación en Cuba sea ahora tan cotidiano como cepillarse los dientes?
En la isla, con aquel gobierno medio centenario y paternalista, no nos enterábamos de nada. Nunca o casi nunca veíamos un muerto en televisión. Y, en la vía pública, para ver un herido hay que coincidir con el minuto exacto en el que ocurre el fatal accidente, porque enseguida cualquier automóvil se lo lleva al hospital. No pocas veces al herido lo traslada el propio coche causante o implicado en el atropello. En los países del denominado primer mundo no sucede así. Aquí el cuerpo yace en el suelo hasta que lleguen los servicios médicos y esto puede tardar un cuarto de hora o más. Con casi 45 años que tengo, fue aquí donde vi por primera vez una persona inerte en el suelo de una calle. Un espectáculo tremendo que hirió y hiere a cada rato mi sensibilidad.
Esto es un problema prácticamente de crianza. No quiero decir que los ciudadanos nacidos en este primer mundo sean insensibles; lo que trato de aclarar es que llevan una coraza especial de la cual, de momento, nosotros carecemos.
Cuando se dio la noticia de que la joven cubana, músico e invidente, había sido arrollada por un tren y había perdido un brazo, ese mediodía mi mujer me encontró con una cara absolutamente desencajada. Me preguntó qué me pasaba y le dije que nada. No quedó conforme e insistió. Entonces le conté. Me pidió, por favor, que no me tomara como mías todas estas desgracias, porque me iba a enfermar. “No quiere esto decir que no te duela”, precisó, “pero trata de relativizar porque en realidad no puedes hacer nada”.
“Es imposible”, contesté. “Es algo que va conmigo, con mi personalidad. Es algo que viene de muy atrás”.
Durante todos estos años en España he tratado de distanciarme de los hechos de sangre que emite la televisión y lo había logrado bastante hasta ahora. No conozco personalmente a la muchacha, pero sabía que mi amigo invidente estaba aquí y se enteraría de esto y establecí mentalmente un sinfín de líneas de conexión que, en efecto, resultaron reales. Hoy mi amigo estaba hecho polvo. No entendía el tratamiento de la noticia, el detalle recabado hasta con lupa, el morbo alrededor de la vida privada de ella, el seguimiento a pie de quirófano de los medios de comunicación peninsulares.
Son dos conceptos diferentes –no se lo expliqué por teléfono pero lo conversaremos en breve cuando nos encontremos-; uno es el silencio absoluto de la prensa cubana, en cuyo papel parece como si no sucediera nunca nada y en realidad sí sucede, y el otro es el de la crónica roja que alimenta los contenidos de periódicos, radios y telediarios. A veces se nos olvida que hay periodistas destinados en la sección de Sucesos y de eso viven, que tienen que competir con sus colegas para llevar más rápido la información e incluso “dar el palo periodístico”, como se conoce en el argot profesional. Hasta dónde cada medio de prensa es capaz de hurgar en la intimidad de una persona, esa es cuestión ética que aquí no está regulada.
Ahora bien: Muchas veces me he preguntado si lo tomaría en caso de que alguna vez me ofrezcan un puesto en la sección de Sucesos. Mi respuesta siempre ha sido negativa, incluyendo un puesto en la denominada prensa Rosa, pero valdría aclarar que esto es lo que pienso hacer y no lo que absolutamente haré, porque una cosa es cavilar en la distancia y otra muy diferente enfrentarse a un puesto real.
El triste episodio ocurrido a esta chica que probablemente no pueda tocar más la guitarra me tiene hace días triste, muy triste. He cerrado los ojos una y otra vez para tratar de sentir su espacio. Me duele mucho comprobar que las personas en el denominado primer mundo son tan individualistas en sentido general. La gente está metida en sus problemas y además está segura de que los discapacitados físicos lo van a hacer todo bien. Así que los dejan a su aire, no los siguen con la vista, los dan por seguros y así se ahorran un problema.
Esta triste noticia informa entre líneas –no sé si algún periodista lo habrá dicho explícitamente- que hay que estar por ellos, ya sea en la distancia para que no se sientan subestimados pero hay que estar por ellos.
Albergo la esperanza de que, con tanta inmigración, las costumbres se mezclen y el resultado sea mucho más altruista de lo que ahora es esta sociedad.
Los que vivimos aquí desde hace algún tiempo pudiéramos decir que estamos acostumbrados a enterarnos de todo, incluso de lo que no nos incumbe o de lo que nos hace sufrir en la lejanía de un escenario de impacto social, en la distancia del hecho en sí mismo. Uno está almorzando con el televisor encendido y, lejos de acompañar la comida, la guarnece con un bloque de sucesos entreverado inteligentemente con los despachos políticos y económicos. El fallo está en almorzar con la tele puesta. Eso lo sabemos y, sin embargo, somos reincidentes.
Hay telediarios menos sangrientos que otros. También, da la “coincidencia” de que éstos son los más anodinos, lights o como se quiera llamar en el tratamiento de la noticia. Esto quiere decir que estamos consumiendo altas dosis de crónica roja diariamente y sin que apenas nos demos cuenta. ¿O es que nos hemos acostumbrado a que lo que fue un eslabón perdido en nuestra formación en Cuba sea ahora tan cotidiano como cepillarse los dientes?
En la isla, con aquel gobierno medio centenario y paternalista, no nos enterábamos de nada. Nunca o casi nunca veíamos un muerto en televisión. Y, en la vía pública, para ver un herido hay que coincidir con el minuto exacto en el que ocurre el fatal accidente, porque enseguida cualquier automóvil se lo lleva al hospital. No pocas veces al herido lo traslada el propio coche causante o implicado en el atropello. En los países del denominado primer mundo no sucede así. Aquí el cuerpo yace en el suelo hasta que lleguen los servicios médicos y esto puede tardar un cuarto de hora o más. Con casi 45 años que tengo, fue aquí donde vi por primera vez una persona inerte en el suelo de una calle. Un espectáculo tremendo que hirió y hiere a cada rato mi sensibilidad.
Esto es un problema prácticamente de crianza. No quiero decir que los ciudadanos nacidos en este primer mundo sean insensibles; lo que trato de aclarar es que llevan una coraza especial de la cual, de momento, nosotros carecemos.
Cuando se dio la noticia de que la joven cubana, músico e invidente, había sido arrollada por un tren y había perdido un brazo, ese mediodía mi mujer me encontró con una cara absolutamente desencajada. Me preguntó qué me pasaba y le dije que nada. No quedó conforme e insistió. Entonces le conté. Me pidió, por favor, que no me tomara como mías todas estas desgracias, porque me iba a enfermar. “No quiere esto decir que no te duela”, precisó, “pero trata de relativizar porque en realidad no puedes hacer nada”.
“Es imposible”, contesté. “Es algo que va conmigo, con mi personalidad. Es algo que viene de muy atrás”.
Durante todos estos años en España he tratado de distanciarme de los hechos de sangre que emite la televisión y lo había logrado bastante hasta ahora. No conozco personalmente a la muchacha, pero sabía que mi amigo invidente estaba aquí y se enteraría de esto y establecí mentalmente un sinfín de líneas de conexión que, en efecto, resultaron reales. Hoy mi amigo estaba hecho polvo. No entendía el tratamiento de la noticia, el detalle recabado hasta con lupa, el morbo alrededor de la vida privada de ella, el seguimiento a pie de quirófano de los medios de comunicación peninsulares.
Son dos conceptos diferentes –no se lo expliqué por teléfono pero lo conversaremos en breve cuando nos encontremos-; uno es el silencio absoluto de la prensa cubana, en cuyo papel parece como si no sucediera nunca nada y en realidad sí sucede, y el otro es el de la crónica roja que alimenta los contenidos de periódicos, radios y telediarios. A veces se nos olvida que hay periodistas destinados en la sección de Sucesos y de eso viven, que tienen que competir con sus colegas para llevar más rápido la información e incluso “dar el palo periodístico”, como se conoce en el argot profesional. Hasta dónde cada medio de prensa es capaz de hurgar en la intimidad de una persona, esa es cuestión ética que aquí no está regulada.
Ahora bien: Muchas veces me he preguntado si lo tomaría en caso de que alguna vez me ofrezcan un puesto en la sección de Sucesos. Mi respuesta siempre ha sido negativa, incluyendo un puesto en la denominada prensa Rosa, pero valdría aclarar que esto es lo que pienso hacer y no lo que absolutamente haré, porque una cosa es cavilar en la distancia y otra muy diferente enfrentarse a un puesto real.
El triste episodio ocurrido a esta chica que probablemente no pueda tocar más la guitarra me tiene hace días triste, muy triste. He cerrado los ojos una y otra vez para tratar de sentir su espacio. Me duele mucho comprobar que las personas en el denominado primer mundo son tan individualistas en sentido general. La gente está metida en sus problemas y además está segura de que los discapacitados físicos lo van a hacer todo bien. Así que los dejan a su aire, no los siguen con la vista, los dan por seguros y así se ahorran un problema.
Esta triste noticia informa entre líneas –no sé si algún periodista lo habrá dicho explícitamente- que hay que estar por ellos, ya sea en la distancia para que no se sientan subestimados pero hay que estar por ellos.
Albergo la esperanza de que, con tanta inmigración, las costumbres se mezclen y el resultado sea mucho más altruista de lo que ahora es esta sociedad.
Imagen tomada de la televisión
Nota:
Según el portal de asuntos cubanos Penúltimos Días, se ha abierto un número de cuenta bancaria para realizar donaciones benéficas a Danays Bautista Bruzón. El número es 2077 0905 353100214239 y está a nombre de la Asociación Cultural Yemayá. La joven se encuentra en politraumatismos del Hospital madrileño Gregorio Marañón y su pronóstico es grave, aunque está estabilizada por vía artificial.
Nota:
Según el portal de asuntos cubanos Penúltimos Días, se ha abierto un número de cuenta bancaria para realizar donaciones benéficas a Danays Bautista Bruzón. El número es 2077 0905 353100214239 y está a nombre de la Asociación Cultural Yemayá. La joven se encuentra en politraumatismos del Hospital madrileño Gregorio Marañón y su pronóstico es grave, aunque está estabilizada por vía artificial.
5 comentarios:
Sigo confirmando, ahora con tus emotivas escrituras, que hice bien en no irme a Europa y quedarme en México. Al menos en el noroeste me consta que la gente es igualita que en Cuba para esas cosas. Viví de cerca aquel desastre de la guardería en Hermosillo (hace ya casi un año), y comprobé el nivel de entrega y solidaridad que tienen, sin distinción. Los informativos también tienen cronica roja, y amarilla y de todos los colores, y por supuesto que sacan lasca a todo - ahora mismo hay tremendo chanchullo con la hija del rockero Alex Lora, que andaba borracha manejando y mató a uno - pero acá nadie deja a un herido tirado en la calle.
Un abrazo.
Has dado en el clavo, estimado Rodrigo. Es es todavía la gran diferencia entre Europa y Latinoamérica. Dos maneras muy diferentes de llevar el capitalismo, la democracia y la libertad individual. Pero no olvidemos que aquí también la gente es solidaria, aunque a menor escala. En las grandes ciudades españolas se vive muy a prisa y nadie mira a nadie, y, si se cruzan dos miradas, el cruce no dura tres segundos. Por este motivo se ven tantos rostros "de palo" a primera hora de la mañana en el metro. Rostros, paradójicamente, muchas veces bellos. un abrazo y ten por seguro que estás en un buen lugar.
Rodrigo: he releido nuestros comentarios y me doy cuenta que en ellos se da por entendido que en España nadie atiende a ningún accidentado o herido en la calle y esto no así. sí que los atienden pero si no están facultados no los tocan por evitar errores de manipulación hasta que lleguen los servicios médicos. es solo una precisión. un saludo.
Jorge, esa frialdad e individualismo del que hablas sobre todo se acentúa en Barcelona y Madrid (y aún así va por barrios). He tenido la fortuna de vivir largas temporadas en otras ciudades de mi país y la cosa cambia bastante.
Un fuerte abrazo,
Coincido contigo, amigo Ingelmo. saludos.
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