Sucedió anoche de nuevo
La primera vez que vi Habana Blues fue en una sala de Rambla Catalunya en la última sesión, hace ahora unos cinco o seis años. Salí llorando del cine pero no a lágrima viva, sino con los ojos cristalinos y la tristeza atragantada. Anna, que iba a mi lado, esperó solidariamente a que pasaran quince minutos para poder comentar la película y se me abriera por fin la voz.
Había muchas razones para ese estado de ánimo. Yo entonces era un emigrante indocumentado que intentaba rehacer mi vida muy lejos del escenario utilizado en el filme. Por otro lado, acababa de presenciar la primera película con tema cubano y presupuesto español que lograba escapar de un montón de lugares comunes sobre mi país, sin hacer concesiones a nadie y mucho menos a ningún gobierno ni a ninguna productora.
¿Cómo era posible este hecho?
¿Estaría cambiando la correlación de fuerzas, no pocas veces mezquina, que mueve la maquinaria comercial y política?
La respuesta no estaba en el aire.
Benito Zambrano (Solas, 1999 ), sevillano graduado de la escuela de cine de San Antonio de los Baños, en las afueras de La Habana, había vivido intensamente la realidad cubana y estaba dispuesto a no traicionar a nadie, mucho menos a traicionarse a sí mismo. Sabía que el mundo social allí es mucho más rico que lo que habitualmente se ve en el audiovisual común y conocía de primera mano el dolor de una o dos generaciones de jóvenes creadores que seguramente cambiarían su modo de vida, su producción artística, por un horizonte incierto que podía estar en cualquier lugar del planeta. Porque los cubanos emigramos hacia cualquier confín del mundo y en el momento en que se presente la escapada.
Ahí está el dilema fundamental de la película: la lucha entre la ética y las oportunidades, magistralmente caracterizada por los actores Alberto Joel García Osorio y Roberto Sanmartín, dos rostros nada conocidos de la gran pantalla.
Pero hay muchas novedades más. Planteándose una película musical, Zambrano logra escapar del mundo de la salsa para adentrarse en el del rock y el hip hop cubanos, seriamente dañados por la oficialidad nacional al considerarse un elemento peligroso por su actitud contestataria que, lógicamente, le es inherente al género.
En lugar de realizar una comedia musical –lo típico y archiconocido de la identidad caribeña-, el director se metió en camisa de once varas con un drama musical, especie poco al uso que exige un tejido dramatúrgico mucho más complejo. Es verdad que rodar en Cuba es bastante fácil en cuanto a la escenografía y ambientación, ya que las atmósferas naturales están a la mano y no es necesario fabricarlas, pero también escapar de lo manido, a estas alturas, supone una cuota alta de inteligencia. Benito Zambrano, pues, sacó partido a una realidad underground que tanto él como este servidor conocía y la presentó al mundo con la frescura de un cine documental que, sin embargo, no lo es.
Pero veamos cómo, ciertamente, la realidad supera a la ficción. Uno de los actores principales, Roberto Sanmartín, cuyo personaje representa la fuerza de la emigración por encima de todo, decidió emigrar en la vida real. Se quedó a vivir en España cuando vino a presentar la película. Esto da mucho que pensar.
Y la otra revelación, aunque su rostro me “sonara” de alguna función de teatro, fue Yailene Sierra, magistral en su personaje de Caridad. Es toda fuerza y entrega, silencios inolvidables apoyados en miradas espectaculares y exabruptos estremecedores que te calan hasta los huesos. ¿Cómo se puede tener un registro tan ancho? ¿Cómo se puede llevar a niveles tan altos el melodrama?
Habana Blues (una vecina me tocó anoche a la puerta avisándome) volvió a la pantalla de Televisión Española por segunda vez. En mi casa se suspendió toda rutina y, palomitas mediantes, ¡faltaría más!, se abrieron todos los caminos posibles para recibir esta pieza inolvidable del llamado séptimo arte. Y los sentimientos que están amarrados con siete cuerdas de equilibrio terminaron de nuevo brillando en los ojos.
Foto tomada de la televisión
Una escena de Habana Blues, el filme sobre la realidad cubana con el que más nos identificamos los exiliados. Volvió anoche en el canal 2.
De izquierda a derecha, los actores Alberto Joel García Osorio y Roberto Sanmartín.
Había muchas razones para ese estado de ánimo. Yo entonces era un emigrante indocumentado que intentaba rehacer mi vida muy lejos del escenario utilizado en el filme. Por otro lado, acababa de presenciar la primera película con tema cubano y presupuesto español que lograba escapar de un montón de lugares comunes sobre mi país, sin hacer concesiones a nadie y mucho menos a ningún gobierno ni a ninguna productora.
¿Cómo era posible este hecho?
¿Estaría cambiando la correlación de fuerzas, no pocas veces mezquina, que mueve la maquinaria comercial y política?
La respuesta no estaba en el aire.
Benito Zambrano (Solas, 1999 ), sevillano graduado de la escuela de cine de San Antonio de los Baños, en las afueras de La Habana, había vivido intensamente la realidad cubana y estaba dispuesto a no traicionar a nadie, mucho menos a traicionarse a sí mismo. Sabía que el mundo social allí es mucho más rico que lo que habitualmente se ve en el audiovisual común y conocía de primera mano el dolor de una o dos generaciones de jóvenes creadores que seguramente cambiarían su modo de vida, su producción artística, por un horizonte incierto que podía estar en cualquier lugar del planeta. Porque los cubanos emigramos hacia cualquier confín del mundo y en el momento en que se presente la escapada.
Ahí está el dilema fundamental de la película: la lucha entre la ética y las oportunidades, magistralmente caracterizada por los actores Alberto Joel García Osorio y Roberto Sanmartín, dos rostros nada conocidos de la gran pantalla.
Pero hay muchas novedades más. Planteándose una película musical, Zambrano logra escapar del mundo de la salsa para adentrarse en el del rock y el hip hop cubanos, seriamente dañados por la oficialidad nacional al considerarse un elemento peligroso por su actitud contestataria que, lógicamente, le es inherente al género.
En lugar de realizar una comedia musical –lo típico y archiconocido de la identidad caribeña-, el director se metió en camisa de once varas con un drama musical, especie poco al uso que exige un tejido dramatúrgico mucho más complejo. Es verdad que rodar en Cuba es bastante fácil en cuanto a la escenografía y ambientación, ya que las atmósferas naturales están a la mano y no es necesario fabricarlas, pero también escapar de lo manido, a estas alturas, supone una cuota alta de inteligencia. Benito Zambrano, pues, sacó partido a una realidad underground que tanto él como este servidor conocía y la presentó al mundo con la frescura de un cine documental que, sin embargo, no lo es.
Pero veamos cómo, ciertamente, la realidad supera a la ficción. Uno de los actores principales, Roberto Sanmartín, cuyo personaje representa la fuerza de la emigración por encima de todo, decidió emigrar en la vida real. Se quedó a vivir en España cuando vino a presentar la película. Esto da mucho que pensar.
Y la otra revelación, aunque su rostro me “sonara” de alguna función de teatro, fue Yailene Sierra, magistral en su personaje de Caridad. Es toda fuerza y entrega, silencios inolvidables apoyados en miradas espectaculares y exabruptos estremecedores que te calan hasta los huesos. ¿Cómo se puede tener un registro tan ancho? ¿Cómo se puede llevar a niveles tan altos el melodrama?
Habana Blues (una vecina me tocó anoche a la puerta avisándome) volvió a la pantalla de Televisión Española por segunda vez. En mi casa se suspendió toda rutina y, palomitas mediantes, ¡faltaría más!, se abrieron todos los caminos posibles para recibir esta pieza inolvidable del llamado séptimo arte. Y los sentimientos que están amarrados con siete cuerdas de equilibrio terminaron de nuevo brillando en los ojos.
Foto tomada de la televisión
Una escena de Habana Blues, el filme sobre la realidad cubana con el que más nos identificamos los exiliados. Volvió anoche en el canal 2.
De izquierda a derecha, los actores Alberto Joel García Osorio y Roberto Sanmartín.