miércoles, 9 de septiembre de 2009

Merendando arriba, mejor



Continúo apoyado en la barra del bar, recordando los días que viví en la calle Provença, hace unos pocos años.
Fabienne me sirve un café express.
Tenemos afuera una mañana soleada y tranquila, de esas que, sin anunciación, le entran de cara al otoño con el cuerpo en cueros, embistiéndolo con gracia femenina para que la transición de estaciones sea suave y producto de estos tiempos de emancipación. Ella lo aborda primero, lo sorprende y luego lo posee. El otoño no hace resistencia para poder estar, pero no achica su virilidad escondida debajo de un mantel. Dentro de unos días –ya lo siento en el olor del aire-, él estará en primer plano encima de todos y cada uno de los amaneceres.
Me cuesta aceptar que haya pasado el verano. Como cada año.
Continúo siendo un ser tropical esencialmente, aunque para poder vivir me deje subyugar por los cambios ambientales. No hay lucidez posible detrás de esos dolores de cabeza –literalmente- que provocan los cambios de estaciones.
A mi lado ahora no está un conversador nocturno sino un obrero de la construcción. Es robusto. Debe pesar unos 150 kilogramos. No puedo detallarle el rostro porque estoy sentado a contraluz. El hombre pide un almuerzo completo, lo que en Cataluña significa una merienda de media mañana. Quiero decir: media flauta de pan con carne y tomate dentro, más una jarra de cerveza de casi un litro. Algunos constructores prefieren media botella de vino en lugar de cerveza.
Me entero por él que trabaja en las obras del corredor del AVE (tren de alta velocidad) que pasará por debajo de la Sagrada Familia. ¡Vaya polémica!, le comento.
En estos momentos, me dice, estamos situados encima del perímetro urbano más seguro de Barcelona. Si te fijas, en los bordillos de las aceras hay unos dispositivos en forma de cabezotes que controlan los posibles movimientos del suelo. Estos sensores están conectados con otros de las azoteas de los edificios, y esta lectura del plano físico pasa a registrarse en un ordenador central que emitirá una alarma si se moviera un milímetro la superficie.
Mientras me explica, surgen pausas gastronómicas y sus dientes encajan perfectamente en la masa conglomerada de los productos agrícolas del país. Lo dejo masticar mientras pienso en mis antiguos vecinos de la calle Provença, si permanecerán o no en la plataforma social creada para detener las obras donde trabaja este hombre.
Pienso además en la tuneladora que deglutirá el subsuelo como mismo va desapareciendo poco a poco media flauta de pan rellena. Esa potente máquina abrirá otro surco debajo de nuestros pies, en ese entramado freático que va dejando poco sitio para obras de transporte. Una ciudad ferroviaria allá abajo, sumando a los caminos del metro y de otros trenes, a los estacionamientos de automóviles sumergidos, y ahora la gran obra que al final pasó del clamor de los vecinos.
La gente teme que se desplome el templo gaudiano que aún continúa en obras, y seguirá así por los años de los años. La construcción del túnel para el AVE concluirá primero, dentro de unos tres años entrecomillados según el gesto de una mano del obrero. La otra mano sujeta un trocito de “bocata”.
¿En cuál fase estarán?
Una vecina de este bar -continúa narrando- me dijo el otro día que el ruido de la tuneladora la llevaba medio loca. Tendrá usted que tener un oído muy fino porque la máquina aún no ha salido de Alemania, respondió él irónicamente.
Están preparando el camino para que la tuneladora entre por una boca de Sagrera y al cabo de tres años salga por otra de Sants. Si es que deciden sacarla, acota la corpulenta silueta que tengo delante “merendando”.
¿Cómo es eso? ¿La dejarán bajo tierra?
Cuesta muy caro desmontarla y trasladarla a Alemania. Así que no me extrañaría…
Estamos hablando de una máquina que realiza viajes subterráneos como imaginó Julio Verne que serían. Está provista de cámara de oxígeno, alimentación humana para varias semanas en caso de que los operarios no puedan salir de allí, y otras comodidades que mejor no te explico. Ya casi es la hora de volver a mi faena. Mira, ten en cuenta que ese aparato por delante devora la roca, y por detrás deja el túnel hecho con el material que aprovecha. Lo que no necesita lo expulsa hacia la calle. A veces puede trabajar a una profundidad de ochenta metros.
¿Llevará un dispensario de “bocatas” como estos?, señalo en el aire lo que fue la merienda y ahora está dentro de él. El hombre se ríe. Me ha dicho que le llaman El Oso. No me extraña. Tiene unas muñecas capaces de soportar mucho peso. Continúo imaginando el entierro de la tuneladora, un hallazgo arqueológico para los moradores de la Barcelona del próximo milenio.
Llega Fabienne con otro café que pedí. ¿Conoces a El Oso?, le pregunto. Fabienne se ríe. Dice que es uno de sus mejores clientes. Supongo que sí. A mí me ha dado gusto verlo comer sin desperdicios. También me alegra conocer a gente valiente que sube a tomar el sol, que emerge del mismo lugar donde nos sumergiremos en pocos años.
Hubo un tiempo de la calle Provença en que pensé que desviarían por el litoral el curso del AVE.

3 comentarios:

Faby dijo...

Ja, ja, ja no sabía la mitad de lo que narras aquí, como a veces no puedo atender del todo a los clientes....sí que antes de comprar el traspaso del bar, fui a la oficina del ADIF y como curiosa a la n que soy, pedí explicación de todo todo y me pusieron un video de cómo trabajaba la tuneladora, pero nunca me comentaron eso de que tenía cámara de oxigenación y descompresión... es un monstruo!!! Sólo te digo que cuando vuelva a nacer, quiero ser Alemana!!! Un beso y un abrazo Yoyi, confirmado, nos vemos el viernes, si no ocurre fuerza mayor.

Silvita dijo...

Yoyi, cómo es eso: no lo van a tener listo en saludo al 26?
Hace tiempo no pasaba, cómo estás? No te pierdas, viejito, me tienes abandonada!

Silvita dijo...

Ahora que lo pienso... con tanto alcohol: cómo quedan los túneles derechos?