jueves, 28 de octubre de 2010
Argentina o el mutante sin género
Todavía no sé por qué echo de menos un país en el que nunca he estado materialmente. Lo extraño de manera subliminal, con esa aproximación que se realiza a las objetos bellos, con los que, sin embargo, hay que actuar con cautela. Cuerpo envolvente. País envolvente.
Será por lo joven y lo mestizo que es, por lo sonoro que es; por lo que se hace notar.
He conocido Argentina a través de la música y del cine. A través de argentinos que visitaban Cuba en busca del Paraíso del Bienestar Social; o sea, en busca del gran blof de la Historia. También a través de argentinos que emigraron transitoriamente a España en la época del denominado Corralito –hace unos años. En efecto: muchos estaban de paso. Regresaron cuanto antes porque este mundo no es para ellos. Volvieron, como el tango, pero sin la frente marchita. Volvieron en busca de sus empanadas de carne y de sus bares bohemios cargados de diletantismo, cargados de poesía.
La música de los argentinos me la enseñó un maestro de Periodismo que tuve, no en las aulas, sino directamente en el taller, en la imprenta: Guillermo Bernal. Con él me fui a Varadero en 1987 a ver en directo a Fito Páez y a Baglietto, el último Festival que se dio allí, en la playa azul. Bernal luego se marchó del país y, como era de esperar, se exilió en Buenos Aires. No lo he vuelto a ver ni sé nada de su vida. Pero lo recuerdo.
Otro Festival, el de Cine Latinoamericano de La Habana, me entregó la obra completa de Eliseo Subiela –poética pura- y alguna película testimonial sobre la dictadura, que por suerte a ellos les duró poco tiempo con respecto a la de Cuba: La noche de los lápices.
Una vez, a la salida del Teatro Nacional de Cuba, me presentaron a Marcela, una joven revolucionaria que, por supuesto, amaba los caminos del Ché. Marcela se fue de vuelta a su casa en el gran Buenos Aires y, como en aquella época yo desconocía las atrocidades cometidas por el Guerrillero Heroico, sostuve con ella una relación epistolar bellísima que duró años, primero con tinta azul y luego –ya desde aquí- a través del ordenador. En realidad, Marcela y yo nunca hablamos de política hasta que emigré escapando precisamente del país que ella tanto adora. Ella, en las cartas, se llamaba Fermina Daza. Y yo, cómo no, Florentino Ariza. Fue una linda historia de amor.
Aquí conocí a Lucía, una jovencísima de pelo largo que aprovechó la contienda del Corralito para escaparse de su casa con el permiso de sus padres, aunque no con el deseo de ellos. Por primera vez tuve una amiga hipiee, filosóficamente hablando. Lucía también había estado en Cuba, había estado de paso, por su cuenta, sin misiones políticas. Le encantaba bailar salsa, trasnochar y recibir gentes junto a su novio Kike. Un día nos anunció que volvía a Argentina, después de haber sido, aquí, teleoperadora y sindicalista. Pero, claro, Lucía tenía toda una vida por delante y también extrañaba las empanadas de carne y la poesía oral que ostentan los suyos como patrimonio, como los rapsodas que llevaban las noticias cantando de pueblo en pueblo; como los andaluces, sin ir más lejos. María y yo cenamos con Lucía y Kike la noche antes de que se fueran.
Hoy, Argentina parece estar a la deriva con la muerte de Néstor Kirchner, el hombre todavía joven que enderezó un poco la crisis económica de su país. Según leo en las noticias, es como si la nación perdiera el norte con este deceso tan repentino, porque su mujer, la actual presidenta, ha perdido a su principal asesor. Kirchner, que nunca se supo bien si era de derecha o de izquierda, parecía bonachón e inspiraba confianza al pueblo, que ya estaba harto de galanes trasnochados gobernando. Y luego el pueblo, recordando los tiempos de Evita, entregó el poder a una estrella. Néstor se acercó, no obstante, a la dictadura de La Habana, consintiéndola a estas alturas de la vida.
Fue como Alfonsín, el presidente que nos envió pescaderías desmontables y coches de fabricación argentina, en los años 80.
Mi padre, como Kirchner, murió de un infarto cuando tenía poco más de 60 años. A mi padre también le practicaron una angioplastia y no dio resultado. Hoy lo recuerdo a bordo de un Ford Falcon despachado en el país austral, recorriendo las calles de La Habana en funciones especiales del Banco Nacional de Cuba. Eran tareas –lo supe de su boca después del infarto- relacionadas con la seguridad del Estado.
En la foto, el recién fallecido ex presidente Néstor Kirchner
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