lunes, 4 de octubre de 2010
El cielo está mejor que mi ombligo
Me quedé pensando, a primera hora, en qué momento habíamos puesto la lavadora porque no me acordaba. ¿Se había puesto sola?
El electrodoméstico centrifugaba con tanta fuerza que parecía que iba a despegar. Mientras tanto, yo seguía en la cama soñando con aviones, como siempre. Es mi sueño preferido –a la fuerza-, el más recurrente y a él me he acostumbrado como casi todos los emigrantes. Los míos son aviones de guerra soviéticos que sobrevuelan la ciudad, en escuadras; no son aviones comerciales.
También sueño con aeropuertos perdidos en el interior del campo y que, por supuesto, simbolizan el aeropuerto de La Habana. Sueño con los gendarmes de allí que me impiden el paso y me llevan a comisaría. Luego me apresan y no me dejan salir de la isla. Hasta que despierto y compruebo que se trata de una pesadilla. Ese día lo paso mal. Llevo casi diez años tratando de aceptar este sueño como algo irremediable, que aparece cada mes como promedio, quitándole espacio a los sueños eróticos neutrales, porque en alguna ocasión he tenido un sueño erótico con fuerzas castrenses. Una vez, en Lisboa, en un viaje de placer, soñé con el Comandante en Jefe y, por supuesto, el sueño me agrió el día. María me vaciló para disimular su cabreo:
-¡Joder, mi amor! –dijo convencida-: ¡la verdad es que a ti Fidel te pone!
Pero ayer los aviones eran de la Segunda Guerra Mundial, bombarderos y caza bombarderos, modelos antiguos cuyo motor tenían un sonido retro riquísimo, grave, engañoso. Ya digo: lo confundí con el centrifugado de la lavadora. Se me había olvidado que en Barcelona se celebraba este fin de semana la Festa del Cel (Fiesta del Cielo), promovida por el Ayuntamiento y con el patrocinio más variopinto. Hacían acrobacias en primera línea de mar pero, para tomar fuerzas, se metían hacia dentro sobrevolando la gran urbe. Por mi casa estuvieron pasando hasta pasadas la cuatro de la tarde, cuando ya había despertado de una noche larga y llena de excesos.
Entré en los periódicos digitales para ver qué estaba pasando. La noticia se centraba, sin embargo, en la llegada al aeropuerto del Prat del avión comercial más grande del mundo, haciéndolo coincidir con la Festa del Cel. Es un Airbus 380 de la compañía alemana Lufhansa, con 526 plazas y dos pisos. Yo había visto su silueta desde mi terraza aunque pensé que era un espejismo. Es el buque insignia del aire, decía la prensa. ¡Tremenda mole de hierro!
Lo recibieron en Barcelona con chorros de agua cruzados. Iba para Mallorca, pero pasó por aquí para que lo viéramos, nos indican los portales vespertinos. Mientras tanto, la gente se quejaba en los apartados de opinión de los diarios porque, decían, estos aviones viejos hacen mucho ruido y el domingo es un día para descansar. ¡Así se gasta el dinero nuestro Ayuntamiento!, comentaba aireado un lector. A mí, sin embargo, el ruido no me molestaba tanto –estoy acostumbrado- como tener que mirar hacia arriba. Me podía provocar una contracción muscular y a eso sí le tengo mucho miedo.
De la cama, María y este que escribe pasamos al sofá, y así estuvimos todo el día, estirados, olvidando a propósito que el domingo es el día de las lavadoras. Los aviones se marcharon sin dejar rastro.
Foto de Josep García.
Festa del Cel 2010. Una avioneta sobrevuela la zona de la termoeléctrica de Sant Adrià de Besòs y las instalaciones del Fórum Universal de las Culturas, al este del litoral barcelonés.
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