Los suecos miran al cielo (III)
Antes de llegar a Malmö pensaba que –como sí ocurre en Copenhague- el centro histórico de la ciudad iba a estar bañado por las aguas del Báltico. Yo estaba convencido de esto y la razón no me la pregunten. Así que, al ver que no, me dio un “simposio”, como dirían jocosa e irónicamente algunos diletantes de La Habana.
Luego de atravesar como quien no quiere las cosas, subrepticiamente, el largo paso de 16 kilómetros (ya lo habíamos dicho: túnel/isla/puente), el tren llega a la estación de Malmö y ahí se queda. Ahí realiza –con calma aunque eficientemente- un cambio de línea. Suecia y Dinamarca tienen diferentes sistemas de circulación ferroviaria: En el primer país funciona por la izquierda (¿sería esto una metáfora?), y en el segundo por la derecha.
En la estación, un recinto antiguo con todos los servicios, está el eje por donde se mueven los transportes de la ciudad; incluyendo, por supuesto, las enormes cantidades de bicicletas. Pero desde aquí no se ve el mar. Para aliviar el ánimo en este sentido, y para hacer honor a una urbe –la tercera de Suecia- que se alimenta básicamente de arenque crudo con salsa de leche agria, salta a la vista un gran canal zanjando el centro histórico y la estación.
¡Ay, qué dolor me dio encontrar el canal congelado!
Encima de este conducto han colocado una plataforma gigante al aire libre donde aparcan miles de bicicletas. Se baja por una rampa y se sube, haciendo ejercicios, para luego tomar el tren. Los suecos no inventan algo que no tenga valor utilitario. Son los maestros en combinar la estética de las cosas –aunque austera, cierto- con su valor de uso, y este valor casi siempre, para no ser absoluto, lleva asociada la impronta ecológica. Toda la austeridad del paisaje se comprende cuando uno visita los interiores de las viviendas, cuando vemos de primera mano el sentido comunitario de las áreas de servicio. Muy pocas personas tienen una lavadora dentro del hogar porque usan las lavanderías comunes en los bajos de los edificios, con unos costes mínimos incluidos en lo que en España se denomina “gastos de escalera”.
Los supermercados -después de los aeropuertos, el segundo indicador que ofrece a primera vista la posible sostenibilidad de una urbe- son pequeños y austeros, además de que no venden bebidas alcohólicas. Para comprar alcohol, al menos en Malmö, hay que ir a un centro especializado que cierra a las seis de la tarde. Y punto final.
Ahora me surge la duda de si es un despilfarro lo que tenemos en España o si los suecos son extremadamente serios con las materias etílicas. Lo cierto es que, si uno quiere cenar en casa con un vinito tinto, tiene que ser previsor.
¡Y en los bares del centro ni se le ocurra a nadie ir de copas porque pierde los caudales en un abrir y cerrar de ojos!
Ahora bien: no se ve un solo policía por la calle. Este cronista, acostumbrado a deambular por una ciudad uniformada como La Habana, echa de menos la gendarmería.
El perfil costero de Malmö es agreste todavía, muy a pesar de las buenas intenciones de levantar ahí instalaciones flexibles de todo tipo. La huella de ciudad industrial –sobre todo de la industria pesada- es muy difícil de borrar aunque hayan desaparecido las fábricas. Habría que estructurar otra vez el urbanismo de arriba abajo. Lo que han hecho allí es fundar una universidad para ofrecer más dinamismo al ambiente social y artístico, pero este centro de altos estudios todavía es joven, de 1998.
Hace también pocos años, desapareció del skyline una grúa inmensa –dicen que se trata de la mayor grúa flotante del mundo- que era el principal símbolo de la ciudad. Muchos lugareños entristecieron con el desmantelamiento de la mole de hierro y, para calmarlos un poco, la municipalidad encargó una gran obra arquitectónica que, como la grúa, se irguiera en forma viril, amenazante, anunciadora.
Esta encomienda se la pasaron al arquitecto valenciano Santiago Calatrava, quien sembró en la costa un torso giratorio de 190 metros de altura. Parece un tornillo que busca enroscarse con las nubes y con ellas hacer el amor, húmedas ya como están. Me costó encuadrar el edificio en una lente normalita. Por donde quiera que miraba cortaba un pedazo. Así que, antes de lanzarme al suelo totalmente acostado –había un frío de espanto-, preferí buscar el encuadre en la lejanía.
Me han dicho que es muy diferente todo en verano, que lo que hicimos mi mujer y yo al visitar el estrecho de Oresund en estas fechas es cosa de locos. Quiero decir: turistear, lo que supone desenfundar las manos y exponerlas, junto con la emoción, al viento gélido del sur de Escandinavia.
Los que viven en Malmö están curtidos por dentro y por fuera alimentándose de pescado azul. Están, lógicamente, aplatanados.
Por cierto: Suecia es uno de los países más consumidores de bananas. ¿De dónde les viene esa costumbre?
(Continuará)
Foto del autor. Obsérvese el edificio de Calatrava integrado en una zona de costa urbanísticamente nueva.
Luego de atravesar como quien no quiere las cosas, subrepticiamente, el largo paso de 16 kilómetros (ya lo habíamos dicho: túnel/isla/puente), el tren llega a la estación de Malmö y ahí se queda. Ahí realiza –con calma aunque eficientemente- un cambio de línea. Suecia y Dinamarca tienen diferentes sistemas de circulación ferroviaria: En el primer país funciona por la izquierda (¿sería esto una metáfora?), y en el segundo por la derecha.
En la estación, un recinto antiguo con todos los servicios, está el eje por donde se mueven los transportes de la ciudad; incluyendo, por supuesto, las enormes cantidades de bicicletas. Pero desde aquí no se ve el mar. Para aliviar el ánimo en este sentido, y para hacer honor a una urbe –la tercera de Suecia- que se alimenta básicamente de arenque crudo con salsa de leche agria, salta a la vista un gran canal zanjando el centro histórico y la estación.
¡Ay, qué dolor me dio encontrar el canal congelado!
Encima de este conducto han colocado una plataforma gigante al aire libre donde aparcan miles de bicicletas. Se baja por una rampa y se sube, haciendo ejercicios, para luego tomar el tren. Los suecos no inventan algo que no tenga valor utilitario. Son los maestros en combinar la estética de las cosas –aunque austera, cierto- con su valor de uso, y este valor casi siempre, para no ser absoluto, lleva asociada la impronta ecológica. Toda la austeridad del paisaje se comprende cuando uno visita los interiores de las viviendas, cuando vemos de primera mano el sentido comunitario de las áreas de servicio. Muy pocas personas tienen una lavadora dentro del hogar porque usan las lavanderías comunes en los bajos de los edificios, con unos costes mínimos incluidos en lo que en España se denomina “gastos de escalera”.
Los supermercados -después de los aeropuertos, el segundo indicador que ofrece a primera vista la posible sostenibilidad de una urbe- son pequeños y austeros, además de que no venden bebidas alcohólicas. Para comprar alcohol, al menos en Malmö, hay que ir a un centro especializado que cierra a las seis de la tarde. Y punto final.
Ahora me surge la duda de si es un despilfarro lo que tenemos en España o si los suecos son extremadamente serios con las materias etílicas. Lo cierto es que, si uno quiere cenar en casa con un vinito tinto, tiene que ser previsor.
¡Y en los bares del centro ni se le ocurra a nadie ir de copas porque pierde los caudales en un abrir y cerrar de ojos!
Ahora bien: no se ve un solo policía por la calle. Este cronista, acostumbrado a deambular por una ciudad uniformada como La Habana, echa de menos la gendarmería.
El perfil costero de Malmö es agreste todavía, muy a pesar de las buenas intenciones de levantar ahí instalaciones flexibles de todo tipo. La huella de ciudad industrial –sobre todo de la industria pesada- es muy difícil de borrar aunque hayan desaparecido las fábricas. Habría que estructurar otra vez el urbanismo de arriba abajo. Lo que han hecho allí es fundar una universidad para ofrecer más dinamismo al ambiente social y artístico, pero este centro de altos estudios todavía es joven, de 1998.
Hace también pocos años, desapareció del skyline una grúa inmensa –dicen que se trata de la mayor grúa flotante del mundo- que era el principal símbolo de la ciudad. Muchos lugareños entristecieron con el desmantelamiento de la mole de hierro y, para calmarlos un poco, la municipalidad encargó una gran obra arquitectónica que, como la grúa, se irguiera en forma viril, amenazante, anunciadora.
Esta encomienda se la pasaron al arquitecto valenciano Santiago Calatrava, quien sembró en la costa un torso giratorio de 190 metros de altura. Parece un tornillo que busca enroscarse con las nubes y con ellas hacer el amor, húmedas ya como están. Me costó encuadrar el edificio en una lente normalita. Por donde quiera que miraba cortaba un pedazo. Así que, antes de lanzarme al suelo totalmente acostado –había un frío de espanto-, preferí buscar el encuadre en la lejanía.
Me han dicho que es muy diferente todo en verano, que lo que hicimos mi mujer y yo al visitar el estrecho de Oresund en estas fechas es cosa de locos. Quiero decir: turistear, lo que supone desenfundar las manos y exponerlas, junto con la emoción, al viento gélido del sur de Escandinavia.
Los que viven en Malmö están curtidos por dentro y por fuera alimentándose de pescado azul. Están, lógicamente, aplatanados.
Por cierto: Suecia es uno de los países más consumidores de bananas. ¿De dónde les viene esa costumbre?
(Continuará)
Foto del autor. Obsérvese el edificio de Calatrava integrado en una zona de costa urbanísticamente nueva.
2 comentarios:
Yoyi, qué pena decepcionarte un poquito: sí hay supermercados graaaaandes... sólo que no los viste. Y centros comerciales también. A los suecos -nativos y adoptivos- también nos persigue el carapálido consumismo.
Y la alimentación básica ya no es el arenque... nono, eso fue un exotismo para ustedes... aquí se come de todo: desde currys de tailandia hasta suchis del japón, pasando por los espaguetis, los tacos, la hamburguesas, el falafel, los gyros, etc. Donde hay muchos inmigrantes la comida se hace variada, y los suecos tienen la curiosidad en el paladar.
Sabes que uno de los platos tradicionales suecos es el potage de chícharos? Se suele comer los jueves, en todo caso, porque un jueves hace uuuuhhhh envenenaron a un antiguo rey con un plato de tal alimento.
En todo caso les encanta el pescado. Cuando vuelvan por aquí, en verano, iremos a comer pescado ahumado junto al mar, con cervecita o vino blanco.
Besitos y chao que me está entrando hambre.
Ah... no: los chícharos suecos no los he probado, les tengo fobia sociohistórica, que aún no se me ha quitado.
Ay, Silvia, lo del chícharo jamás lo hubiera imaginado, aunque me encantan esos potajes. ¿El chícharo es por fin el petit pois cuando está verde?
mi amor, doy por seguro que en Malmö existe el consumismo y los súper grandes, pero he comparado automáticamente y te puedo asegurar que aquí en España un barrio como el tuyo en una ciudad equivalente a la tuya tendría tres o cuatro súper haciéndose competencias en los alrededores. y al menos uno sería grande por gusto. Ya verás cuando visites "el pueblo" donde vivo. También te darás cuenta de que han hecho un aeropuerto en Barcelona que es un derroche de metros cuadrados, innecesarios metros cuadrados. Te hablo del aeropuerto nuevo, no el viejo que no estaba tan viejo y ahora solo tiene ahí a los low cost y aquello da tristeza. Pues construyeron uno quizá para competir con el de Madrid que es un descalabro. Además, estéticamente frío. Claro,con el erario público.
Cuando vi el aeropuerto de Copenhague comprendí que se puede ser autero, funcional y moderno al mismo tiempo. un abrazo y espero volver porque me quedé encantado,
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