Convocatoria para este sábado en Passeig de Gràcia
En el 2004, a propósito del Fórum Universal de las Culturas que se celebraba en Barcelona, una periodista de la televisión nacional me contactó para una entrevista. Quedamos en una cafetería al lado de mi casa y pedimos algo de tomar. Cuando solicité el cuestionario de lo que trataríamos, y lo hojeé, me entraron temblores invisibles, de esos escalofríos subcutáneos más amedrentadores que un matón a sueldo.
Aunque la lógica que entonces mi cabeza seguía –paranoias creadas por las dictaduras- , no era otra que la escena de un matón asalariado arrojándome a las vías del tren de una estación concreta: La estación de Provença.
Lo cierto fue que preferí callar.
Conozco personalmente a una ex nuera de Fidel Castro que vive en Barcelona y ha hablado de todo y todavía sigue viva. Pero ella es ella y yo soy yo.
Así que le dije a la periodista que me debía perdonar, pero no aceptaba la entrevista.
-Haremos una silueta de tu rostro…Si prefieres. No se verá ningún detalle de la cara-propuso a cambio.
Ni así acepté. De ninguna manera. Ni hubiera accedido aun mediando un fajo de billetes en euros.
La cuestión estaba en que, aparte del miedo que yo tenía, en aquel momento mi padre vivía en la Isla, mi casa aún no se había perdido del todo y yo no tenía papeles. Era un indocumentado que sobrevivía en un limbo legal. Tenía claro que, por propia decisión, no volvería a Cuba, pero por otro lado me asustaba que España no me reconociera y que, en fin, yo no existiera en ninguno de los listados nacionales, salvo en el padrón municipal, pero el padrón sirve de poco.
La muchacha de Televisión Española –me había localizado a través de una colega suya que estuvo tomando batido de mango en mi casa de La Habana- no pretendía hacerme daño, sino argumentar un programa sobre la creciente inmigración que en esos momentos alcanzaba una de sus más altas cifras. Me disculpé por hacerle perder tiempo y ella dijo que no, que al menos nos conocimos y nunca está de más conocer gente. Por supuesto, pagué la cuenta y nos despedimos en una terraza soleada un día de verano.
Es difícil dar el paso de enseñar el rostro cuando uno tiene personas queridas que ha dejado atrás y a las cuales se puede perjudicar indirectamente. Es por esto que entiendo -¡cómo no!- por qué algunos cubanos emigrados no han firmado la condena a la dictadura castrista que ahora circula por internet; por qué, incluso, como vi en una pasada manifestación frente al consulado cubano aquí, apareció un joven con pasamontañas.
No siempre el ocultamiento del rostro tiene su origen en la culpa. También se debe al miedo de ser despojados del abrazo paterno o materno, lo único de peso que verdaderamente nos queda cuando dejamos una vida y comenzamos otra.
Ahora no, ahora no me importa ir de cara descubierta. Pero, claro, ahora mi papá ya no está, mi casa familiar tampoco y ahora tengo un pasaporte español.
Todo llega, está comprobado. Pero entendamos que las cosas complejas tienen su proceso.
Foto del autor.
Aunque la lógica que entonces mi cabeza seguía –paranoias creadas por las dictaduras- , no era otra que la escena de un matón asalariado arrojándome a las vías del tren de una estación concreta: La estación de Provença.
Lo cierto fue que preferí callar.
Conozco personalmente a una ex nuera de Fidel Castro que vive en Barcelona y ha hablado de todo y todavía sigue viva. Pero ella es ella y yo soy yo.
Así que le dije a la periodista que me debía perdonar, pero no aceptaba la entrevista.
-Haremos una silueta de tu rostro…Si prefieres. No se verá ningún detalle de la cara-propuso a cambio.
Ni así acepté. De ninguna manera. Ni hubiera accedido aun mediando un fajo de billetes en euros.
La cuestión estaba en que, aparte del miedo que yo tenía, en aquel momento mi padre vivía en la Isla, mi casa aún no se había perdido del todo y yo no tenía papeles. Era un indocumentado que sobrevivía en un limbo legal. Tenía claro que, por propia decisión, no volvería a Cuba, pero por otro lado me asustaba que España no me reconociera y que, en fin, yo no existiera en ninguno de los listados nacionales, salvo en el padrón municipal, pero el padrón sirve de poco.
La muchacha de Televisión Española –me había localizado a través de una colega suya que estuvo tomando batido de mango en mi casa de La Habana- no pretendía hacerme daño, sino argumentar un programa sobre la creciente inmigración que en esos momentos alcanzaba una de sus más altas cifras. Me disculpé por hacerle perder tiempo y ella dijo que no, que al menos nos conocimos y nunca está de más conocer gente. Por supuesto, pagué la cuenta y nos despedimos en una terraza soleada un día de verano.
Es difícil dar el paso de enseñar el rostro cuando uno tiene personas queridas que ha dejado atrás y a las cuales se puede perjudicar indirectamente. Es por esto que entiendo -¡cómo no!- por qué algunos cubanos emigrados no han firmado la condena a la dictadura castrista que ahora circula por internet; por qué, incluso, como vi en una pasada manifestación frente al consulado cubano aquí, apareció un joven con pasamontañas.
No siempre el ocultamiento del rostro tiene su origen en la culpa. También se debe al miedo de ser despojados del abrazo paterno o materno, lo único de peso que verdaderamente nos queda cuando dejamos una vida y comenzamos otra.
Ahora no, ahora no me importa ir de cara descubierta. Pero, claro, ahora mi papá ya no está, mi casa familiar tampoco y ahora tengo un pasaporte español.
Todo llega, está comprobado. Pero entendamos que las cosas complejas tienen su proceso.
Foto del autor.
La plataforma Cuba: ¡Cambio Ya!, radicada en Catalunya, ha citado para este sábado 27, a las once, una manifestación de nuevo frente al Consulado cubano de Barcelona, en la céntrica avenida de Passeig de Gràcia. Vea la convocatoria íntegra aquí. Es muy significativa la aclaración de que se entenderá si alguien usa el pasamontañas. Sería algo así como estar pero no estar. Al menos es una opción válida, pero no deja de ser una dura imagen de la represión.
2 comentarios:
yo sigo teniendo miedo. estamos (definitivamente) en distintos momentos.
no hablo de esta carta, ni de la anterior (de panfilo); hablo de la vida, del dia a dia que ademas nadie entiende.
a veces me siento sucia por tener aun lazos y miedos. otras veces creo que no, que soy humana y ya está.
todo me duele tanto!!!
mi pasado, mi presente (muy dificil), mi futuro (incierto)...
todo me duele.
jorge, te siento tan "de verdad" que siempre tengo que agradecerte.
un abrazo fuerte, desde madrid.
Yo aun siento esa "sensacion"(no es miedo,es algo mas RARO)Nuestra generacion(tengo 45 años)tardara mucho en reponerse del daño moral que nos han hecho.
Un saludo.ROBERTO
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