No hacía falta que viniera el Papa para darnos cuenta de que España es un país aconfesional; aunque sí ha sido muy provechosa su visita para terminar de establecer socialmente el carácter laico de este Estado, a partir de debates en la televisión y la radio.
No sé si la empresa que se dedica a medir la cantidad de público que asiste a las concentraciones ha dicho algo, pero lo que vimos por los tiros de cámara aéreos demuestra que, al menos en Barcelona, había más gente en la manifestación de este año a favor del Estatuto catalán. Un domingo, que por lo general, los que pueden, salen de la ciudad en busca de aire fresco, y los que no se quedan en el sofá haciendo zapping, acompañados de una lata de Coca Cola y una bolsa de patatas fritas. ¡Quién va a dejar un domingo por salir a la calle a ver pasar al Papa! Algunos, sí, pero pocos.
Ya no estamos en la España dominada por curas y maestros locales, aquella hipócrita sociedad subyugada por una jerarquía religiosa que campeaba a sus anchas, con el respaldo, eso sí, de un dictador. Aunque la huella profunda de esos 40 años de franquismo todavía está, incluso, en algunos jóvenes, la sociedad mayoritariamente prefiere disfrutar del bienestar material que tiene a su alrededor, de las libertades ganadas con los años. No es que la gente esté en contra de la Iglesia, sino que pasa de ella. Es diferente.
Por supuesto: Luego de una larga represión, vienen los bandazos, los extremos del otro lado. Y este fenómeno de expansión sexual todavía no termina de curarse. No ha sido suficiente con que el cine se haya desinhibido a niveles altos y ridículos, que el teatro también lo haya hecho, que existan los locales eróticos de pago, las revistas. El hándicap está ahora en que, si no muestras pecho o muslos, no vendes.
Este destape ridículo, exhibicionista –véase el vestuario ligerísimo del verano- tiene su raíz precisamente en las prohibiciones históricas. Quiero que conste que a mí me encanta la desnudez, pero a su debido tiempo y lugar.
No por puritanismo, no. Es porque, de la manera en que concibo el sexo, tenerlo de entrada todo a la vista me parece poco emocionante.
¡Pero qué le vamos a hacer! Es lo que hay.
No sé si la empresa que se dedica a medir la cantidad de público que asiste a las concentraciones ha dicho algo, pero lo que vimos por los tiros de cámara aéreos demuestra que, al menos en Barcelona, había más gente en la manifestación de este año a favor del Estatuto catalán. Un domingo, que por lo general, los que pueden, salen de la ciudad en busca de aire fresco, y los que no se quedan en el sofá haciendo zapping, acompañados de una lata de Coca Cola y una bolsa de patatas fritas. ¡Quién va a dejar un domingo por salir a la calle a ver pasar al Papa! Algunos, sí, pero pocos.
Ya no estamos en la España dominada por curas y maestros locales, aquella hipócrita sociedad subyugada por una jerarquía religiosa que campeaba a sus anchas, con el respaldo, eso sí, de un dictador. Aunque la huella profunda de esos 40 años de franquismo todavía está, incluso, en algunos jóvenes, la sociedad mayoritariamente prefiere disfrutar del bienestar material que tiene a su alrededor, de las libertades ganadas con los años. No es que la gente esté en contra de la Iglesia, sino que pasa de ella. Es diferente.
Por supuesto: Luego de una larga represión, vienen los bandazos, los extremos del otro lado. Y este fenómeno de expansión sexual todavía no termina de curarse. No ha sido suficiente con que el cine se haya desinhibido a niveles altos y ridículos, que el teatro también lo haya hecho, que existan los locales eróticos de pago, las revistas. El hándicap está ahora en que, si no muestras pecho o muslos, no vendes.
Este destape ridículo, exhibicionista –véase el vestuario ligerísimo del verano- tiene su raíz precisamente en las prohibiciones históricas. Quiero que conste que a mí me encanta la desnudez, pero a su debido tiempo y lugar.
No por puritanismo, no. Es porque, de la manera en que concibo el sexo, tenerlo de entrada todo a la vista me parece poco emocionante.
¡Pero qué le vamos a hacer! Es lo que hay.
Foto tomada de la televisión
El programa Sé lo que hicisteis, de La Sexta, es muy divertido y desenfadado. Sin embargo, obliga a sus presentadoras a llevar unas faldas tan cortas que mucho trabajo pasan para sentarse. Es un programa vespertino, no es que esto ocurra muy tarde en la noche.
El programa Sé lo que hicisteis, de La Sexta, es muy divertido y desenfadado. Sin embargo, obliga a sus presentadoras a llevar unas faldas tan cortas que mucho trabajo pasan para sentarse. Es un programa vespertino, no es que esto ocurra muy tarde en la noche.
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