lunes, 22 de noviembre de 2010

¡Rasca y gana!



Ryanair avisa cómo será el futuro

Esta compañía irlandesa está ocasionando una fuerte competencia a las empresas españolas de low cost. Los precios de Ryanair son cada vez más baratos si uno no factura equipaje, si cumple con los requisitos de la denominada letra pequeña en la que se avisa, una y otra vez, mediante correos electrónicos, que el pasajero debe llevar consigo estrictamente una pequeña valija de cabina. No contemplan siquiera un bolso de mano aparte, como el archiviajero maletín para ordenador.
Todo debe ir dentro de un solo volumen (55x40x20 cm) de diez kilogramos y éste, si resulta sospechoso de sobrepasar las medidas, será introducido en un molde de hierro para ver si entra. En caso de que –en la puerta de embarque- el viajero no haya cumplido la normativa, se le cobrará el peso o volumen extra con tarjeta de crédito o débito, in situ.
Es como si uno fuera al supermercado y, al pagar, se diera cuenta de que no lleva efectivo. O sea, la acción más ordinaria de la vida en la Tierra.
Luego, si estamos en el aeropuerto de Girona-Costa Brava, Catalunya (la base de operaciones de Ryanair en España), caminaremos por la pista del aeródromo hasta alcanzar el avión. Todo muy natural, como si anduviéramos por casa. Solo falta que nos dejen ir en albornoz y chancletas.
Al subir a la nave (generalmente son modernos Boeing 737-800) debemos escoger un asiento libremente: las butacas no están numeradas en el billete electrónico que compramos desde nuestro ordenador en casa. Esta modalidad ofrece la ocasión de conocer a alguien, al menos hablar con alguien durante el vuelo, ya que tendremos que preguntar a los primeros que llegaron si el asiento de al lado está desocupado. Es una manera de socializarnos, de vernos obligados a ofrecer los buenos días o las buenas noches.
Una vez sentados y todavía con el teléfono móvil encendido –como si estuviéramos en el autobús, en el metro, en la oficina- esperaremos un largo rato para despegar, sin saber por qué. El tiempo está estupendo, la pista vacía y el avión ya ha repostado. ¿Habrá problemas en Madrid?
El capitán no dice nada ni a la tripulación ni a los pasajeros.
Despegamos por fin. El vuelo es fantástico, meteorológicamente hablando. Una hora y quince minutos no alcanza para terminar el libro que uno lleva en las manos y que, por suerte, no nos tuvieron en cuenta en la puerta de embarque. Pero, según las reglas del marketing internacional, sí alcanza ese tiempo para vender o intentar vender. Almanaques, cupones de rasca y gana para una lotería, cigarros sin nicotina que se chupan, no sueltan humo y, por supuesto, se pueden utilizar a bordo; perfumes de mujer y hombres, a precios increíbles; complementos, juguetes, gafas de sol. Solo falta que anuncien –como en los viajes para la tercera edad- una pata de jamón tiradísima de precio.
Ser azafata en Ryanair obliga a tener el cuerpo en forma y la mente alegre. Hay que vender o por lo menos tratar de vender.
En Madrid desembarcamos por un finger hasta los salones de la terminal antigua. Allí no es procedente caminar por la pista ya que hay muchos aviones. Nadie me preguntó nada y, en efecto, nos despedimos cariñosamente los viajeros contiguos. Cada uno para su casa, con el perfume de la mañana puesto en el cuello y todavía cantando. Caminamos mucho hasta la salida, diez minutos o más. Entre las personas que estaban esperando afuera, no vi a mi anfitrión. Busqué y busqué y no estaba.
Me senté en la cafetería que quedaba al lado, dentro de la terminal todavía, y me pedí un café. Llamé por teléfono tranquilamente.
Mi anfitrión no respondía.
Volví a llamar cuatro veces más.
Nada.
Pasaron veinte minutos. Yo estaba seguro de que algo raro debió suceder.
Guillermo apareció sofocado entre la gente que también corría de un lado a otro. Nos dimos un abrazo ante todo.
-Es que cambiaron la puerta y hasta la terminal de llegada de tu vuelo. ..Yo estaba esperándote en otro lado-explicó con mucha pena-. Ryanair hace eso constantemente para pagar lo menos posible por estadía. Es un avión que va y viene como si fuera una guagua- me dijo.
Entonces entendí por qué nos demoramos en salir de Girona. El piloto estaba esperando a que le avisaran hacia qué puerta debía dirigirse incluso antes de despegar.
-¿Y tu teléfono no funciona?-pregunté a Guillermo irónicamente.
-Se quedó sin baterías. No lo puse a cargar anoche. Ya ves –sonrió-, no he cambiado mucho en todo este tiempo.

Foto del autor
Camino al avión en la pista de Girona-Costa Brava, a unos 80 kilómetros de Barcelona. Ryanair ya opera desde el aeropuerto de El Prat, en la capital barcelonesa, pero todavía sus vuelos a Madrid salen desde su base central. Estos transportistas irlandeses tienen, prácticamente, aeropuerto propio en medio del campo catalán. Su sistema de comunicación dentro de los aviones se realiza sobre todo en inglés.

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