Si la vida hubiera querido, ahora yo estaría empadronado en una localidad asturiana, presumiblemente en Gijón. Pero no quiso. Me devolvió a Barcelona con las maletas sin abrir.
Aunque me habían advertido de que el clima del Cantábrico no era para mí, había una fuerza dominante en aquel momento, y era la necesidad de romper, romper y salir adonde fuera. Me gustaba la idea de las verdes praderas al lado del mar, del olor a marisco revuelto con el aire, incluso me imaginé usando un chubasquero como complemento cotidiano, en un lugar donde todo el mundo saluda a los otros, donde todos se conocen, ya sea de la realidad o de otra vida.
Y los antepasados asturianos de mi vecina Elenita, la maestra que dejé en La Habana…Y el nombre de Jovellanos rondando en las fabulaciones y elucubraciones de la historia de cómo hicieron Las Américas. De aquellos asturianos que bien siguieron hasta Argentina, o bien desembarcaron a mitad de camino, en una isla. Aquellos mismos, pobres mineros tiznados aunque llenos de esperanza, bien tratados en la fabulosa serie Vientos de Agua que no terminó de emitir Telecinco porque ahora a la gente no le interesa esos temas.
A todos, incluidos mis amigos que me llevaron a Gijón, los recordé ayer y hoy a través de las imágenes del desastre provocado por el mal tiempo, precisamente por esos vientos de agua que recalan de vez en cuando y se llevan todo; arrasan con playas, senderos y barcos. Digo los cántabros extendiéndome también a los gallegos, y al otro lado a los vascos.
Todos los que viven del mar tendrán que volver a empezar una vez se aleje la borrasca, y volver a levantar sus muelles y reparar sus pesqueros con la negrura del cielo todavía encima. Pero ellos, los del norte, saben de sobra cómo hacerlo.
No sería la primera vez. Es su destino. Que por poco fue el mío pero, como he dicho, la vida no quiso.
Aunque me habían advertido de que el clima del Cantábrico no era para mí, había una fuerza dominante en aquel momento, y era la necesidad de romper, romper y salir adonde fuera. Me gustaba la idea de las verdes praderas al lado del mar, del olor a marisco revuelto con el aire, incluso me imaginé usando un chubasquero como complemento cotidiano, en un lugar donde todo el mundo saluda a los otros, donde todos se conocen, ya sea de la realidad o de otra vida.
Y los antepasados asturianos de mi vecina Elenita, la maestra que dejé en La Habana…Y el nombre de Jovellanos rondando en las fabulaciones y elucubraciones de la historia de cómo hicieron Las Américas. De aquellos asturianos que bien siguieron hasta Argentina, o bien desembarcaron a mitad de camino, en una isla. Aquellos mismos, pobres mineros tiznados aunque llenos de esperanza, bien tratados en la fabulosa serie Vientos de Agua que no terminó de emitir Telecinco porque ahora a la gente no le interesa esos temas.
A todos, incluidos mis amigos que me llevaron a Gijón, los recordé ayer y hoy a través de las imágenes del desastre provocado por el mal tiempo, precisamente por esos vientos de agua que recalan de vez en cuando y se llevan todo; arrasan con playas, senderos y barcos. Digo los cántabros extendiéndome también a los gallegos, y al otro lado a los vascos.
Todos los que viven del mar tendrán que volver a empezar una vez se aleje la borrasca, y volver a levantar sus muelles y reparar sus pesqueros con la negrura del cielo todavía encima. Pero ellos, los del norte, saben de sobra cómo hacerlo.
No sería la primera vez. Es su destino. Que por poco fue el mío pero, como he dicho, la vida no quiso.
Foto del autor:
Un ángulo de la ciudad de Gijón, con mi amigo Manolo, asturiano, posando para mí. (Algo parecido se titula una obra de teatro, Mi socio Manolo, del dramaturgo cubano Eugenio Hernández Espinosa).
1 comentario:
Los gallegos, los de Gijón (Asturianos) y los Vascos...
Y cojes y lo titulas los Cántabros??
Serán los Cantábricos no?? Porque al este de Asturias está Cantabria, la tierra de los Cántabros.
Saludos
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