
La noticia se venía venir por el deterioro total de la salud de este hombre de mi generación (cuarenta y pocos años), producto de una huelga de hambre que inició a finales del pasado año.
Había sido condenado a tres años de privación de libertad por oponerse al régimen totalitario de Cuba, pero, valientemente, nunca calló su razón dentro de la cárcel y se le fueron realizando consecutivos juicios sumarísimos sin apenas garantías legales, hasta que su condena ascendió a más de veinte años.
No tuvo hijos. No supo lo que es un Estado de Derecho porque prefirió el camino de la denuncia abierta a la dictadura desde su propio país. No intentó marcharse como fuera posible, en una balsa al pairo o en un avión engañando a las autoridades, como hizo este que escribe.
Su madre hoy lo llora sin lágrimas. He escuchado su voz a través de grabaciones que llegan desde la isla por internet, y no le tiembla el verbo, no llora. Confirma que lo han dejado morir, que indujeron su muerte.
Lo velarán en Banes, en la provincia de Holguín, al este de La Habana, en la carretera Embarcadero número 6, al pie del altar de su progenitora.
Los foros de debate que se abrieron en el mundo entero para, de alguna manera, solicitar clemencia hacia este hombre, daban cuenta de que el motivo de la huelga de hambre era simplemente reivindicar que las autoridades carcelarias lo identificaran como prisionero de conciencia, y no como un común delincuente. Como castigo, le impidieron tomar agua durante 18 días, una medida que le provocó un fallo de riñón.
Hoy mismo es noticia la aparición del nieto número 101 de las Abuelas de la Plaza de Mayo, activistas argentinas víctimas de otra dictadura latinoamericana. Siempre me he preguntado cómo se puede ser víctima de un estado dictatorial y apoyar a otro. Porque estas madres y abuelas apoyan el castrismo.
Estas incoherencias tardarán mucho tiempo en resolverse.
Muchos somos o hemos sido víctimas de largos años de propaganda, aquella que aún hoy habla de una Cuba linda y soberana, de una Cuba que se plantó a su enemigo en sus propias narices. Una Cuba que, para no pocos argentinos, sin ir más lejos, es el país modelo.
¡Qué triste confusión!
Salvemos la memoria de Orlando Zapata Tamayo.
Había sido condenado a tres años de privación de libertad por oponerse al régimen totalitario de Cuba, pero, valientemente, nunca calló su razón dentro de la cárcel y se le fueron realizando consecutivos juicios sumarísimos sin apenas garantías legales, hasta que su condena ascendió a más de veinte años.
No tuvo hijos. No supo lo que es un Estado de Derecho porque prefirió el camino de la denuncia abierta a la dictadura desde su propio país. No intentó marcharse como fuera posible, en una balsa al pairo o en un avión engañando a las autoridades, como hizo este que escribe.
Su madre hoy lo llora sin lágrimas. He escuchado su voz a través de grabaciones que llegan desde la isla por internet, y no le tiembla el verbo, no llora. Confirma que lo han dejado morir, que indujeron su muerte.
Lo velarán en Banes, en la provincia de Holguín, al este de La Habana, en la carretera Embarcadero número 6, al pie del altar de su progenitora.
Los foros de debate que se abrieron en el mundo entero para, de alguna manera, solicitar clemencia hacia este hombre, daban cuenta de que el motivo de la huelga de hambre era simplemente reivindicar que las autoridades carcelarias lo identificaran como prisionero de conciencia, y no como un común delincuente. Como castigo, le impidieron tomar agua durante 18 días, una medida que le provocó un fallo de riñón.
Hoy mismo es noticia la aparición del nieto número 101 de las Abuelas de la Plaza de Mayo, activistas argentinas víctimas de otra dictadura latinoamericana. Siempre me he preguntado cómo se puede ser víctima de un estado dictatorial y apoyar a otro. Porque estas madres y abuelas apoyan el castrismo.
Estas incoherencias tardarán mucho tiempo en resolverse.
Muchos somos o hemos sido víctimas de largos años de propaganda, aquella que aún hoy habla de una Cuba linda y soberana, de una Cuba que se plantó a su enemigo en sus propias narices. Una Cuba que, para no pocos argentinos, sin ir más lejos, es el país modelo.
¡Qué triste confusión!
Salvemos la memoria de Orlando Zapata Tamayo.