jueves, 29 de enero de 2009

Extraño corazón



Me llevaron una noche a las ruinas de un antiguo hotel en el centro de Santa Clara, a unos 300 kilómetros de la capital de Cuba. Antes de entrar, nos habíamos tomado un par de rones a palo seco, porque me dijeron que así era mejor, para capturar más fácil el tono de un sitio oscuro en el que podían suceder muchas cosas, desde enamorarte de alguien a primera vista –de alguien abstracto y fantasmal, de alguien intangible y muy posiblemente efímero-, hasta revisarte los bolsillos sin decoro para conquistar el filo de la última moneda que se queda enganchada en los pliegues de la tela, y, si la encontrabas, ofrecerla al hombre de la máquina de café, al amanecer, sintiendo que has vivido el triple de lo que te correspondía a esas alturas de tu existencia.
Me lo advirtieron y lo comprobé, lo viví más de lo que indican las prescripciones autorizadas de los bohemios de esa ciudad. Entré por una puerta estrecha y se me abrió un espacio romano abarrotado de sombras, siluetas, visiones dobles recostadas a los muros de ladrillo. Descubrí que eran hombres besándose y seguí hasta el fondo, empujando mis pasos con decenas de miradas encajadas en mi espalda. La mano que me llevaba era de mujer, eso sí lo recuerdo. Me trasmitía la presión necesaria para que yo sintiera seguridad y libertad al mismo tiempo. Me halaba hacia un traspatio donde debían estar otras sombras y por donde no existía salida. Casi nunca hay salida por el fondo, y, si la hay, se debe pedir permiso. Yo no conocía a nadie. Era imposible reconocer uno de aquellos rostros. Porque no eran rostros, sino cabezas de dragones en ramilletes dobles. Mientras avanzaba, miré un poco más abajo y encontré los brazos de los dragones dentro de los bolsillos de sus compañeros, los brazos enteros. Las piernas entrelazadas, dobles, y por los cuerpos caían unas melenas refractantes emboscadas por el humo del tabaco, y de los torsos crecían unos brazos fuertes como árboles milenarios, amarrados en las puntas, cosidos a los bolsillos de la ropa.
-Nunca habías visto esto-comentó la voz de mujer que me halaba.
No dije ni media palabra. No podía. No había espacio para media palabra. Era el espacio exacto para respirar. Tragué en seco. Sentí deseos de agarrar un vaso de ron y todavía faltaban algunos metros para llegar atrás, a un final incierto pero supuestamente más iluminado. Detrás debía estar el bar y la máquina de café. Detrás debía estar el aparato de música, el encargado del salón.
Llegamos y me revisé los bolsillos. Me tiré el pelo de la frente hacia atrás. No me faltaba nada, excepto un poco de aliento. Pedí ron sin hielo en un vaso ancho y me preguntaron si lo quería doble. Dije que sí. Allí todo era doble, y sentía cómo mi alma se resquebrajaba a pedazos, pero comencé a observar algunos rostros mejores dibujados por la luz. Y vi las primeras sonrisas que me llevaron a la normalidad.
No, nunca había estado en un sitio así. Nunca había visto a dos hombres besándose en los labios, amándose y deseándose con locura, hombres de espaldas anchas y brazos fuertes. Nunca había imaginado siquiera aquella escena, porque nunca tuve la necesidad de imaginarla. Aquella escena existía, era más real incluso que yo, porque yo estaba fuera de contexto y esa circunstancia anulaba mis sentidos, con el afán de encontrar un mínimo de seguridad más allá de los dedos de quien me llevaba.
La mujer me dijo que me estaban mirando, pero que no hiciera caso a los ojos de la gente y disfrutara de la copa de ron, que allí no pasaba nada si uno no tenía la voluntad de que sucediera. Quise irme de pronto, sin terminar la copa, y ella me aguantó.
-No te marches. Esto es único y tienes que verlo un poco más. Recuerda que eres cronista por esencia. Esta es una fracción de Cuba que no sale en los periódicos ni en ningún lado-me persuadió con elegancia.
¿Por qué había tantos homosexuales amándose desesperadamente?
Era evidente que estaba ante un fenómeno sociológico que el tiempo, la investigación, me ilustrarían después. Había algo más que aquellas sombras de las paredes. Había cierta normalidad. El anormal en ese instante era yo. Había un orden de las cosas, lo que pasaba era que esas cosas yo no las conocía. Y no sabía que podían tener lugar en un sitio público y con taquilla, en una isla censurada hasta lo imposible.
Me quedé un poco más. Pedí otro vaso lleno de ron, el mismo vaso, recuerdo, rellenado. Me afinqué en la barra y le di la espalda a la gente. Conseguimos un par de banquetas. La chica era una funcionaria del Ministerio de Cultura, era humana y heterosexual como yo. Recuerdo que se puso celosa, aunque le pudo más sentirse mi anfitriona. Cambiamos de tema y se nos olvidó el ambiente. Cuando volvimos por él, porque necesitábamos la imagen como ilustración de alguna cosa, ya no estaban. Las sombras se habían marchado y en su lugar había varios grupos de personas mayores llenos de luz.
Brotó de debajo de las piedras del suelo un conjunto musical, con guitarras, voces y percusión menor. Cambió la época, el compás, la gente. Llegaron los boleros, los sones montunos. Miré alrededor y el responsable de todo aquello seguía siendo el mismo, el señor delgado y tímido que nos dio la bienvenida en la barra, porque la muchacha del Ministerio de Cultura lo conocía.
Esa fue la noche más larga de mi vida, la más extraña, la más inolvidable.
Con el tiempo se hizo necesario encontrar el ron allí, a 300 kilómetros de mi casa, porque aquellas ruinas –que ahora cumplen un cuarto de siglo- producían la revelación artística muy a menudo, y uno continuaba siendo cronista, y, parecerá extraño, pero el ron de allí sabía diferente.

Nota: Como recuerdo de El Mejunje, un centro cultural del referencia en Cuba, tan querido e inolvidable que duele mencionarlo desde tan lejos. Como recuerdo a Silverio, aquel amigo que siempre estuvo y está allí. Como recuerdo a un sorbo de ron seguido de otro de café.

miércoles, 28 de enero de 2009

Convocatoria en Barcelona


En una tangente visual, frente al balcón del Consulado Cubano en Barcelona, se ve un cartel de grandes dimensiones con el rótulo Castro. Debe ser casual, porque este anuncio creo que se refiere a una empresa constructora, pero no deja de resultar curioso. En una gran avenida de una gran ciudad como esta pueden ocurrir salpicaduras, despropósitos y pintoresquismos. Recuerdo, al vuelo, ver pasar a un hombre de unos 60 años totalmente desnudo, fumándose un habano, sin prisa. Y tambíén la multitud que por allí arrolló detrás de la banda de Carliños Brown. Este domingo pasarán pacíficamente los cubanos que habitan la ciudad condal, para señalar el medio siglo de dictadura de la mal llamada revolución cubana. He aquí la convocatoria. El Paseo de Gracia es un lujoso transcurso abierto a todo y a todos.




Convocatoria a Manifestación ante el Consulado de Cuba‏
De:
Jorge Ferrer
Enviado:
miércoles, 28 de enero de 2009 12:44:59 p.m.
Para:
Jorge Ferrer (eltonodelavoz@gmail.com)
Estimados todos:les adjunto la convocatoria a una manifestación reivindicativa y pacífica que un grupo de cubanos residentes en Cataluña convocamos para el próximo domingo, 1 de febrero, a las 12:00 hrs., frente al Consulado de Cuba en Barcelona (Passeig de Gràcia, 34).Sería un enorme gusto poder contar con todos ustedes allí.Les ruego den la máxima difusión a este mensaje.Gracias.Un saludo muy cordial,Jorge Ferrer
CONVOCATORIA A MANIFESTACIÓN FRENTE AL CONSULADO DE CUBA EN BARCELONA
El pasado 1 de enero de 2009 se cumplieron cincuenta años de régimen castrista. Un aniversario cerrado que no debería ser motivo de celebración para quienes defendemos los derechos humanos y las libertades políticas fundamentales.
A lo largo del último medio siglo, los cubanos hemos conocido un solo gobierno, un solo partido, un solo discurso oficial. Más del 10 por ciento de la población de la isla ha marchado al exilio huyendo de la falta de oportunidades, la represión a la diferencia y la sinrazón de un país gobernado por Fidel Castro –y ahora por su hermano Raúl– con mano férrea y dogmatismo militante.
El cincuentenario de la Revolución cubana no debe ser, por tanto, motivo de festejo.
Al contrario, se trata de una magnífica ocasión para mostrar nuestra solidaridad hacia todo el pueblo de Cuba, que merece poder decidir su propio destino, gozar de libertades de asociación y expresión, manifestar su derecho a disentir y dar rienda suelta a la iniciativa empresarial de sus ciudadanos sin temer la represión de un estado policial.
Mediante este comunicado, un grupo de exiliados cubanos en Cataluña invita a una manifestación reivindicativa y pacífica ante las puertas del Consulado de Cuba en Barcelona (Paseo de Gracia, 34) el próximo domingo 1 de febrero, a las 12.00 hrs.
Los ciudadanos amantes de la libertad no debemos permanecer impasibles ante un régimen que se ufana de su inmovilidad y desprecia todos los llamados a impulsar una transición hacia la democracia.

Convocatòria a manifestació davant el Consolat de Cuba a Barcelona
El passat 1 de gener 2009 es van fer 50 anys del règim castrista. Un aniversari tancat que no hauria de ser motiu de celebració per als que defensem els drets humans i les llibertats polítiques fonamentals.
Al llarg de l' últim mig segle, els cubans hem conegut un sol govern, un sol partit, un sol discurs oficial. Més del 10 per cent de la població de l'illa ha marxat a l' exili fugint de la falta d'oportunitats, la repressió a la diferència i l'absurd d'un país governat per Fidel Castro –i ara pel seu germà Raúl- amb mà de ferro i dogmatisme militant.
El cinquanta aniversari de la Revolució cubana no ha de ser, per tant, motiu de celebració.
Al contrari, es tracta d'una magnífica ocasió per a mostrar la nostra solidaritat cap al poble de Cuba, que mereix poder decidir el seu propi destí, gaudir de llibertats d'associació i expressió, manifestar el seu dret a dissentir i desenvolupar lliurement la iniciativa empresarial dels seus ciutadans sense témer la repressió d'un estat policial.
Mitjançant aquest comunicat, un grup d'exiliats cubans a Catalunya convida a una manifestació reivindicativa i pacífica davant les portes del Consolat de Cuba a Barcelona (Passeig de Gràcia, 34) el proper diumenge 1 de febrer, a les 12.00 hrs.
Els ciutadans amants de la llibertat no hem de romandre impassibles davant un règim que s' ufana de la seva immobilitat i menysprea tots els crits a impulsar una transició cap a la democràcia.
Final del formulario

lunes, 26 de enero de 2009

HISTORIAS DE DEPILADORAS Y BATIDORAS AMERICANAS



Quinto día y final: Que Dios se marche confesado

Era un mulatón de complexión física fuerte, con el pelo corto y ropa deportiva. Se presentó en el mostrador atraído por la oferta de dos depiladoras por el precio de una, prebenda enmarcada dentro las rebajas de enero.
Señaló con el dedo y el vendedor de electrodomésticos pensó inmediatamente dónde podía estar la caja vacía de la pieza de exposición. El proveedor sabía de antemano que se trataba del último dueto de depiladoras, rematadas hasta lo imposible después de una larga y exitosa venta en la temporada de calor, que es cuando más se demandan estos aparatitos diabólicos. Así los concebía el tendero, a sabiendas –por la experiencia ajena- de que ocasionaban dolor, pero las mujeres estaban dispuestas a aguantarlo. La estética valía más la pena, y nunca mejor dicho.
Se trataba de un artilugio con dientes y muelas devorador y áspero. Inmisericorde, testarudo, obcecado pues su función era arrancar la vellosidad hasta dejarlo todo plano, brillante. Y el hombre que los vendía no hacía más que preguntarse hasta dónde se podría llegar en pos de la belleza, en la búsqueda de la felicidad observada a través de un espejo. De todos los cacharros que vendía, entendiendo el término cacharro como el nexo inseparable de la corriente, las máquinas para depilar le provocaban a diario una introspección, a tal punto, que había logrado un recurso para evadirse sin desconcentrarse de la venta.
En cuanto tuvo delante al joven que se llevaría el último par, primero se preguntó que hacía un corpulento señor comprando un artefacto de esos, y acto seguido se cuestionó por qué dos. Al cabo de muchos años detrás del mostrador no había logrado, sin embargo, evitar el psicoanálisis. Y a él no le pagaban por psicoanalizar a nadie.
-Es la última pieza…Quiero decir –rectificó- la última pieza del último juego.
-¿No estará dañada?-preguntó el cliente.
-No, señor, está sin enchufar aún a la red, y vienen probadas-se adelantó el otro instintivamente, porque más de una mujer le ha pedido que se la probara in situ, sin saber cómo hacerlo, claro, porque haría falta además una pierna de prueba, o un pubis, porque algunas depiladoras llevan como complemento un cabezal para las ingles.
El mulato dejó esparcir cómodamente un acento portugués. En seguida su anfitrión supo que había posibilidades de que fuera brasileño, por el matiz particular de la lengua en el gigante país sudamericano. No practicó el interrogatorio de golpe, por cautela, y lo dejó seguir un poco más.
Comenzó entonces un regateo que no estaba previsto, toda vez que el profesional de los electrodomésticos sabía bien que las ofertas no se discuten, por inamovibles que son los precios en estos casos y porque lo que está a la vista es ya de liquidación. Pero aprovechó la ventaja para enterarse más.
-¿Las utilizará usted en España o en otro país?- recabó el vendedor.
-En realidad no las utilizaré yo, ¿pero por qué me lo pregunta?-alternó el otro con una sonrisa suave, vista por primera vez en los escasos minutos que llevaba allí.
-Perdón, no quise insinuar nada. Le pregunté porque estas máquinas funcionan con un solo voltaje, con 220 voltios.
-En Brasil ya hay 220. Estas depiladoras salen conmigo de viaje hacia Brasil. Son para un regalo a unas hermanas gemelas.
-¿Cuándo marcha usted?
-Este domingo. Ya lo tengo todo preparado.
-¿Pero está aquí de paso o…?
-No, vivo aquí-no lo dejó continuar el joven, esta vez demostrando cierta empatía, como si quisiera alargar el diálogo pero sin forzar las cosas-.Yo soy el cura de la parroquia de la calle de atrás-cerró de pronto la oración, sin autoritarismo, más bien con lástima hacia el tendero. Eso debía sucederle a menudo al mulato cuando iba vestido de civil.
El vendedor no supo qué decir ante el desconcierto. Se le juntaron varias ideas en la cabeza y se hizo un lío con la expresión de su rostro. Un cura comparando depiladoras, para regalar, unos aparatos que van contra natura, regateando el precio además, dudando de la efectividad del género eléctrico. Pensó qué haría en el caso de que aquel mulato le pidiera que le probara la máquina de muestra. Sintió deseos de interrogarle, de preguntarle cómo les iba con el nuevo presidente de origen proletario, inquirirle sobre la teología de la liberación, sobre las favelas, sobre la vida cotidiana en un país de altísimos contrastes y tantísima población.
Al final le empaquetó la pareja de depiladoras tratando de no desconcentrarse para entregarle al cura el cambio correctamente, porque el sacerdote le pagó con un billete de 100 euros.
Lo despidió con amabilidad y con las mismas palabras que utilizaba para casi todo el mundo:
-Dígale a las chicas que guarden el embalaje durante unos quince días, porque si las depiladoras fallan por alguna razón se las podemos cambiar aquí mismo-murmuró el tendero para ser el último en tomar la palabra. Pero el cliente demostró ser más locuaz de lo previsto cuando se presentó en camiseta deportiva:
-Me voy a arriesgar a no decirles nada. Estos regalos van muy lejos y no creo que valga la pena traerlos de regreso si acaso fallaran. Pero, mire –apuntó- como trabajo cerca le mantendré informado de cómo ha sido la aplicación del producto en ambos casos-bromeó el vicario alejándose del lugar.


Nota: Este es el final de la serie que inicié en verano pasado y había quedado inconclusa. Ahora este episodio, inspirado en hechos reales, me ha ofrecido el cierre. Puede comenzar a leer la serie aquí:


viernes, 23 de enero de 2009

My world



Parece mentira que el termómetro de esta ciudad marque 21 grados. (Ojo: no vea el avezado lector la palabra gramos). Comienza uno a desnudarse en plena vía pública y lo hace con gusto, con rapidez. Todos sentimos el deseo de desnudarnos; sin embargo, cuesta hacerlo en una sociedad tan anquilosada como la española, por lo que un rayo de sol, en estos casos, realiza milagros.
Ya lo decía en una crónica pasada –por agua- en estas mismas páginas. Advertía sobre la incongruencia del topless de la playa barcelonesa y la rigidez de la mente en sentido general. Siempre el topless me pareció más una puesta en escena que un acto natural. He reflexionado sobre este particular y he dado de cara con la respuesta de por qué el cine español post franquista está cargado de sexo, hasta nuestros días. El cine fue y es una válvula de escape, y creó por consiguiente un espejismo de lo que la gente quisiera ser.
Tendrán que pasar muchos años para compensar los 40 larguísimos que impuso el franquismo, con la iglesia en la punta de la lanza reprimiendo a la gente y sus deseos más naturales. Esa represión se ha trasmitido en varias generaciones, por lo que mis compañeros de trabajo aún están marcados por ella en el siglo XXI, en el año 2009 que nos parecía tan lejano. Y son jóvenes, y practican exabruptos de una u otra naturaleza como aliviaderos del alma. Con tan mala suerte de que los directores de cine son unos pocos elegidos.
Estoy terminando el libro de Juan José Millás que sitúa las dimensiones del mundo en una sola calle, en la calle de su infancia. Allí transcurre todo. Es una biografía que sale a la luz paralelamente a la serie televisiva Cuéntamey en ambas piezas se explica, sin didactismo, los orígenes de la represión sexual. El personaje central de las dos obras es un niño que narra en primera persona sus días y sus noches, coincidentemente desde la mirada de una familia de pocos recursos, que viene de “abajo”. Familias que buscan un porvenir mudándose a la capital.
No me parece nada casual que, tanto la literatura como los audiovisuales, toquen una y otra vez el pasado reciente. Va a resultar –está resultando- que quienes nos esclarecerán las cosas sean los artistas y no los sociólogos e historiadores. Llega un momento, tarde o temprano, en que uno siente la necesidad de contar su vida e incluso regalarla. Esto sucede por diferentes motivos. Sí me resulta curioso que , mientras Millás escribía sus memorias de infancia –o sea, de la España de la postguerra-, este servidor lo hacía con sus semblanzas de la Barcelona de hoy, quizá adelantándome a un clímax del pensamiento provocado por los años. En mi caso un falso clímax de la madurez, como debe suponerse.
Pero sí desde un punto álgido de la vida tratando de reinventarme en otro país, en otra sociedad, en otro sentido de la sexualidad a nivel social.
Juan José Millás, en sus fluidas páginas de El mundo, no ha hecho más que contar lo que pasó en su calle de la infancia, y para eso ha tenido que reprimirse esta escritura durante largos años, porque todo tiene su momento.


Nota: El mundo, Premio Planeta 2007. Un libro sencillo y extraordinario que se lee en un vuelo trasatlántico. Pero yo no fui capaz de terminarlo allí. Me dispersa demasiado el ruido de los motores del avión.

viernes, 16 de enero de 2009

Nara



En estos días he querido escribir sobre la nieve, partiendo de una visión que tuve al subir una cuesta de camino a mi trabajo. No es usual ver heladas las montañas que sujetan por un lado a Barcelona. Desde que estoy aquí, hace siete años, solo he presenciado tres veces tal panorama. Recordé al poeta cubano Julián del Casal, un modernista bastante excéntrico al que le gustaba jugar con la nieve –solo en palabras- y con los trajes japoneses.
Será que los pensamientos estar interconectados. Número uno: porque vivo ahora en la ciudad más emblemática del modernismo. Y dos: porque quien me dio a conocer al poeta fue una profesora de literatura que acaba de morir.
Entonces me privé de comentar mis estados de ánimos motivados por la imagen de aquella montaña, y aguanté el ritmo de los días hasta que por fin pude hilvanar las inquietudes que jugaban dentro de mí.
Nara Araújo fue una magnífica maestra en aquellos años de finales de los 80 en los que se estaba desdibujando el socialismo, aunque en sus clases nunca hablamos de política. Eran conferencias sobre literatura universal, muy enjundiosas. Allí reinaba el silencio. Solo se escuchaba su voz y el rasguño del grafito o la tinta sobre el papel. Había que apurarse porque ella no esperaba por nadie. Lo más sensato era tomar notas al margen. Nara era una mujer alta y recta, en todos los sentidos.
Un amigo me acaba de escribir desde Estados Unidos para darme la noticia de su muerte, porque, dice, recuerda perfectamente cómo hace 20 años le comenté lo impresionado que estaba con las clases de la profesora.
-Sí, pero es bastante imperfecta-apunté entonces. Y esta es la otra parte del diálogo que recuerdo yo.
Ser imperfecto en Cuba es lo mismo que borde en España.
Mal humorado, contestón, ácido, cáustico.
Y así era ella.
Al final –le comentaba ahora a mi amigo a través del mail- lo que queda es el recuerdo de las buenas clases, de las enseñanzas muy útiles en cultura general.
Sobre Nara Araújo se ha tejido una impertinente polémica en el portal de Encuentro de la Cultura Cubana, oportunismo puro y duro, como suele suceder en el exilio cubano. La acusan de trabajar para el gobierno del patio. Y yo me pregunto quién que ha vivido allí tantos años no ha trabajado para el gobierno. Poca gente.
Allí hay solo dos caminos: o te entregas a tu profesión –lo cual es trabajar para el gobierno-, o te enclaustras en tu casa –que significaría un estado de locura, respetable posición, por descontado.
Soy de los que piensa que si nos vamos de Cuba, nos vamos. En cuerpo y alma.
De lo contrario es preferible quedarse, porque uno no avanza con enconados recelos.
Algunos días pienso que alguien vendrá por detrás a empujarme hacia las vías del tren. Es muy triste pensar algo así en el lugar donde uno logró exiliarse.
Yo también trabajé para el gobierno.
Quiero recordar a Nara a través de esa montaña nevada, a la Nara maestra, porque, verdaderamente, a la otra parte de ella no la conocí.
Nota: La foto de arriba es de mi mujer. Isabelita. Cuando aquí no se acreditan las fotografías es porque corresponden al autor del blog.

viernes, 2 de enero de 2009

Cincuenta noches viejas


Cuando triunfó la revolución, en mi casa había una empleada de Santiago de Cuba; negra, decente, trabajadora, limpia de espíritu y con muchas ilusiones debajo de su almohada. Había traído sus rituales religiosos, junto con una caja de cartón atada con cuerdas de henequén, y dentro había dos mudas de ropas y objetos personales varios, como era esa colección de estampitas de su familia todavía a la vista.
Desembarcó en La Habana hecha una jovencita soltera, aunque demasiado introvertida para buscarse la vida con facilidad. Se colocó en mi casa, antes del año 59, recién construida la vivienda y cuando en ella habitaba toda mi línea materna, unos empresarios del ramo de las librerías que eran los que distribuían en la isla la famosa revista Selecciones. La joven Belén terminó de criar a mi madre y rápido me crió a mí, porque me tuvieron pronto. Así que la negrita, ya convertida en mujer, de alguna manera pasó a formar parte de la clase media habanera y se adentró sin quererlo en mi estirpe, en una parte de mi estirpe, mejor dicho.
Al marcharse los libreros del país, al triunfo la revolución, le dejaron en propiedad el cuarto que ocupaba, ubicado en las áreas de servicios, en el sótano exterior de la casa. Belén pasó a ser nuestra vecina, ya trabajando en la calle, como se decía antes, en una imprenta engomando lomos de textos. No sé si será casualidad su nexo con el mundo del libro.
Ella nunca se casó.
Todavía vive allí, en el sótano de la casa, en un cuartucho de siete metros cuadrados con el baño incluido. Su vida han sido esas cuatro paredes y una caja de madera más o menos del mismo tamaño de la que trajo, pero ésta con un tubo de pantalla ruso. Todavía ve la televisión en uno de aquellos trastos en blanco y negro. Y tiene sus mismas ollas y cazuelas tiznadas, muy a pesar de su extrema limpieza y orden. Todavía hace uso de la cartilla de racionamiento, de sus libras de arroz y frijoles. Con ellas confecciona el congrí, y, cuando se lo puede permitir, le suma a este plato una guarnición de malanga con mojo, algo enraizado en su cultura doméstica de Santiago de Cuba.
Se jubiló hace años. Le ha quedado una pensión de cien pesos, algo similar a cinco dólares al mes. No tiene hijos, nietos, descendientes algunos. Solo nos tiene a nosotros –a mi hermano y a mí-, y en realidad no nos tiene porque nos marchamos del país, en una segunda emigración de esta familia a la que le está eternamente agradecida.
Belén cree en la revolución. Hace poco estuve con ella y me dijo que cada día rezaba por mí para que me fuera bien, porque, dice, sabe lo duro que es vivir en el capitalismo. Cada mañana que estuve en La Habana de visita, desayuné con ella en sus cacharros de metal, con sus cubiertos de aluminio y sus mantelitos raídos y limpios. Sus almacenes están más vacíos que nunca, su despensa, su nevera, también soviética y remendada. Pero Belén mantiene una sonrisa cuando me ve. Me quiere lavar la ropa y me prepara el desayuno con amor.
Ahora tiene otros vecinos, porque la casa la han vendido, la vendió mi madre.
Echa de menos a Santiago, nos echa de menos a nosotros, a la mata de aguacate que teníamos, al niño aquel que acostaba a dormir cuando mi madre salía de fiesta. No se ha dado cuenta de lo que ha cambiado el mundo; porque no sabe nada del mundo. Sufre escasez, pero tira la culpa a los vecinos del norte, a los gobiernos norteamericanos.
Se conserva bien. Los negros se conservan como buenos vinos. Apenas tiene arrugas, pero tiene años, más de ochenta, y de éstos, cincuenta entregados a la revolución, porque la revolución es lo que hay. Nada más.
Ahora cuando me regresaba a Barcelona, me abrazó como a su hijo y me dijo que le llevara un nieto lo antes posible, pues creía que se le estaba acabando el tiempo.
La dejé atrás otra vez. Le puse algo de dinero en el bolsillo de su bata de casa y la abracé con cariño.
Antenoche brindé por Belén en silencio, porque siempre la recuerdo y pienso lo injusta que ha sido la vida con ella. A estas alturas no interesa abrirle los ojos para que descubra de una vez a la revolución. En definitiva, el exilio de Miami, el más numeroso, lleva medio siglo brindado en noche vieja por verla caer, y la revolución, más desmejorada, pero sigue en pie.
Todos hemos sido afectados en esta historia demasiado larga. Somos producto de una aberración que es ese propio sistema, tan enajenante que ha logrado el beneplácito incluso de algunos dolientes directos.
Comprendo que el daño está hecho y que Belén, por solo citar un nombre, lo que más necesita ahora es amor.

Nota: Esta mañana antes de salir de casa encontré la siguiente entrevista que versa sobre el masoquismo revolucionario. Véala aquí:

http://www.lavanguardia.es/internacional/noticias/20090102/53609042823/fidel-puso-su-proyecto-muy-por-encima-de-su-vida-personal-la-habana-moncada-fidel-castro-granma-mexi.html