jueves, 15 de febrero de 2007

Compartir el aire

Aunque te cueste soñar con la vida que antes soñabas, no te derrumbes por eso. Hay muchas vidas, muchos caminos vacíos esperándote con absoluta paciencia. Sólo debes escoger el cauce, abrirte paso entre el martirio de las ideas pesimistas. Levantarte como cada mañana y pensar que la recuperación, el ejercicio físico, dotará tus músculos de una masa nueva, que irá creciendo junto contigo y te entregará el resultado de tu propio esfuerzo. Sigues siendo niña y me di cuenta, cuando expresaste cándidamente que te gustaría estar esta mañana de vacaciones. Y te entiendo, porque la densa capa de niebla ha tapado el azul de esta ciudad, porque sin sol, como yo, funcionas de otra manera, porque el invierno te recoge, porque sé que tu cuerpo necesita expansión más que cualquier otro. Durante los veinte minutos que estuviste a mi lado en la ambulancia, te observé con discreción. Quiero decir que respiré hondo el aire compartido dentro de un vehículo sanitario que surcaba las calles de tu barrio con rutinaria tranquilidad. En cada inhalación me llevé un poco de tu dolor, para que te pese menos, para almacenarlo en mi memoria y repetirme las veces que sea necesario que no tengo de qué quejarme. Piensa que las personas muchas veces coincidimos por alguna razón constructiva, por el principio de lo que debería ser el crecimiento de nuevas ideas. No te derrumbes por el injusto amanecer de hoy, pues tú sabes que ésta y muchas otras humedades grises son pasajeras. Tu cama es tibia pero no te da fuerza en los músculos, no te permite el desarrollo de tu nueva vida, el empuje de esa segunda naturaleza que la vida te regala después de quitarte otra. Tu dulce cama pudo impedir que nos conociéramos una mañana como la de hoy en la que me levanté pensando en mí, y ahora veo que no podré acostarme sin escribirte algo, pensando en ti. No sé cómo te llamas pero solo me bastó con tenerte en brazos dos minutos para calcular la levedad de tus piernas y el gran peso de tu pensamiento, el castigo de tener que aparentar que estás alegre cuando en realidad lo que te apetece es pasar olímpicamente de la fisioterapia, de la ambulancia, de la neblina y de mí. No sé si algún día, después de destrozarte la columna vertebral en la carretera, de rompértela para siempre, podrás tener un hijo. En eso me quedé pensando cuando te dejamos en rehabilitación. El chofer de la ambulancia me contó todo lo que te había pasado. Me dijo que tienes 15 años y que te gusta dormir. Quiero que sepas que, aunque no me miraste, o me miraste mal, yo estudié todos tus movimientos. Observé que, cuando te sentamos en la ambulancia, automáticamente te abrochaste el cinturón. Es un reflejo condicionado. Un durísimo reflejo, lo sé. Hay otros reflejos más agradables, más amigables, tal vez. En el breve trayecto que nos tocó compartir un espacio sanitario, compartimos un tiempo, y ese tiempo lo multiplicaré las veces que sea necesario, para que, a través de mi memoria, tu nueva vida sea un tránsito agradable y lleno de creaciones propias. Si hubiera sido verano, si tú no te hubieras levantado de la cama a la hora de siempre, si a mí me hubieran destinado a otro lugar esta mañana, no hubiéramos compartido el aire. Vive lo mejor que puedas y haz de tu cuerpo una montaña de presencias.

Diciembre 2005

domingo, 4 de febrero de 2007

Barcelona again (Tomatito y Michel Camilo)

Esta ciudad tiene clase, por mucho que queramos negarlo. Es elegante a la hora de cobijar proyectos tremendos sin que casi nadie se entere, excepto los que pudimos pagarnos una butaca en el concierto de Tomatito y Michel Camilo; y los que hubieran ido de haberse podido financiar el asiento. Todo sigue igual. Lo dice alguien que tomó el metro a la salida del recital. Esa es la gran ventaja que ofrece el suburbano en una metrópolis: dejar atrás la terrible seducción de un piano de gran cola sonando junto a la guitarra flamenca introvertida y ancestral, y luego sumarse a la rutina de un día cualquiera.
Hay sitios en los que un festival de jazz, por ejemplo, marca el ritmo de la vida. En Barcelona puedes pasar olímpicamente del asunto –valga la calificación deportiva- y, sin embargo, te quedas ancho siempre. Por eso cuando, por casualidad, te puedes pagar dos descansillos frente a dos monstruos como Tomatito y Michel Camilo sufres, más que gozar, al final. La ciudad te vuelve a emboscar, te hace otra vez la gracia de aplastarte. Es como si el lugar donde tú vives durara un concierto.
Dijeron ellos, pianista y guitarrista –o viceversa- que el proyecto comenzó aquí, hace casi una década. Son humildísimos: le siguen llamando proyecto. Uno mira las fotos –la fotografía es la eternización de un instante, decía un profesor en la universidad- y encuentra a Michel Camilo con menos entradas –capilares- y con una camisa estampada que llama demasiado la atención. Ahora no le hace falta esa prenda: el camino está hecho.
Anoche el Auditori –ese edificio moderno que, de lejos, parece un plantel de altos estudios- nos vendió dos puestos otra vez. Sabe mejor pagarlos, para no crear remordimientos ante tanta calidad interpretativa y ante un proyecto –digámoslo así- que abarca la cualidad sinfónica, el temple, la desmesura y el control. ¡Ah, qué corto se nos hizo el recorrido! Michel Camilo y Tomatito hacen un dúo de cómicos que no pueden vivir uno sin el otro. ¡Cualquiera diría que es casualidad esa antítesis visual que hace a uno plantearse reiteradamente por qué están juntos, por qué el proyecto de Spain –el primer disco- alcanza el Sapain Again –segundo álbum-, como si no fuera suficiente el riesgo de mezclarse un clásico pulidor del estilo (el pianista) con un retraído sobreviviente étnico que no puede pronunciar ni “esta boca es mía”, como es el caso de Tomatito, hombre cuerdas, hombre pulsador de cuerdas, hombre interior aunque su oficio se lo impida. Ya los vimos en Spain reordenando el pentagrama jazzístico desde un estilo depurado y sufrido. Otra cosa no podía suponerse de dos instrumentistas que no se engañan a sí mismos ni engañan a nadie: hay una gran figura extrovertida al piano al que le va perfectamente el carácter apocado del flamenco.
Michel Camilo, dominicano que ni es mulato ni posee grandes brazos ni grandes manos, ataca el teclado desde el borde de la banqueta. Esto significa mucho, y es que acepta un desafío a golpe de sentimientos. Cuando improvisa y Tomatito no lo defrauda –siempre- asume el hecho como un estado de gracia, como algo sobrenatural que no cabe, lógicamente, en alguna partitura. Si se tratara de una puesta en escena cabal, el mundo se estaría perdiendo al mejor actor de hoy en día.
Tomatito está acostumbrado a las catarsis de su compañero. Casi diez años juntos le han sobrado al guitarrista para quedarse cómodo en su rol de papeles secundarios, el que le da juego para ser él mismo. Aparentemente la guitarra de Tomatito está dando color por detrás de la inmensa armonía del piano, pero sabemos que no es así siempre. Todo depende de cómo el público pueda independizar los sonidos.
Tuvieron que salir dos veces y gastar los dos bis que tienen preparados para cuando la gente no se marcha a casa tan pronto. Después de pasearnos por un personalísimo tributo a Piazzola, de romancear a gusto con un par (o tres) de piezas líricas, de ejecutar el tumbao Michel Camilo con el desenvolvimiento de un salsero, disimuladamente, claro; después de contestarle sin reproche un Tomatito que sabe rasgar las cuerdas y no alardea de ello; luego hay que cumplir lo pactado en una sala de concierto. El final.
Los festivales de jazz –el de Barcelona va por el 36 encuentro- tienen de bueno la exclusividad de los conciertos únicos, el poder funcionar, al mismo tiempo, como algo opcional dentro de una gran urbe. Cuando, por adelantado, uno compra dos sillas y roza con dos grandes instrumentistas, la ciudad se vuelve mucho más relativa de lo que habitualmente es. Por otro lado, el del tiempo, no molestaría suponer otra década de Michel Camilo y Tomatito cortejándose en una puesta en escena tan limpia de resabios. Al menos, pensar así es un regalo.

Noviembre 2006

Ruta de las golosinas

Para María


No dejes de traerme a casa
tus ternuras, tus lamentos
tus luces y tus ungüentos
tu sonrisa si rebasa
acércame el sonido, pasa
muéstrame, eh, tus pañuelos
¿qué traes hoy? ¿caramelos?
¿o largas cañas de hojaldre?
¡qué productos!¡y cómo arde!
¿me cambias voz por buñuelos?


(II)

Intuyes, corazón, que hoy
adentro de esta cocina
reniego de la aspirina
remonto en lo que yo soy
dulce, resquebrajado estoy
por tus mieles como un loco
busco en la nevera y toco
tus manejos más recientes
bebo al fin los recipientes
te muerdo rallado el coco.



(III)

Dicen que de anfibología
acabo de licenciarme
que recuentos de desarme
concluyen en filosofía
situación como esta mía
tira el concepto por tierra
rallado voy por la jerga
el fruto también, supongo.
Mas la duda que interpongo
deja el coco en plena guerra.


(IV)

“¿Qué es el coco, amore mío?”,
reclamas con diligencia
promulgando incontinencia
¡ahora que no me fío!
el coco, cariño, es río
de frutas y cualquier cosa
no le busques, ojerosa
motivos despechugados.
saca, por Dios, dos helados
y así me paso a la prosa.



(V)

¡Aguanta ahí, guapa, que miento!
empapela los barquillos
la prosa tiene estribillos
y luego va y me arrepiento
yo me quedo sin aliento
en cuaresma que ya topa
los buñuelos en la sopa
de almíbares decimales
bordan en sí platanales
por encima de la ropa.


febrero 2007