viernes, 22 de marzo de 2013

Bebo, verticalidad y dulzura

Nada que hacer, nada que decir fuera de la admiración hacia una persona vertical, lo mismo en sus principios que en su vida artística.
Duele mucho esta noticia de la muerte de Bebo en Escandinavia a sus 94 años  –se lo llevaron a Estocolmo los hijos de su último matrimonio-, aunque, debido a su edad, su alzheimer, su deterioro general, un anuncio como este se espera desde lo más profundo y no se pregona ni se comenta que pueda pasar.
En principio, porque uno no quiere que desaparezca lo que tiene como ejemplo.
Además, hay pocos seres humanos como Bebo Valdés que se quieren desde la distancia.
Pianista de Tropicana -oficio puro de cabaret, como el oficio de médico o de juzgado de guardia-, dejó en su hijo la impronta de atacar al teclado con amplios registros, porque también su descendiente sacó las manos grandes, su altura física. Se fue a vivir a Escandinavia enrolado en una orquesta y allá conoció a una mujer y tal vez –siempre nos amarramos de algo impactante- esta unión sirvió de pretexto para recelar la dictadura que nos atacó a todos los cubanos.
Fue una pena que no regresara nunca, ni cuando su disco con El Cigala, Lágrimas Negras, se presentó en Cuba, en el Karl Marx, aunque su hijo, por cortesía, digamos que lo sustituyó, para no crear el vacío.
Total, el vacío estaba de todas maneras.
Con él, se suma a la lista donde está Celia Cruz una persona vertical y muy coherente, que no por estar lejos dejó su cubanía –o cubanidad- a un lado.
Todo lo contrario. El buen olfato de Fernando Trueba –cineasta deslumbrado abiertamente por la música cubana- lo llevó a una segunda juventud, y a mucho más que eso: lo puso en boca y oídos de generaciones de compatriotas que, por razones políticas, no lo conocían.
Es así de sencillo: el que se va Cuba –ahora no tanto- desaparece de los medios de comunicación en la isla; o sea, de la memoria oficial.
Lo vi en el Palau de la Música, en Barcelona, tocando a dúo con el bajista Javier Colina, ya con alzheimer, pero juguetón como siempre fue. Se le olvidaban las letras de las canciones. Colina lo miraba descaradamente y le daba el pie. Bebo incluso se fue de proscenio cuando no había terminado la función, confundido.
Nada, cosas de la vejez. Y ojalá que así sea con toda la gente que aporta notas de dulzura y amor a un pentagrama partido en dos, en dos orillas.

Este texto se publicó originalmente en cubanet.org
Foto de Uly Martín 

miércoles, 20 de marzo de 2013

Un teatro de guiñol duele mucho




Alegre nota de prensa leída en el exilio –alegre para los que amamos el mundo del teatro- vino a sustituir el mar de quejas y denuncias que habitualmente lanzan los periodistas independientes desde la isla: Vuelven los hermanos Camejo y traen con ellos a Pepe Carril.
¿Quiénes son los que regresan?
Nada más y nada menos que los fundadores del Teatro Guiñol de Cuba, vejados, perseguidos e incendiados por el régimen en los albores de eso que dieron en llamar Revolución.
Cuando decimos incendiados no es exageración.
Los comisarios políticos de la época ordenaron dar fuego a sus muñecos. Todo un crimen, cometido además con ensañamiento y no sabemos bien si con nocturnidad.
Todo porque los títeres de los Camejo (Carucha, Bertica, Perucho y José), que diseñaba Pepe Carril, aunque habían viajado el mundo, no encajaban con  la estética y mucho menos con los arquetipos que necesitaba aquella gesta traidora, en aquella época bárbara.
El ultraje fue a más. Se extendió al teatro dramático. Directores, escenógrafos, actores fueron parametrados. ¡Qué barbaridad! Inventaron un verbo para purgar a la gente, para cazar a los artistas en base a su orientación sexual.
Algunos artistas optaron por el camino del exilio.
La escena nacional necesariamente tuvo que reinventarse y comenzar a colocar personajes heroicos, sovietizados, para poder funcionar. Se necesitaban obreros, militares, estudiantes, campesinos en escena. Todo lo demás estaba fuera de lugar.
Y así se reinventó el teatro, incluyendo el de guiñol.
Los Camejo y su diseñador de cabecera desaparecieron con profundo dolor.
Muchos años después –digamos que unos cuarenta- no fue tan necesario cargar con prototipos impuestos.
Pero vuelven en un libro. Las bases de los Camejo sirvieron para que creadores y críticos del teatro para niños investigaran y homenajearan a los agraviados.
Rubén Darío Salazar, en Matanzas, y Norge Espinosa, en La Habana, recopilaron suficiente información y acaban de presentar el volumen Mito, verdad y retablo: El Guiñol de los hermanos Camejo y Pepe Carril, por Ediciones Unión. Este texto anteriormente había obtenido el Premio Nacional de Investigación Rine Leal 2009 .
Curiosamente, la publicación surge al amparo (Unión) de instituciones culturales gubernamentales, las mismas, o parecidas, que en su día cometieron el ultraje.
Por supuesto  que los autores de este importantísimo libro quedan eximidos de lo sucedido. Me consta su indignación por lo que pasó. Pero las instituciones, el mecanismo diabólico, no.
Será que ya es hora de pedir perdón, de cierta forma. Como mismo hicieron con Virgilio Piñera, también ultrajado, el más grande dramaturgo que tuvo la isla.
No es hora de olvidar, eso está claro.

 Foto: Carucha Camejo (www.titeresante.es)

miércoles, 6 de marzo de 2013

Antropología teatral de la dictadura



Porque conocemos el panegírico, la manera, el estilo, la puesta en escena, nos resistimos a la aflicción por “la pérdida” de Hugo Chávez, el pichón de dictador que se empeñó en que los venezolanos volvieran a ver la película que ya pasaron en Cuba, muy a pesar nuestro.

Recién comienzan las condolencias en la Isla y en el querido territorio sudamericano, amañado de un tiempo a esta parte por unos sujetos con muchas ganas de lucrar con el petróleo y, desgraciadamente, como hicieron con nosotros, de echar a la gente a pelear, a tirarse de los moños en plena calle en defensa de algo no precisamente corpóreo.

Las ideologías a la baja, cumpliendo un ciclo de caída libre, luego de un siglo de tirantez entre dos bloques ideológicos creados por hombres en un laboratorio muy personal.

Pues bien –y lo afirma quien escribe, que tuvo que hacer guardia de redacción en la embajada coreana en La Habana-, la “pérdida” de Chávez es un show mediático con el objetivo de entretener a una audiencia que desde el principio compró el culebrón. El espectáculo tiene el propósito de, además de ganar tiempo para los que dirigen la operación, desviar la atención de lo que está pasando ahora mismo en Cuba y su constante violación de los derechos humanos.

Por un lado, Yoani Sánchez, una de las personas más influyentes del mundo –según la revista Times-, de gira por el mundo desmontando la plataforma castrista que huele a historia antigua (por mucho que nos duela reconocerlo).

Por otra parte, Carromero, político español, víctima directa de una conspiración y de un crimen de estado, según se desprende de su testimonio, ha decidido romper silencio. En otras palabras: compromete a la dictadura ante el mundo, de una manera clara y directa. En palabras del político español, el gobierno cubano mató a dos civiles pacíficos y a continuación realizó un juicio falso.

Me gustaría escuchar ya la reacción de la dictadura, pero me temo que debe estar muy entretenida con la muerte “prematura” de su delfín más preciado.