miércoles, 31 de marzo de 2010

Luces al final del túnel



Parecía que todo iba a terminar anteayer si Guillermo Fariñas, disidente cubano en huelga de hambre, subía al avión ambulancia español que lo sacaría definitivamente de la isla. Pero no, increíblemente el opositor, que está al borde de la muerte, decidió no aceptar el trato.
El mundo entero sigue con atención el hilo de vida que le queda a Fariñas de no abandonar su ayuno. Estamos en un punto delicado para la dictadura más larga de la historia de la humanidad. Que recuerde yo -¡no han sido pocas las crisis internas de las que ha salido airoso el castrismo!-, nunca antes la opinión pública internacional había estado tan al tanto de mi país. Quizá lo estuvo al ciento por ciento cuando la llamada crisis de los misiles, pero de eso hace cincuenta años. Entonces, el orbe estaba claramente dividido en dos partes casi proporcionales si hablamos de armamento bélico e ideología. A día de hoy no existe nada de eso.
Sí quedan, sin embargo, los vestigios de un estado totalitario que ha lanzado al exilio a un diez por ciento de su población, ha empobrecido alarmantemente su economía y mantiene recluida en cárceles a sus opositores. Un estado devenido en dinastía tropicalizada, que ahora mismo busca afanosamente artistas en el exterior que quieran amenizar las terribles tardes tórridas de La Habana. Es una vieja técnica la de los macro conciertos al aire libre para entretener al pueblo, garantizarle, digamos, el circo, cuando el pan sigue brillando por su ausencia.
A diferencia de las revueltas históricas protagonizadas en otros países por intelectuales, en Cuba los cambios, el motor de empuje, llegarán de la mano de un sector de la población más cercano a la clase obrera. Obsérvese quiénes encabezan la llamada de atención al exterior. Son seres hasta ahora anónimos. Los intelectuales, una parte, nos hemos marchado del país, y otra continúa en la isla realizando su obra a merced de la censura y la represión, por motivos tan personales que no vale la pena si quiera analizar.
Salvo raras excepciones, la exigua prensa independiente que funciona desde dentro está compuesta por corresponsales que nada tuvieron que ver con el periodismo oficial, o lo que es lo mismo, activistas que no cursaron esta especialidad en las escuelas de altos estudios. Para los que sí ejercimos en los medios permitidos, los disidentes que escriben cada día son unos desconocidos. De este hándicap se vale el estado para desacreditarlos ante los ojos del mundo, enfundándolos en un perfil delictivo prefabricado con el apoyo de las leyes cubanas, que ya se sabe lo arbitrarias que son.
Otra triste realidad es el chantaje al que someten a los corresponsales de los medios internacionales radicados allí. Por razones que van desde lo más personal del reportero mismo hasta la conveniencia de sus jefaturas de permanecer en suelo cubano, el enfoque de muchos reportajes dejan un sabor agrio a los cubanos que leemos esos textos desde el exterior, porque sabemos que ese corresponsal se juega su puesto. Se podrían poner muchos más ejemplos, pero solo voy a citar tres que considero fundamentales por los medios que representan.
El corresponsal de la BBC vive hace muchos años en la isla e incluso fue profesor de la asignatura de Radio en la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Habana. Quien ha reportado desde hace años para el periódico español El Mundo es un cubano que en su día dirigió la sección de Cultura del diario oficialista Juventud Rebelde; y el que emite los despachos para El País, uno de los periódicos más importantes de España, ha hecho su familia en La Habana y está en ese puesto desde que yo trabajaba en Granma, y de esto hace más de diez años. Se podrían citar más, repito. Ahora bien, se me hace sospechosa la neutralidad de estos medios con respecto al tema Cuba porque sé perfectamente cómo se comporta la libertad de movimiento en un país que destina importantes recursos para vigilarlo todo. Al final, si uno quiere quedarse allí, habría que hacerlo sin perder las perspectivas de que trabajamos al ciento por ciento para el gobierno, con más o menos flexibilidad.
El espacio noticioso más objetivo, digamos de más raigambre social, está saliendo del trabajo arriesgado de la disidencia, vía internet, quienes literalmente se juegan el pellejo en cada nota de prensa espontánea. Dice el gobierno que son financiados por la ultraderecha norteamericana y europea, pero esto en principio es discutible, para no decir absolutamente que es una mentira. En esta misma medida, podrían decir que a quien escribe estas líneas también lo subvenciona alguien.
Ya hay doctores de la comunicación estudiando los quehaceres del actual periodismo ciudadano, una corriente alternativa que se ha hecho posible con la llegada de las nuevas tecnologías a manos populares. No es raro que hoy día, en una entrevista de trabajo cualquiera, le pregunten a uno si tiene un blog. En Cuba, aun carente de conexión a la red en la mayoría de los hogares, la verdadera revolución, después de muchos años, se está produciendo desde sectores populares dañados directamente por la represión y el presidio, quienes utilizan las pocas nuevas tecnologías que tienen a su alcance para reseñar sin rodeos lo que a ellos mismos les está sucediendo. Con nombres y apellidos y sin apenas retórica. A ellos hay que sumar el despliegue en la red de algunos jóvenes que se han construido sus blogs y “despachan” casi a diario haciendo peripecias para conectarse al ciberespacio. Por suerte, ambas partes de estos sectores de la población van confluyendo poco a poco.
Pero no nos engañemos: En Cuba todavía la mayoría de la gente no sabe lo que está pasando. Poco se conoce de los opositores, de los que ayunan y de los bloggers contestatarios. Desde fuera, tenemos que estar claros de que esta encrucijada internacional en la que se ha metido el gobierno a nosotros nos quita el sueño cada día pero quienes viven allí ni siquiera están enterados.
Es muy posible que cuando llegue el final de esta pesadilla que nos ha costado tan caro a tres o cuatro generaciones, el cubano de a pie, el que guarda sus energías para sobrevivir cada día, el esperador eterno –o sea, la gran mayoría- se desayune su miserable pan sin saber que es el último pan racionado.
Debido a tan larga espera, nos hemos convertido en escépticos, tanto los que nos fuimos como los que se quedaron allí por las razones que sean. Sin embargo, hoy abrí mi ordenador con la noticia de que a Guillermo Fariñas se le suman dos huelguistas de hambre más. Es muy triste, decepcionante, que unos tengan que quitarse la vida para que otros veamos las luces el final del túnel.

Foto del autor.
La Habana Vieja, que según la UNESCO es Patrimonio de la Humanidad, se cae a pedazos ante la mirada atónita de los turistas. El gobierno de la isla ha pretendido maquillar esta imagen pero al cabo de medio siglo parece ser demasiado tarde. Si la comparamos con Lisboa, también decadente y descuidada, a la capital de Portugal la salva que allí no se encarcelan a los opositores políticos.

lunes, 29 de marzo de 2010

El reportero pintoresco



Dicen los pluralistas que para que exista Mundo tiene que haber de todo

Cuando escuché la pregunta a mi lado, me quedé en una pieza:
-¿Conoces algo de los raperos cubanos?
Yo estaba deseoso por que este personaje que aparece en la foto me pusiera el micrófono delante, para preguntarle de qué medio proviene. Sin embargo, no me eligió.
No es ninguna contravención que alguien nos detenga en la calle para inquirirnos sobre un tema cualquiera, registrarnos incluso en video y llevarse nuestro rostro adonde no nos imaginamos. También uno tiene el derecho de responder o no y de asegurarse de a quién le entrega sus palabras. Por eso mismo, los medios de prensa convencionales se identifican a través del micrófono. Pero, bueno, pongamos que este personaje caracterizado de ranger/rapero no tuviera malas intenciones, que escogiera una manifestación política cubana para atrapar entrevistados y cubrir su hipotético documental con diversas caras del exilio. La pregunta que me sigo haciendo es por qué alguien tiene que centrar el hip-hop en una jornada solemne, mañana de clamor, más que todo.
Más que surrealista –que lo era-, me pareció un irrespetuoso desvío del tema central, que era dar a apoyo a la disidencia que lucha pacíficamente dentro de la isla, aquellos valientes defensores de los derechos humanos a quienes el gobierno caribeño se empeña en llamar mercenarios.
Así y todo, las personas encuestadas respondieron con tranquilidad, con respeto y seguridad sobre sí mismas. Vivimos en democracia, en un estado de derecho donde la expresión verbal por lo general es coherente con el pensamiento. Así que no hay de qué esconderse aunque uno tiene opción a extrañarse.
En la imagen superior, este último sábado, el pintoresco reportero entrevista a Albert Rivera, líder del nuevo partido catalán denominado Ciutadans. La escena transcurre en la puerta del Consulado cubano en Barcelona, donde nos habíamos concentrado los opositores al régimen castrista. El joven político está apoyado sobre una jaula que tiene encerrado a un prisionero de conciencia (un performance). El prisionero simboliza la parte de la nación cubana que ha quedado atrapada en la isla. Su postura budista, silenciosa, de meditación, representa a su vez el ámbito pacifista en el que se mueven los disidentes en Cuba. El entrevistador, curiosamente, va vestido de militar, con ropa de campaña, camuflado. Parece como si fuera parte del performance cuando en realidad no lo es.
Si yo fuera semiótico diría que es un provocador.

Foto del autor.

domingo, 28 de marzo de 2010

Vientos de cuaresma (*)



Algo nuevo está ocurriendo. ¿Tenía que fenecer en huelga de hambre un sencillo albañil que reclamaba mejor trato a los prisioneros de conciencia en la isla de Cuba? Me pregunto.
Se ve que sí, que este triste hecho ha removido la atención pública, no sólo en los círculos de exiliados que poblamos el mundo (una larga cifra hay de nosotros), sino también en los comunes y mortales ciudadanos que caminan por la calle en dirección a todas partes, lo mismo a comprar el pan que a recoger a sus hijos en la guardería. ¡Ay, si no fuera por los medios, por la televisión que ha repetido día tras día la imagen de una madre clamando la atención del mundo, vestida de blanco y con un gladiolo en ristre, como fusil!
¡Si no fuera por esos telediarios que compiten entre sí, ahora ocupados de dar a conocer al Planeta que en Cuba se violan los derechos humanos, que se violan pasando por encima de una carta universal, de una carta magna! ¡Si no fuera porque la imagen de Guillermo Fariñas, escuálido y desnutrido, ha dado la vuelta a la manzana de mi casa en Barcelona no sé cuántas veces, ese hombre que ni siquiera es de la capital y a quien no le mueven los chantajes de ninguna clase, prefiriendo morir, sí, morir, antes de claudicar con el ofrecimiento sucio de los generales que lo quieren sacar de las pantallas de los televisores!
Si no fuera por los satélites, por las microondas de este mundo nuestro no hubiera visto lo que vi ayer en pleno centro de Barcelona.
Familias enteras allí, apoyándonos, familias que no podrían dormir tranquilas porque saben que la mejor manera de conservar una democracia es defendiéndola, reactivándola a favor de nosotros, los hijos del Caribe a quienes nadie quiso.
¿Será verdad que nadie nos ha querido y por eso nos han pasado cincuenta años por encima como una planadora, incluyendo a mi padre, a mi abuelo y a mis hipotéticos hijos?
Ayer me fui tranquilo y feliz a casa. Por fin la contramanifestación que teníamos enfrente era minoría. Habría que tener muy poca vergüenza, existiendo un muerto por el medio. La foto de Orlando Zapata Tamayo estaba con nosotros, enmarcada en madera corriente, madera de pino, sin curaciones de ningún tipo, expuesta a la corrosión del viento y la sal. Porque así era el negro que murió: un hombre sencillo.
Por primera vez vi la representación masiva de un partido político español, un partido catalán, con sus voces bilingües alternantes, para que no quede nadie fuera, para que nadie se siente menospreciado. Para, de alguna manera, aliviar a los ofendidos. No creo en la política como solución, de hecho no sé si quieren nuestros votos, pero les estoy agradecido a los de Ciutadans, cuya cabeza más visible es un joven que no supera la treintena de años. Otros partidos no fueron, no estaban, nunca están.
Así que les agradezco a estos, portadores no solo de su estandarte particular –el color naranja es su distintivo-, sino también llevaron la bandera europea y la hicieron ondear.
Esa es una imagen muy fuerte: Esa bandera azul con un círculo de estrellas representa mucho más que una nación.
También hablaron los venezolanos, tan parecidos a nosotros, tan cercanos desde siempre y ahora estupefactos al ver cómo le quieren proyectar el mismo filme que hemos visto. Eso también me gustó, que se “molestaran” en ir, para desmentir un discurso populista de ese presidente-dictador que juega con el petróleo como si estuviera pasando aguas entre las manos. Un venezolano con su bandera coronada y la boca recubierta de cinta aislante es otra imagen que no olvido.
Un miembro del Partido Comunista Catalán, bandera roja en el pecho, se metió dentro de nosotros para desafiarnos. Me pregunto yo: ¿Quién cree que la dictadura de la isla es en esencia comunista?
¿Alguien lo cree?
Estalinista lo es, eso se ha visto y se ha sufrido también. Pero el comunismo ha sido una mascarada que no solo nos afecta a los que allí nacimos, sino además a los “confundidos” que asocian esa ideología con Fidel Castro.
Fidel Castro ha sido siempre un dictador sin principios de ninguna clase.
Pero más temprano que tarde se habrá terminado la coartada para este patriarca otoñal, decadente y tristemente célebre. Soplan vientos de cuaresma, vientos de limpieza profunda que arrastrarán en breve los residuos de esta pesadilla que nos ha tocado vivir.
Una vez más, gracias a todos los españoles, catalanes en concreto, que nos entienden y nos cuidan.

Foto del autor
*Este título, “robado” metafóricamente de una novela del cubano Leonardo Padura, no pretende un sentido bíblico en el post. El fuerte viento de cuaresma que nos acompañó durante toda la manifestación, y que casi nos vuelve locos por ser tan pertinaz, es real.


viernes, 26 de marzo de 2010

El derecho y el miedo a manifestarnos



Convocatoria para este sábado en Passeig de Gràcia

En el 2004, a propósito del Fórum Universal de las Culturas que se celebraba en Barcelona, una periodista de la televisión nacional me contactó para una entrevista. Quedamos en una cafetería al lado de mi casa y pedimos algo de tomar. Cuando solicité el cuestionario de lo que trataríamos, y lo hojeé, me entraron temblores invisibles, de esos escalofríos subcutáneos más amedrentadores que un matón a sueldo.
Aunque la lógica que entonces mi cabeza seguía –paranoias creadas por las dictaduras- , no era otra que la escena de un matón asalariado arrojándome a las vías del tren de una estación concreta: La estación de Provença.
Lo cierto fue que preferí callar.
Conozco personalmente a una ex nuera de Fidel Castro que vive en Barcelona y ha hablado de todo y todavía sigue viva. Pero ella es ella y yo soy yo.
Así que le dije a la periodista que me debía perdonar, pero no aceptaba la entrevista.
-Haremos una silueta de tu rostro…Si prefieres. No se verá ningún detalle de la cara-propuso a cambio.
Ni así acepté. De ninguna manera. Ni hubiera accedido aun mediando un fajo de billetes en euros.
La cuestión estaba en que, aparte del miedo que yo tenía, en aquel momento mi padre vivía en la Isla, mi casa aún no se había perdido del todo y yo no tenía papeles. Era un indocumentado que sobrevivía en un limbo legal. Tenía claro que, por propia decisión, no volvería a Cuba, pero por otro lado me asustaba que España no me reconociera y que, en fin, yo no existiera en ninguno de los listados nacionales, salvo en el padrón municipal, pero el padrón sirve de poco.
La muchacha de Televisión Española –me había localizado a través de una colega suya que estuvo tomando batido de mango en mi casa de La Habana- no pretendía hacerme daño, sino argumentar un programa sobre la creciente inmigración que en esos momentos alcanzaba una de sus más altas cifras. Me disculpé por hacerle perder tiempo y ella dijo que no, que al menos nos conocimos y nunca está de más conocer gente. Por supuesto, pagué la cuenta y nos despedimos en una terraza soleada un día de verano.
Es difícil dar el paso de enseñar el rostro cuando uno tiene personas queridas que ha dejado atrás y a las cuales se puede perjudicar indirectamente. Es por esto que entiendo -¡cómo no!- por qué algunos cubanos emigrados no han firmado la condena a la dictadura castrista que ahora circula por internet; por qué, incluso, como vi en una pasada manifestación frente al consulado cubano aquí, apareció un joven con pasamontañas.
No siempre el ocultamiento del rostro tiene su origen en la culpa. También se debe al miedo de ser despojados del abrazo paterno o materno, lo único de peso que verdaderamente nos queda cuando dejamos una vida y comenzamos otra.
Ahora no, ahora no me importa ir de cara descubierta. Pero, claro, ahora mi papá ya no está, mi casa familiar tampoco y ahora tengo un pasaporte español.
Todo llega, está comprobado. Pero entendamos que las cosas complejas tienen su proceso.

Foto del autor.

La plataforma Cuba: ¡Cambio Ya!, radicada en Catalunya, ha citado para este sábado 27, a las once, una manifestación de nuevo frente al Consulado cubano de Barcelona, en la céntrica avenida de Passeig de Gràcia. Vea la convocatoria íntegra aquí. Es muy significativa la aclaración de que se entenderá si alguien usa el pasamontañas. Sería algo así como estar pero no estar. Al menos es una opción válida, pero no deja de ser una dura imagen de la represión.

jueves, 25 de marzo de 2010

Estar o no estar en el círculo mediático



Esa es la cuestión

Acabo de ver una entrevista en Televisión Española (TVE) que demuestra cómo este país vive de la política interna, cómo la “trabaja” hasta las últimas consecuencias para “darle de comer” a un sinfín de dirigentes, periodistas y, por supuesto, medios de comunicación.
La anfitriona de Los desayunos de TVE, Ana Pastor, invitó a Juan Costa, antiguo Ministro de Ciencia y Tecnología (en el segundo mandato de Aznar) para hablar de un libro firmado por Costa. Previa presentación de “La Revolución Imparable”, que versa sobre el cambio climático, un tema muy peliagudo a día de hoy, Pastor descargó una batería de preguntas ajenas al asunto central, muy bien disimuladas dentro de un cuestionario al parecer polivalente. Claro: ahora mismo hay asuntos internos al parecer candentes que alimentan la comidilla de tertulianos y entrevistadores. El planeta Tierra puede esperar un poco más.
Costa, quien parece perfilarse como un Al Gore español, un poco incómodo pero inalterable, fue esquivando elegantemente las capciosas preguntas que estaban sobre la mesa. La entrevistadora luchaba por aprovechar el tiempo (ya se sabe lo que cuesta un segundo en la pequeña pantalla) y volvía a la carga para que el hombre no se le escapara sin al menos introducir una declaración polémica. No lo logró, sin embargo.
Luego le echó “la presa” a los tertulianos de turno y éstos apretaron el tornillo en materia de política nacional. Fuera los asuntos climáticos.
Pero Costa se mantuvo incólume en su silla de plató. Me pregunto si será tan ingenuo él como para pensar previamente que se le iba a dar publicidad a su más reciente libro.
Hay al menos tres temas candentes ahora en el asador de las televisiones y periódicos impresos: las recientes declaraciones de Jaime Mayor Oreja (ex ministro de Interior en el mismo gobierno y época que el entrevistado) que aseguran existir un diálogo entre ETA y el mandato actual; el caso de corrupción por el que está siendo juzgado el anterior presidente Balear, Jaume Matas, del mismo partido que el entrevistado; y el otro caso de cohecho, también en los tribunales, acerca de la trama Gürtel, protagonizado por dirigentes del mismo partido (el PP) en la zona de Valencia, en el que está envuelto un hermano de sangre del entrevistado.
Ana Pastor demostró ser una excelente periodista al acorralar a Costa, contando, eso sí, con la siempre efectiva inducción femenina. El joven político diputado por Castellón –tiene solo 44 años- se dio cuenta tarde de la emboscada pero no soltó prendas, ni se alteró.
Los telespectadores, como siempre, chupándonos el dedo, o al menos así supongo que nos verán los medios. Yo disfruté del show y de paso corroboré que este país tardará en salir adelante mientras siga viviendo de la política del patio. ¿Será verdad que España es un territorio de pandereta y castañuelas sobre todas las cosas?

Foto tomada de la televisión. Juan Costa es un político sin corbata que prefiere seguir pensando en el cielo de nuestro planeta. Sobre este peligroso asunto, dijo que la atmósfera es como un termostato, que, si se altera, puede enviarnos temperaturas nada correspondientes con las épocas del año. Su hermano Ricardo, aseguró, está limpio de polvo y paja, pero sobre esto último habrá que esperar por la Justicia a ver qué dice. Mientras tanto, seguimos mirando adónde ir en Semana Santa.

jueves, 18 de marzo de 2010

De lo humano y lo políticamente correcto



En estos días cubiertos por miles de muestras de apoyo al pueblo cubano, sinceras razones enlazadas como una red -¡nunca mejor dicho!-, tengo dividida el alma: Mitad y mitad.
Una parte se ocupa de no olvidar de dónde vengo y la otra de esclarecerme hacia dónde voy.
Leo entrevistas a disidentes que, a cara descubierta, se enfrentaron al régimen y recibieron como respuesta una cárcel y una colección de palos en la espalda. Por fin le puedo poner rostro a aquellos fantasmas de los que, cuando vivíamos en Cuba, hablábamos sin apenas conocerlos; hablábamos de ellos como una nota de color, como si fueran electrones libres y no estuvieran luchando por lo mismo que anhelamos todos los que nacimos en ese país. Casi todos, la gran mayoría, para no ser absoluto.
Algunos de esos fantasmas hechos prisioneros han sido canjeados por beneficios políticos, por oportunidades que los hermanos Castro necesitan para mantenerse en el poder.
En estos días de inmensa solidaridad con nosotros los defenestrados, siento la proximidad de esos tiempos de cambio soñados hasta lo verdaderamente irracional. ¡Por fin se han dado cuenta de que aquello fue una puesta en escena, que de socialismo no tiene nada! Casi nada, para que no me acusen de absoluto.
Hemos persistido muchos años para que la gente de la llamada izquierda que vive cómodamente en Europa se dé por enterado. ¿O es que acaso siempre lo supieron y disimularon a conveniencia?
Triste es nuestra realidad, la de los cubanos, bisnietos, nietos e hijos de españoles, que estamos en el medio de una maraña política hace tanto tiempo…Y, cuando podemos escapar –bien dicho, escapar-, llegamos aquí con la añoranza insuflada por nuestros ancestros, la añoranza por la Madre Patria.
Pero vemos que hemos aterrizado en una España todavía marcada por la Guerra Civil, perturbada por cuarenta años de dictadura y catolicismo, una España que se tira de los pelos –dentro de un Estado de Derecho, eso sí- y para sus controversias echa manos, a conveniencia, de nuestra isla sufrida, extenuada por culpa de una dictadura que alcanza ya el medio siglo y en lugar de la Iglesia se edificó sobre el marxismo. Dictadura por dictadura es igual a dictadura. Dejémonos ya de tonterías. La Iglesia y el Marxismo/Leninismo son un par de dogmas.
Ahí están los presos políticos cubanos, hechos polvo, psicológicamente destrozados. ¡Todavía no sé cómo tuvieron valor!
Y aquí estamos los exiliados, también maltratados psicológicamente, porque nosotros también somos unos desterrados. No porque lo diga un papel. Lo dice un montón de papeles cuya sumatoria nos expropia de bienes raíces -¡incluso los adquiridos antes de la mal llamada Revolución!-, nos controla nuestros movimientos físicos y mentales, nos obliga a pasar por un filtro que dictamina si podemos volver o no.
Respeto, faltaría más, a todos aquellos compatriotas que han preferido callarse la boca.

Foto del autor. Una versión de La Casa de Bernarda Alba, a cargo de la compañía catalana de danza Metros Angar, con la dirección y coreografía de Ramón Oller. Vivir en España me confirma que la represión, el oscuro mundo de la Iglesia católica recreado magistralmente por Lorca, todavía existe.

martes, 16 de marzo de 2010

Luis Goicochea y su hora cero




La Historia le ha pagado mal

Mientras estudiaba la carrera de Periodismo, exactamente a mediados de 1990, según leo ahora en una nota al margen, me presenté en la casa de uno de los asaltantes a Palacio Presidencial, uno de los menos conocidos. Fui hasta allí “reclutado” por una profesora de Historia de la Revolución, Ana Lamas, quien, para un trabajo de clases, me sugirió que entrevistara a un vecino suyo jubilado en esos tiempos.
Se trataba de un olvidado de la Historia de la Revolución, precisamente, o al menos esa fue la idea captada por mí entre líneas. Una noticia, un buen reportaje, una buena entrevista de personalidad. Algo así llevaba entre manos la profesora, seguramente desde la óptica del justo reconocimiento que nunca tuvo su vecino y, de paso, quería que no se perdiera el testimonio de uno de los pocos temerarios jóvenes que llegaron hasta el despacho de Batista. En efecto, Luis Goicochea (apellido de origen Euskera), era el único que podía contar en primera persona cómo se organizó el ataque y cómo fueron esos minutos dentro del despacho del presidente. Minutos –no fueron más de veinte- en los que Batista salvó la vida porque para estos casos tenía prevista una escapada por una puerta secreta, en primer lugar, y también porque jamás llegó el grupo armado que debía dar apoyo a los que irrumpieron en la sede de gobierno.
Hasta ese momento en que realicé la entrevista, al parecer el único autorizado para hablar sobre estos hechos era Faure Chomón, un militar con los grados simbólicos de comandante instalado en la cúpula de gobierno. Todos los años, Chomón hacía su discurso y escribía para diversos medios de prensa; siempre lo mismo, pero, claro, un estudiante de comunicación en Cuba, como era yo entonces, tiene inducida la pastilla de la autocensura y aunque sospeche que hay algo más detrás de la historia oficial debe quedarse en la superficie. Para mi sorpresa, Luis Goicochea, un hombre delgado, de un metro con 60 centímetros aproximadamente, parco en palabras y con una mirada un poco triste, me estaba esperando. Debo suponer que no me esperaba en particular, sino que hacía tiempo guardaba la esperanza de que alguien se acercara para que su nombre no quedara en el olvido.
Hoy mientras escribo estas líneas intercalo en Google su patronímico y aparece, invariablemente, al final de la relación de Asaltantes a Palacio, en páginas fundamentalmente escritas desde el exterior de la isla, aunque en todas, vengan de donde vengan, es “el último”. Es curioso ver esto cuando observo que no se sigue un orden alfabético. La entrevista se realizó en un ambiente muy tranquilo en la sala de su vivienda de Nuevo Vedado, el mismo barrio en el que yo vivía. Prácticamente éramos vecinos y no nos conocíamos. Yo no sabía nada de él.
Ahora lamento, subestimando la oportunidad al tratarse de un trabajo de clases, no haber llevado una cámara fotográfica. Sí fui con una enorme grabadora de cinta magnetofónica que me prestó la administración de la Facultad de Periodismo. Pero no tengo idea de dónde están esas cintas. Lo cierto es que, en uno de los tres viajes que he hecho a Cuba desde que vivo en el exilio (no quisiera discusiones por utilizar este término, ya sé que parece un contrasentido pero lo siento así), rescaté la transcripción íntegra de aquella conversación.
Años después de la entrevista, cuando trabajaba en Granma, al aproximarse un 13 de Marzo, lógicamente, y para ver si en lugar de Faure Chomón podía hablar Luis Goicohea, redacté un extracto medio novelado y lo presenté a la dirección. Cuando digo novelado me refiero a la forma y no al cambio o supresión de datos. Aunque lo entregué con suficiente tiempo, pasó de mano en mano y cada colega, de los especialistas, le arreglaba algo. Me daba la impresión de que querían publicarlo pero esperaban confirmación de más arriba. Luis Goicochea había muerto y, desgraciadamente, seguía siendo un gran olvidado.
No solo tuvo la ventura y aventura de llegar hasta el final del camino en esa operación planificada por otro grupo mientras Fidel Castro estaba en las serranías del oriente cubano, sino también Luis había sido el encargado de alquilar el apartamento del Vedado donde se concentraron los asaltantes a Palacio. Y digo más: a última hora, Carlos Gutiérrez Menoyo, el líder y estratega de la acción, le ordenó que viajara junto con él en el primer automóvil, a sus espaldas, sustituyendo a un hombre que había tenido un ataque de pánico horas antes de salir. La narración ofrecida por Luis Goicochea, en mi versión se convirtió en una especie de thriller progresivo que comienza con las gestiones del alquiler del apartamento y termina cuando Goicochea intenta acercarse a la funeraria donde velaban a su jefe, a Carlos Gutiérrez Menoyo. Es como una cámara subjetiva instalada en los ojos y en la mente de mi entrevistado. Una lente a través de la cual se ve la caravana camino a Palacio, la entrada al edificio en medio de una profunda balacera, luego el ascenso al despacho de Batista y la retirada cuando descubren que el dictador ha escapado. En el medio de la trama, la terrible escena en la que Luis Goicochea ve morir atravesados por ráfagas a sus tres compañeros de viaje, con los que compartió el primer automóvil: “Delante iban Carlos”, dice la voz, “y Luisito Almeida al volante; en el asiento posterior, Pepe Castellanos y yo detrás del chofer”.
Pero no, Granma no publicó ese reportaje. Una vez más, ante la impotencia que me creaba el asunto, salió la archiconocida palabra de Faure Chomón, ciertamente el segundo al mando de la operación, pero éste no llegó hasta donde Goicochea pudo ver.
El reportaje finalmente conseguí publicarlo en Juventud Rebelde, no recuerdo en qué año exactamente, pero sí lo visualizo en la contraportada. Con algunas fotos de ambiente –el camión de Fast Delivery, es de suponer- sé que además utilizaron una foto tipo carné que conseguí de Goicochea. Fui personalmente a su casa y su familia me entregó lo que tenían, recordándome amablemente, varios años después de la entrevista.
Hasta dónde pude saber, Luis Goicochea tuvo un cargo estatal de cierta confianza relacionado con el ámbito de la agricultura. Estaba jubilado y además silenciado. De antemano, alguien me había dicho que mi entrevistado tuvo alguna relación con los revolucionarios que después se alzaron contra la revolución. Me habían dicho que estuvo castigado severamente hasta que se retractó. Esto era un rumor. En los libros de historia, por supuesto, nada de ello encontraría. Mi profesora de la universidad, su vecina, no estaba autorizada a contar nada que no apareciera en los libros. El único era el propio Goicochea.
Aunque yo era demasiado joven –estaba metido en el meollo de los lineamentos o pautas de lo que hay que hacer dentro de la mal llamada Revolución-, le hice la pregunta a Luis:
-¿Tuvo usted algún vínculo con los alzados?-formulé la frase sin rodeos para que soltara de la misma manera lo que tuviera que decir.
-Esa parte de la historia no se la he contado ni a mis hijos.
Ahí quedó todo, porque fue la pregunta final.
Sin dudas, hubiera sido un testimonio valioso para la reconstrucción de la otra dictadura que comenzó justo dos años después de que Luis asaltara Palacio.

Nota: No hubo manera de encontrar una foto de Luis Goicochea. Agradezco a quien pueda aportar una. Fue un amable entrevistado. También fue un lamentable descuido mío no llevar una cámara.
La imagen de arriba, el entorno del antiguo Palacio Presidencial, la tomé en uno de mis viajes a Cuba en los años 2000.

jueves, 11 de marzo de 2010

Aquella horrible mañana…



El teléfono me sacó de una cama prestada, porque entonces dormía entre las sábanas de una mujer que estaba de paso en mi vida. Fue ella misma la que llamó desde su trabajo.
-Pon la televisión…¡Es horrible!- dijo en un hilo de voz.
En efecto. Era un escenario similar al de las películas norteamericanas de catastrofismo, pero era un escenario real. Trenes de cercanía reventados en los andenes de Atocha. Personas mutiladas, heridas, muertas.
Cuando aquello, yo me ganaba la vida como auxiliar de geriatría. Salí estremecido hacia mi faena y tuve obligatoriamente que tomar el metro. El recorrido se me hizo insoportable. Era un trayecto prácticamente de punta a punta. Había un silencio estremecedor y todo el mundo miraba asustado las mochilas de los viajeros. Yo también. Se me hizo eterno aquel viaje por debajo de la tierra en el que me acompañaban como una lapa las imágenes que acababa de ver en la televisión.
Al salir a la superficie, hice dos llamadas a Madrid, con el corazón atragantado. Todo estaba bien del otro lado de la línea. Estaban vivos.
Ese día, las horas que habitualmente pasaba tomando el sol con los ancianos, sentado en un parque, pasaron como si fueran años.
Al reencontrarme por la noche con aquella mujer de paso, hicimos el amor como cada día. Mi cabeza estaba situada en el horror de las imágenes que continuaba transmitiendo la prensa. Me sentí contrariado y egoísta por la diferencia abismal que había entre el acto de hacer el amor y el desconsuelo que yo sufría por dentro.
Han pasado seis años. Se cumplen hoy.
En efecto: Esa mujer estaba de paso y ni siquiera está cerca ahora. Yo he caminado por Atocha recientemente recordando en silencio aquella horrible mañana. Los madrileños habrán tenido que cargar con sobrepeso el trauma que supone pasar por esa estación. Vivo en Barcelona, lejos de allí, y me persiguen esas monstruosas imágenes a la vuelta del tiempo.
Jamás había visto algo parecido, entre otras cosas porque no me gustan las películas de catastrofismo.
Como yo, habrá muchas personas que se pregunten qué trama había verdaderamente detrás de estos atentados ocurridos a pocas horas de unas elecciones generales en España. Todavía no ha quedado claro.
Espero que algún día la historia se encargue de transparentar un asunto que supone un trauma nacional. Porque la mente, las emociones encontradas como un cruce de vías férreas, siguen de pie.

Foto del autor. Hace pocos días, las manos me temblaron al encuadrar esta foto en el interior de cercanías de Atocha.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Fidel Castro, el cruel estratega



Es fácil responder a la pregunta de por qué nadie se enteró cuando murieron en huelga de hambre decenas de prisioneros políticos en las cárceles cubanas, a lo largo de estos cincuenta años y, sin embargo, todo el mundo supo ahora del deceso de Orlando Zapata Tamayo por la misma causa.
Todo lo que estamos viendo con asombro en estos días es una estrategia mediática de uno de los hombres más crueles en la historia de la humanidad. Ahora sí que no hay que dudar de que Fidel Castro esté vivo. Él sigue elaborando planes de apuntalamiento de su régimen desde una tranquila casa con piscina situada al oeste de La Habana.
Incluso me atrevo a asegurar que se ha aprovechado de internet, ese Talón de Aquiles tan poderoso que pensamos es ya definitivo para desenmascararlo más temprano que tarde. Porque en internet está todo, a diferencia de otras épocas en las que había que tomarse el trabajo de buscar datos en hemerotecas de todo el mundo.
El resultado de su estrategia, triste, muy triste, es un exilio halándose los pelos y ofendiéndose entre sí; incluso, una parte de los combativos bloggers anticastristas insultando duramente a un opositor que se encuentra en huelga de hambre en la isla, a Guillermo Fariñas. Ver para creer.
Por otro lado, un presidente brasileño de profesión sindicalista apoyando al dictador cubano. Un cantante español de éxito, que ha sido precisamente acorralado en La Habana, comparando, inteligentemente, las censuras locales de unas fotos ahora en Valencia con la censura estatal de Fidel Castro. Hablo de Miguel Bosé, socialista -¡así cualquiera es comunista!, diría un amigo mío- con todas las garantías constitucionales a su favor; dígase libertad de movimiento y de palabra. ¡Para qué más!
El periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, gastando papeles en su obstinada tarea de desacreditar con feas frases a los opositores pacíficos. (Me pregunto: ¿hubiera tenido yo valor para redactar una cosa así si me lo hubieran encomendado cuando trabajaba en ese diario?).
Hay que aclarar una, cien, mil veces, que mientras uno está en Cuba no se entera de nada y muchas otras veces no se quiere enterar. Aquello es una maquinaria represiva bien engrasada. No por casualidad lleva medio siglo funcionando. Debe uno distanciarse, exiliarse (con todos las consecuencias de este acto) para conocer más a fondo aquella realidad. Parece una paradoja pero es así.
No me caben dudas de que todo lo que está sucediendo ahora en el panorama cubano (iba a decir panorama político cubano pero me di cuenta de que sería una redundancia) está preparado al dedillo. Como mismo a Fidel Castro le favorecen los gobiernos del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), por la flexibilidad y el contubernio históricos entre ambos sistemas, también le perjudican, y mucho, los gobiernos demócratas norteamericanos. Esto parece otra paradoja pero es así.
Fidel Castro vive del llamado Embargo Económico estadounidense; es decir, le conviene para hacerse la víctima. Ahora con Obama en la presidencia, y debido a las loables intenciones de este afroamericano de terminar el diferendo de una vez y por todas, Fidel Castro se ve en el peligro de que se deconstruya su plataforma de poder y por eso tiene necesidad de fabricar crisis internacionales que, digamos, molesten profundamente a la administración “del norte” (para decirlo con sus palabras ofensivas cuando se refiere a un enemigo brutal del norte o algo parecido).
Castro se ha dado cuenta de que tiene que aprovechar el tiempo, tirando de la combinación PSOE/Gobierno Bolivariano. Ya lo decía arriba, que es una triste realidad a estas alturas de la democracia española encontrar voces tambaleantes, como la de Bosé, que no hacen otra cosa que ofrecerle un poco de combustible al dictador en esta nueva maniobra de aprovechar el impulso cívico de unos huelguistas de hambre y sed.
Ya respondí a la pregunta inicial y ahora me cuestiono qué ganan con esto Miguel Bosé y Luiz Inácio Lula da Silva si, a todas luces, lo que quiere el octogenario y cruel Fidel Castro es morir con las botas puestas y que los demás se jodan.

Foto del autor. Un destructor de la marina de guerra cubana entra en el puerto comercial habanero. La vieja imagen de la guerra que nunca sucedió.

martes, 9 de marzo de 2010

Una tormenta puntual



Esta mañana despuntó el sol pero, debido al mal estado en que quedaron las calles, mucha gente no ha salido de su casa. Prueba de ello es la música tech que escucho mientras escribo estas líneas. Es de mi vecinito de arriba, el adolescente discotequero que retumba mis paredes con sus graves sonidos, aunque, cierto, habitualmente lo hace los domingos.
Ayer, Día Internacional de la Mujer, miles de personas quedaron atrapadas en carreteras, trenes e incluso vías urbanas, debido a la gran masa de nieve que cayó como homenaje a la Dona –dicho en catalán. Está visto y comprobado que Barcelona no está preparada para eventos climatológicos fuertes, de ningún tipo. Las intensas lluvias también afectan el movimiento usual de la ciudad porque el drenaje no funciona eficientemente y algunas estaciones de metro, solo por poner un ejemplo, se inundan. Ahora la nieve ha colapsado el tráfico y la Generalitat de Catalunya ha decretado la fase 2 de emergencia.
Hay 170 carreteras afectadas y, de ellas, 30 cortadas totalmente.
Los telediarios locales daban cuenta de la inmensa cantidad de mensajes SMS llegados la víspera a las redacciones. Provenían de corresponsales voluntarios que narraban in situ en qué circunstancias exactas se encontraban. Pero algunos programas también vacilaron esta nevada histórica con bromas –ya sentados cómodos en el plató-, acerca de lo sucedido a los reporteros, presentadores y meteorólogos camino al trabajo.
Tengo una gran amiga, profesional de la imagen. Sin pensárselo mucho –yo intenté hacerlo pero me pudo la pereza-, se amarró unas botas de montaña y se arrojó a la calle a capturar instantáneas. La playa de la Barceloneta, nevada, es noticia, claro que sí. No es muy normal que caigan cinco centímetros de nieve en niveles tan bajos como la orilla del mar.
Al final de la jornada, ya de noche, mi mujer y yo nos dimos cuenta de que no teníamos leche para desayunar y nos lanzamos a las pistas de hielo. Sin exageración lo digo. Había que amarrarse a los postes de la luz y calcular la trayectoria para poder avanzar poco a poco.
Solo al comprobar que las placas heladas del suelo eran un peligro mortal, entendí por qué la municipalidad decidió suspender el servicio de autobuses y alargar, toda la noche, las funciones del transporte subterráneo.
¿Cuánto tardará el sol en derretir todo el hielo amontonado?
Un par de días, supongo. Ya se verá.

Foto: Rosa Anna Frutos. Un ciclista abonado al Bicing –sistema de alquiler de bicicletas del ayuntamiento- transita por el paseo marítimo.

lunes, 8 de marzo de 2010

La nieve llega a Barcelona



Julián del Casal soñaba con ella

En el post anterior vaticiné sin querer un evento bastante insólito aquí. Hablaba de los cambios climáticos globales mientras cerca del Mediterráneo catalán se formaba una tormenta de nieve que, decían las malas lenguas, era difícil de creer que cuajara.
Desde que vivo en esta ciudad hace ahora casi diez años, sin contar la que está cayendo, solo he visto nevar dos veces, aunque ninguna de ellas, ciertamente, cristalizó. Si fuera experto en meteorología, me hubiera dado cuenta de que algo raro sucedía en el ambiente cuando despegué hace una semana de Copenhague y, desde el avión, vi una inmensa capa de nubes que aplastaba despiadadamente esa capital. “¿Cómo se puede vivir así?”, me pregunté asegurándome de que esa era la primera causa de la ausencia de luz solar en los países altos.
Hoy Barcelona –incluso en zonas costeras- está totalmente tapizada por la nieve. Según veo desde mi terraza, el viento llega del norte.
Lo malo que tiene este precioso espectáculo es que la ciudad se colapsa con nevadas más o menos sostenidas, ya que la gente sube al máximo sus calefactores y la red eléctrica se puede estropear. Recuerdo cómo a principios del 2002 se detuvo una línea de metro –creo que la línea cuatro- por este motivo.
La parte buena es que la gente, poco acostumbrada a ver caer los copos desde su ventana, se ablanda bastante, sumida en un golpe emotivo. Incluso hay jefes “enrollados” que llaman a sus subordinados y les comunican, mientras éstos comen platos calientes en sus casas, que mejor no vayan por la tarde a trabajar.
Aquí hay todavía gente lúcida, capaz de jurar por su honestidad que vio una pista de esquí en la calle Muntaner . Sí, esto es cierto. Fue en la gran nevada de 1962. Trineos improvisados bajaron a toda pastilla por la gran pendiente nacida a los pies del Tibidado, a los pies de ese dramático santuario ubicado en un cerro alto para proteger a la ciudad.
Como soy hombre nacido y criado en el Trópico, y como la nieve solo fue acariciada antes, en forma de escarcha, en el refrigerador de mi casa, inevitablemente pienso en mi compatriota Julián del Casal ante momentos como este. El pobre poeta modernista la soñaba con todas sus fuerzas, desde una isla salada y también dramática. ¡Maldita suerte la suya!, la de la isla y la de Casal que vivió muy poco, muy poco.

Foto del autor. Es bastante posible que, desde 1962, no se viera una estampa así de la terraza de mi casa.


sábado, 6 de marzo de 2010

Cambia Venecia por Sevilla



Tal y como se está comportando la atmósfera –sin duda en todos los órdenes, aunque aquí me refiero a sus meteoros-, asusta ponerse a pensar que estamos cerca de un nuevo dibujo del mapamundi.
Si la cuarta glaciación que empezó hace cuarenta millones de años nos dejó el puzle de países que hoy tenemos, perfectamente ensamblable visto a vuelo de satélite, ahora parece que un futuro diseño se lo deberemos no solo al hielo, sino además al fuego. Los dos hemisferios están ahora mismo en acción.
Terremotos en el hemisferio sur y en la franja tropical. El Malecón de La Habana desbordado. Abundantes lluvias –no para, no para- en el Mediterráneo y, en general, en todo el sur de la península Ibérica. (Dice un amigo de Sevilla que está mirando quién le alquile una Zodiac).
Ahora, anteayer, la noticia se produjo en el Mar Báltico. Buques habituales de por allí encallados por culpa de bloques de hielo. Se trata de un mar poco profundo y poco salado; quizá por esto se haya puesto tieso.
Yo acabo de regresar de Copenhague y me quedé asombrado ante los blancos canales, lagos, parques de la ciudad. La gente allí se movía en bicicleta, por lo cual me pregunté si este medio de transporte es incompatible con la nieve. Claro que es incompatible, pero las personas siguen su rutina.
Otro amigo que vive en Madrid está en Chile de visita.
De momento está bien, pero ha quedado sin habla (no escribe correos largos como antes). Nunca imaginó que se iba a encontrar con un terremoto feroz en el lugar escogido para veranear y escabullirse, precisamente, de las pesadas lluvias de España.
Barcelona, ciudad donde vivo, hace un año estuvo a punto de comprar agua a otros países. Sus embalses estaban secos. Ahora, con tanta lluvia, supongo estarán a punto de desbordarse.
Ni lo uno ni lo otro. ¿Dónde está el equilibrio?

Foto del autor. Los barcos de pequeño calado comparten canal con trozos de hielo, en Copenhague.

jueves, 4 de marzo de 2010

¡Chapeau, Fariñas, chapeau!



Mientras en el Parlamento de Cataluña se discute, ahora mismo, si dejan o quitan las corridas de toros en esta región; mientras Andalucía se revuelve bajo agua por causa de interminables lluvias; mientras duerme o trabaja Guillermo Toledo en su casa de Madrid, actor que difamó sobre el civismo de un disidente pacífico recientemente fallecido en huelga de hambre, otro mortal, tocayo de este último, se consume en vida en la ciudad de Santa Clara, a trescientos kilómetros de La Habana.
Guillermo Fariñas, psicólogo y periodista independiente, realiza una huelga de hambre y sed para demostrar que su antecesor, Orlando Zapata Tamayo, luchaba a manos limpias por demostrar al mundo que en Cuba se vulneran, y de qué manera, los derechos humanos. Fariñas, con absoluta sangre fría, acaba de hablar en directo en el programa Cara a Cara de CNN en España, con el habitual conductor Antonio San José. Un grupo de tertulianos presentes en la mesa se han quedado sin palabras tras escuchar un testimonio durísimo de procesar y de creer. En pocos días, si Fariña no abandona la huelga, puede estar muerto.
“Mi familia sabe que voy a llegar hasta el final”, expresó el luchador de 48 años y temeridad asombrosa. “Mi protesta intenta conseguir que el mundo se dé cuenta de que aquí hay 26 prisioneros de conciencia que están en estado grave de salud en las cárceles. Es por ellos mi huelga y también por la memoria de Orlando Zapata Tamayo.
“Soy pesimista con respecto a que el gobierno atienda mis solicitudes y excarcele a los otros hermanos de lucha, pero si no puedo ser yo quien disfrute la democracia, serán otros, mi sobrina, por ejemplo. Cuando yo muera hay tres personas más preparadas para dar continuidad a esta huelga en cadena. Esto seguirá durante varios meses”.
Los panelista no sabían qué decir.
Yo tenía un nudo en la garganta. Soy su compatriota y abandoné el país por las misma razones que Fariñas se planta ahora jugándose sus vísceras.
Mientras tanto, los comunistas españoles (¿serán comunistas de verdad?) continúan utilizando la triste realidad de mi país para hacer política. Sin pudor, sin miramientos hacia el prójimo, sin respeto hacia un hombre que está a punto de morir pacíficamente y que entregará sus 48 años a una causa tan larga y agónica que parece no tener fin jamás.
Si Fariñas muere, yo acuso a todos los oportunistas que cierran los ojos intencionalmente para hacer su jugada maestra. Incluido, como el primero, a su tocayo Toledo.

(Lea si usted tiene tiempo los comentarios de españoles en esta página web y comprobará hasta qué punto se puede ser miserable y desmemoriado).

Copenhague y Malmö: la huella del deshielo



Soltera de oro (final)

Hace más de diez años dejó de correr detrás de la noticia. La radio cubana fue una escuela de malformación editorial –ya se sabe hasta dónde pueden llegar los mecanismos de censura en la lejana isla -, pero los recuerdos de la Facultad de Periodismo, donde la conocí, todavía se salvan de la cantidad de reproches que, de mayores, le hacemos a nuestro país.
En la Facultad fuimos bastante felices, de verdad. Sobre todo porque, al no saber hacia dónde íbamos, al desconocer que el llamado cuarto poder terminaría aniquilándonos y expulsándonos fuera, vivíamos una juventud festiva –festinada, mejor- en el traspatio de la escuela, donde hacíamos representaciones teatrales y le dábamos “caña” a los profesores.
Aún así, hubo tiempo para reflexiones serias.
El grupo de Silvia entró con tanta fuerza, a finales de los ochenta, que hubo que dividirlo en dos. Para controlarlos mejor. Traían ideas nuevas –algunos venían recalando de la desmantelada URSS-; traían propuestas de cambio en los estamentos de la dirección de gobierno y traían, en fin, una perestroika ajustada a las costumbres del trópico. Todas sus ideas revolucionarias –en el sentido etimológico de la palabra- llevaban apurados a los profesores y, más arriba, al departamento de orientación del Comité Central.
Hay que decir que corrían tiempos de confusión política ya que el gobierno estaba dando un margen para ver por dónde se decantaban nuestros hermanos soviéticos. En el ámbito de la prensa nos vendieron una falsa apertura –una especie de glassnot a lo cubano- y en este torbellino de ideas entroncó perfectamente el revoltoso grupo de Silvia.
Luego, ya es sabido, la farsa del gobierno terminó prohibiendo publicaciones rusas, como Novedades de Moscú y la fabulosa revista de colección Sputnik. Todo se fue a bolina, como la revolución del 30. Los muchachos se tranquilizaron un poco y luego se graduaron y fueron a trabajar a radios municipales y provinciales, como era tradicional salvo raras excepciones.
Hoy están todos dispersos por el mundo. Conectados a Facebook.
Silvia se enamoró de un sueco que andaba por La Habana en bicicleta. Él nunca se adaptó totalmente al ritmo del Caribe, al surrealismo político de la isla. Entonces decidieron marcharse a Malmö, al sur de Suecia, un sitio ordenado y, si nos ponemos a ver, más comunista que Cuba, en el sentido del orden social, la austeridad y las ayudas estatales. Cuba, no sé si la pareja de Silvia se dio cuenta, nunca fue comunista: aquello ha sido un engaño total.
Lo cierto es que Silvia cambió su apellido de Berros a Norberg y se estableció a orillas del Báltico. En los primeros años realizó trabajos de asistencia geriátrica. Con el tiempo matriculó en la universidad, aprendió el idioma regional y también se divorció, o se separó, no estoy seguro. Aunque, herencia pacífica de los escandinavos, terminaron bien, de buen rollo.
Hoy Silvia es fisioterapeuta. Nada que ver con lo que estudiamos en La Habana. Esta mujer sí que se ha reciclado. Se le ve feliz en su apartamento de nuevo tipo, instalado en una barriada de Malmö donde todos los edificios se parecen bastante y donde se respira una tranquilidad absoluta. En la terraza acristalada, que da a un parque interior ahora nevado, tiene expuesta en una pared la bandera cubana. No es lo primero que uno se encuentra, sino algo reservado a la trastienda, su lugar más íntimo sin lugar a dudas. Allí lee serenamente tanto libros en sueco como en su lengua materna.
Por supuesto, como la gran mayoría de los locales, ella es austera. Ya dejó de viajar diariamente a Copenhague porque consiguió un trabajo en su ciudad. A veces toma el autobús y otras, ¡qué raro!, va en bicicleta.
Sigue siendo simpática y dulce, sensible, inteligente y luchadora. Silvia es la muestra personalizada de que ciertos reciclajes integrales son posibles, saltando las barreras del clima, la gastronomía y el idioma.
Uno nunca sabe dónde va a terminar, está claro. Y también está demostrado que el mejor lugar del mundo se encuentra donde uno se sienta bien.
¿Silvia dejará Suecia alguna vez?
Todavía no se lo plantea. Allí en Malmö ha encontrado un lugar y desde allí lanza al mundo, los comparte, sus recuerdos de la isla, de su isla. Véalo en el blog personal y entérese de primera mano por qué los suecos consumen tantos platanitos.

Foto del autor. En la puerta de su casa todavía mantiene el apellido Norberg, quizá para despistar.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Copenhague y Malmö: la huella del deshielo



Los suecos miran al cielo (III)

Antes de llegar a Malmö pensaba que –como sí ocurre en Copenhague- el centro histórico de la ciudad iba a estar bañado por las aguas del Báltico. Yo estaba convencido de esto y la razón no me la pregunten. Así que, al ver que no, me dio un “simposio”, como dirían jocosa e irónicamente algunos diletantes de La Habana.
Luego de atravesar como quien no quiere las cosas, subrepticiamente, el largo paso de 16 kilómetros (ya lo habíamos dicho: túnel/isla/puente), el tren llega a la estación de Malmö y ahí se queda. Ahí realiza –con calma aunque eficientemente- un cambio de línea. Suecia y Dinamarca tienen diferentes sistemas de circulación ferroviaria: En el primer país funciona por la izquierda (¿sería esto una metáfora?), y en el segundo por la derecha.
En la estación, un recinto antiguo con todos los servicios, está el eje por donde se mueven los transportes de la ciudad; incluyendo, por supuesto, las enormes cantidades de bicicletas. Pero desde aquí no se ve el mar. Para aliviar el ánimo en este sentido, y para hacer honor a una urbe –la tercera de Suecia- que se alimenta básicamente de arenque crudo con salsa de leche agria, salta a la vista un gran canal zanjando el centro histórico y la estación.
¡Ay, qué dolor me dio encontrar el canal congelado!
Encima de este conducto han colocado una plataforma gigante al aire libre donde aparcan miles de bicicletas. Se baja por una rampa y se sube, haciendo ejercicios, para luego tomar el tren. Los suecos no inventan algo que no tenga valor utilitario. Son los maestros en combinar la estética de las cosas –aunque austera, cierto- con su valor de uso, y este valor casi siempre, para no ser absoluto, lleva asociada la impronta ecológica. Toda la austeridad del paisaje se comprende cuando uno visita los interiores de las viviendas, cuando vemos de primera mano el sentido comunitario de las áreas de servicio. Muy pocas personas tienen una lavadora dentro del hogar porque usan las lavanderías comunes en los bajos de los edificios, con unos costes mínimos incluidos en lo que en España se denomina “gastos de escalera”.
Los supermercados -después de los aeropuertos, el segundo indicador que ofrece a primera vista la posible sostenibilidad de una urbe- son pequeños y austeros, además de que no venden bebidas alcohólicas. Para comprar alcohol, al menos en Malmö, hay que ir a un centro especializado que cierra a las seis de la tarde. Y punto final.
Ahora me surge la duda de si es un despilfarro lo que tenemos en España o si los suecos son extremadamente serios con las materias etílicas. Lo cierto es que, si uno quiere cenar en casa con un vinito tinto, tiene que ser previsor.
¡Y en los bares del centro ni se le ocurra a nadie ir de copas porque pierde los caudales en un abrir y cerrar de ojos!
Ahora bien: no se ve un solo policía por la calle. Este cronista, acostumbrado a deambular por una ciudad uniformada como La Habana, echa de menos la gendarmería.
El perfil costero de Malmö es agreste todavía, muy a pesar de las buenas intenciones de levantar ahí instalaciones flexibles de todo tipo. La huella de ciudad industrial –sobre todo de la industria pesada- es muy difícil de borrar aunque hayan desaparecido las fábricas. Habría que estructurar otra vez el urbanismo de arriba abajo. Lo que han hecho allí es fundar una universidad para ofrecer más dinamismo al ambiente social y artístico, pero este centro de altos estudios todavía es joven, de 1998.
Hace también pocos años, desapareció del skyline una grúa inmensa –dicen que se trata de la mayor grúa flotante del mundo- que era el principal símbolo de la ciudad. Muchos lugareños entristecieron con el desmantelamiento de la mole de hierro y, para calmarlos un poco, la municipalidad encargó una gran obra arquitectónica que, como la grúa, se irguiera en forma viril, amenazante, anunciadora.
Esta encomienda se la pasaron al arquitecto valenciano Santiago Calatrava, quien sembró en la costa un torso giratorio de 190 metros de altura. Parece un tornillo que busca enroscarse con las nubes y con ellas hacer el amor, húmedas ya como están. Me costó encuadrar el edificio en una lente normalita. Por donde quiera que miraba cortaba un pedazo. Así que, antes de lanzarme al suelo totalmente acostado –había un frío de espanto-, preferí buscar el encuadre en la lejanía.
Me han dicho que es muy diferente todo en verano, que lo que hicimos mi mujer y yo al visitar el estrecho de Oresund en estas fechas es cosa de locos. Quiero decir: turistear, lo que supone desenfundar las manos y exponerlas, junto con la emoción, al viento gélido del sur de Escandinavia.
Los que viven en Malmö están curtidos por dentro y por fuera alimentándose de pescado azul. Están, lógicamente, aplatanados.
Por cierto: Suecia es uno de los países más consumidores de bananas. ¿De dónde les viene esa costumbre?
(Continuará)

Foto del autor. Obsérvese el edificio de Calatrava integrado en una zona de costa urbanísticamente nueva.


martes, 2 de marzo de 2010

Copenhague y Malmö: la huella del deshielo



Verde, te quiero verde (II)

Un fin de año en La Habana, se me acercó misteriosamente un antiguo compañero del periódico donde trabajábamos. Su objetivo era venderme –en dólares- una caja de cervezas Carlsberg. Según me explicó el colega –quien fungía como uno de los jefes de redacción-, la mercancía se la había traído un amigo marino, pero a él no le interesaba tanto como el dinero.
Compré el paquete de latas verdes con unos dólares que tenía guardados. Esa noche, en torno a un puerco asado, mientras tomábamos alegremente “el material”, pensé que tal vez la vida me llevaría en algún momento a Dinamarca, mirando la letra pequeña que consignaba, grabada en la hojalata, el origen de esa cerveza.
De esta anécdota me acordé -¡cómo no!- mientras caminaba por las calles frías de Copenhague, sobre todo porque con el mundo danés, si no recuerdo mal, nunca he tenido otro contacto que no fuera el de las Carlsberg “tropicalizadas” que en su día viajaron en la parrilla de mi bicicleta de camino a casa.
Deben ser muy listos los daneses cuando se atrevieron no solo a colonizar la gran isla de Groenlandia, sino también a “venderla” como un territorio verde. Se sabe, a la vuelta del tiempo, que allí solo hay hielo; o sea, un blanco rotundo. Herederos de la cultura vikinga, y a medio camino entre la Europa continental y la insularidad más auténtica del Báltico, su manera callada de hacer las cosas les provee de un estilo de vida tranquilo, sin mucho estrés.
Al menos así me lo pareció recorriendo las antiguas arterias de la capital, delimitadas por canales o lenguas de agua como si fueran cuadrantes de un tablero de mesa. Incluso, estando congelados los canales –los barcos dormían una eterna siesta esperando el deshielo próximo-, el tráfico de la gente por los bordes era de asombro. Familias enteras andando o en bicicleta como si pasearan tomando el sol.
Allí, realmente, en esta época lo único que se puede tomar es humedad, o una Carlsberg de barril en uno de esos bodegones típicos, que casi siempre están enterrados en los bajos de los edificios. Supongo que el secreto está en acostumbrarse, porque a los lugareños se les veía felices. Mi mujer y yo caminábamos con el tiempo ajustado y con pocos deseos de sacar las manos de los bolsillos. Es por esto que hicimos escasas fotos.
Copenhague es una ciudad cómoda para andar y atractiva, limpia, histórica, absolutamente cuidada. La mayoría de la gente utiliza la bicicleta porque las calles están preparadas para ello y porque, seguro lo digo, hay una cultura ciclística a la que no le importa la nieve. Vimos ejecutivos, con sus trajes de oficinas, pedaleando alegremente, incluso después de las cinco de la tarde cuando se hace de noche. Eso me dio la medida de que el desarrollo será sostenible primeramente si se aplica en un lugar donde la gente tenga conciencia de ello, donde su cultura mire en primer lugar hacia la atmósfera celeste y luego hacia el interior de cada cual. Pero, claro, el alto grado de civismo, de buena educación, sin más, está relacionado con el clima.
Como si no les bastara con los bellísimos canales del centro de la ciudad –serán sus parques, supongo, en verano-, Copenhague tiene unos inmensos lagos segmentados por puentes, ahora helados pero es de sospechar que en otro momento esos lagos funcionen como oasis. Eso sí: los comercios cierran temprano.
Allí la vida comienza con un buen desayuno a las ocho de la mañana y termina con una cena ligera doce horas más tarde.
Guardo para mis memorias –al lado del recuerdo escénico de mi primera Carlsberg- el buen trato que recibimos en todos los lugares en la capital danesa. Los detalles de personas con las que tropezamos caminando; el interés por dejar muy alto el papel de anfitrión en una taberna que entramos, donde trajeron la carta en español e intentaron dirigirse a nosotros constantemente en nuestro idioma.
Supongo que habrá sido por el frío que tenía en la garganta, pero lo cierto es que en ese lugar, que se llama Kanal Cafeen Af, me pedí una copa de vino de la casa en lugar de una Carlsberg de barril. La copa de vino, al cambio de moneda, me costó seis euros. ¡Qué escándalo!
(Continuará)

Foto del autor. Una bici de uso ordinario, con diseño retro, estaba aparcada en la puerta de la Estación Central.

lunes, 1 de marzo de 2010

Copenhague y Malmö: la huella del deshielo



De noche todos los gatos son pardos (I)

Casi a ciegas, agarrados a un lazarillo veloz que tomamos en la puerta del aeropuerto de Copenhague, llegamos a otro país en menos de lo que canta un gallo.
Me ha venido a la mente esta expresión pensando en cómo se comunican a distancia los gallos en la noche, situados quizá en dos orillas que parecen estar muy lejos y no es así. Sumando todo el tiempo que nos llevó abordar el avión de Transavia en Barcelona, el vuelo y el desembarque, antes de cuatro horas ya estábamos en la puerta de una amiga que nos recibió en su casa de Malmö, en Suecia, a orillas del Báltico.
Si no hubieran construido el maravilloso puente en el estrecho de Oresund, la ruta nos hubiera obligado a aterrizar en Malmö, y allí no llegan tantos vuelos internacionales como a Copenhague. Por suerte -¡y ojalá que nunca volvamos atrás!- vivimos en una Europa común enlazada por tratados interregionales que garantizan el libre movimiento, incluso en países que están fuera de la zona euro, monetariamente hablando.
La propia construcción e inauguración en el 2000 del puente Öresundsbron es un hecho de buena voluntad que canceló, de una vez y por todas, las diferencias que había entre Dinamarca y Suecia. La explotación del canal por parte de los daneses, quienes obligaron a pagar peaje durante muchos años a los barcos que utilizaban esa ruta, hoy por hoy parece un cuento de camino. Hay mucha gente que vive en Malmö y trabaja en Copenhague, y viceversa.
El puente es un alarde de construcción civil, ya que sobre él viajan trenes y automóviles constantemente. Incluso de madrugada hay abierta una línea de tren, como si fuera un metro. Lo más increíble de todo es que una parte del trayecto se realiza bajo aguas del Báltico. El puente termina –o comienza, según se quiera mirar- en una isla artificial y ahí la vía férrea se sumerge en un túnel, en la parte danesa.
Todo esto lo supimos mi mujer y yo después, al otro día, cuando regresamos a Copenhague a visitar la ciudad y era de día. De noche, si uno llega tarde en un vuelo e inmediatamente sube al tren, no ve nada y no siente nada peligroso. ¡Viajan tan suaves esos trenes, y son tan amables las revisoras, tan simpáticas, tan guapas, que uno ni siquiera se pregunta por dónde vamos!
Nuestro primer contacto verbal con una persona nativa –no hace falta preguntar nada en el aeropuerto porque todo está perfectamente señalizado- fue con Nadia, la revisora del tren. Nos cobró en coronas suecas –supongo que haya sido un detalle, teniendo en cuenta que las danesas se cotizan más caro- e intentó hablarnos en español. Se defendía bastante bien, mucho mejor de lo que nosotros hubiéramos soñado hablar en cualquiera de los idiomas vikingos que teníamos alrededor.
Nadia es una morena de pelo corto que trabaja de noche, con unas botas de varón pisando fuerte su terreno. Convoy arriba y abajo, debe haber cruzado el estrecho de Oresund unas tres mil veces. Su nombre me recordó el de la famosa gimnasta rumana, la Comaneci, y se lo comenté para hablar un poco, medio en inglés y medio en español.
-Sí, la recuerdo, aunque yo era muy pequeña…Pero ya ven –suspiró-, yo me he dedicado a otra cosa.
Llegamos a Malmö –o lo que es lo mismo, a un tercer país- menos cansados que si hubiéramos realizado un viaje en autobús a Zaragoza. Al pisar el andén sentimos el frío escandinavo por primera vez, las temperaturas bajo cero húmedas y cortantes. Vi un montón de bicicletas en un costado de la estación, apachurradas unas sobre otras. Descansaban sobre un promontorio de escarcha. Pensé, con mi mentalidad de escaseces que no he logrado borrar con tantos años lejos de Cuba, que se podían oxidar los metales de las ruedas.
Me dio lástima con las bicicletas pero, a través de ellas, comencé a comprender un nuevo orden cívico del que alguien me habló alguna vez como si me estuviera haciendo un cuento imposible.
Comenzaba a llover y, por tanto, la nieve, que casi nunca se ve en Malmö por estar esta ciudad al nivel del mar, podía desaparecer.
Mirando todavía el tren, ese maravilloso transporte donde Nadia pasa muchas horas, supe que habíamos llegado en un momento de deshielo. Estaba seguro de eso. Al día siguiente lo comprobaríamos mejor.
(Continuará)

Foto del autor. Un barco de la antigua Alemania comunista fondeado en Copenhague.