jueves, 27 de diciembre de 2012

El hombre de la Montblanc. Puntos convergentes en el mapa (II yfinal)



En Miami fue muy fácil adaptarme. Un par de días después de aterrizar,  ya sabía por dónde caminaba. Los carteles en español con una rotulación espantosa me hacían pensar en esa Cuba desestructurada que intentaba tirar hacia todas partes y, sin embargo, no llegaba a ningún lugar. La Cuba que se quedaba estancada en el chovinismo y ya ni siquiera dando amor incondicional, sino obligada a la peor opción, la de arañar cualquier beneficio con uñas, dientes y chantajes afectivos.
Pero bien, Miami no está en la misma situación; solo que recuerda aquello.
El muestrario de cubanos en los supermercados, en los cruces de automóviles, es bastante amplio. Hay de todo, en medio del progreso.
La navidad sacaría más a flor de piel la cultura nacional con nuestras desgraciadas manías de ser los mejores en todo lo que nos propongamos, con el añadido de no haber visto mucho mundo los cubanos que brincaron el Estrecho de la Florida. Esos mismos, los que encuentro en los supermercados, me ofrecen ese lado de la idiosincrasia que había perdido en España por la desgraciada costumbre de imitar a los españoles, para no marcar la diferencia.
Con dos pasaportes en la mano, el cubano y el español, como había dicho antes, me presenté en el aeropuerto de Miami con el fin de establecerme aquí. Este es el único país del mundo que ofrece ventajas inmejorables para los cubanos, y por lo tanto había que aprovecharlas.
La operación aeropuerto salió bien. Me dejaron pasar luego de un largo interrogatorio y de firmar unos documentos, para lo que utilicé un bolígrafo Montblanc que traía de Barcelona.
El oficial, digamos que de apellido Segovia, bromeó conmigo. Me dijo que él siempre hubiera querido tener una pluma así.
Fue muy cercano en un momento decisivo en el que uno se lo juega casi todo. Lo peor que podía pasar era que me regresaran a España, pero no sucedió.
En Miami había una puerta de entrada para la doble nostalgia, pues a partir de ese momento comenzaría a añorar La Habana y Barcelona  a partes iguales, con la extraña circunstancia de que Cuba estaba instalada en esta ciudad con la reproducción casi milimétrica del modo de vida. Pero faltaban gentes, los míos, los que murieron y no supieron que llegué aquí.
Raro fin de año, sin frío, sin esa distancia de las costumbres que había conocido. Raro tener que dar esta vuelta para llegar a un lugar después de haber madurado en otro.
Este fin de año, la lejanía vuelve a estar presente, pero ahora con respecto a Barcelona, un sitio que estuvo –está- en mi vida por accidente.
Una gran suerte es el reencuentro con amigos que siempre estarán dispuestos a echarnos una mano.
La Redacción de este blog desea un 2013 en el que definitivamente podamos hablar de cambios sustanciales, de metas alcanzadas y sobre todo del encuentro o el reencuentro de la nación.


jueves, 6 de diciembre de 2012

Barbarie: El recurso y el método



No soy el único que se lo pensaría para volver a Cuba (con todo el debido respeto para amigos y conciudadanos que viven allí). Conozco a varios exiliados, emigrados o hacedores de tiempo –como se quiera y convenga llamar- que desvían la  mirada y también sus ahorros hacia otro destino. Cuba es muy cara y ahora especialmente peligrosa.
Desde la isla no paran de llegar noticias de asaltos y vandalismos. El que dejamos atrás ya no es aquel país seguro; eso sí, atiborrado de policías que sin embargo no están para garantizar la tranquilidad ciudadana, sino han quedado para reprimir a los opositores políticos.
Parece ser que el gobierno está utilizando otro método:
El fomento del odio entre las personas es una manera fácil y barata de amedrentar a los que, cansados de tanta miseria, o simplemente cansados de esperar lo que les prometieron en el lejano 1959, han perdido el miedo a la expresión abierta, incluso en la calle.
El más espeluznante suceso callejero ocurrió hace pocos días. Una adolescente de 19 años se ensañó a navajazos contra otra de 15, provocándole cortes por todo el cuerpo y en el rostro, incisiones profundas, salvajes, que llevaron cuatro horas y 66 puntos de sutura en un quirófano. Ocurrió en Cienfuegos, al centro-sur de la isla.
Todo hubiera quedado en un vulgar ataque adolescente  -no tan común entre el sexo femenino- si el hecho no tuviera un móvil  político.
La víctima –que recibió navajazos incluso cuando estaba en el suelo- defendía el honor de algunas mujeres de su familia adscritas al movimiento opositor pacífico denominado Damas de Blanco, una organización que surgió a raíz del encarcelamiento en 2003 de varios periodistas independientes que cumplieron prisión y luego fueron desterrados, más que amnistiados.
La victimaria, hija de un oficial del Ministerio del Interior (abrigo de la Stasi cubana, o lo que es lo mismo, de la policía política) había dicho que las Damas de Blanco son prostitutas y su vecina intentó en vano rectificarle. La agresora está en libertad, sin cargos y sin juicio previsto, aun cuando un forense dictaminó intento de homicidio al constatar el grado de ensañamiento.
La joven Berenice –así se nombra la agredida- lleva la desgracia de por vida. Difícilmente pueda superar el trauma y el complejo.
Este nivel de barbarie, desgraciadamente, no es un hecho aislado.
Recientemente -según narra el periodista David Canela desde La Habana-, un grupo de “amantes” del reggaetón asaltaron un concierto de trovadores. Ocurrió el pasado 10 de noviembre, en la ciudad de Ciego de Ávila. “Un grupo de delincuentes locales, que portaban piedras, botellas y armas blancas, asaltó con violencia a los artistas y técnicos, muchos de los cuales tuvieron que recibir atención médica en el hospital provincial, y además (dañaron) los equipos y parte de la infraestructura del espectáculo”, dice Canela.
Tampoco parece ser un hecho fortuito.
Jóvenes trovadores y artistas alternativos significan una de las fuerzas contestatarias que más preocupa al régimen. Mueven masas y estados de opinión; promueven además un sentido estético definitivamente adverso a la vulgaridad.
Esto no interesa. Todo lo contrario: preocupa a la dictadura.
El Estado cubano digamos que –desde que llegó la Revolución- ha echado a pelear a sus gentes no solo para entretenerlos, sino también para dividirlos.
Claro que aquella observación optimista desde las gradas se puede volver en contra del Estado.
Un diez por ciento de la nación en el exilio y una pobreza alarmante dentro de la isla, más el desgaste que decíamos, da la ecuación perfecta para tomar dos caminos: o el gobierno entrega el país a sus ciudadanos, o continúa reteniéndolo apoyado en la barbarie, como recurso in extremis.


miércoles, 31 de octubre de 2012

¿Por qué no ayunan los simuladores?



Viendo las imágenes impactantes de los estragos por el paso del huracán Sandy, primero en Cuba y otras tierras del Caribe, y ahora en Nueva York, Nueva Jersey, uno siente vergüenza ajena, o, mejor, impotencia.
Se siente desde el lugar no elegido esta vez, pero en otras arrasado completamente. Aquí, una localidad llamada Homestead  tuvo que volver a dibujarse en el mapa cuando Andrew, furioso huracán, la barrió en 1992.

En Miami estamos en la silla cósmica que pudiera volar en mil pedazos si la naturaleza quiere. Pero también estamos situados en el observatorio supra natural de esa isla que tanto queremos y por eso mismo nos duele.
Aunque parezca que no, nos duele.
Los vasos comunicantes siguen vivos, a pesar de la falta de ética de cubanos de aquí que viajan a la maltrecha ínsula como mercaderes del siglo XXI, llevando baratijas en lugar de un mensaje de identidad.
Pero no son todos. Hay otros que sufren el fatalismo político como si ocurriera en carne propia, porque en algún momento de sus vidas ocurrió así.
La suerte de pernoctar en un Miami lleno de luces y encantos bucólicos; la posibilidad de tocar la fauna tropical del sur de la Florida con las mismas manos que una vez palparon la miseria del paisajismo cubano en “revolución”; esa circunstancia no es más que una parte del proceso que unos disfrutan y otros, desgraciadamente, no.
Por aquí, decíamos, también pasan ciclones.
En todo caso, lo peor de llevar, cuando suceden catástrofes naturales que sobrevuelan la debacle política, es la hipocresía de esos gobernantes militares que todavía continúan ahí, envejecidos como el dinosaurio que planteaba Augusto Monterroso en el cuento más breve del mundo.
¿Cómo se pueden permitir un festival internacional de ballet en medio de la desolación de un Santiago de Cuba arrasado?
¿Cómo es posible que establezcan tres días de duelo nacional cuando muere un líder norcoreano y ahora no?
¿Existen respuestas para esto que no emanen de la sangre fría?

NOTA: Este texto apareció originalmente publicado en Cubenet.org 
Foto: Franklin Reyes, AP

miércoles, 10 de octubre de 2012

El hombre de la Montblanc (I)



La entrega de llaves de la última casa de Barcelona ocurrió una mañana casi otoñal, diáfana y tranquila, con los chiquillos del barrio metidos en las escuelas. Había convocado a un amigo cubano del mundo del teatro para que se llevara todo cuanto viera posible, con tan mala suerte que el dueño del piso llegó adelantado y tuvimos que apurar los trámites.
Mi amigo metió en un carrito de ir a comprar un micro-ondas casi nuevo y todos los artilugios de cocina que pudo. Quedó claro que su hobbie o sostén mental es el arte culinario. Estuvo agradecido, a pesar de que le comprometí un porta sombreros de madera de metro ochenta  que me había comprado en IKEA nada más llegar a Barcelona, y lo exhibí en la sala de múltiples viviendas a lo largo de once años. Si bien el dueño de la casa miró con ojos jugosos mi aspirador Philips, mi equipo de música Aiwa y mi cafetera Nesspreso, sabiéndose beneficiario, el porta sombreros era algo que no debía quedarse ahí por muchas razones de fuerza mayor. Además, consolé a mi amigo con la idea de que la pieza era perfecta para alguna de sus puestas en escena.
Así que el mundo de los electrodomésticos -¡ay, qué gremio más corrupto!- formaba parte del pasado a partir de ese momento. Mis maletas por primera vez eran absolutamente sencillas en relación con la cantidad de objetos acumulados en el capitalismo mediterráneo, adonde me tocó ir a parar cuando salí de Cuba. El Síndrome de Diógenes estuvo curado una vez que nacieron mis mellizos y comprendí que mi vida iba a ser una eterna paquetera, pero de cosas de ellos. En Europa no existe más espacio, como no sea hacia arriba. Tal vez por eso –entre otras asfixias- me fui.
Para ir al aeropuerto ideé un plan bastante realista. No cabíamos todos –mi mujer, los niños y las maletas- en el coche de mi suegro, o tal vez sí, pero apretados. Así que llamé un taxi de recogida una vez que los dejé instalados en el automóvil. El camino al Prat de Llobregat se me hizo largo porque había retenciones en la Ronda Litoral. Hubo tiempo para hablar con el taxista, quien resultó ser un cordobés de pura cepa que se buscaba la vida al volante desde hacía lo menos veinte años, según me dijo. Esto quiere decir que era un inmigrante y era perfecto para hacer equipo. Yo me iba definitivamente a Miami con una familia creada en Barcelona, pero nada más.
No me parece poco, por supuesto. El caso es que el taxista me confesó sentirse fuera de lugar después de tanto tiempo.
-Los hijos, nacidos aquí, de andaluces son los más radicales- comentó mirándome por el retrovisor.
Cualquiera en esa ciudad tiene uno cerca. Yo tenía a mi suegro. Radical hasta la médula.
Pero yo entregaba todo aquello a otros que pudieran arribar llenos de ilusiones, como me sucedió al pisar por primera vez esa ciudad, una de las más atractivas del planeta según los datos anuales de turismo.
La carrera costó unos cuarenta euros que pagué con gusto, asegurándome con el taxista que yo no era una rara avis.
Al buscar la billetera en el bolso de mano, clavé la vista en una pluma Montblanc que me regaló la abuela de mi mujer en un cumpleaños.
¡En mi puñetera vida, quién me iba a decir que yo iba a tener una Montblanc!

(Continuará…)

viernes, 31 de agosto de 2012

Adiós al barrio




(Para Natacha y Pepe)

La placita del Doctor Niubó, en la riera Matamoros, en Badalona, adelantó el otoño de golpe y porrazo, como mismo hacen los grandes teatros donde las escenas utilizan pulidas transiciones en aras de ganar tiempo.
Por supuesto, fue un aviso.
Todavía el verano puede dar de sí, aunque no mucho más.
Los largos días tórridos, en los que hubiéramos vaciado el monedero en esa misma terraza que ahora está recogida, estaban a punto de cerrar y había que hacer las maletas por enésima vez. Ahora con doble descendencia y nuevo ajuar que es prioritario, porque  nuestros mellizos, nacidos en este pueblo, emprenderán un largo viaje sin saberlo.
Hace falta alma, corazón y vida para mover a esta prole ya no por capricho –que en todo caso hasta hubiera sido mejor-, sino por el afán que tenemos los mayores de planificar o vislumbrar un futuro mejor.
Por ellos se mueve cielo y tierra cuando hace falta, aunque parezca una locura.
Pensábamos esperar a que cumplieran dos años y, sin embargo, el tiempo nos pisaba los talones; la prisa que no queremos darles nos desgastaba en cada telediario, en la leche templada, como diría el poeta. Y decidimos romper ahora.
Más que eso, decidimos viajar.
Los niños acaban de cumplir un año.
Es el momento ideal para establecernos en otro sitio donde el terreno no esté tan trillado (para nosotros) y donde la tele no dispare noticias de recesión, al menos a quemarropa.
Otra vez con las maletas. Más maletas. Más bártulos. Maletas rojas. Para los malos ojos.
¿Y qué hacer con el barrio? ¿Dejarlo sin más?
Ese tranquilo lugar que encontramos visitando inmobiliarias cuando María estaba embarazada y cuando no sabíamos que traía dos.
Pero la naturaleza es sabia.
Produce un cambio de tiempo -¿o un tiempo de cambio?- dejando la placita medio cerrada, sin clientes, como si propiciara un cierre psicológico.
El sabio César Miguel Rondón, autor de una biblia (El libro de la Salsa, Ediciones B, 1979), recetó cómo no rompernos la cabeza cuando nos preguntan un concepto básicamente humano:
-¿Qué es la Salsa para usted?
-No es un ritmo en sí mismo, sino un conjunto de ellos. La Salsa es el barrio- dijo sencillamente.
Y el barrio no tiene que viajar.
El barrio queda perpetuado para los que lleguen o marchen más temprano que tarde.
Pronto estaremos en el aire y en poco tiempo otra vez en tierra.
Desde ese (otro) lugar saldrán las próximas crónicas.

Foto del autor
Plaza del Doctor Niubó (Badalona).