lunes, 29 de agosto de 2011

Otra de flores, por favor



La vuelta a casa se hizo bastante dura, sobre todo porque dejamos a Marc engordando en Can Ruti. El pequeño continúa ingresado en la sala de neonatología, al cuidado de unas mujeres verdaderamente entregadas a su profesión.
Lucía, en cambio, ipso facto, ofreció notas de color a nuestras vidas. Se acopló a la sillita de retención del automóvil como si continuara en el vientre de su madre. Su diminuto habitáculo es redondo, acolchado, con tapasol y en general diseñado para proteger a la criatura de un aterrizaje forzoso, si fuera necesario. El problema continúa siendo nuestro, ya que la niña donde único no llora es ahí, en ese huevo de plástico y lona.
María va recuperándose lentamente de la cesárea. Le han practicado una incisión bastante larga –por la urgencia, supongo-, aunque, de regalo, cerraron la herida con una costura estética interior. Por afuera solo se ven unas tiritas de papel perpendiculares al corte. Al secarlas después del baño, las tiritas me recuerdan aquellos “puntos de mariposa” que hicieron época en Cuba, en mi infancia de terror a las batas blancas.
Con el ingreso estival que acabamos de vivir -¿Quién me ha robado el verano?, diría Sabina-, el resto del mundo suele pasar a un segundo plano, incluyendo la postergación de esa isla empeñada en sustraernos el alma. Se nos olvida que somos exiliados porque tenemos que actuar como seres comunes. Tenemos la premura de inscribir a nuestros hijos en un registro civil.
El otro día soñé que estaba en una cafetería y, en lugar de tapas y cervezas, ordené otra ronda de flores. Los dependientes trajeron un ramo surtido, con unos girasoles encajados. Me dijeron que se utilizan para hacer limpieza en las casas, que recogen las malas energías pululantes.
“Cuando se hayan marchitado del todo”, rezaba una leyenda al pie de la floresta, “tendrán al pequeño Marc con vosotros”. Entonces, en el sueño, junto con los girasoles, caían los últimos dictadores de la Tierra, uno detrás del otro, comenzando por el coronel Gadafi que estaba escondido como un ratón.

Foto del autor
Este segundo arreglo floral lo enviaron dos amigas de María al hospital y luego lo trasladamos a casa.

miércoles, 24 de agosto de 2011

La emboscada y los llamadores de ángeles


Crónicas desde Can Ruti (XXVI y final)

Ayer 23 de agosto se precipitó una humedad absoluta sobre la ciudad de Barcelona; el cielo estaba medio gris y el calor arreció.
Teníamos cita en Can Ruti, de donde acabábamos de salir de alta 48 horas atrás. Era, suponíamos, una visita rutinaria, de control fetal anti estrés. Poco antes de salir, mi suegra nos llamó por teléfono para comunicarnos que debíamos presentarnos rápidamente. La habían llamado del hospital. Le dijeron que nuestros números móviles y el fijo no contestaban. María y yo nos encogimos de hombros.
Llegamos a las once de la mañana y nos hicieron pasar inmediatamente. El fabuloso doctor Adriá nos estaba esperando. De camino a un cuartucho donde se realizan ecografías, observé que estaba la gran mayoría de los médicos que nos habían atendido durante estos dos meses.
Adriá siempre logra que María se relaje. Tiene magnetismo con ella, además de que es un excelente médico y comunicador, sensible y equilibrado. Acostaron a mi mujer y comprobaron que los niños estaban bien, sin estrés, de cabeza como siempre estuvieron al final del embarazo. María continuaba sin dilatación procedente para un parto, sin disminuir la altura del cuello del útero, sin tapón mucoso y, lo más asombroso de todo, sin contracciones.
-Todo está bien-dijo él y agregó:-Tengo que comunicarles algo. ¿Prefieres sentarte o quedarte acostada?
-Me quedo acostaba- respondió María.
-Nos hemos reunido y decidimos inducirte el parto hoy.
María rompió a llorar de alegría. Sollozó suavemente.
Yo también me alegré.
Nuestro coche tenía la gasolina justa para bajar de esa montaña una sola vez. El bolso con la ropa de los niños estaba en casa. En mi billetera hallé sólo cinco euros. Las ventanas de casa habían quedado abiertas para refrescar el interior. Mi portátil, el cargador del móvil, mi libreta de notas no estaban conmigo.
Repasé todo sin salir de la sorpresa.
Quince minutos más tarde, María estaba tumbada en un cubículo especial a dos pasos de un quirófano, con dos enfermeras permanentes, desnuda debajo de una bata de hospital, de esas abiertas en la espalda. Yo vestía un pijama azul y unas polainas verdes.
Miré la batería del móvil. Estaba en el mínimo. Desconecté entonces el teléfono y aseguré lo que quedaba para cuando hubiera que llamar a mis suegros.
El doctor Adrià pasó a despedirse. Detrás de él, Cristian, otro médico que no sé por qué siento amigo.
Se presentó la doctora Montserrat Serra, tan joven como el doctor Adrià. Con ella, su ayudante, la doctora Alejandra. Reconocí a Montse (en mi mente se llamaba así): Fue quien nos ingresó cuando llegamos a Urgencias con 28 semanas y un altísimo riesgo de parto muy prematuro. “El círculo se cierra”, pensé.
Comenzaron a inducir a María mediante un tampón reactivo vaginal. Estaba monitorizada, no solo ella, sino, además, lógicamente, los bebés. Al cabo de dos horas, el monitor avisó de que algo no iba bien. Vinieron corriendo. Extrajeron el tampón y todo se normalizó. Los latidos de los corazones de Marc y Lucía tomaron su ritmo habitual. Al poco rato, colocaron de nuevo un tampón. Nos dijeron que había que esperar seis horas en total; según esto último, nos quedaban un par de horas. Me cambié de ropa y salí a avisar a los padres de María que estaban en el vestíbulo del hospital. Los insté a marcharse a casa y esperar una llamada mía, con la aclaración de que la batería del móvil podía no responder. Se marcharon confiando en los horarios tentativos.
Cinco minutos antes de la hora cumbre –que serían las siete de la tarde-, el pequeño Marc avisó que sufría. Su ritmo remitía, remitió bastante. Corrieron. Se perdió la señal de Marc. Inyectaron Ventolín (salbutamol) en la vía venosa. La doctora Alejandra hundió mucho el sensor de Marc. Mientras, vi cómo corrían detrás preparando el quirófano. Se suponía que, a las siete, comunicaban la decisión final: si continuar con el trabajo mecánico de parto o pasar directamente a una cesárea. No hizo falta colegiar más: El propio Marc avisó que no aguantaba.
Apareció el doctor Julià, cirujano y ginecólogo jefe. Lograron estabilizar a Marc. Se llevaron a María corriendo. Ella lloraba. Julià se acercó y me dijo:
-No te asustes, nosotros siempre corremos, pero todo está controlado-. Fue un detalle. Era la primera vez que ese médico hablaba conmigo.
Me senté en el cubículo vacío. Miré la bolsa de plástico donde estaba guardada nuestra ropa de calle. Miré mis polainas verdes. Se nubló mi vista con la cabeza gacha. Comencé a recordar todos los llamadores de ángeles que comadronas y ginecólogas llevaban colgados en el cuello. Incluyendo a la doctora Serra, a Montse, como la llamaba mi interior.
“Si esta gente es sensible a la metafísica, por obligación tienen que ser buenos médicos”, dijo una voz desde la boca de mi estómago. Pasaron alrededor de diez minutos y una comadrona salió corriendo del quirófano a buscar nuestra libreta de familia para anotar la hora y los datos de talla y peso de los niños. Los escuché llorar. Automáticamente se me estrujó el corazón al darme cuenta de que no tenía noticias de María.
No disfruté el primer encuentro con mis hijos, ni siquiera me atreví a cortar uno de los dos largos ombligos. No estuve totalmente allí de cuerpo y alma hasta que me dijeron que María estaba bien.
El tiempo se me echaba encima.
Se llevaban a Marc. Me ofrecían a Lucía.
Me acordé del teléfono. Estaba apagado. Debía elegir entre hacer un par de fotos o reservar la carga para llamar a mis suegros. Me temblaban las manos. Aun así, logré encender el aparato. Estabilicé la cámara y detuve a la pediatra que se llevaba a Marc y que, minutos antes, me había explicado al detalle el estado natal del varón sin yo escuchar nada.
Fotografíe al niño y a continuación congelé la imagen de Lucía, mientras la vestían.
Me la quedé dentro, a la niña. La metí dentro del camisón de mi pijama azul, directamente en contacto con mi piel. Me dio la sensación de que siempre estuvo allí.
A los diez minutos más o menos trajeron a María. Estaba drogada todavía, pero me vio con Lucía. Se sonrió levemente. Se quejó del dolor.
Miré mi móvil. La pantalla me avisaba de que se apagaría en cualquier momento. Marqué el número de mi suegra. Había mucho ruido en su línea.
Dije:
-¡Están bien los niños! María se recupera. Ha sido cesárea-. Y se apagaron todas las funciones. El dispositivo se convirtió en una baraja oscura.
Las doctoras Montse Serra y Alejandra se acercaron para ofrecerme detalles de la operación. Eran dulces, explícitas, preciosas con sus tapabocas colgando de sus cuellos, con sus gorros verdes, sus pijamas quirúrgicos.
Todo salió bien.
-Enhorabuena-, dijeron.
Quedamos solos María, Lucía y yo. Faltaba encontrarnos con Marc.
Veinticuatro horas más tarde, María aún no lo había visto. Mejor dicho, no se habían encontrado. Lo vio a través de aquella foto fugaz.
Tendrá tiempo para disfrutarlo.
Escribo esta crónica final sin el contacto simultáneo entre los cuatro, sin que los hermanos se hayan tocado la piel en este nuevo mundo.
Continuamos en el hospital, en el ingreso posoperatorio y en la recuperación de Marc. Llegaron visitas, agasajos y un mensajero con un hermoso arreglo floral, de parte de la empresa de María. Cerramos luego la puerta de la habitación para descansar lo más posible. Creo que nos iremos con la duda de por qué los médicos arriesgaron tanto al final, si tenían la batalla contra la fatalidad ganada. Tuvieron todo el tiempo a su favor.
Gracias de nuevo, a todos.
FIN

Foto del autor
Llegaron flores a nuestra habitación de parte de los compañeros de trabajo de María. Es lo tradicional, lo más lógico para una aventura con final feliz.

martes, 23 de agosto de 2011

Nacieron Marc y Lucía (en este orden)




Se practicó cesárea.
Crónicas desde Can Ruti (XXV)


A las 7.15 de la tarde de hoy, una cesárea de urgencia trajo a este mundo a los mellizos Marc y Lucía, luego de una larga espera de seis horas de inducción mecánica que agotó todas las esperanzas de que María pudiera tener un parto vaginal.
La operación fue tan rápida que apenas tuve tiempo de pensar en nada. Duró diez minutos. Al cabo de ese tiempo, escuché a los niños llorar, a unos escasos siete metros de mí.
Están en magnífico estado de formación morfológica, aunque el pequeño Marc, como estaba previsto, fue trasladado inmediatamente a la Planta de Cuidados Intensivos, porque nació solo unos gramos por debajo del rango deseado, según las normas de natalidad. Pesó 1,840 kilos y midió 44 centímetros, mientras que su hermana alcanzó los 2,500 kilos reales y midió un par de centímetros más.
A Marc, que fue el primero en salir de su bolsa, se lo llevaron rápido en una incubadora pero me dio tiempo a fotografiarlo. Tenía los ojos abiertos y me miraba fijo. Creo que es rubio, pero no estoy seguro. Lucía, con el pelo negro, pasó a mis brazos y al calor de mi pecho después de cortar, en presencia mía, el cordón umbilical.
María tuvo que ser anestesiada con máscara en lugar de la inyección lumbar, que le hubiera permitido estar consciente en todo momento. La urgencia con que tuvieron que actuar no dejó otra opción. En el momento de redactar estas líneas, va recuperándose progresivamente del fuerte medicamento, pero se queja del dolor provocado por la incisión.
En sentido general, este desenlace ha sido feliz. Dejo las primeras fotos de los niños y en un próximo post explicaré más detalles.
La cesárea no fue programada y nos tomó absolutamente por sorpresa. Habíamos dejado el bolso maternal en casa y mi teléfono -como suele ocurrir en circunstancias especiales- se quedó sin baterías.
Es de madrugada mientras escribo y, como diría algún poeta, debo partirme en dos. A Marc le ha tocado la distancia del pecho materno. Está en la Séptima Planta; no obstante, tiene más calor ambiental que Lucía.
Subo y bajo. Beso a mi mujer. Pienso en que valió la pena detener el curso de la vida personal –ya no del verano- por ellos.
Gracias y hasta pronto.
(Continuará…)

Fotos del autor
De arriba hacia abajo: Marc y Lucía, acaban de ver la luz.

lunes, 22 de agosto de 2011

En casa y sin parir aún


Crónicas desde Can Ruti (XXIV)

El giro que ha dado nuestra situación obliga al subtítulo de esta serie a mentir, pero no vamos a cambiar nada. La crónica de hoy se escribe desde casa y no desde el hospital, de donde, pensamos, nunca saldríamos sin los niños.
Pero, ni en la medicina, ni en el proceso de maternidad en particular, está escrito todo de antemano, por mucho que uno pueda elucubrar los pasos y hasta trazarse una dramaturgia. Ayer por la tarde, la doctora adjunta, de apellido Vicen, decidió enviarnos a casa a esperar el momento desencadenante, ya que las contracciones, increíblemente, remitieron de golpe. No sabemos a ciencia cierta la causa de que María, con el Tractocile en vena, tuviera contracciones, y luego sin él se estabilizara, para sorpresa de nosotros mismos y de los médicos. Es posible que todavía tenga algo de medicamento en el cuerpo y sea necesario expulsarlo en el transcurso de los días, o que su abdomen, con tanto jaleo durante tanto tiempo, se haya acomodado de golpe.
La verdad es que no lo sabemos.
La doctora Vicen no le dio mucha importancia al cambio repentino de estado; lo que sí vio claro es que María se pondrá antes de parto en casa que en el hospital, además de que –y esto lo suponemos- cada día ingresada tiene un coste económico importante para el sistema regional de la Seguridad Social.
Con todo, hemos aprendido varias cosas. Primeramente, la Naturaleza diseñó a la mujer para que pueda sostener un embarazo de 41 semanas (nueve meses) y mi mujer tiene en estos momentos 36 cumplidas (unos ocho meses); pero los embarazos múltiples no suelen llegar al término de un embarazo ordinario, pues dan fruto generalmente antes o en la misma semana 36. Parece ser que María es una rara avis. Aunque, atención, existe la posibilidad de que ahora mismo tenga que dejar este texto a medias y salir corriendo con ella.
Lo importante es tenerlo todo preparado siempre que sea posible.
Debo decir que hubo momentos de tensión, sobre todo psicológicamente. El secretismo profesional, por un lado, y el “desmadre” que suele ocurrir en agosto en este país, en todos los niveles, todo junto conspiró en contra nuestra. El doctor jefe de la sección de Ginecología y Obstetricia, el ya mencionado aquí José Lecumberri Martí, como todo trabajador regularizado, se marchó de vacaciones. Con él –cada cual por su lado, se supone-, salieron otros adjuntos y el hospital quedó insuficientemente cubierto. Entonces iban y venían opiniones distintas de cómo proceder, y esto, sinceramente, hizo que perdiéramos el rumbo.
Encontramos bastante lógico que, al final, luego de dos meses en cama, hayan enviado a casa a María. La explicación es bastante sencilla, aunque ningún facultativo –ni adjuntos ni residentes- se atrevió a decirlo por las claras; o no quisieron, con la excepción de la doctora Vicen. Con todo lo que hemos pasado, se nos había olvidado que nuestros bebés aún son prematuros, aunque estén fuera de peligro; mejor dicho, están a punto de dejar de ser prematuros, están en el límite médicamente reconocido. Por este lado, no era factible provocar un parto mecánico. Entonces, como Lucía y Marc, nuestros ibeyis, no corrían riesgo en su formación morfológica, retiraron la medicación para que la madre se pusiera de parto cuando le tocara. El momento de dar a luz nadie lo puede saber excepto nuestros mellizos, pero, desgraciadamente, ellos no pueden avisar a los padres con efectividad. Solo se dedican –inconscientemente, claro- a provocar dinámicas ficticias; pero esto ya lo sabemos ahora y queremos transmitir la experiencia a otros, porque no pensamos repetir.
Lo más maravilloso de todo ha sido que, hoy, haciendo relativa vida normal en nuestro apartamento, podemos, si nos apetece, olvidarlo todo y pensar que somos una pareja común que espera el momento de salir corriendo, la famosa Hora Cero. O también podemos recapitular día a día y pensar que hemos tenido mucha suerte de que nos frenaran un altísimo riesgo de prematuridad de muy bajo peso. A escoger el pensamiento.
María ha expulsado el tapón mucoso pero, lógicamente, no ha roto aguas. Con la pérdida del tapón, dicen los médicos, se puede pasar hasta dos semanas.
En el momento de escribir esto, no existen contracciones. Solo dolor pélvico que se alivia ligeramente con Paracetamol.
Antes de salir de Can Ruti, la doctora Vicen nos hizo un regalito: Una ecografía completa para “pesar” a los niños y comprobar si seguían de cabeza (aunque esto último se sabe palpando el vientre).
Gran sorpresa: La diferencia entre los hermanos ha aumentado; ya no es de medio kilo, sino de casi un kilo. Siempre con datos orientativos, porque con una avanzada gestación es muy difícil tomar medidas ecográficas, la niña pesa casi 3 kilos y Marc 1,850 kilos. Los especialistas continúan asombrándose de tanta diferencia. La doctora Vicen nos dijo que no existen equipos ni medios en general para investigar esta rareza. De manera que, al parecer, no harán un estudio a posteriori.
Nos han citado para mañana martes. Quieren seguir de cerca a las criaturas y comprobar si están estresadas. Se mantiene la opción de un parto vaginal.
De continuar la gestación unos días más, es muy probable que ni siquiera Marc vaya a Engorde (una sala especial) cuando nazcan.
(Continuará…)

Foto del autor
Anoche. María quiso sentir la brisa del mar y comer un surtido de tapas en un chiringuito. ¿Quién lo hubiera predicho? La gente de la calle, al verla, piensa que está de nueve meses. “No, es que hay dos niños dentro”, responde María con la poca energía que le queda.

Nota: Justo cuando dejábamos el ingreso, decidieron operar de urgencia a Cristina. Su bebé corría peligro de compresión a causa de los miomas y, además, la madre tenía la tensión muy alta. La operación fue exitosa. Corrió a cargo de la doctora Vicen y del doctor Jiménez, que no estaba de guardia ni siquiera en el hospital, pero atendió a un localizador para estos casos. Jùlia pesó 1,100 kilos y está en la sala de Neonatología. Cristina se recupera progresivamente. Esta tarde pasaré a verla. Dejaré a María con sus padres que vienen de visita.

viernes, 19 de agosto de 2011

Desesperada


Crónicas desde Can Ruti (XXIII)

No sé de dónde salen las fuerzas, pero he podido comprobar que nunca llegan a agotarse del todo. Al menos en el caso de las mujeres a punto de dar a luz.
María lleva tres noches sin dormir –o sea, tres jornadas enteras- y todavía quiere repasar los corredores del hospital, con esos ojitos hinchados, con la barriga amenazante enfilando las puertas de los ascensores. Está en el delicado trance de una contrariedad terrible:
¡Quiero que me los quiten ya! –un verbo muy feo que se utiliza en España- y ¡Pobrecitos míos; tan calientes que están dentro!
No le he preguntado esto, pero supongo, solo de verla, que el último tramo del preparto ha sido peor que todo el ingreso. A veces se desborda de agobio en la más profunda intimidad. Pero otro sentimiento mucho más fuerte es capaz de recuperarla en poco tiempo. Debe ser tremendo estar a merced de otros –en este caso, de los médicos- para que aprueben quitar el dolor. Es necesario un gran trabajo mental para mantenerse en los cabales correctos, de cara al momento final. Si pudo ser ayer, anoche, también puede ser hoy, o mañana.
Una doctora en Urgencias mencionó a las mujeres africanas y se convocó el silencio inmediatamente. Esos pueblos no tienen inyección epidural.
Estas cosas relativas a veces ayudan mucho.
María ha pedido que le pongan la inyección en el momento justo, lo que para ella significa lo antes posible. Se puede entender: es primeriza y tiene que parir a dos criaturas. Pero hoy nos han dicho que el suministro mecánico de oxitocina no se puede realizar hasta el momento de inyectar la anestesia, y eso sucede en el segmento final del Trabajo de Parto. Todo pende, pues, de lo que ella sea capaz de dilatar por sí sola y de lo que el pequeño Marc, que es el que está colocado primero, empuje hacia el final del túnel.
Por eso utilizamos los pasillos, por eso las escaleras, por eso el chocolate, por eso el pulso sostenido con el reloj ordinario.
Las guardias médicas comienzan, finalizan y vuelven a comenzar. Los equipos de Urgencias, sin quererlo, juegan al Bingo como sistema, y nosotros solo queremos que canten nuestro número. Antes, curiosamente, deseábamos andar ocultos para el propio bien de Marc y Lucía.
Ahora toca aguantar dolor.
Ha pasado la luna llena y menguan las influencias. Nuestro ciclo parece ser alternativo.
Si los niños vienen al mundo esta madrugada, si, por el contrario, la noche pasa de largo, dejo esta crónica hecha a las seis de la tarde.
(Continuará..)

Foto del autor
Dinámica de contracciones cada tres y cinco minutos, en un monitor de esta mañana. La línea de la izquierda representa el impulso cardíaco de los niños.

jueves, 18 de agosto de 2011

No es coser y cantar


Crónicas desde Can Ruti (XXII)

En realidad, si María no hubiera estado ingresada –con asignación de cama y varios servicios incluidos-, con el “cuadro” que ha tenido hoy la enviarían a casa. Urgencias Maternales funciona en verano –cosa rara en esta ciudad-, pero existe un protocolo de camino al parto. Al menos hay que conseguir borrar la altura del cuello del útero, dilatar ocho centímetros y presentar una dinámica de contracciones fuertes cada cuatro o cinco minutos.
De todo esto, lo único que cumplimenta María es lo último. Pero es que ella entró precisamente a este hospital con amenaza de parto prematuro provocado por contracciones. Debe ser por eso mismo que, aunque le duelen, está tranquila, caminando los pasillos de punta a punta y comiéndose una cajita de galletas con chocolate mientras escribo estas líneas, a las nueve y media de la noche.
Durante el día, hemos bajado dos veces a Urgencias y los monitores informan lo siguiente: Dinámica de parto. A continuación, el médico adjunto o el residente de turno realiza un tacto para no utilizar la máquina ecográfica que en definitiva indicaría lo mismo: No hay dilatación suficiente. Claro, podrían dilatarla artificialmente, pero no es menos cierto que acaban de finalizar el tratamiento de frenos esta misma mañana. Debemos comprender que el parto es un proceso con diversas manifestaciones de dolor, pero también es un procedimiento prácticamente perfecto.
Anoche mal dormí en vano. Soñando con los niños, con La Habana, con mi madre. Al reposar la cabeza, no calculé lo que estoy escribiendo, aunque lo sabía de antemano. Creo que no se trata de nervios, sino de la certeza de que el cuerpo humano, la gestación, no es en cambio una maquinaria exacta. He acompañado a María en contracciones fuertes muchas veces, en estos últimos dos meses, pero, en el hospital, nunca la había visto desconectada de una bomba de suero fisiológico por donde baja el freno de motor.
Debe correr un día entero, o al menos medio día, para que el cuerpo se entere de la libertad.
La doctora de la mañana, una simpática residente llamada Ariela, recomendó dos cosas básicas para acelerar la oxitocina, que es la hormona desencadenante: Caminar o realizar cuclillas y hacer el amor. Lo segundo, sinceramente, lo tenemos complicado.
María tomó una ducha tibia con absoluto placer. Aunque estuve cerca de ella todo el tiempo, no dejó que le hiciera nada. Quiso probar sus alcances, sus funciones básicas y motoras después de tanto tiempo.
Hoy nos hacía ilusión que nacieran Marc y Lucía. Es Santa Elena.
Así se llamaba mi madre que murió de cáncer el verano pasado en La Habana.
Hubiera sido una dedicatoria a esa abuela que, para decirlo entre nosotros, fue la que inspiró a los jimaguas. Con el último aliento me pidió que tuviera un hijo con María. Vinieron, pues, o están por llegar, dos.
A mis 46 años debuto en Barcelona ayudando en el Trabajo de Parto.
Esta frase se explica por sí sola y es muy popular. Fuera del sentido literal, el Trabajo quedaría como una metáfora de algo difícil de conseguir, que lleva tiempo, paciencia y esfuerzo. Con responsabilidad, eso sí, debo asegurar ahora mismo que, aunque es lindo, dar a luz no es como coser y cantar.

(Continuará…)

Foto del autor
Bessones, mellizos, en catalán. Artesanía de latón y acuarela. Nos la trajo una pareja de amigos, mucho tiempo antes de concebir a Lucía y Marc.
Nota: La cesárea de Cristina, nuestra compañera de habitación, ha sido pospuesta para el miércoles 24, la semana entrante.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Cuenta atrás: Los galenos invitan a parir


Crónicas desde Can Ruti (XXI)

Me tocó preparar el bolso para los bebés. María hizo una lista –la dictó- para que no faltara nada cuando diera a luz. No es que no confíe en mí. Es instinto de mujer.
Ella misma me había advertido que, cuando estuviera cerca el momento, habría que amarrarla si fuese necesario. A las madres a punto de parir les da el impulso de la limpieza y la organización. Aplican su logística, en otras palabras.
A los padres nos da por preparar el nido de otra manera. De hecho, la semana pasada me escapé un día del hospital y me puse a cambiar los rodapiés del dormitorio.
Nuestra realidad ha resultado bien distinta a la de la gran mayoría de las parejas que esperan un bebé. En primer lugar, esperamos dos niños en vez de uno. Como hemos ido narrando en estas crónicas, los dos últimos meses de embarazo los pasamos ingresados para frenar un parto prematuro. De manera que el nido quedó hecho a medias. Y entre las cosas que no habíamos equipado estaba la bolsa que debe llevar calcetines, gorritos, manoplas, cremas epidérmicas, aceites corporales, bodys, toallitas húmedas.
Lo metí todo, pues, con muchos nervios, apelmazando el material. Esa acción era el máximo acercamiento a la hora cero. ¡Mira que esperé este momento y ahora me pongo a temblar por dentro!
Debo suprimir al menos un par de cafés de los que tomo al día.
Pero subí orondo al coche, como un padre cualquiera.
Si todo sale como está previsto, mañana jueves día 18, a esta hora, estaré observando a Lucía y a Marc, rozando suavemente mis yemas con en sus pieles, contando, una y otra vez, cuarenta deditos.
A primera hora retirarán el suero a María y la pondrán a parir, literalmente hablando.
Hoy el doctor Adrià le realizó un tacto vaginal y dijo que el cuello del útero estaba algo borrado, aunque no había buena dilatación. Suponemos que provocarán el parto suministrando oxitocina. Hay que contar con que el proceso, doloroso, pudiera resultar muy largo. Los bebés hace días están colocados cabeza abajo, de manera que los médicos prefieren probar con un alumbramiento vaginal antes que recurrir a la cesárea.
María ha llegado a las 36 semanas cumplidas (entramos aquí con 28), pero su vientre está demasiado tenso para continuar el tratamiento con Tractocile, que frena las contracciones. La correcta maduración de las criaturas, según cálculos de ecografías, a estas alturas, permite finalizar la gestación de nuestros mellizos que, por obra y gracia de la Naturaleza, según suponemos, fueron engendrados en coitos diferentes. El azar también quiso que los niños fueran de ambos sexos.
El equipo de ginecología de este hospital se alegra por nosotros, se les nota mucho. Su trabajo de contención de embarazos continúa: En los últimos días han entrado en Planta otros dos gemelares.
Para nosotros, esta etapa de incubación en régimen de ingreso parece llegar al final. Para otros padres, sin embargo, comienza.

Foto del autor
María, en casa, con 24 semanas. A la semana 28 ingresó en Can Ruti con amenaza de parto prematuro.

lunes, 15 de agosto de 2011

Los padres de Jùlia



Compañeros de viaje en la recta final. Crónicas desde Can Ruti (XX)

La habitación 19 acaba de entrar en dinámica final, en este largo viaje hacia la maternidad (y paternidad), cuyos días se han vuelto particularmente extensos. También días intensos, de dormir poco o dormir mal.
Cristina y Antonio, quienes nos acompañan en la cama contigua, salen de cuentas esta semana, pero no porque el embarazo de ella haya llegado a término de crecimiento: El vientre de la muchacha alberga seis miomas junto con la criatura, la pequeña Jùlia. Su bebé pesa alrededor de 1,300 kilos y será prematuro, a las 32 semanas. Los miomas han echado un pulso. Los médicos extraerán a la niña antes de que la madre corra el riesgo de perder la matriz. Se trata de un equilibrio sostenido por los especialistas, que seguramente dejará un saldo positivo en sus vidas cuando todo esto haya terminado. La modernidad, por suerte, también ha traído avances tecnológicos que permiten observar procesos complicados de gestación y llevarlos hasta el límite del riesgo materno/fetal.
En estos días hemos sabido que los miomas, esos monstruos uterinos que se alimentan de hormonas, son mucho más comunes de lo que uno pueda sospechar. También aprendimos a no temerles demasiado cuando existen medios científicos al alcance de las manos. Los padres de Jùlia se están preparando para una cesárea programada, psicológicamente, digo. La retaguardia está cubierta en casa con cuatro abuelos desvividos por la llegada de la niña.
Al lado de Cristina y Antonio nos estremecemos María y yo. Este jueves retirarán el medicamento fantástico que frena las contracciones no efectivas de mi mujer. Dicho esto con toda claridad por parte del doctor Adriá, que pasó visita esta mañana, los mellizos Marc y Lucía podrán ver la luz a finales de semana. Nunca imaginamos que el viaje en Can Ruti terminaría con unos compañeros para desembarcar. Un equipo de expectantes primerizos está recogiendo los bártulos en estos momentos, todo aquel material didáctico y lúdico que desplegamos en El Hotelito para pasar mejor los días y las noches. El final –repito, no previsto- parece estar ambientado por más personajes: la pequeña Jùlia y el pequeño Marc estarían en la Séptima Planta, en Neonatos, y Lucía, la niña de los rosquitos, durmiendo con nosotros las primeras noches en la Cuarta, hasta que den el alta médica a las madres.
Antonio y el que escribe están nerviosos. De nada nos vale pensar en los chiringuitos de la playa que tenemos a solo un paso. De nada nos sirve el arrullo del mar. Estamos hechos flanes caseros, y nunca mejor dicho. Los flanes de la calle suelen ser más duros. Es posible que, en nuestras mentes masculinas, nos hayamos puesto a parir antes que ellas. Solo nos queda bajar a fumar los últimos cigarros y hablar de platos regionales en voz alta. Antonio es un cocinero mediterráneo y, si no recuerdo mal, lo último que yo vendí fueron electrodomésticos en una tienda. O sea: nos complementamos de alguna manera.
Pero primero está la causa común: Atemperar nuestros nervios de padres inexpertos.
Antonio es grandísimo. La pequeña Jùlia flotará en sus brazos de chef. Por razones de fuerza mayor, en lo adelante, el papá compartirá con ella elucubraciones de eso que llaman Cocina Creativa.

(Continuará…)

Foto del autor
Cristina y Antonio. Once años de casados y ahora el reto de luchar juntos contra seis miomas. Están a punto de ganar la partida.

jueves, 11 de agosto de 2011

El doctor Adrià


Crónicas desde Can Ruti (XIX)

El joven especialista fue visto en el Bósforo hace unos días. Localizado por una amiga nuestra.
Nos llegaron noticias de él a través de las redes sociales:
“María”, decía el texto:"Uno de tus médicos está aquí de vacaciones. No es de extrañar que los catalanes, viajeros natos, coincidan insospechadamente en cualquier confín del mundo”.
Su escapada duró poco. Hoy el médico se presentó en la visita ordinaria de la Cuarta Planta. Llevaba unos zapatos azules de punta fina y un tejano debajo de la bata blanca. Nos saludó y sonrió al darse cuenta de que ya sabíamos dónde había estado. Pidió que los acompañantes salieran, como indica el protocolo, para comenzar su visita profesional. Afuera, en el pasillo, imaginé la tranquilidad de mi mujer al sentirse arropada por su galeno predilecto. La suavidad al hablar de este hombre, su locuacidad perfecta y medida, sus ojos alegres y, en fin, la juventud marcada en el rictus, hacen que los demonios huyan. Se despeja algo en la mente de una muchacha inmóvil. La esperadora, paciente, recupera las ganas de ser mujer sin perder el sentido inminente de la maternidad, sin perder de vista las fuertes contracciones que llegarán en unos días más.
Enumera sus dolencias una a una sin que aflore un tono de queja. Se siente identificada con el hombre apuesto que ahora es su médico. Entonces se escapan lágrimas excelsas, ofreciendo al paso un metalenguaje esclarecedor de todo lo que ha sucedido en la ausencia del joven. Ella siente la necesidad de expresar cómo ha cambiado su cuerpo y él le cree inmediatamente. El hombre sirve de testigo sin apenas pronunciar palabras. Ha visto muchas mujeres a punto de parir.
El médico también se confiesa. Indica la ruta de estos días y traza el seguimiento al milímetro del estado de la gestante. La anima a aguantar hasta que pueda, ahora que el trabajo más largo está hecho. Ella piensa que él no ha estado allí todo el tiempo, pero no lo culpa. También recuerda unas vacaciones cuando estuvo a punto de sacar billetes a Turquía.
El doctor Adrià es de su generación. Sabe comprenderla mejor que cualquier otro pero, más que eso, le inspira confianza. Todo comenzó cuando el ginecólogo, una vez, le explicó muy fácil el proceso de un embarazo gemelar. Entonces a ella le pareció la guía de un amigo y decidió ponerse en sus manos, si es que la vida, las circunstancias, las rotaciones de la Tierra lo permitiesen.
Al salir, el médico me explicó, en síntesis, lo mismo que le había dicho a María.
-Bienvenido-dije después.
-Ah, ¿vuestra amiga ya les contó?¡Qué pequeño es el mundo!
-Sí, la verdad es que nos alegramos mucho cuando supimos que estabas pasándola bien en Turquía-tuteé al ginecólogo para acortar distancias.
-Me gustaría leer tu blog-dijo él-. Sé que estás escribiendo sobre el ingreso de tu mujer.
Entonces comprendí que nuestra amiga había contado algo más de lo que es evidente acerca de nosotros.
Entré a la habitación y vi a María tan feliz como la tarde en la que le llevé un helado.
Conversamos sobre el doctor Adrià y le pregunté:
-¿Por qué te gusta tanto?
-Porque es alternativo- respondió la diseñadora gráfica, la licenciada en Bellas Artes, la estudiante, la profesional, la mujer que prepara en casa un Suquet de Peix, e invita a sus amistades a brindar con un vino blanco catalán envasado en una botella azul.
(Continuará…)

Foto de María García.
Autorretrato. Mujer embarazada con hombre en la cocina

miércoles, 10 de agosto de 2011

Oda a las llevadoras. María sale de cuentas



Crónicas desde Can Ruti (XVIII)

El que no ha observado seguidamente a mi mujer y la visita ahora se tira las manos a la cabeza. La expresión es muy definitoria de dos aspectos antropológicos: Primero que todo, queda claro el aguante de una mujer en pos de la reproducción; después, todos nos asombramos de hasta dónde puede dar de sí la piel, la compresión de los órganos y la dotación de la naturaleza femenina para resistir el dolor.
Pienso que María está anulada desde que entró al hospital, hace un mes y una semana. Pero esto no es del todo correcto. Ella espera algo que será –ya es- lo más grande de su vida, y por esta razón busca alternativas a la circunstancia de estar en cama. He observado cómo se hace amiga de su compañera de habitación, Cristina, y también cómo disfruta el baño con esponjas jabonosas que le ofrezco cada mañana desde la más absoluta humildad. El baño parece ser su momento, su nuevo goce de las cosas de la vida, porque el baño incluye masajes en las extremidades y caricias en el abdomen. Y miradas.
El equipo médico, encabezado por el Doctor José Lecumberri Martí, va cerrando filas ante la cercanía de un posible parto natural. Los niños continúan de cabeza, más encajados todavía, y han aumentado de peso: Marc llegó hoy –según estimados- a los 1,750 kilos, mientras Lucía está en los 2,425, con roscos en los muslos según pudimos ver en la Ecografía Doppler. Ahora el reto tiene un tiempo más ajustado a la realidad: Una semana más y fuera, han dicho los facultativos ante el asombro: Sinceramente, no contaban con que María, pequeña de estatura, llegara a las 35 semanas cumplidas mientras escribo, esta misma jornada.
Pero los galenos solicitan, para estar mucho más a gusto, una semana más.
El equipo de ginecólogos –todos los de Can Ruti, porque es rotativa la presencia de ellos- prefiere un parto vaginal antes que una cesárea. Es el protocolo existente en España, a diferencia de otros países donde no se lo piensan mucho en utilizar el bisturí. En el capítulo que está por venir, entrarán en primeros planos las manos de las comadronas o llevadoras, generalmente mujeres expertas que son el alma subyacente del recinto de Urgencias. Las conocemos a todas; son de diversas edades. Son las que monitorean a María desde hace un mes y las que asisten esos partos que escuchamos de lejos, mientras estamos en la sesión de “correas” o monitores.
La preparación para el parto comenzó desde que pisamos Urgencias. La preparación psicológica empieza con esos gritos de terror y el lloro de un niño a continuación.
Si hay parto para nuestros mellizos me autorizarán a presenciarlo. De manera que este servidor también está “metido en el ajo”. Eso sí, a voluntad propia.
Creo que es lo mejor que puedo ofrecer para acompañar el tiempo.
Los cuatro estamos agotados. La madre, los niños que buscan salir y el padre que vive pendiente del reloj.

(Continuará…)

Foto del autor
Llevadoras, comadronas o también denominadas matronas. En Urgencias, una tarde de dinámica de parto no efectiva.




sábado, 6 de agosto de 2011

Los padres de Keyla



El Baby Boom de Catalunya llega con las arcas autonómicas vacías .
Crónicas desde Can Ruti (XVII)


La vida, ya sabemos, está repleta de paradojas. Pero uno no termina de asombrarse. Los pasillos del hospital llevan varios días abarrotados de visitantes diurnos y nocturnos, aquellos ilusionistas que llevan un poco de aire fresco junto con el ramo de flores. Los hay de todas clases, porque de todas clases son los bebés que llegan a este mundo en las instalaciones de Can Ruti: No solo nacionales, con distintas raíces culturales, sino también emigrantes de la India, Pakistán, Colombia, Marruecos, en fin, del llamado Tercer Mundo.
En las seis semanas que llevo “ingresado” junto con María he observado diez veces más cosas de lo que tal vez vi en una década en Barcelona. He aprendido a hablar sin cortarme un pelo. Supongo que la locuacidad sea mucho más fácil en estas circunstancias.
Lo más impactante es corroborar el crecimiento de la población, cuando se supone que las parejas se proyecten menos en la concepción familiar. Una de estas noches, encontré en Urgencias a una chica a punto de dar a luz. La habían enviado a casa porque la sala de ingresos (la Planta Cuarta) estaba llena. Como no rompía aguas, ni dilataba más de dos centímetros, sencillamente le dijeron: “Vuelva usted mañana”. Los subí en mi coche, a ella y a su marido, y los dejé en la puerta de su casa,convencido de que la muchacha rompería fuentes dos horas más tarde en el asiento trasero de un taxi.
Así fue.
Al día siguiente, me encontré con la recién nacida y la parturienta, ya ingresadas, dos habitaciones más hacia el fondo del pasillo donde está mi mujer. Son cosas, sinceramente, que cuesta comprender. ¿Por qué no la animaron a dar vueltas a pie alrededor del hospital?
Su bebé está perfecta. Pesó 3,100 kilos. Sus padres, de Cartagena de Indias, del Caribe colombiano, olvidaron los sucesos para centrarse en la pequeña…Su habitación, en lugar de al mar, da a la montaña. Se les ve felices, con ganas de comerse al mundo.
Sin embargo, corren tiempos de fatalidad económica.
En los pasillos de maternidad se habla de la visita de un gerente que dio órdenes de recortar medios materiales. Esto se traduce no solo en el avituallamiento, sino además en las restricciones de ingreso. Si hasta ahora los recortes solo nos llegaban de oídas, acerca de otros hospitales de Catalunya, ahora parece que se acercan adonde estamos nosotros. El nuevo Govern de la Generalitat se ha encontrado las arcas autonómicas escuálidas, luego de dos legislaturas seguidas del anterior gobierno del Tripartit. La tijera, pues, ha llegado a la Sanidad Pública, algo verdaderamente sensible para este país acostumbrado a todo tipo de mimos de la Medicina. La pregunta que nos hacemos es la siguiente: ¿Nos van a seguir cobrando impuestos? Al fin y al cabo –y esto es un tema polémico- la Seguridad Social la inventó Franco, aunque parezca increíble. Que los que trabajen coticen para que todos tengan el médico garantizado; esa era la idea. Aunque supongo que Franco, en principio, no debió siquiera imaginar que su brillante concepto cubriría a los emigrantes (inmigrantes) como yo.
Después de más de treinta años disfrutando de las ventajas de Papá Estado –que hace de tesorero, no es que regale nada-, parece que el bienestar se resquebraja y la gente, por supuesto, se asusta. De momento solo son temblores.
Pero tenemos que decir que la sala de Neonatología y Engorde también está llena. Si María alumbra hoy o mañana nos trasladarán a otro hospital. Aunque llevamos más de un mes ingresados, aquí no existentes preferencias.

(Continuará…)

Foto del autor
Cartageneros en Barcelona. Mileydis, su esposo José Luis y la pequeña Keyla, un minuto antes de marchar felices a casa. A ellos les faltó poco para que la bebé naciera en un taxi.

miércoles, 3 de agosto de 2011

El nudo del folletín


Crónicas desde Can Ruti (XVI)

Todas nuestras expectativas fueron superadas por la Medicina. Pero, más que la Ciencia, María ha sido capaz de controlar una estancia muy larga en El Hotelito, como cariñosamente hemos llamado al edificio de maternidad de Can Ruti.
El poder de la mente y el sentido protector de la reproducción, el vientre como hogar, como almohada, el cuerpo entero como continente, abrigo, emisor calórico; la responsabilidad de haber engendrado, sin querer, dos hermanos que serán indisolubles -¡sería demasiado pensar en la eternidad!-; ese sentido que tenemos, hombres y mujeres, de amplificar señales que dan cuenta de nuestra existencia, sobre todo cuando parece que el tiempo nos arranca la juventud; ese estar entre decenas de gestantes que coinciden en tiempo y espacio, la coincidencia de los nombres también, la futura amistad…
Todo esto, y más, ha hecho que María aguante un mes, lo que haga falta, acostada en una cama, mirando el sol y el mar –cuando salen entre las brumas- desde una ventana.
Amigos viajeros, doctores y enfermeras se han ido de vacaciones y han vuelto.
María continúa en el mismo lugar. Ah, pero de ese aparente inmovilismo hay un fruto. Los mellizos crecieron dentro de ella hasta rebasar los límites del peligro de un alumbramiento demasiado prematuro. Es un trabajo de artesanía bilógica, pieza a pieza, gramo a gramo colocados cuidadosamente en el lugar correcto.
Ya no hay peligro: Ahora yo sufro por María que me observa marchar de noche y se imagina cómo estará todo en casa.
Las perspectivas han cambiado y ahora es necesario preparar la habitación de los niños, terminarla, a diferencia de antes, cuando entramos en Can Ruti, que se vislumbraban largos meses de incubadora.
María es capaz de tener un parto natural, por mucho que físicamente le duela. Si ha llegado hasta las 34 semanas, si ha aguantado la medicación, el malestar encamado, el dichoso roce de las sábanas, la rutina, en fin, que es lo que mata, María es capaz de parir.
Y si hay cesárea es porque la vida lo quiso así.
Lucía y Marc continúan encajados cerca del cuello del útero, de cabeza los dos, esperando. Los médicos, orgullosos de su trabajo, dijeron ayer que ahora el objetivo es alcanzar las 36 semanas, todo un reto de término para un embarazo gemelar.
De eso se trataba, pero hay que decir que nos hemos ido enterando por capítulos, como un folletín por entregas. La naturaleza de cada mujer es incierta.
María está orgullosa de seguir el camino de Sonia, que aguantó hasta las 36 semanas y parió a sus mellizos una noche por sorpresa.
Una mañana fui a ver a Sonia a su habitación, como de costumbre, y me encontré a una mujer paridora, de ojos verdes, con una sonrisa chiquitica que trataba a toda costa de esconder el dolor.
He podido comprobar en estos días lo cerca que está la felicidad y lo que cuesta conseguirla.

(Continuará…)

Foto del autor
María, adolorida, acaba una sesión de monitoreo y se incorpora solo unos minutos.