viernes, 30 de diciembre de 2011

Campana sobre campana



¡Feliz 2012 a los lectores del blog!

Se arremolina el viento en la avenida. Ha caído la noche y no se ve a nadie andar por la calle. Solo hay coches. A la altura de la farmacia, me detengo para cruzar. La luz de peatones está en rojo. El cochecito de los niños, un tándem, es tan largo que sobresale el bordillo. Me alejo del saliente retrocediendo dos pasos.
En poco más de veinticuatro horas darán las doce campanadas y cambiará el año. Estoy solo en la calle con mis recién nacidos por primera vez. Lo quise así para poder pensar. De todas maneras, el tramo es corto. De la farmacia a la casa, ida y vuelta, contando la compra, no hay más de quince minutos. Me doy cuenta de que, para pensar, solo tengo el tiempo que tarda el semáforo en cambiar de luz. Mirando la acera de enfrente, recuerdo un millón de cosas. Cuando me fui, cuando llegué, cuando me nacionalicé aquí, cuando conocí a María, cuando viajé a París, a Roma, a Copenhague, a Lisboa; cuando volví a La Habana, cuando murió mi padre; cuando murió mi madre; cuando María quedó encinta, cuando aprobé el carné de conducir; cuando viajé a Miami; cuando nacieron mis hijos con menos de un minuto de diferencia entre ellos, por cesárea.
Pensé en reinventarme. Pensé en comerme las uvas, cosa que nunca he hecho, al dar las doce campanadas. Pensé en cantar villancicos, en adorar la navidad, en comprar compulsivamente turrones, avellanas, botellas de cava; en ponerme ropa interior roja, en vestirme de Papá Noel para mis hijos, aunque sean niños de brazos; pensé en entregarle un aguinaldo al mecánico del coche, en buscar una agencia de paquetería y enviar una caja de postales a dos vecinas de La Habana que me vieron nacer.
Cuando había desmontado la mayor parte de mi vida y me sentía cómodo por no tener que extrañar, Marc y Lucía, desde sus cestas alineadas, lloraron a la vez para avisarme de que había cambiado la luz. Avancé, luchando contra el viento que venía de cara, hasta alcanzar la otra acera.
De todo lo que había pasado por mi mente, al cruzar la puerta de la farmacia, solo quedaba una música de fondo, un villancico que nunca antes entoné.
Como una señal.
Parece ser que, con la repetición, logramos avanzar.
Basado en esto, volveré a intentar ciertas cosas.
Deseo felicidad y bienestar a quien pueda leer estas líneas.


Foto del autor
Baile de sardanas, en La Rambla de Badalona.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Noche Buena, Navidad y San Esteban


Cocochas, buey y langostinos

Todos los años dicen en la televisión el promedio de euros que gastará las familias en estas fechas. El año corriente, según los informativos, ha bajado el presupuesto, de acuerdo con ellos, por la crisis.
Pero los mariscos –los reyes de la fauna ibérica hacia fin de año- se siguen vendiendo todos, a pesar de las estrecheces, a pesar de sus precios astronómicos. Y es que España, en cuestión de gastronomía, es un país muy fuerte. Sin minimizar las estrellas Michelin de ciertos cocineros, quiero decir que una de las cosas más maravillosas y aberrantes de este país es la comida.
En cada casa existe un maestro, sea grande o pequeño, que generalmente es una mujer. Se empeñan en llevar a la mesa un sinfín de platos con sus correspondientes bebidas. ¡Y luego los postres! ¡Qué barbaridad!
Todo debió comenzar por un vermut, que suena a vino dulce aunque, al menos en Catalunya, no es otra cosa que un surtido de platos pequeños contentivos de variados embutidos, quesos y aceitunas de la tierra y pequeños –por el tamaño- productos del mar. En muchas casas de Catalunya, no sé por qué, lo ponen todo a continuación, de manera que el plato fuerte entra muy incómodo después de comer con desesperación el platerío de piezas variopintas donde, casi siempre, hay croqueticas con bechamel hechas en el domicilio.
Si me pongo a enumerar la secuencia de degustaciones a las que regularmente acudimos por fin de año, en primer lugar ofendería a mis compatriotas que viven en la isla, aunque, créanme, pienso en ellos en cada minuto. Luego, podría adquirir empacho solo de pensar lo que he visto los últimos tres días. No solo lo que uno ve en las recepciones de la familia política, sino, además, lo que “echan” en la televisión.
Aunque tiene lógica.
¿Qué sería de este país sin los bares? O lo que es lo mismo: Sin la comida.
En Catalunya no solía celebrarse Noche Buena hasta que llegaron cientos de miles de andaluces y murcianos, entre otros, que expandieron sus hábitos castellanizados, por lo que los mercados, con el tiempo, han tenido que ponerse en función de ellos y sus descendientes. Navidad es el fuerte aquí, con una sopa de galets (tipo de macarrones gigantes en forma de caracol) y pelotas de carne hervida. La Escudella, que se sirve ese día y me hace recordar una invitación en mi primer año de exilio, deja sus restos para el día siguiente. Con la carne reciclada, entonces, se confeccionan los típicos canelones –por supuesto, con bechamel casera- que, según dicen, representan una creación catalana. Ese es San Esteban, sí señor, el esfuerzo digestivo después de haber estado deglutiendo infinidad de gambas y turrones durante todos estos días.
Soy de perfil bajo en la comelatas. Me dedico a observar y a servirme pequeñas cantidades. Viendo la fiesta, compruebo el trauma creado en los años de postguerra, el inacabable agasajo que vino después. Me quedé, durante estas jornadas, con las palabras de un hombre entrevistado para un telediario:

-¿Qué ha comprado usted este año, señor?
-Lo de siempre –aseguró mirando a cámara-: Cocochas, buey y langostinos.

¡Qué variedad! ¡Qué mar y tierra! ¡Qué riqueza de papilas gustativas!

Foto del autor
Compra de última hora en una gran superficie de Barcelona, donde los jamones cuelgan del techo.

viernes, 23 de diciembre de 2011

El Almendro



Todavía no me lo creo cuando, por casualidad, buscando cualquier cosa, encuentro en un cajón mi pasaporte español. No deja de sorprenderme. ¿Será que no está dentro de mí? Pero hay algo mucho más duro: Me pregunto por qué luché tanto por tenerlo.
Echo la vista atrás, sentado aquí donde siempre, frente al ordenador, y me veo en aquel frío invierno de finales de 2001, poco después de caer las Torres Gemelas. Tomé un avión por aquellos días con mucho miedo y terminé en Barcelona, un lugar donde el 11 de septiembre celebran una derrota histórica. Me veo comenzando una nueva vida, poniéndome un abrigo usado, caminando con el corazón helado por el Passeig de Gràcia, quedando en el Zurich con una actriz cubana que no he vuelto a ver. Me dijo que era encargada de un restaurante. Yo pensé que eso era poca cosa, que no se lo merecía. Con el tiempo supe que era un gran trabajo. A veces pienso en pasar a celebrárselo y no lo hago nunca. Me escapo por otras calles.
Aquella vez, ella me alertó de que me asombraría mucho sentir frío con el sol afuera. Ha sido así, una cosa rara que todavía me sorprende. ¿Será que no está dentro de mí?
Me veo en los primeros tiempos, sentado frente al televisor, llorando con el anuncio de El Almendro, los turrones de navidad. El reencuentro definitivo de la familia, en mi caso, nunca tuvo lugar. Todavía siguen poniendo el anuncio a finales de año. Ya no me interesa volver a Cuba, ahora que, posiblemente, nos despenalicen a todos los que nos marchamos y tal vez nos dejen entrar con un pasaporte de un segundo país, sin tener que pagar nada. Igual pasó con las viviendas de los que nos fuimos. Las despenalizaron. Para mí ha sido demasiado tarde. ¿Será que no está dentro de mí el nexo físico y definitivo con mi país?
Hoy me encontré por la calle, casualmente, con Papá Noel. Estaba yo con mis hijos recién nacidos que, por cierto, son gemelos. Estábamos en un parque esperando a alguien y una multitud de padres con sus hijos comenzaron a rodearnos. Mi mujer y yo pensamos escapar, pero al final, sin darnos cuenta, nos fuimos quedando en la concentración. Celebraban algo en un colegio. Para mí, la navidad continúa siendo un tema exótico. Apareció Papá Noel en un choche descapotable y se acercó a solicitar nuestras cartas. El pobre, no se daba cuenta de que los nuestros eran niños de brazos. Me miró y supuso que yo no debía estar aquí, como consecuencia de una mirada lejana.
Debía estar pensando yo en el cuento del turrón, donde la mesa está servida y hasta el perro de la casa espera a los ausentes, que, por cierto, llegan.

Foto del autor
Esta mañana, en las calles de Barcelona.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Dos recuerdos norcoreanos



Notas necrológicas por oficio

1. Cuando murió Kim il Sung –el padre del dictador que, según los cables, acaba de fenecer en un tren, de una fatiga-, me enviaron a la guardia rotativa en la casona de la Avenida Paseo, donde tiene sede la embajada del “hermano país” comunista. Aunque yo era de la página de Cultura, me tocó un turno horripilante de oficio, de esos que dejan a uno meditando sobre varias cosas de la vida, con el tiempo colgando de una situación que podía o no producirse. En este caso, el objetivo era la visita de Fidel para firmar el libro de condolencias. De la redacción, quien coincidiera con el máximo líder revolucionario, debía presentar una nota informativa ajustadísima a las normas del Órgano Oficial del Partido Comunista de Cuba. Yo sabía hacer notas informativas, por supuesto, pero nunca había redactado una sobre el autócrata cubano. Tendría que buscar primero en un libro de estilo la retahíla de cargos del comandante, porque no me la sabía de memoria. Luego, aunque mi nota saliera mal, la correcta, la requerida, que era la que leería el César, estaría confeccionada por algún especialista aunque llevara mi firma. Por eso no debía preocuparme, sino por las repercusiones que acarrearía el hecho en mi futuro profesional. Pensando en la infinidad de cargos de Castro, en cómo construir un lead clásico para Granma, al mismo tiempo contemplaba la magnificencia de aquel palacio ajardinado, y me pregunté quiénes serían sus dueños originales. ¿Dónde estarían?¿Y qué hacía este servidor allá adentro, si lo mío, hasta esa fecha, fue pasar por esa calle en bicicleta? Llegaron ministros y militares de alto rango, pero, por suerte, el delirante señor que esperábamos el fotógrafo y yo no apareció en nuestro turno.

2.
De repente brotó en la Redacción de noche un hombre muy flaco, fumador, con un reloj muy grande o muy pesado colgando de una muñeca. Lo pusieron a revisar errores gramaticales y de composición de las páginas nacionales. Tomaba algunas decisiones sin importancia, pues, las grandes, debía consultarlas con alguno de los subdirectores que estuviera de guardia. Era un periodista reciclado. ¿Pero de dónde venía? Ah, una vez me lo contó. Había sido corresponsal en Corea del Norte, correctísimo él, de nombre Juan Carlos. Sabía guardar los secretos y al mismo tiempo ser común y corriente. Me dijo que los norcoreanos son tan planificados que, durante su estancia, le daban, de una vez, la comida para todo el año. O sea, tres o cuatro sacos de arroz. Lo miré sospechosamente y a él le dio la impresión de que no le creí. La anécdota, por supuesto, se quedó en mi vida para siempre.

En la imagen, Kim Jong-il, recientemente fallecido, hijo del gran dictador de Corea del Norte. Los varones de esta estirpe tienen asegurado el trono del país asiático. Se parecen mucho.

sábado, 17 de diciembre de 2011

La fama alcanzada a pulso


Todo depende de cómo vienen esos agentes que abrirán las puertas, si es que vienen. Depende de estar en el momento preciso y en el lugar indicado para que un promotor “descubra” a un talentoso o talentosa artista; o artesana. Así que, viendo la semblanza de Cesaria Evora, que fue “descubierta” a posteriori, a uno le quedan ganas de soñar ya no con el éxito -¡esa cosa rara!-, sino con la plenitud.
Porque a ella hubo de pasarle de todo –incluso una racha alcohólica- para que su voz fuera reconocida en los cuatro puntos cardinales de este Planeta, en las cuatro esquinas, teniendo en cuenta esa chiquitica extensión del mapa existencial del ser humano. Cantó las mornas –música regional- como nadie, primero en los bares de pescadores de Cabo Verde, recién independizado este archipiélago de la colonia lusa, y luego en el Olympia de París, donde la querían especialmente.
Cuando la tuve delante, en los jardines del Hotel Nacional, mientras la entrevistaba para el periódico, me desconcentré absolutamente mirando sus ojos con estrabismo y sus pies por si acaso estuvieran descalzos, que sí lo estaban. Andaba cómoda por La Habana, con batas anchas y el pelo corto, sin presunciones de nada que no fueran aquellos músicos cubanos que la acompañaban a todas partes. Sus instrumentistas, algunos, habían sido miembros de la filarmónica nacional de Cuba.
En el teatro volvió a aparecer descalza y entonó durante casi dos horas ese criollo proveniente del portugués en el que mezclaba algunos giros del español. Su voz venía del pecho y no de la garganta. Era fabulosa, suave, melódica. Nada que ver con el glamour. Se lo ganó todo a pulso, entonando letras que escuchó toda la vida en las tabernas.
Acaba de morir Cesaria Evora y todavía no me lo creo.
70 años es muy poco para una voz especialmente bella, aunque hay que decir que la diva tuvo tiempo para recorrer el mundo, ya de mayor. La recordaré frente a mí en un lugar donde no sé si volveré a estar.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Trágico fin de año


Junio 1994:
Sentado en el muro del Malecón, despedí decenas de embarcaciones precarias de fabricación casera que marchaban con rumbo norte. Les dije adiós simplemente. También, en la playa de Santa María, por aquellos días, ayudé a desencallar una balsa que el viento había regresado. Era una plataforma de madera montada sobre cuatro barreños de metal, típicos “tanques” de agua que se ven por todos lados en Cuba. En la maniobra, me manché las manos de petróleo y luego volví a decir adiós.
¿Adónde fueron a parar?
Dios sabe.
Tal vez los navegantes se cruzaron conmigo esta primavera cuando visité Miami o quizá murieron en la travesía.
Diciembre 2011:
Una historia realmente espantosa publicada en internet nos obliga a echar la vista atrás.
La sobreviviente de un naufragio, una mujer joven que por tercera ocasión intentaba abandonar Cuba, narra cómo zozobraron en alta mar, cómo fueron muriendo nueve de los veintisiete que escapaban en la precaria embarcación, cómo literalmente enloquecieron algunos a bordo de esa tabla al pairo, cómo fueron lanzando los cadáveres al mar poco a poco y cómo tuvieron que regresar. Cómo uno de ellos, el marido de la joven, fue apresado por la policía política en un hospital al este de La Habana, casi sin vida.
Querían pasar estas navidades definitivamente fuera de la isla, pero les tocó vivir la tragedia.
Hay muchos huesos de balseros en el fondo del mar. Solamente por respeto a ellos y a los que todavía intentan tan terrible travesía, valdría la pena repensar aquel documental de la televisión catalana que se aprovecha de la desgracia para venir a decir que los balseros buscan El Dorado.
No, señor, esta gente está huyendo de algo más que de la miseria.
Hay un lugar donde reina el silencio porque, con la desesperación, se hundieron allí todas las palabras.
¿No os parece sospechoso que, 17 años después, continúen las necrológicas sobre estas agobiadas expediciones?

Actualización: Vea Aquí el relato en primera persona.

martes, 13 de diciembre de 2011

Tom Cruise: ¡Hibernatus!



Con el matiz fundamental de la humildad –el hombre o la mujer que escucha- y con un vestuario tan clásico que, en determinado contexto, podría pasar por votante del PP, apareció Tom Cruise anoche en nuestros televisores, en ese programa llamado El Hormiguero que ofrece a los telespectadores fabulosos primeros planos de los invitados.
Ya lo había anunciado el anfitrión, Pablo Motos, y lo cumplió. Verdaderamente, no sé cómo se las arregla la producción para llevar hasta allí estas grandes figuras que pasan fugazmente por España, casi siempre en campaña de promoción de películas. Por supuesto –más en el caso de Cruise-, ni pensar que el “reclutamiento” se logra a base talonario. Deben ser los buenos contactos…Lo cierto es que la gente, que ha visto todos los filmes del guaperas mejor cotizado y entregado del cine, esperaba con ansiedad una entrevista de este titán que salta al vacío desde la copa de uno de los edificios más altos del mundo, porque es uno de los pocos actores que no acepta ser doblado con especialistas.
Solo un poquito más alto que Pablo Motos –debe ser que el entrevistador no es muy espigado que digamos-, Cruise se vio cómodo, encantado con esos números de magia de El Hormiguero y con aquella montaña rusa de más de cien metros de palitos de helado que, al final, descubrió el rostro del actor en un fabuloso acto de culto que lo dejó con la boca abierta. Y Motos, fiel a la tradición española de llamarle al pan pan y al vino vino, preguntó al protagonista de Misión Imposible qué hacía él para tener ese culo.
-Yo quiero uno así-dijo el delgadísimo anfitrión y se dio la vuelta de espaldas.
Cruise, que parece bastante tímido, aseguró no tener la fórmula a mano, sino solo ser un producto de la naturaleza. Salvo este percance que parece no le disgustó en extremo, la emisión de anoche se fue volando entre narraciones de cómo el superhéroe entrena para rodar esas escenas tan arriesgadas. Ya se sabe que él mismo pilota aviones y es capaz de bailar con buen ritmo al lado de Jennifer López.
Congelado en el tiempo como el hombre de las nieves –el año próximo cumplirá 50-, su rostro parece tan fresco como el primer día, aunque algún primerísimo plano dejó ver patas de gallo alrededor de los ojos, cosa que ciertamente aprecian las mujeres en los hombres maduros. Cruise está en España promocionando la más reciente entrega –la cuarta- de la saga más larga de su carrera, Misión Imposible, y no se fue del plató anoche sin adelantar que su próxima película será un musical.
Con un par de palabritas en español y su eterna sonrisa retenida en un perfil de hombre duro que no le va a su estatura, se despidió de nosotros muy, pero muy agradecido de haberse divertido tanto.
En su equipaje, aseguró, lleva para su hija un trozo de plastilina mágica que engulle imanes, regalo del programa, igual que una carta de la baraja con unos agujeros que cambian de lugar.

Foto tomada anoche de la televisión

domingo, 11 de diciembre de 2011

Suerte de nacer en el Mediterráneo



Ya no me ilusiono como antes pensando en que, en cualquier momento, encontraré a Serrat por la calle. Después de una década de andar por Barcelona eso no ha sucedido y, lo peor de todo, ya mi padre murió, el que me enseñó a apreciar al poeta a través de un disco de vinilo de 33 revoluciones por minuto. Aquel álbum, En tránsito, ha pasado a ser un recuerdo lleno de estrías.
Por esos recovecos que tiene la vida se cuela a veces el agravio comparativo, sin querer. Es solo cuestión de tiempo. Y de esa categoría tan odiosa, precisamente de esa, los cubanos tenemos bastante. ¡Medio siglo de abusos continuados por el poder! Ah, pero el bardo, cuando era joven, estuvo adscrito a la dictadura tropical de cierta manera. De esa callada manera –diría al mismo tiempo su colega- fue tejiéndose un muro de prohibiciones que atentó y atenta contra los derechos humanos; el no poder salir de allí, de ese trozo del Caribe, el no poder alzar la voz sino para gritar las consignas del poder, el no poder ser uno mismo sino el estándar que los militares quisieron que fuéramos.
Ah, pero al joven rapsoda no le interesaban aquellas pequeñas cosas, no las reconocía en público ni en privado, no las conversaba en los escenarios de los festivales de la Nueva Canción que tenían lugar en una paradisíaca playa o varadero del Caribe, donde mismo, algunos años después, apenas podríamos pisar los nacionales.
Claro que el juglar siempre tuvo su resguardo, su manso redil, su Mediterráneo. Por eso mismo, aunque no se deje ver nunca o casi nunca por la calle, se asoma a la ventana el Día Internacional de los Derechos Humanos. Proclama libertad, más o menos con estas palabras:
-Si uno no puede decir quién es, si uno no puede decir lo que piensa –aseguró ante micrófono ayer, ya canoso, con gafas y regordete-, entonces estamos perdidos.
No citó países ni gobiernos. Solo lo dijo así de pronto, poéticamente, como si nadie tuviera memoria.
Es muy curioso: Él mismo fue perseguido por otra dictadura. Amnistía Internacional de España, el paraguas bajo el que se cobijaba ayer en la televisión, tiene terminantemente prohibida la entrada en las cárceles castristas.
Foto del autor
Una escena de Port Bo, tomada esta misma semana. Según se cuenta, en este enclave, en la habitación de un hotel, Serrat escribió su emblemática canción Mediterráneo.