jueves, 31 de diciembre de 2009

Mañana será otro año


¡Bendito sea el teatro!


Mis amigos catalanes todavía se asombran cuando me ven rociando con ron una esquina de una vivienda. Todavía creen que lo hago por religión o algo místico. A la vuelta del tiempo, me dejan a mano todas las botellas vírgenes para que realice el ritual. Insisto en que tiene que ser con ron, pero ellos quieren hacer extensivo el acto, extensivo a los vinos y licores más o menos ásperos, jugosos, dulces, espumosos.
-¡Vete a la cocina, hazlo allí!-, me piden casi con dolor para que el alcohol de caña no caiga sobre el parquet de madera.
Quienes nacimos dentro del eufemismo que es la revolución cubana, no creemos ni en nuestra sombra; nos enseñaron a no creer en el más allá para concentrar los esfuerzos en el adoctrinamiento materialista, una aberración, sin lugar a dudas. Nosotros, sin embargo, seguimos miméticamente las instrucciones de uso de un mundo mágico que estaba y está siempre a nuestro alrededor, sostenido a fuerza de fuego por el sector africano que nos legaron los españoles y que agradecemos de alguna manera con ese bendito chorro de ron.
Ahí van todas nuestras esperanzas, en la parábola aromática e inflamable que realiza el ron cuando se libera en la inauguración de una botella. Ahí echamos todo lo malo, limpiamos el camino y, de paso, brindamos por el amplio panteón de los orishas, en particular, y en general por todos nuestros santos negros, blancos y mulatos.
Dicen las sabias lenguas que Fidel Castro visita a un babalao, el sacerdote de la religión afrocubana con autoridad –es un decir, ya se sabe que en Cuba nadie manda más que el viejo caudillo. Esto indica que existen babalaos para todos, incluso para los dictadores.
Castro –ya no le llamo Fidel- ha sido el culpable de que la nación cubana esté desparramada por todo el mundo, como los judíos, pero sin las posibilidades amplias que en su momento tuvieron los hebreos para montar negocios. Estamos en todas partes tratando de reinventarnos, con la dura circunstancia de que la nostalgia nos roba buena parte de nuestras energías. Esta noche iremos a bailar a alguna sala de salsa de la ciudad, donde seguramente habrá un cubano como monitor. Primero se le brindará a los santos en un rincón y luego se pedirá que acabe ya esta pesadilla. Se mezclará la muerte del dictador, explícita e implícitamente, y se pondrán todas las miras de optimismo en el 2010, año redondo, lindo, par, nuestro.
Al cerrar mentalmente estos doce meses –hay que hacerlo con la parábola de la dulce gramínea-, recordé la versión nacional de Calígula, la obra de Albert Camus estrenada no por casualidad en París en 1945, cuando finalizaba la Segunda Guerra Mundial. Ya decía yo en el post anterior que, en el teatro, todo queda expuesto, de una u otra manera. Con más o menos simbolismo, esquivando la censura o aprovechándose de ella.
No es extraño que el gobierno cubano autorizara una sala céntrica de la capital –con pocas posibilidades escenotécnicas, cierto, ya que era un cine- en la que se estrenaba y estrena obras conflictivas de carácter pensante. A estas alturas –ya lejos del terreno- creo que ha sido una estrategia de válvula de escape con el fin de desangrar inteligentemente al sector intelectual. Algo así como un “dejar estar” para que el creador tenga un sitio visible pero, al mismo tiempo, se ajuste a los parámetros dictatoriales.
Hay que decir que no todos los creadores tuvieron esa suerte. Pero algunos sí y ahí están, con el metalenguaje a cuestas, porque otra cosa no se puede hacer.
En abril de 1996, hace casi quince años, se estrenó en La Habana Calígula, por el grupo de Teatro El Público. Todo el mundo sabe que Calígula fue un emperador soberbio y sanguinario, a quien, como se dice popularmente en España, “se le fue la pinza”. Se volvió loco, se convirtió en un vanidoso hombre que utilizó todo su poder para adorarse a sí mismo.
Nada más parecido a la realidad en una Cuba tragicómica y terriblemente arruinada, no por el bloqueo, no señor, sino por el empecinamiento de un solo hombre.
¡No es justo!
Aquella temporada de Calígula en La Habana pensaba que el régimen estaba tocando fondo. No contaba con que, casi quince años más tarde, yo estaría en Barcelona huyendo –escapado- de ese mismo régimen y del mismo emperador. ¡Un emperador en pleno siglo XXI!
Al pasar revista, por desgracia tengo que decir que el fabuloso actor cubano que encarnó a Calígula, Roberto Bertrand, ha muerto, presuntamente en suicido. Cerca de aquí, cerca de mi casa, porque los dos compartíamos el exilio en la misma ciudad.
Quiero recordarlo con estas líneas y con un chorro de ron en suelo de granito, entre estas cuatro paredes de mi estudio donde cierro –y encierro- el pasado.
Quiero también agradecer a todos los que se han acercado a este blog y han leído el manojo de crónicas intimistas inspiradas en la lejanía y el recuerdo de Ítaca.
A esa isla volveremos y de hecho volvemos cada día.
¡Feliz 2010!

Nota: Esta fue mi reseña en Granma a propósito del estreno de 1996. Como era de esperar, también el crítico tuvo que irse por las ramas. (Pinchar sobre la imagen para ampliar la lectura. Foto original: Figueroa).

martes, 29 de diciembre de 2009

El regalo más grande



La memoria

Muchas veces me pregunto qué duele más haber perdido.
Cuando me veo solo en un bar, haciendo tiempo o simplemente hojeando un libro con un café o una copa al lado, hablo conmigo, me ofrezco refugio en un montón de palabras que solo sirven para acompañar.
Eso no es poca cosa.
Con el paso de los años podemos incluso volver al mismo lugar, pero volvemos más grandes, más enriquecidos por el solo hecho de haber acomodado una experiencia y haberle sacado partido. ¡Me sorprende tanto sentir que he estado antes en el bar que visito ahora!
Lo cierto es que no había estado allí ni me había detenido en los alrededores de ese barrio. Supongo que el sentimiento o recuerdo de lo vivido hace que sintamos la nueva situación como si fuera conocida.
Por estas fechas, cuatro años atrás, yo estaba sentado en otro bar donde no había más que cuatro personas, contando a la camarera y contándome a mí. Entonces me sentía el ser más infeliz de la tierra, porque, además de estar el cielo gris y haber frío como ahora, cuando dejaba el bar tenía que encerrarme en un apartamento solitario donde las ráfagas de viento hacían el papel de verdugo, y las horas pasaban con tal lentitud que me sacaban las lágrimas mirando un programa de humor industrial. Lo cual quiere decir que yo miraba ese programa, pero no lo veía. Mi cabeza viajaba por las salas de teatro de La Habana donde fui tan feliz.
En estos días recibo clases de conducción en una autoescuela que, por supuesto, tiene un bar al lado. Este bar es más caliente, en honor a la verdad. Más acogedor y más moderno. Tengo un libro con temática cubana sobre la mesa, un café exquisito servido en taza de diseño, un tiempo a mi favor, un tiempo sin personalidad, ni duro ni blando; simplemente, digamos, un reloj que avanza proponiéndome que no deje enfriar el café; tengo luego un apartamento que me espera con calefacción y lujuria, como si estas dos palabras no viajaran en la misma proporción; y tengo ganas de pensar.
Así que pongo el marcador entre las páginas del libro y me veo en el terreno de la dialéctica, donde las cosas caminan hacia adelante y crecen, sin otra fuerza de empuje que no sea el tiempo. Llevo una mirada optimista y siento que el teatro volverá algún día; volveré a sentir el olor a guardado de los trajes y de la utilería, el olor a polvo húmedo de las salas de La Habana y el olor expansivo de aquella libertad que se respiraba en el tiempo de una puesta en escena.
-¡He perdido el teatro!-me digo como respuesta de lo más grande que dejé en la isla, después de mi familia, claro está.
Pero no lo he perdido del todo. Tengo el recuerdo, la certeza de haber estado durante años cerca de los escenarios donde se decían las verdades escondidas entre ornamentos vacuos. ¡En el teatro todo está dicho!
Termino el café, guardo el libro en mi bolso, pago en la barra y camino hasta un automóvil de instrucción, aparcado en una zona reservada.
Me espera el profesor. Es mi primera clase práctica de automovilismo urbano a mis 44 años.
Nos acomodamos dentro, con los cinturones de seguridad ajustados. Antes de que yo arranque el motor, el maestro me pregunta si he conducido alguna vez. Lo miro alegremente, con brillo en mis ojos, sabiendo de antemano que mi respuesta sería inédita en los días de su vida.
-Sí, un tanque de guerra- aseguré con las manos puestas en posición correcta alrededor del volante.
-Pero…
-Fui tanquista, en el Servicio Militar. Conduje una enorme mole de hierro, un T55 soviético, durante tres años.
Antes de darme la orden de arrancar, el profesor se agarró discretamente de la estructura del coche, y tiró su cuerpo entero hacia atrás, recostando la cabeza en el aditamento previsto para proteger esa zona del cuerpo. La situación parecía una escena de teatro del absurdo, aunque no había una mentira detrás. Más tarde, al regresar de las clases y comprobar que no habíamos derribado la ciudad, invité al instructor a tomar un café en el mismo bar y allí le conté que nuestras vidas, en el Caribe, están llenas de situaciones realmente maravillosas, que el surrealismo allí es pan diario.
¡Y en Cuba más!


Nota: (foto del autor del blog). La imagen corresponde a La casa vieja, puesta en escena de Teatro de Dos sobre un clásico contemporáneo del teatro cubano, del dramaturgo Abelardo Estorino. Con este montaje, Teatro de Dos obtuvo un premio en el Festival Nacional de Camagüey en 1998.


jueves, 24 de diciembre de 2009

Oh, familia, ¿dónde estás?(Cuento de Nochebuena)


Se llama Antonio y espero que en estos momentos esté descorchando una ampolla de cava, la bebida catalana por excelencia, el champán “del patio” al que siempre hay que reservar un espacio en la nevera.
No logro ubicarlo en el tiempo sin dibujarle la copa de cava en las manos, porque Antonio es de buenos modales y buenas celebraciones, catalán abierto al mundo -¡qué listo, hombre!- y especialmente a las culturas latinas.
Amante de la música y la gastronomía lusas, llevaba en el coche a Dulce Pontes mientras viajábamos por la autopista AP7 que nos traía de vuelta a Barcelona, luego de un fin de semana en su casa de la Costa Brava. Miró la hora en la pizarra del automóvil y le dio un toque hacia abajo al volumen de la música, dos puntos menos a la voz de los fados, tan tranquila compañía, tan melodiosa sin llegar a ponernos tristes. No había por qué estar triste después de una comida familiar en el jardín de su casa, todos disfrutando del sol de otoño y brindando con vinos y cava por el solo hecho de estar allí, cerca del mar, lejos de los malestares de la vida cotidiana.
Entrábamos a la ciudad con la noche cerrada del todo; habíamos perdido la caravana de los coches que traían al resto de la familia. Hubo un percance antes de salir. El gato persa que también pasaba los fines de semana en la segunda residencia no aparecía. Antonio decidió quedarse conmigo hasta que apuntara el pelaje, y así fue, media hora más tarde, cuando el felino decidió entrar por la puerta particular construida a escala solo para él. Ese hecho nos llevó a regresar solos con mucha más calma que el resto, ya de noche, el gato persa, Antonio, Dulce Pontes y yo.
Entonces Antonio intuyó algo que podía ser imposible.
-¿Alguien te ha enseñado la Sagrada Familia?-preguntó suavemente.
Yo llevaba un mes en Barcelona y nadie me había enseñado la Sagrada Familia. Ni yo había sentido la necesidad de buscarla. Debió ser que no tenía urgencia por conocer algo que formaría parte de mi vida definitivamente, algo que está ahí siempre erguido en el paisaje urbano y que parece tan imposible como lo real que es. Había visto de lejos ese capricho gaudiano proyectado con las mismas cuotas de complejidad que se exigió el Modernismo, pero este santuario superaría en el tiempo todas las expectativas del arquitecto.
-No-respondí-. La verdad es que no. Nadie ha tenido esa deferencia todavía.
-Pues esta noche no dormirás sin verla de cerca.
Hace ochos años, aproximadamente, este señor me llevó a pie de calle ante el majestuoso edificio. Estaba iluminada la fachada más antigua y la más acabada, y la otra entonces permanecía indefinida y oscura.
-¿Todavía en construcción o es que se ha caído algo?-pregunté ingenuamente refiriéndome a las grúas que sobrepasaban los picos de piedra del conjunto religioso.
-Es posible que tus nietos, cuando los tengas, vean esto acabado. Pero ni tú, y mucho menos yo, veremos el final. El matiz fundamental de esta obra es la propia construcción- sentenció Antonio con una mezcla de orgullo y tristeza.
Cuando ocurrió aquella escena discreta e importantísima en mi vida –Antonio no sabe bien lo que hizo-, mi padre aún vivía, mi madre, en Cuba, comenzaba los preparativos para deshacerse de nuestra casa familiar y mis hermanos estaban ya dispersos por el mundo. Nuestra nación se había vuelto un desgranado de maíz y, como consecuencia, se estaba perdiendo el abrazo familiar, sagrado y confesional.
Detrás de Antonio y de mí –nos quedamos en silencio como bobos- estaba el gato persa dentro de una jaula, el elegante felino que nos acompañó en el viaje sin chistar. Su paseo furtivo al caer la tarde fue el causante de que perdiéramos la caravana y me llevaran de la mano, casi con los ojos vendados, a conocer la Sagrada Familia.

lunes, 21 de diciembre de 2009

El sabor más efímero



El destino me ha situado otra vez al nivel del mar. Aquí no nieva, aunque lo he visto en estas mismas calles un par de años locos, lejanos ya en la memoria por suerte para quien escribe estas líneas. Una mañana del ¿2005? abrí la ventana de atrás de un ático a los cuatro vientos en el que vivía y me sorprendió el paisaje blanco. El Tibidado, a unos 400 metros sobre el nivel de la costa, parecía un absceso congelado al final de la vista que tenía en mi habitación. Me había acostado a dormir con la montaña mágica encendida como una tarta de cumpleaños, y me desperté con ella hecha una copa glacial por donde, imaginariamente, bajaban rápidos esquiadores de temporada, dejando una estela parecida a la que se ve en el cielo cuando pasan los aviones a una gran altura.
Me han contado que, hace muchos años, Barcelona sufrió –mejor, vivió- una gran nevada, tan espectacular que la gente aprovechó las calles Muntaner y otras que bajan de los pies del Tibidado para esquiar, como mismo se hace en las pistas oficiales de Andorra la Vella. Se fracturaron muchos tejados en la gran nevada de esta ciudad y también se congelaron las tuberías de agua caliente sanitaria. Es inusual, repito, encontrar aquí el añorado paisaje blanco que daba hoy al mediodía la televisión española. Porque en estos momentos más de la mitad del país, incluyendo Madrid, está helada, escarchosa, obstruida también. Es una preciosa estampa la que vemos en la tele, estacionaria estampa incluso a unos pocos kilómetros de donde vivo –el interior de Cataluña también se pone blanco-, pero lo malo de todo esto es que la gente no puede llegar a sus puestos de trabajo, escuelas y fábricas.
La primera vez que vi la nieve no era tal, sino algo parecido a lo que sucede cuando uno descongela el refrigerador –aquí se llaman neveras y actualmente se descongelan solas-, cuando queda un granizo tan efímero que apenas se puede admirar. Fue el mismo año en que llegué, en 2001, y me impactó tanto ver la caída del cielo de una lluvia de escarcha que rápidamente me emocioné y me senté en un bar del centro de la ciudad –de la parte más parecida a París-, en una mesita que estaba vacía al lado de un enorme mirador de cristal. Estaba solo, desubicado en aquellos tiempos. Me sentí tan feliz por estar allí leyendo el periódico a las siete de la noche con un café con leche entre las manos, que cuando estuve de vuelta a casa escribí un relato dejando claro en el papel mi momento histórico.
Pasaron varios años y la nieve que podía acercarse a Barcelona se deshacía antes de tocar tierra, excepto aquel año ¿2005? manoseado por el dibujo clásico navideño de la montaña del Tibidado blanca como la masa de coco. Como me domina la pereza siempre, esa vez no fui a tocar la nieve cuajada, un viejo sueño que se me resistía. Y era muy fácil llegar a ella, en un tren intraurbano parecido a un metro que se podía tomar casi en la esquina de mi casa. Juzgué como una provocación ver la nieve a lo lejos –a unos cuatro o cinco kilómetros- y entonces asumí el turno del ofendido y le dije:
-¡Volverás! Te encontrarás conmigo sin que ni tú ni yo hagamos resistencia. Me encontraré contigo tal vez andando por la vida, pues siento que la vida me pondrá en tu ruta.
Así fue. Unos años después, mi suegro me llevó a Andorra la Vella como mismo en Cien años de soledad el padre de Aureliano Buendía llevó a su hijo a conocer el hielo, a conocer una piedra de hielo en el ámbito de un circo ambulante.
Ellos se ríen todavía cuando, en las sobremesas, recordamos el viaje y lo primero que hice al detenerse el coche en la base de una pista de esquí. Salté del salpicadero como si llevara un paracaídas, caí en cuclillas, agarré con una mano enguantada una porción de nieve y me la llevé a la boca. La probé, literalmente la probé y la mastiqué.
Todos pusieron cara de asco. Es cierto que muchos automóviles pasan por ahí con las ruedas sucias. Yo no había pensado en eso. Solo recordé automáticamente las jornadas de domingo en las que descongelaba el refrigerador soviético de mi casa en La Habana y me llevaba la escarcha a la boca. Sabía mal aquella, sabía a gas refrigerante y a pescado sin descamar y duro como un palo, un sabor que no tiene símil ni otra traducción.
La nieve, sin embargo, sabía a lejanía, a la confirmación del encuentro natural entre un hombre y un derrotero.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Carmina Burana y/o el erotismo



Adelantado a la función inaugural de esta noche en L’Auditori, puedo decir que prácticamente desayuné un puré de sustancias extrañas cuando me presenté a las once y media de la mañana como parte de un público selecto –no por refinado- en el ensayo general de Carmina Burana.
A esa hora el cuerpo no es capaz de asimilar totalmente todo lo que le den. Más si, como hice yo, el “respetable” se tiró un poco tarde de la cama. Pero fue una experiencia diferente, supongo, por el estado de ánimo, diferente a la que tendrán por la noche todos en la sala principal de esta importante institución barcelonesa.
Cuando digo “puré” me refiero a lo suave que entró el espectáculo por todos los sentidos –se olía a primavera, a pesar de los siete grados húmedos y grises que había afuera. La Fura dels Baus es un grupo especialista en lograr lo espectacular asumiendo el riesgo de la lucha contra la fuerza de gravedad, utilizando aparatos y mecanicismos en general que no por arriesgados dejan de inspirar confianza. Estamos hablando de un ambicioso montaje de Carlus Padrissa en el que los personajes literalmente vuelan o se sumergen en un estanque de cristal. Una puesta en escena tan sensual –la primavera, repito, es la premisa- que ofrece el desnudo del cuerpo humano en perfectas dosis, planos físicos e ilusionismo.
Pero el gran logro de esta cantata universal, compuesta por el músico alemán Carl Orff, está en la combinación de las imágenes visuales con la presentación in situ de una orquesta sinfónica y un coro.
Hoy en día si alguien quiere ser postmoderno tiene que echarle manos al recurso multimedia, a las proyecciones de imágenes y el ilusionismo cirquero de toda la vida. En este apartado, hay que decir que fue perfecta, primero, la fabricación de las imágenes, y luego la sincronización de éstas con las acciones. El creador quiso tener a la filarmónica dentro de un cilindro de tela traslúcida; la coral a ambos lados, divididos por sexos, y algunos actores que se escapaban al patio de butacas. O sea, también interactividad teatral. Elenco gigante –contando a la orquesta y el orfeón-, dispositivos de imagen –incluyendo el retroproyector-, gigantismos creados con una grúa que unas veces se ve y otras no se ve, y perspectiva en cenital sin que el espectador se mueva de su asiento de platea baja.
¿Cómo lo lograron?
Pues el cilindro es flexible y cambia la perspectiva.
Incluso se aprovecha como ambientación el sonido de los motores que mueven el cilindro. Todo se esconde y todo se descubre a conveniencia.
Habría que elogiar la actuación de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León dirigida por Alejandro Posada. Al Orfeón Pamplonés por el magnífico acoplamiento de su oficio a la magia del espectáculo, y, principalmente, habría que destacar el trabajo audiovisual de Full Animation, la empresa que, como es regular, participa en los montajes esperpénticos de La Fura dels Baus.
Y, faltaría más, la entrega en cuerpo y alma de los solistas del bel canto, todavía a media potencia, pero magníficos interpretativamente a tan tempranas horas. Se estarían reservando para la inauguración oficial en Barcelona, que tendría lugar unas horas después.
Algo además para agradecer sinceramente –como todo aquí- es el subtitulaje de los cantos originales en latín. En Barcelona los han puesto en catalán, y es de suponer que en el resto de España salgan las letras en castellano. Cosa curiosa: no es subtitulaje, sino sobretitulaje, ya que el panel cuelga del techo.
El director Carlus Padrissa ha aprovechado el recurso operático de los cambios de escena en los que queda un margen vacío, algo necesario ya que resultaría imposible esconder el andamiaje pesado de esta obra que transcurre en un acto. Hasta ahí estamos de acuerdo.
Lo que sí noté que el escenario resultó pequeño. Quizá el cilindro –eje central- haya sido proyectado para una sala con mayores dimensiones. Soy curioso y me fijé en que el orfeón estaba abigarrado en los laterales; se ve, por mucho que la propuesta visual se decante por el efecto túnel.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Líneas de conexión



El Auditori de Barcelona se prepara para estrenar el próximo miércoles otro de los mega espectáculos del conocido grupo La Fura dels Baus. El colectivo catalán, que trabaja habitualmente el expresionismo, con grandes despliegues de figuras mecánicas a tamaño ultra humano, inaugura aquí su versión de Carmina Burana, luego de presentarla a principios de agosto en el País Vasco.
Da la coincidencia de que en estos momentos la cartelera teatral de Barcelona cuenta con tres espectáculos bajo el mismo título, incluyendo el de La Fura…Tres propuestas diferentes artística y estéticamente, una en el Fórum, otra en el Palau de la Música y ésta en el Auditori.
Un breve y casual chateo en Facebook con un amigo ha cursado la invitación para el miércoles al ensayo general con vestuario. Estuve viendo el tráiler del espectáculo –también enlazado en Facebook durante el chat- y parece una “invasión” de otro mundo, de ese mundo onírico que se presenta cuando nuestras mentes “descansan” con placer en la nocturnidad de un domingo. Al parecer, las imágenes multimedia de Carmina Burana me dejaron encendido un dispositivo surrealista que se activó anoche. Me vi envuelto en una navegación forzosa por mares del Trópico de Cáncer, en una mole de hormigón armado que se desplazaba sin rumbo. Como estábamos al pairo, el tiempo en el que transcurría la escena no tenía indicios de desasosiego, pero sí había una dinámica interior –quiero decir: dentro de la nave- apurada y tensa. No había violencia, sino personas que se escondían detrás de ventanas rotas, desnudas y semidesnudas; las personas, claro.
Una de esas figuras era mi mujer, extraordinariamente desenfadada –sin cabreo- ante tanta ausencia de vestuario, porque había otras mujeres, reales y surrealistas, buscándome para jugar. Capturé a una ante los ojos de mi mujer, sin que la joven ofreciera resistencia. Pero la capturé a través de unas persianas introduciendo mis brazos. La chica se apoderó de mi mano izquierda, se llevó mi dedo índice a la boca y comenzó a saborearlo. Mi mujer observaba como parte de la normalidad de las acciones. La nave avanzaba surcando un mar tranquilo en el momento en que desperté.
Hice un café y, como siempre, encendí el ordenador. En la columna de gadgets de la derecha de Windows Vista apareció de forma aleatoria una foto en la que yo estaba en la bodega de un barco. La imagen, en la que comparto una copa con el marido de una amiga de mi mujer, fue tomada hace aproximadamente dos años dentro de la barriga del Naumon (antiguo Arold), el carguero noruego que La Fura dels Baus compró para realizar sus espectáculos marítimos en diferentes puertos del mundo.
En aquella ocasión, fuimos invitados a una fiesta de jazz que se celebraba a bordo del Naumon, fondeado entonces en la rada de Barcelona. Nos había convidado el mismo amigo del Facebook, que es uno de los creadores de las escenografías del grupo expresionista catalán. Un dibujante excelente que había trazado en blanco y negro los rostros de antológicos jazzistas de escala mundial.
Un rato después del café, buscando información sobre el Naumon, descubrí que la nave se había construido en un astillero noruego en 1965, el año en el que vine al mundo.


Foto: Rosa Anna Frutos

sábado, 12 de diciembre de 2009

El último apologista de Castro



No es casual que cada edición haya más presencia cubana en el show televisivo Fama, a bailar, el programa de danza que la cadena privada Cuatro exhibe por las tardes. Por un lado, es lógico, teniendo en cuenta que Cuba es un surtidor fuerte de las artes escénicas y la música, y, por otra parte, el porcentaje de emigrados de la isla crece de una manera imparable, aun con lo complicado que resulta salir de ese país insular.
La presencia permanente de una profesora de baile contemporáneo, Marbelys Zamora, asentada en España hace años y legendaria corista del programa Crónicas Marcianas, más su ayudante de cátedra, el joven Karel Marrero, a quien este redactor vio bailar en los años 90 en Holguín, en el grupo Codanza, del oriente cubano, y en estos momentos la sobresaliente figura de una bailarina que, por su acento, parece de Santiago de Cuba, Yaima, también de la denominada generación Y (griega), todo esto nos lleva a pensar que en buena medida el espectáculo televisivo se aprovecha del tópico caribeño.
En estas páginas he hablado de tal circunstancia, porque me llama la atención como cubano y espectador interesado en la danza. Ahora bien: he escuchado dos veces al profesor Rafa Méndez, canario y con desafortunado método coercitivo de magisterio, alabar a Fidel Castro. Si él se ha inspirado en el dictador, porque sus maneras humillantes se parecen a las del caudillo cubano, debería dejar esos comentarios para su casa o sus reuniones privadas. Bastante tenemos con ver cómo algunos políticos del mundo abrigan al anciano que se apropió de nuestro país, para que en un programa vespertino y aparentemente artístico se le haga apología a un déspota.
Rafa Méndez lo ha hecho de manera gratuita y deliberada. No creo que la cadena televisiva se lo marque como “tarea”. En dos ocasiones, que sepa yo, y aprovechando mensajes SMS de los televidentes, después de la frase “Viva Cuba” ha acotado:“Viva Fidel”. No, señor. Eso déjelo para sus fiestas privadas. O permute de país y exprésese ampliamente allá en las llamadas tribunas antimperialistas.
Perderá audiencia si sigue alabando a Castro. Ya hay mucha gente enterada de por dónde van los tiros del “Comandante”.
No sé qué pensará Yaima de esto. Las dos veces, en mensajes de texto relacionados con ella, ha dado la callada por respuesta. Sé que a los alumnos les hacen firmar contratos de comportamiento y los pueden echar si la dirección lo entiende pertinente, pero un profesor tampoco puede sacar de contexto un programa de danza para adorar a un nefasto personaje.
Sin embargo, lo hace.

martes, 8 de diciembre de 2009

Reina de la noche



La penúltima vez que la vi fue en un bar que ya no existe. Yo tomaba aguardiente y ella algo suave, recostados a una barra larga donde Jose despachaba de todo: cócteles, chistes y chismes de sociedad.
Sus pocas palabras se tomaban el tiempo necesario para redondear algo o inaugurar un sendero en el que después nos quedábamos el camarero y yo. No mostraba entusiasmo ni pasión, sino un saber, una adultez, un tono catedrático, como si nuestra conversación se moviera alrededor de conceptos antropológicos más urgentes que una copa de aguardiente en buena compañía. Sabía estar; estaba como un mástil invencible al que habría que abrazar de alguna manera para comprender la noche, más que para poseerla.
Inspiraba respeto y misterio al mismo tiempo. Su elegancia era el desmentido perfecto de los estereotipos que acompañaban a su tez negra; era orden, contención, circunspección, doctorado y magistratura de los roces sociales, pues tenía ese punto agradable que no lo da todo en primera instancia e incita a investigar. Detrás de ese cuerpo espigado y esos perfectos ademanes comedidos había una voz dispuesta a cantar boleros, son, feeling, trova, canción. Por un momento cerré los ojos tratando de recordarla en la pantalla de un televisor. Aproveché cuando fue al baño para cerrarlos mientras Jose me decía:
-No te empeñes. Canta el sábado que viene cerca de aquí.
El barman se dispuso a cerrar y ella educadamente recogió su cartera.
-¿Vas lejos?-pregunté.
-Tomaré un taxi-contestó.
Salimos y la acompañé en la acera hasta que llegó uno y ella estuvo dentro. Me dijo adiós con una mano y se alejó.
Habíamos estado hablando de lo duro que es emigrar a cierta edad. Ella había sido una cantante importante en Cuba y aquí intentaba buscarse un lugar con su debido respeto. Respeto que merecía, como Jose y como yo.
La volví a ver este último sábado.
Yo gritaba en una manifestación que se proclamaba en contra de una dictadura de calendas griegas. Yo estaba en primera fila y ella también, pero la tenía enfrente. Ella apoyaba esa dictadura.
La recordé en la barra del bar, su dignidad llevando la piel negra, la piel de sus ancestros que le dieron un sentido especial del ritmo, para que ella jugara a su gusto con la melodía. Recordé su estilo infranqueable y seductor, su misterio al colocar las palabras, su aceptación y deferencia al despedirme con un saludo sin fecha de caducidad a través del cristal del taxi.
Todavía me pregunto si estoy hablando de la misma mujer.
Para salvar las imágenes del momento en que parábamos un taxi, por la elegancia con que esa mujer entró en el compartimiento posterior de un automóvil y esperó a que yo cerrara la puerta, prefiero pensar que ella estaba equivocada de lugar en la manifestación. Voy a pensar así hasta que la vida me demuestre lo contrario.

Nota: Esta historia es real.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Tengo algo que decirte




Para ti, que te empeñas en desacreditarme, en desacreditarnos ocultando tu rostro: Grité a todo pulmón, me sentí satisfecho de haber expresado mi dolor por los presos políticos que están en las cárceles cubanas.
Para ti, que no respetas la tragedia de un país con sus familias divididas, un país con un altísimo por ciento en el exilio, con más de tres generaciones segregadas por culpa de las ansias de poder de un par de hermanos déspotas.
Para ti, que maldices al franquismo y simultáneamente apoyas a otro dictador, a otro sistema tan cruel como el que gobernó en España durante 40 años.
Para ti, que me sigues los pasos ejerciendo el terrorismo solapado, porque sé que me conoces y no acabas de dar la cara.
Yo sí estuve ayer en la manifestación y constaté que la gran mayoría de los que teníamos enfrente tildándonos de "gusanos" eran ancianos de los partidos y sindicatos comunistas españoles. El grueso de los cubanos estábamos del otro lado.
No importa cuántos éramos. Lo más importante es que cada vez se suman más a la denuncia del castrismo; así, con todas sus letras, para seguir el sentido de lo que significa el apellido Franco.
Había dos muchachas muy jóvenes que llegaron desde otra provincia, en el tren, sin conocer a nadie aquí en Barcelona. Se enteraron por las redes sociales de internet y sintieron la obligación de gritar como yo a viva voz que basta ya de represión y usurpación de nuestros derechos nacionales. Las muchas estuvieron en primera fila a cara descubierta. Tienen 25 años. No guardan odio en sus adentros.
Toma nota, tú, el que se molesta tanto cuando un hombre pacífico y progresista como yo ejerzo mi voluntad en contra de la mal llamada revolución cubana.
Aquí te dejo un par de fotos tomadas por mí desde el lado en el que yo estaba, para que veas, en primer lugar, nuestra bandera cubana pulsada con fuerza por un exiliado, con sentimiento patriótico, sin temor; y en segundo lugar a los empecinados en defender lo indefendible, a estas alturas, españoles a los que el gobierno de la isla les ha tomado el pelo. O no.
Hoy me siento más de aquí y más cubano que nunca gracias a la libertad de expresión.
Recuerda que algún día, como sucedió en los extintos países socialistas, todos estaremos tirando del mismo carro.
No te empeñes en pisotear mi dignidad porque terminarás pisoteándote a ti mismo.











viernes, 4 de diciembre de 2009

Nuestro puente de la Inmaculada

Encontré esta convocatoria para mañana sábado en el portal informativo sobre asuntos cubanos que lleva Ernesto Hernández Busto, un intento más, la citación, de denunciar la larga dictadura que todavía hoy persiste en Cuba. No solo eso: también este acto cívico y pacífico se propone llamar la atención sobre la errada política exterior del actual gobierno español hacia la isla, arropadora de una tiranía con claros tintes dinásticos, en pleno siglo XXI.
Las cosas allá siguen igual o peor, involucionan con episodios de repudio a ciudadanos pacíficos, a la usanza de los terribles años ochenta en los que fuimos sacados de los colegios para insultar y golpear físicamente a quienes decidían entonces abandonar el país. ¡Es increíble! Pero cierto.
Reproduzco abajo el aviso:

Convocatoria a manifestación en Barcelona


Muchos ciudadanos cubanos, españoles y de todo el mundo observamos con alarma el aumento de la represión en Cuba.
A la lamentable situación de más de 200 presos de conciencia y la sistemática violación de los derechos humanos en la isla, se suma ahora el regreso de los tristemente célebres ‘mítines de repudio’ contra disidentes y blogueros independientes. Y mientras esto sucede, la política española hacia Cuba ha pospuesto el diálogo con la sociedad civil y la defensa de las libertades fundamentales, reduciendo las relaciones con la isla a los vínculos comerciales y oficiales con el gobierno castrista.
Quienes vivimos en sociedades democráticas no podemos dejar de protestar ante estos hechos. Es nuestro deber mostrar un mínimo de solidaridad con las personas que en Cuba han salido valientemente a la calle a defender sus derechos, que son también los nuestros como cubanos, deseosos de un cambio político y un mejor destino para nuestro país.
Por todo ello, bajo el lema CUBA: CAMBIO YA; NO MÁS REPRESIÓN un grupo de exiliados cubanos hemos decidido convocar una manifestación pacífica ante el Consulado cubano en Barcelona (Paseo de Gracia, 34), el próximo sábado 5 de diciembre, a las 12 del día. Esta iniciativa se suma al “Maratón Internacional por los Derecho Humanos en Cuba” que bajo el lema “Por Ellos. Por Todos. Derechos Humanos en Cuba” ha convocado a protestas para ese mismo día en más de 10 ciudades.
El día 5 leeremos también una carta abierta al presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, pidiéndole que apoye las voces disidentes en Cuba y exija al gobierno de Raúl Castro el cumplimiento de los DD HH y los principios democráticos más elementales.
Ilustración: cortesía de Vincenzo Fagnani.

martes, 1 de diciembre de 2009

Xenofobia (Nota de la Redacción)



Vueling y Cía.

Después de varios años sin notar en carne propia la discriminación por ser extranjero, di de bruces con esa desagradable diferencia.
Rumbo a Madrid, en la puerta de embarque de Vueling, luego de haber pasado los controles de seguridad aérea, pues facturamos electrónicamente desde casa, me negaron la entrada al avión porque no llevaba mi pasaporte. Me enteré allí mismo de que la tarjeta de residencia en España o NIE, un documento de identidad nacional emitido por la policía de este país, no vale para los aviones en vuelos domésticos. Desde hace unos pocos días es obligatorio presentar el pasaporte.
La vergüenza de que todos los pasajeros miren a uno como un bicho extraño, o, solidariamente, como un pobre diablo, es algo tan duro de procesar que todavía hoy, cuatro días después de la exclusión, sigo penando en silencio.
Es totalmente absurda esa medida al parecer venida de “arriba”. Un extranjero con NIE -(Número de Identidad de Extranjeros), carné equivalente a un DNI ordinario de cualquier nativo, salvo que el primero tiene un tiempo de caducidad- puede desplazarse sin pasaporte en autocares, coches, bicicletas, a pie, pero no en avión. Me pregunto por qué. Los empleados de Vueling no fueron capaces de explicarlo.
Yo viajaba con mi mujer española, quien se quedó en tierra conmigo sin pensarlo y quien, en el momento en que escribo estas líneas, tampoco comprende el absurdo.
Perdimos el vuelo, pero no solo eso, sino además el dinero.
La única solución que nos ofreció la compañía aérea fue tomar el vuelo siguiente, pagando un plus por “descuido”. El vuelo siguiente salía en media hora. Ni viviendo en el Prat, el poblado más cercano al aeropuerto, daba tiempo de buscar el pasaporte.
Salimos muy disgustados de allí, luego de que yo emplazara al joven que daba la cara detrás del mostrador de la empresa. No había disculpas, no había compensación. Eso es así y basta.
-¡Deberían destacarlo en la página web!-le recriminé al empleado y le di la espalda.
Se hizo silencio.
Es cierto: no está destacado. Solamente encontramos una ligera alusión a la nueva medida restrictiva en el correo electrónico que emite el billete, y es la siguiente, en letra pequeña, dentro de un conjunto de acápites:

“5. En facturación, deberás presentar el DNI o pasaporte en vigor. Te recordamos que en vuelos internacionales los menores (de 0 a 18 años) deben presentar documentación para volar. Consulta la documentación requerida en el Centro de Atención al Cliente”.

Seamos honestos: ¿Quién se lee la letra pequeña?
Casi nadie.
¿Y por qué no podrían decir explícitamente que el NIE no vale, si muchas veces, en lo coloquial, se confunde DNI con NIE?
Esta situación se produce después de que los extranjeros regularizados en España hemos viajado con esta y otras compañías infinidad de ocasiones con la tarjeta de residencia, no solo en territorio nacional, sino además desplazándonos a otros países del área comunitaria. Yo lo he hecho sin problemas, aunque, para “volar fuera”, y por sentido común, siempre llevo el pasaporte.
Invito a que los portadores de NIE no tomen nunca más un avión en vuelos nacionales. Así las compañías perderán una parte de la clientela, y entonces se molestarán en reclamarle al gobierno o a quien sea.
En el AVE se viaja mejor, más cómodo y con menos incordios en sentido general. Lo digo yo que llegué a Madrid al día siguiente en este tren.
No me importa el dinero. Aunque debía importarme.