lunes, 26 de septiembre de 2011

Adéu, matadores


La Monumental de Barcelona cierra sus puertas centenarias con una trifulca a favor y en contra de la tauromaquia

Por si no bastara con la ardiente polémica en torno a la lengua catalana como única y vehicular en las escuelas de la comunidad autónoma, el asunto de los toros aquí también está dividido y crispado. Un ámbito que pareció inamovible –más que eso: intocable- durante toda la vida en España, ha dicho adiós oficialmente el pasado domingo en la histórica Monumental, el primer coliseo taurino en importancia en la capital catalana.
Con un cartel de lujo –según los entendidos- encabezado por el matador madrileño José Tomás, que se hizo famoso hace muchos años en esta misma plaza, la fiesta de clausura se encontró en la calle con el fuerte movimiento anti taurino que está dispuesto a eliminar las corridas en toda la geografía peninsular –en Canarias ya fueron barridas también por ley- y a borrar de los tópicos turísticos esta manifestación sin duda sangrienta, que está a mitad de camino entre el arte y la barbarie.
Por eso, algunos manifestantes, en contra, se presentaron allí con el rostro teñido de rojo, y gritaron ¡vivas! a un peregrinar que no terminó hasta el Parlamento Catalán, que el 28 de julio del año pasado, por mayoría de votos, dictó la prohibición de “los toros” en la región y la hizo cumplir.
Otros a favor, plantaron cara en la vía pública, al pie de la Monumental, propugnando una tradición que justificó la construcción de dos plazas grandes en la Ciudad Condal: La otra, Arenas de Barcelona, conserva solo su fachada y en su interior han inaugurado recientemente un gran centro comercial con todo tipo de tiendas y restaurantes.
De manera que los toreros locales se están yendo a lidiar al sur de Francia, en ruedos equidistantes -e incluso algunos más cercanos- con respecto a Madrid. Porque catalanes toreros, de haber, los hay.
Es curioso cómo un tema lógicamente espinoso a día de hoy (muy lejos nos quedan las lecturas sobre las pasiones taurinas de Ernest Hemingway), ha sido capaz de dividir a ciudadanos que por otra parte comparten identidad nacionalista, defensa de un territorio y defensa de la lengua autóctona. Las bofetadas, literalmente, que se vieron este domingo en la calle recordaron de cierta manera a la Guerra Civil Española, en la que incluso hermanos de sangre llegaron a enfrentarse.
Pero esto parece no quedar aquí. Habrá apelaciones para restituir las corridas.
Sin que me gusten “los toros” ni sea capaz de ir a verlos aunque me regalen la entrada, no estoy a favor de las prohibiciones. Con la Monumental abarrotada para el cierre, con un cartel del evento que pintó el artista plástico Miquel Barceló y que desapareció rápido de todas las vallas publicitarias de la ciudad –para futuras subastas, tal vez-, y con los manifestantes afuera enfrentados a sus adversarios con pasión, quedó demostrado que han arrancado un pedazo de la piel de esta ciudad, nos guste o no el espectáculo taurino.
El primer cartel de la Monumental de Barcelona, ruedo ubicado en la Gran Vía, se colgó en el año 1914. En el 39 debutó el famoso Manolete y ahora, en el 2011, acaba de lanzarse la última estocada, a cargo del temerario José Tomás. Queda por ver en qué cosa convertirán esta plaza.
De todas maneras, su nombre lo sigue llevando una de las paradas de metro de la línea 2.

Foto de Alberto Estévez (EFE), tomada de El País.
El diestro José Tomás, con su traje de luces y coreografía necesaria, mata a un astado de la ganadería El Pilar, este domingo, en el cierre de la Monumental. El cartel lo compartieron los toreros Juan Mora y Serafín Marín, este último, un catalán. Imágenes como éstas son bastante frecuentes en la televisión española, donde hay programas dedicados a la tauromaquia.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Diez años en Barcelona



La isla se multiplica a pesar de todo

Alguna vez conté que, de Cuba, salí fugado. Salí mintiendo, como suele sucederle a muchos compatriotas que no utilizan el sexo o el naufragio como vía de escape.
Pero entonces, hace diez años, no sabía que estaba escapando.
Un magma de simulaciones durante toda mi vida había logrado ocultar el verdadero sentido del viaje. Ni yo mismo sabía que iba camino a la libertad individual. Sin vocalizarlo, porque no fue preciso, me creía un emigrante, uno más en la historia de la humanidad.
Con el tiempo descubrí que era un exiliado político, toda vez que el lugar de origen exigía una serie de condiciones –concesiones de mi parte- que debía cumplir para regresar cuando quisiera; entre ellas, el silencio.
Es sabido que, de la isla, no se sale ni cuando uno quiere, ni hacia el lugar escogido. Sencillamente uno huye de allí, por mucho que duela decirlo.
Barcelona, pues, fue un destino casual.
Llegué una noche lluviosa en fiestas de la Mercè, la patrona de la ciudad. Había, como ahora mismo que escribo, verbenas por todas partes, cañones de luces en las plazas, fuegos artificiales, música y, en fin, diversión. Un buen comienzo, sin lugar a dudas. Luego, en la misma medida en que el recuerdo de Cuba, lejos de menguar, se acrecentaba, recurrí al sincretismo religioso del Caribe para lograr establecer las razones de mi presencia en esta ciudad. Fue fácil: ahí estaba Obbatalá, vestida de blanco, simbólica Virgen de las Mercedes en el panteón yoruba.
Era asombroso que yo estuviera pensando en eso, si nunca había sido santero ni conocía apenas la santería.
Pero hay líneas de conexión entrelazando los pasos de la vida.
Mi tesis de grado en la Facultad de Periodismo de La Habana había tocado sin querer a los yorubas, a través de la figura del mítico sonero Arsenio Rodríguez.
Entonces forcé -¡cómo no!- el vínculo entre dos realidades aparentemente muy lejanas, para agarrarme a algo, a algún sentido de las cosas que mitigara la áspera circunstancia del exiliado.
Cuando pasó todo lo que tenía que pasar, y por fin logré obtener un pasaporte que me abriera las puertas al mundo, viajé a Miami, la tierra prometida, para comprobar con mis propios ojos todo lo que me habían dicho del enemigo que, supuestamente, está allí.
Pero ese viaje, para la familia de mi mujer y para algunos amigos españoles, no tenía un sentido importante. Superficialmente dijeron que me había ido de vacaciones.
Por supuesto que me molesté pero, cuando pasó el cabreo, pude comprender que estas personas me estaban asumiendo como un ser normal, uno del montón, y ahí estaba la verdadera esencia del lugar que ocupo en el espacio.
Ellos mismo me ofrecieron la visión que solo puede dar el ojo de afuera:
¡Por fin, al cabo de diez años, yo estaba integrado en el paisaje social!

Foto de Rosa Anna Frutos
Un típico mercado de abastos barcelonés, con estilo modernista. Mi nuevo paisaje urbano.

jueves, 22 de septiembre de 2011

América en blanco y negro



Es muy curioso: La misma noche en que media España estaba pendiente del televisor para ver en directo a Lenny Kravitz, en un patíbulo de Georgia, Estados Unidos, suministraban una inyección letal a otro afroamericano, Troy Davis, que llevaba veinte años en el corredor de la muerte acusado de asesinar a un policía.
Así es la vida de caprichosa y así es la suerte de cada cual. El cantante e instrumentista neoyorkino, todo un gentleman del rock, un ídolo de masas, un seductor, estuvo radiante en El Hormiguero, el programa de Pablo Motos que, de la Cuatro, acaba de pasar a Antena 3. Lenny es muy simpático, además de excelente vocalista. Tiene el mundo a sus pies –bien merecido, claro- y ha podido disfrutar de las caricias de una de las mujeres más bellas del Planeta, la entrañable, aunque no la conozco, Nicole Kidman. Pero digo más: El mulato de eternas gafas oscuras demostró ser bastante culto en temas étnicos a nivel mundial, extrovertido en un plató de televisión pero con la envidiable medida de agradar y no pasarse ni un pelo. Ha venido a España a presentar su noveno disco, titulado, precisamente, Black and White, América.
Mientras –y resulta imposible no recurrir al paralelismo de las horas que transcurrían antenoche-, Troy Davis terminaba sus días a los 42 años, de ellos 20 vividos entre rejas. Por mucho que se declaró inocente y que su caso logró dividir abismalmente a la opinión pública norteamericana, por mucho que se recogieran miles de firmas en todo el orbe para condonar su ejecución, la ley estadounidense no dio un paso atrás en la hora cero. Por mucho que siete testigos presenciales se retractaran a fin de cuentas, por mucho que hasta el Papa pidiera clemencia.
Las últimas palabras del afroamericano Davis fueron para la familia del policía asesinado, indicando una vez más su inocencia.
Lenny Kravitz, casualmente, en la entrevista de televisión, dijo haber sido confundido cierta vez, en plena calle, con un ladrón de bancos. Le detuvo violentamente la policía hasta que llegó una viejecilla que fue testigo ocular. La señora se le quedó mirando -narró el artista-, hasta que despejó la duda. “No, no es este señor”, pero continuó observándolo como si lo conociera de algún lugar.
El tiempo, la vida, quizá, algún día aclare la presunta inocencia de Davis, porque el ya difunto pidió a sus familiares y amigos que continuaran investigando.
Mientras tanto, el afroamericano Lenny Kravitz seguirá cosechando éxitos en ese mismo país donde las cosas cotidianas suelen ser muy extremas.

Foto del autor tomada de la televisión
Lenny Kravitz, antenoche, en un intercambio de gafas en el programa de Pablo Motos.
Vea aquí la entrevista al rockero.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Two Brothers*


A María la conocí en el Starbuks de Las Ramblas, una tarde desorientada, como muchas tardes en aquella época en la que yo era un emigrante sin pedigrí. Al salir de la cafetería, seguí con ella por la calle Portaferrissa y después por Petritxol. Mi olfato estaba obcecado en el apareamiento, aunque luego, cuando obtuve su teléfono, no llamé.
Pasaron dos semanas.
María marcó mi número y dijo algo así como “¿qué pasa contigo?”, y me invitó a salir, o fui yo quien invité, pero de su boca salió el reclamo de algo que había quedado inconcluso. El sábado siguiente fuimos a tomar algo en una terraza de la avenida Paral.lel, en un bar que está enfrente del Bagdad, el histórico sitio porno de Barcelona donde se puede ver sexo en directo. No estoy seguro de que el bar se llame Dos Hermanos; sí es rotundo, por lo curioso de la escena, que lo regentaban unos gemelos idénticos, bastante serios y terroríficos.
Allí nos besamos por primera vez.
Es muy ruidosa Paral.lel; es el Broadway de esta ciudad, o lo que queda de esa intención farandulera. Las sillas de la terraza eran de aluminio y chirriaban cuando yo me acercaba a María. Pedimos una tónica para ella y un añejo para mí. Sirvió uno de los brothers, mientras el otro continuaba recostado a la barra, también vestido de negro y también con gafas. Detrás de la barra había una pared de espejos que multiplicaba aquellos chicos; era como un juego de cómplices.
¿Sería el bar uno de los teatros de la avenida?
De allí bajamos al metro, que está justo en la esquina del Bagdad. Cambiamos luego para otra línea y llegamos a mi casa, riéndonos de las figuras espectrales que nos vigilaban desde la barra. Saqué una botella de ron de mis reservas e invité a María.
Esa noche hicimos el amor por primera vez.
María, castigando mi duda en llamarla por teléfono, decidió vestirse a mitad de la madrugada y me pidió que la acompañara a buscar un taxi. Debía amanecer en su cama, me dijo.
Después hizo lo mismo varias veces, hasta que conseguí que amaneciéramos juntos.
No tardamos mucho tiempo en buscarnos un piso nuevo para los dos, pero sí en tener hijos. Cuando me decidí –otra vez fui yo el de la duda-, al regreso de un viaje mío de La Habana, la sombra de los Dos Hermanos se instaló otra vez con nosotros. María salió embaraza a la primera, sorprendiéndome, como ejecutiva que es, con un par de mellizos. Fueron una hembra y un varón, procreados de manera natural. Guerreros al final de la gestación, como dimos cuenta en estas mismas páginas.
La foto que encabeza este recuento, pues, es el resultado de una incursión mía en el Starbuks de Las Ramblas, donde había una mujer esperándome sin yo saberlo.

*Así se llama un bar que está en la Avenida del Puerto de La Habana.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Cuatro menos



Una obra de teatro muy "dura” para los cánones oficiales

La mediana sala Tito Junco (Centro Cultural Bertolt Brecht), con capacidad para 288 espectadores, en el corazón de La Habana, completa el aforo rápido en estos días. Han tenido que extender la temporada de Cuatro menos, del dramaturgo Amado del Pino, hasta el 9 de octubre, por el creciente interés del público.
Es muy curioso cómo en un país que mal vive materialmente –con terribles opciones de transporte en una capital de radio tan amplio como Madrid- la gente sostiene el arte por su propio peso espiritual. Sucede con el cine (mucho más masivo), con la plástica y, más incomprensible todavía, con el teatro. A veces incluso no les importa pasar calor, hacer largas colas o saltar por una ventana.
La obra de Amado, llevada a las tablas por el grupo Vital Teatro, bajo la dirección del también actor Alejandro Palomino, entronca con una temática tan demandada allí: el realismo de la vida cotidiana. Dentro de la realidad, ni más ni menos, el autor se atreve a desmontar los procesos de afiliación al Partido Comunista de Cuba, partido único, como es ampliamente conocido. Cuatro menos, en clave docente, es una mala nota para cualquiera. Mala nota para un militante que ha dicho la verdad.
Escrita en 2006, el texto aborda, entre otros ángulos de la compleja posesión del Carné del Partido, la negación de este estandarte a los homosexuales, hasta hace muy poco tiempo, en una Cuba radical que todos, heteros y homos, padecimos de una u otra manera. El público, pues, cabe entender, quiere ver en escena uno de los temas tabú de la isla.
En conversación telefónica, el autor me confesó que no esperaba tanto apoyo promocional para el estreno, aunque, por otra parte, no hubiera escrito Cuatro menos de no tener la certeza de que pudiera estrenarse en la isla. “Ahí se dice que, al PCC, se entra por ausencia de defectos y no por virtudes, y esto es muy fuerte”, comentó.
La “carrera” prolífica de Amado del Pino como dramaturgo me sorprende, sobre todo porque, en el 2001, cuando emigré y fue precisamente él quien me sustituyó en el diario Granma, Amadito era un crítico teatral muy reconocido. Pocas veces se da en una persona la combinación de crítico/dramaturgo, algo que, a priori, parece imposible. Pero los años 2003 y 2004 lo situaron más en el escenario que en el patio de butacas.
Su título El zapato sucio, premio de la crítica literaria, donde aborda recuerdos de infancia en el campo cubano, subió a las tablas en enero de 2003 con Teatro D’Dos, del talentoso director Julio César Ramírez. Al año siguiente, llegaron a coexistir en programación Penumbra en el noveno cuarto (sobre las posadas –picaderos, en España-,tema sensible en la Cuba social), en la sala Llauradó, dirigida por Osvaldo Doimeadiós, y Triángulo (un texto prácticamente en versos, experimental, muy nacional, recién dejado el alcohol), a cargo de Vital Teatro, el mismo grupo que ahora lo sube a las carteleras.
El año pasado, Argos Teatro, de Carlos Celdrán, montó su Reino dividido, que, además de las funciones de Cuba, tuvo otras nueve en gira por España.
Amadito era aquel perfecto acompañante de juergas y borracheras. El que seguía a uno a todas partes donde hubiera una buena conversación y una botella de ron; el que no tenía reparos en manifestarse un mejor escritor de resaca. Hoy no esconde su pasado. Lástima que haya tenido que ser radical en su dejación de algunos vicios, porque en España se pierde –remedio necesario- los buenos vinos.
Llegó a la península para escribir, investigar, sobre el poeta Miguel Hernández. Está en Vallecas, Madrid, y se despierta por instinto a la hora en que rompen los aplausos en La Habana (seis horas menos, parece llevar por dentro). ¿Se puede vivir con el cuerpo en un lado y la mente en el otro? Parece una cosa difícil. Mientras se estrenan sus textos en Cuba, El Gordo, ahora abstemio, escribe también ensayos sobre facetas poco conocidas de Virgilio Piñera, el gran dramaturgo cubano reprimido por la Revolución en los primeros años. Tomándose su tiempo, Amado evita las malas obras, según me dijo.
“Tengo mucho miedo de perderme los temas de allá. Para escribir los de aquí, tendría que vivir hasta los 90 años”.
-¿Y la crítica teatral?-pregunto.
-Quiero dejarla, sencillamente.

Foto del autor
En el metro de Barcelona, de paseo, con unos amigos. A la derecha de la foto, Amado del Pino, el dramaturgo de moda ahora en La Habana.
Nota: Si usted tiene cuenta de Facebook, al autor entre sus amigos y quiere leer algunas escenas de Cuatro menos, pinche aquí.

viernes, 9 de septiembre de 2011

"Suite Habana" o la poética del desamparo



La primera vez que vi Suite Habana (año 2003, 80 minutos) fue en un cine de arte y ensayo de Barcelona, en una sala de medianas dimensiones donde había alrededor de siete personas. A mi lado, mi amiga Ania Liste, que me invitó a la función, aguantaba todo lo posible para que yo no la sintiera llorar. Mis lágrimas saltaron silenciosas cuando apretó el nudo que había en mi garganta.
A la salida del cine, recuerdo, casi no podíamos comentar nada.
La segunda vez, estaban pasando el docudrama –nunca mejor dicho- en la televisión española. Busqué una cinta corriendo y lo grabé. Fue hace años. No tenía grabador de CD.
La tercera fue anoche. Otra vez, el canal 2 de TVE ofreció ese panorama desolador de La Habana captado por la dramaturgia de Fernando Pérez, toda una tristeza entrelazada en unos personajes que no son de ficción. La valentía del director de Clandestinos aprovecha el tono del documental, por un lado, y el siempre seguro recurso del metalenguaje para decir lo que todo el mundo habla: Cuba es una miseria, y no precisamente humana. Aunque la obligatoriedad de vivir en dólares, de un tiempo a esta parte, se ha llevado por delante mucha hospitalidad, franqueza, incondicionalidad, como un tren de alta velocidad.
Fernando Pérez es un poeta de la imagen. Supongo que Suite Habana no haya gustado mucho al castrismo, pero el “sistema” la dejó pasar (concursando en festivales, etc.) porque en la mente perversa del totalitarismo cabe la posibilidad de echarle la culpa a “los americanos”. Decir la verdad, desde dentro, es muy difícil, incluso para los corresponsales extranjeros. Es posible que, de ponerle un micrófono delante a Fernando Pérez, no denuncie abiertamente a la dictadura. Tampoco le haría falta hacerlo porque se repetiría a partir de su excelente metraje.
Ayer, precisamente, conversaba con otra amiga de quien me reservo su nombre. Ella acaba de llegar de La Habana y me dijo lo siguiente:
-El Hospital Clínico Quirúrgico, el de la Avenida 26, anda tan mal que debería figurar en una lista negra internacional de los derechos humanos.
Supongo que se refería al desastre material y también a la corrupción.
No me atreví a indagar más porque estuve en hospitales allí hace un año, cuando fui a despedirme de mi madre que moría de cáncer. Parece ser que esquivé el tema por la tarde y, por la noche, la vida quiso refrescármelo con el filme de Fernando Pérez.
Nunca se me borrará de la mente esa viejecita vendedora de maní.

Foto tomada de la televisión
El filme se puede ver aquí. Es muy triste pero, a la vez, una joya artística de fotografía y montaje.

martes, 6 de septiembre de 2011

Preludio



Otra vida nos comienza mañana

Habíamos paralizado todo roce social esperando la noticia de la llegada de Marc a nuestra casa, luego de más de quince días engordando al niño en una estación de neonatos. Fuimos hormigas trabajadoras, de esas que caminan mucho sin mirar atrás.
Aunque teníamos un adelanto de la nueva familia -¡esa Lucía, comilona, entregada condicionalmente a los brazos de alimentación y cariño!-, los días se hacían inciertos, hasta hoy que los pediatras nos dijeron que podíamos llevarnos al niño, dentro de 24 horas.
Había dos condiciones: Que Marc alcanzara los 2,200 kilos, y que aprendiera a succionar.
Ambas “cláusulas” están ya cumplidas sobre la mesa.
Hay que decir que, desde que nacieron, Marc supo alimentarse mejor que Lucía, tal vez por esa desventaja de desarrollo corporal que padeció durante los ocho meses de embarazo. También ha conocido primero el placer del agua, el rigor de los horarios, la lejanía filial.
Su circunstancia, creo, marcará un temperamento entre melancólico y sanguíneo. Será un niño saludable, tan querido como su hermana.
Todos estos días en los que tuvimos que recuperar a María de la cesárea, aprendimos sobre la marcha los cuidados de los recién nacidos, reformateamos la casa para cuatro personas, amaestramos el sueño; en fin, comenzamos de nuevo. Pero no tuvimos la suerte de escuchar a Marc quejarse de nada. Cada tarde que llegábamos a bañarlo y ofrecerle el pecho materno, el niño dormía plácidamente. Luego se iba desperezando sin emitir quejidos. Y, después de comer, volvía a dormir. Y cerrábamos la puertecilla de su incubadora como quien deja el corazón en una casa de empeños.
María lloraba todos los días. Yo también, pero ella no lo sabe.
Siempre me reconfortó saber que nuestros hijos habían nacido saludables gracias a un ingreso prematuro en ese hospital, donde alargaron la estancia dentro del vientre materno. Le he tomado cariño a los ginecólogos, a tal punto de querer pasar a verlos siempre que subo a Can Ruti. Pero esa etapa, por más que cueste exfoliarla, ha quedado atrás.
Mañana, al filo del mediodía, se conocerán Marc y Lucía. A partir de ese instante, trataremos de que se protejan entre sí, de protegerlos nosotros a ellos y viceversa.
Seremos, por fin, un cuarteto material; una familia más, nacida a orillas del Mediterráneo, aunque, por supuesto, seremos una troupe con reminiscencias del Caribe.

Foto del autor
Marc, una tarde en su casita de cristales traslúcidos. En Neonatología, las especialistas María José y Marcela, entre otras, alimentaron con paciencia al pequeño. Los biberones de refuerzo provienen de un banco de leche materna que atesora el hospital. ¡Todo un lujo!

Nota: En breve publicaremos la foto de familia.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Carta abierta a Pablo Milanés



¿Por qué no te retractas?

En vano he jurado apartar de mi vida los asuntos cubanos. Quiero decir: los asuntos políticos.
Una y otra vez vuelvo a caer, incluso con la posibilidad de centrar todas mis energías en unos preciosos mellizos que acaban de nacernos, hembra y varón.
La reciente actuación en Miami del cantautor Pablo Milanés ha desembocado en una diatriba literaria que, a la vez, la red de redes se ha encargado de distribuir. A estas alturas, no es que uno busque algo particular en un ordenador, sino que las noticias, las peleas, aparecen en nuestro teléfono móvil, justo a la hora de dormir, o de intentar dormir.
En Cuba se avizora una transición y muchos personajes públicos quieren estar “en el ajo”. Con solo una década de exilio en España, me doy cuenta de que, los cubanos, tendremos que tragar en seco cuando ocurra el cambio hacia la democracia (ya sé: eso que llaman democracia pero que es mucho más potable que lo que hay en la isla, más viable). Desde aquí, veo que fue necesario dejar en escena a un Fraga y a un Carrillo para que las dos partes españolas se sintieran representadas en la transición, primero, y luego en un Estado de Derecho civil. Ha sido necesario, incluso, mantener entre los “famosos” a una nieta de Franco, La Nietísima. Ha sido importante crear un ilusionismo: Los socialistas y los populares.
Pues bien, señor Pablo, los socialistas no son tales; son capitalistas como tú porque, primero, construyeron un capital, luego lo hicieron crecer y más tarde lo conservaron, o tratan de cuidarlo con uñas y dientes, amparados por la ley. Eso de socialistas (término con que identificas a tus colegas y coetáneos cantautores españoles) no es más que un eufemismo. Parece mentira que cites con cercanía a Camilo José Cela: Precisamente ese Nobel se caracterizó por señalar las cosas por su nombre, a tal punto de pasarse al nivel prosaico.
En este mundo actual, ni tú ni nadie es socialista en términos prácticos. Puede que alguien lo sea en la intimidad, no lo dudo. Otra cosa es ser de izquierda (otra metáfora) o ser una persona humanista. Pero no trates de confundir a los cubanos que aún quedan en la isla atados de pies y manos. Ser revolucionario es todo lo contrario a lo que eres tú: etimológicamente es querer cambiarlo todo sin concesiones al Poder, como, precisamente, hicieron tus colegas coetáneos contra Franco, aunque, después de descubrir el dinero –o sea, el capital-, en un Estado de Derecho, se pasearan por el mundo haciendo juego a otro dictador que nos toca muy de cerca a ti y a mí. Tus colegas parece que se retractaron con Castro. ¿Por qué no lo haces tú hablando claro?
No confundas, Pablo, el valor que tuvieron ellos con el que te faltó para romper con todo, cuando el totalitarismo cubano cerró tu Fundación. Parece que te faltó dignidad; o tal vez avizoraste, entonces, un filón económico con el nuevo plan de permisibilidades oficiales a ciertas y determinadas figuras públicas.
Nada, que el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos, citándote.
Te hablo de tú a tú.
Hemos vivido en el mismo barrio –hace muchos años- y hemos coincidido en un ascensor –en Barcelona, mucho tiempo después-. Pero eso no es lo más importante. Lo esencial es que todavía estamos a tiempo para ofrecer un soplo de cariño a nuestra nación, a camisa quitada.
Todos sabemos que en Cuba no se ha movido una hoja sin que lo aprobara Fidel Castro. Ahora que el patriarca está enfermo no es el momento de aprovecharse, sino de sincerarnos.
El ejemplo de España me parece válido como estrategia, pero no ha sido el más limpio. Además, nosotros no tenemos monarquía para engrasar fricciones. Debemos ser honestos, reconocer nuestros errores de la A a la Z y realizar autos de fe.
No queda otra, Pablo.
Debes comenzar por ofrecer conciertos gratuitos a todos tus fans cubanos que han elegido el camino del exilio. Sería un acto precioso.
Por cierto, acabo de inscribir en un registro civil de Barcelona a mi hija. Entre otros motivos, me inspiré en el título de una canción de Serrat.
Se llama Lucía.

Foto del autor
Un mimo de la calle critica el poder del dinero, en el centro de Barcelona.

Nota: Este post es una respuesta a una respuesta de Pablo Milanés.