martes, 24 de junio de 2008

Petardos



Me cuesta entender la diversión, la reunión familiar alegre “adornada” con fulminante. Desde hace más de seis años –cuando aterricé en Barcelona- trato de buscarle un porqué convincente a la tradición de tirar petardos la víspera de San Juan. Y no me sale a cuenta por ninguna de las aristas posibles. Descartando el peligro personal al que cada uno está expuesto, sobre todo los niños con una mecha encendida en la mano, pienso en el derecho a descansar que tiene cualquier ciudadano dentro de su casa, techo que paga religiosamente con caras cuotas. No, la noche previa a San Juan no es posible dormir, relajarse, transitar con tranquilidad por la calle. Una cosa es que uno vaya voluntariamente a una fiesta donde se sabe de antemano que habrá pirotecnia, y otra que la fiesta, el explosivo, te busque sin piedad y te encuentre.
No dejo de pensar en los que trabajan un día como hoy en que escribo estas líneas en mi casa, descansando. Sé muy bien lo que se siente al desplazarse un día festivo en un vagón vacío del metro. Uno se siente infeliz. Sé lo que se siente al pasarte un cohete a solo escasos centímetros de los oídos y paralizarte el corazón en fracciones de segundos. Uno se siente impotente.
Pero –y no me gusta utilizar malas palabras- hay que joderse. Las calles, esas que pagamos con impuestos, los parques, las plazas, las terrazas, el cielo –ese que nos lo regala la vida-, el recreo, el espacio íntimo y sencillamente tranquilo no es posible. Ni siquiera la música es posible.
¡Pobres animales irracionales que no comprenden la alta frecuencia de los explosivos! Ellos mueren un poco esa noche maldita, como mismo morimos un poquito los racionales que no buscamos ni el sonido ni el olor de la pólvora.
Es bárbaro.

miércoles, 18 de junio de 2008

Los plañideros del flamenco



Se veía venir una saga de Lágrimas Negras, el disco que por fin legitimó la concordancia entre el flamenco y el son. Hay quien piensa que la rumba catalana –frase o especie hecha por un grupo de gitanos de los barrios de Gracia y alrededores del Mercado de San Antonio, en Barcelona-, es similar a la rumba afro-cubana, mientras, en realidad, a lo que se parece es al son. Lo que habría que buscar, estudiar, si no lo han hecho ya, es cuál de los dos fenómenos musicales surgió primero, o si surgieron en paralelo.
Tuve una novia muy flamenca, una morenaza, como se conoce en el argot popular a este tipo de mujer altiva, generalmente de cabello negro largo, derivación de lo morisco pero aderezada con acento andaluz. La primera vez que bailamos un son, nos entendimos tan bien que la chica dijo, al final, emocionada:
-¡Pero si es lo mismo!
Y en realidad es lo mismo, aunque interpretado de otra manera y con otros instrumentos o parte de un grupo de instrumentos. Ya se ha demostrado que, para clasificar un tipo de manera de hacer, en esa maraña de música que es la isla de Cuba, hay que ir al formato. Arsenio Rodríguez, El Cieguito Maravilloso, se puso las botas con sus innovaciones al agregarle un piano y un par de tumbadoras a su septeto Bellamar. Dio lugar, sin querer, al formato de Conjunto. Y lo hizo porque era ciego, y buscaba un sitio en su grupo para su hermano/lazarillo, que era tumbador. La adición del piano, sin lugar a dudas, tuvo más que ver con su cosmos musical, amplísimo y desbordado para el uso de los primeros años 30. Hasta que encontró a un guantanamero llamado Luis Martínez Griñán, Lilí -con sobrenombre de mujer-, que fue el definitivo golpe de suerte para llegar a lo que hoy se conoce como tumbao, en la genérica salsa.
Muchos años después, ocurre un fenómeno natural tan necesario como éste que está llevando a cabo El Cigala. Desde que descubrió la flexibilidad del piano y su amplísimo espectro armónico lo llevó al flamenco, al cante gitano de su estirpe, y no lo suelta.
En una entrevista que publicó ayer la CNN española, confesó que le había pedido permiso a Bebo Valdés para buscar otro tecladista de raza, porque el viejo está cansado. Y lo halló en Alemania, a Guillermo Rubalcaba, otro cubano, otro anciano lúcido y activo. Otra gloria de nuestra música agregada a la diáspora nacional.
Dos lágrimas, la reciente entrega, es más de lo mismo. Esto significa más fusión coplera/sonera/bolerística. El Cigala también confesó haber quedado boquiabierto con un disco de Rolando Laserie que alguien le suministró en Cuba. Descubrió, o corroboró, que se trata de lo mismo que había bebido, pero, en lugar de por bulerías o por soleá, por boleros, por guaguancó, por danzón. Letras desgarradas, sufridas, y alguna que otra desagradable. Quizá por eso haya incorporado a su más reciente álbum un tema tan repelente como Bravo, arriesgada letra que, entre otros despechos, dice “…te odio tanto”. Desde mi humilde opinión, Dos lágrimas, teniendo un antecedente tan fuerte como Lágrimas negras, no sería “nada del otro mundo” si no incluyera dos curiosidades: la fabulosa versión en tiempo de guaguancó de Dos gardenias –un título que aquí en España el pueblo atribuye a Machín, pero es de Isolina Carrillo-, y la tanguera de Caruso, con bandoneón incluido.
También sirvió para decirle adiós a un legendario percusionista, Tata Güines, a quien tenemos como virtuoso tres o cuatro generaciones de cubanos, precisamente desde la época en la que el cieguito Arsenio, en los años 40, lo puso a tocar en sus estrellas juveniles, un conjunto paralelo que protegió y difundió como una especie de benefactor.
Tata Güines, a pesar de su “mala vida”, duró más de lo esperado, y El Cigala lo aprovechó; creo que lo quiso, pues se le atragantó la palabra al mencionarlo en la entrevista televisiva. Solamente con esta versión de Dos gardenias me basta para comprimir los once surcos del álbum en mi MP3. Hacia la mitad del “metraje” en la versión particular de El Cigala, luego de un floreo medio flamenco medio jazzístico de la guitarra de El Morao, surge un poco la gozadera, el tumbao perverso y retozón de ese jolgorio extrovertido que se conoce como cubaneo.
Es una lástima que la larga entrevista que incluye el disco, texto de Juan Cruz, no haya sido bien revisada. Además de su enrevesada redacción en las primeras páginas, se cuela un error imperdonable. “Beni Moret”, (por Benny Moré), un apellido que, tal y como está escrito, a los que vivimos cerca de los Pirineos nos suena catalán.
Diego, El Cigala, está feliz. Se vio así en la tele. Las cien mil copias fabricadas para vender el diario El País, se agotaron en menos de una semana. Porque la única manera de adquirir el soporte musical, legalmente, era comprando este periódico. Un raro experimento para lanzar un disco que advierte la no muy lejana extinción de la prensa impresa.




Nota: A ella no le gustó esta foto, no sé por qué. Aprovecho la oportunidad para, como se dice en el cubaneo, publicar su foto en la prensa. Sin su permiso, pero con respeto. Hace mucho tiempo que no sé nada de su vida.

domingo, 15 de junio de 2008

Perdidos


Cuando salí de La Habana (1) todavía pensaba que al llegar aquí, y establecerme, un día me iba a encontrar por la calle a Joan Manuel Serrat. Lo daba por hecho. Su álbum En tránsito, de 33 revoluciones, en vinilo, como se le denomina en España al acetato, acompañó a mi padre y a mí en interminables parrafadas en su balcón del Vedado, mirando al Caribe, al Malecón, que en realidad pertenece más al océano Atlántico que al mar tibio local. Nos bebíamos los surcos de aquel long play descifrando al poeta en cada interjección y en cada licencia del verbo. Llegamos a adorarlo.
Muchos años después, supe que esos autores son tan recogidos que apenas salen en televisión –inteligencia viva, porque ser mediático cuesta caro-, y que de rapsodas les queda poco, porque el tiempo y su obra los han convertido en hombres de negocios.
En una ciudad de más de dos millones de habitantes no te vas a encontrar a tus ídolos tan fácilmente, porque ellos están y no están; no suben al metro tan a menudo, o a los autobuses, espacios en los que te puedes crear un catálogo de rostros cotidianos. También hay que tener en cuenta que los poetas que rozan con la fama suelen ser tímidos y evitan las multitudes, así como los enlaces de estaciones en el transporte público. Ha pasado el tiempo y terminé por asumir la desaparición de Serrat junto con los discos negros. En su lugar me llega una serie de versiones de aquella Habana –que sigue igual de vieja- en tiempo de son, salsa, timba, guajira, bolero, fusión afro-hispana-antillana. Cuba le canta a Serrat (dos volúmenes) va conmigo en al aparatito individual que casi todos llevamos enganchados al oído, y del que nadie conoce su contenido.
También recuerdo al trovador en un concierto en el Teatro Nacional de Cuba, entrados los 90, bastante cabreado porque el aire acondicionado estaba demasiado frío, al punto de decir, literalmente, que le calaba hasta el culo.
Allá esa palabra suena muy mal.
En las dos Castillas, y hasta en el Mediterráneo catalán, es bastante normalita, pero nosotros no lo sabíamos.
Se me derrumbó el mito, entonces, y así comencé a perderlo de vista.


Notas: (1): “Cuando salí de La Habana, de nadie me despedí, solo de un perrito chino, que anda tras de mí…”, entona la canción.

jueves, 12 de junio de 2008

El tiempo lo borra todo (no siempre)



Ahora que ha vuelto Risto Mejide (1) a la pantalla de casa, con su personaje de zorro capcioso tan bien elaborado, he pensado toda la semana sobre lo que estamos dispuestos a aceptar por una ilusión. Las televisiones se nutren constantemente de la gente joven y no tan joven que ve el fenómeno mediático como un posible camino para el desarrollo personal. También, por qué no, para ganar dinero, entendiendo tales ingresos como parte del crecimiento individual.
Por otro lado está la verdadera vocación retenida o en ciernes, urgida de un descubridor que a veces, la mayoría de las veces, no llega. Y el talento puesto en manos de estos depredadores que son los espectáculos de la pequeña pantalla. Siempre habrá gente dispuesta a pasar por la piedra afilada y seca de esta maquinaria, de la misma manera que hay un público esperando por tales propuestas, aburridos o hastiados de trabajar, en el sofá como búhos que somos chupando por nuestras pupilas la puesta en escena de turno. Prefabricadas y manejadas por hilos invisibles, con toda la tecnología de punta a su servicio, pero, puestas en escenas al fin y al cabo, a veces se presentan fisuras.
Este año el inexplicable Risto ha tenido una tanda de muchachos respondones, algo que le ha dado más juego al programa/academia, que de lo segundo ya tiene muy poco. Hemos visto más atrevimiento en los participantes, y he estado recordando a la mulatica virtuosa y echá p’lante que se presentó en otro reality, el de danza, en otro canal. Los cubanos, lo sabe bien mi mujer, somos demasiado hedonistas como para permitirnos que alguien nos avergüence en público, y nos lanzamos contra la pared si es necesario, aun perdiendo el medio juego o el partido completo. Parte de idiosincrasia, mitad de malformación revolucionaria que nos enseñó a mirarnos poco más lejos del ombligo, lo cierto es que nos cuesta perder la dignidad por el camino, aunque perdamos, a veces, un empleo, un puesto de trabajo.
La flaquita, que bailaba muy bien –todo hay que decirlo-, prefirió encararse a unos de sus compañeros cuando la enviaron a limpiar los baños de la “academia”. Limpiar un baño no es humillación si te apetece limpiarlo o si te urge hacerlo en tu casa, o si te toca por programa general en una vivienda de convivencia; lo que sí es humillante que te toque hacerlo como castigo. Y ella tomó los utensilios con mucha fuerza, pues sabía lo que se estaba jugando, aunque no permitió la burla. Se plantó a uno de sus homólogos y le dijo:

-¡Fíjate bien, yo soy negra, pero no soy esclava! Así que te vas pa’ la pinga!

Eso en televisión, en Cuba, es imposible decirlo, porque todos los programas son diferidos y se trata de una mala palabra mayor. Lo cortan simplemente. Aquí pasó a la audiencia, que no sabía el significado de la frase, pero, así y todo, no la perdonó por su soberbia y la echó de la competencia a través de mensajitos SMS.
Se llama Massiel y baila muy bien, y tiene la boca salá.




Notas: (1): Publicista devenido en bestia negra de los concursantes de Operación Triunfo, el programa surtidor de talentos vocales que a veces entronca con la telebasura. Risto se ha vuelto un personaje mediático utilizando palabras duras y faltas de respeto. Su presencia en televisión es un signo agudo del Todo vale que, por lo menos a quien escribe estas líneas, asusta tanto.

domingo, 8 de junio de 2008

Estado (y paseo) de gracia



Volví a desandar las calles de Barcelona de noche, a redescubrir algunos rincones de la bohême tan plácida o tan cañera, con unas botas negras acordonadas con fuerza, y la pisada firme y los pasos perdidos, como alguna vez hice sin saber hacia dónde ir y así entré en los bares que cierran a las tres de la madrugada, y de ellos pasé a los reductos claroscuros con el humo aun más trasnochado; lo que ayer sabía perfectamente el camino y gozaba de cierta inmunidad; aunque mis venas ya no toleran tanto ni el alcohol ni el tabaco quemado. Vale la pena volver a hacerlo con la distancia cómoda que dan los años, mirar todo con el equilibrio de un artista escénico que guarda el pánico para las horas posteriores de su actuación, y así encuentras mejor tu lugar entre copas, filosofando con un amigo sobre las apuestas que hacemos cada día por esta ciudad, para evitar que se nos echen encima los años y la propia población, el vulgo, el odio, las zancadillas cotidianas de nuestros compañeros de trabajo. Salimos de todo eso durante una larga jornada, hasta que se interpuso en nuestra ruta un zapato gigante de mujer anclado en una rotonda, en un obelisco que marca si se quiere todas las vueltas realizadas desde que llegamos aquí hace casi siete años. Y entonces, en la punta del tacón de aguja, nos amaneció. Mi amigo, entre copas, contó sus verdades, y yo las mías, abriéndonos como una calabaza en dos mitades perfectas…


Nota: La escultura de la foto está expuesta en la intersección del Paseo de Gracia con la avenida Diagonal, con motivo de una jornada artística de Portugal en Barcelona. Ha sido realizada totalmente con cazuelas de metal, de diferentes tamaños.

miércoles, 4 de junio de 2008

Pagarse el último billete



Un sobre de correo tradicional llegó a mi buzón para recordarme que algún día moriré. La misiva, con el membrete de “la Caixa”, mi banco, se atrevía a ofrecerme una póliza de seguro de repatriación post mortem, por el módico precio de seis euros mensuales. “Asegúrese el regreso a su tierra, junto a los suyos”, se titula el folleto promocional, adjunto a una carta estándar firmada por el director de la oficina bancaria, que está ubicada en la propia manzana donde resido.
Desde que dejé de cuidar ancianos a domicilio, hace cerca de un año, ya no pienso en la muerte. Y creo que es lo más normal, o al menos lo más aconsejable. Antes sí, porque trabajaba cotidianamente en la zona de declive de las personas. Varias veces me encontré en la necesidad de escribir sobre el deceso o el pre-deceso de alguien; me poseía la impotencia de no poder hacer nada y de tener que trabajar en algo que no elegí por vocación, sino por necesidad. La senectud fue mi compañera durante mucho tiempo, y por ella supe, de primera mano, hacia dónde vamos y cómo sembrar mejor en el transcurso de los años mozos.
Pasado un período “geriátrico” no sé si necesario aunque sí fortalecedor, cambié de camino en cuanto pude. Reorganicé las energías y descubrí todo un mundo de cosas por hacer y unas fuerzas increíbles en las piernas. Ya no miro atrás, salvo contadas ocasiones. Ahora busco un estudio que me permita optimizar el tiempo para intentar ponerme al día; quiero decir: aprovechar mis potencialidades ocultas para encontrar mi lugar más allá de la emigración, de los gobiernos planetarios y de mi propia base familiar. Uno se puede encontrar dentro de sí mismo, más si cuenta con la buena circunstancia de gozar de ciertas libertades, y no me refiero al dinero.
Por supuesto, no responderé a la invitación de “la Caixa”. Gracias, banqueros, pero, en todo caso, preferiría regresar definitivamente a mi país vivo.
Según como están todavía las cosas, el futuro cercano en Cuba pinta negro y con pespuntes grises. Sé que los míos me entenderán si no retorno por el momento.


Nota: Es totalmente azaroso que ayer hablara de natalidad y hoy de todo lo contrario. Una de cal y otra de arena, diría el sabio refrán popular...

lunes, 2 de junio de 2008

Somos mucho más que dos



Un día estabas jugando a los escondidos entre las piedras de un río de montaña; tropezaste con una roca y caíste al suelo con la barriga apuntando hacia las nubes, con las rodillas raspadas y el ardor a flor de piel. Quedaste rendida unos instantes, perdida entre la intimidad que sugiere una pradera como aquella. Mientras tus padres te buscaban, guardaste silencio unos minutos para imaginar cómo sería la vida cuando hubieran pasado los años y de tu cuerpo brotara una mujer; de qué largo tendrías el pelo; de qué tamaño los ojos; y cómo serían tus pies con otros zapatos, y cómo se dibujarían tus manos colocando el calzado. Y vislumbraste un túnel de alta velocidad con salidas laterales para el reposo, pero un túnel al fin y al cabo. Era tu trayectoria, clara como el agua del río en las alturas, acompañada del rumor de las corrientes. Te viste entrando en los algodones –con permiso del poeta-, humedeciéndolos con las aguas rotas, con las aguas que no continúan su curso y se detienen para envolver a otra persona. Entonces, te hallaste con una criatura envuelta en mantas acabada de nacer de tu propio vientre. No te lo explicabas, solamente lo veías como parte íntima y secreta de tu juego, perdida en senderos casi vírgenes, muy lejos de los deberes de la escuela.


Para mi cuñada, que acaba de dar a luz un niño en un hospital de Barcelona. Para Jorge Puente, brillante ginecólogo y obstetra cubano, de mi generación, de quien no pude despedirme y no sé dónde andará.