martes, 24 de julio de 2012

Mi boda católica




Pocos minutos antes de la ceremonia, yo empujaba el carrito con los gemelos, como cada día y por las mismas calles estrechas de la ciudad antigua donde vivo. La explicación es muy sencilla. Supuse que si dejaba sola a mi mujer (la novia) estaría más relajado y mentalmente listo para una formalidad que nunca hubiera elegido si no fuera por las circunstancias, y por otra parte parece que hubo un acto de rebeldía al ver que nadie había aterrizado en mi casa una hora antes, por lo que arranqué con los niños como si fuera un día cualquiera. En definitiva, siempre estoy solo con ellos a esas horas.
Un amigo había venido de Madrid y pasé a buscarlo por su hotel, que queda muy cerca. Todos estábamos vestidos –por mi parte- y caminábamos cuesta arriba con un sol de justicia, en dirección a la iglesia de Santa María, en Badalona. Andábamos por unas calles desoladas y tan antiguas que me parecía estar interpretando una película italiana, sobre unas ruinas –en mi ubicación, romanas, y no miento- que tal vez no me volverían a ver el pelo en mucho tiempo.
Mi amigo pidió que nos detuviéramos en un bar, abierto a esas horas en las que todo Dios –nunca mejor dicho- duerme la siesta en los pueblos de Catalunya. Es diabético y tiene que comer algo cada cierto tiempo, pero de lo que puede comer no había. Se pidió una Coca-Cola ligth y se la bebió en lo que yo refrescaba a los niños aprovechando un portal.
En poco tiempo entraría a la iglesia y me casaría con mi mujer.
Todo había ocurrido rápido. Queríamos casarnos en verano y el Registro Civil municipal no tenía fecha disponible hasta diciembre. Allí mismo nos “dieron la luz” con la idea de la boda por la Iglesia. El trámite sería rápido si estábamos empadronados en el ayuntamiento local, que era así. Pero surgió la duda de la traición.
No solo soy ateo, sino, además, en un viaje a El Vaticano había confirmado el expolio de la Iglesia a lo largo del tiempo, su rígida guardia suiza y su expresión de poder en la Basílica de San Pietro.
También había que averiguar si mis padres, en aquella temprana revolución comunista, me habían bautizado. Estuve días pensando en que si no aparecía el documento en la parroquia donde yo creía posible que estuviera, era porque definitivamente la Iglesia no estaría en mi camino.
Apareció, sin embargo.
Mis padres habían pasado por la parroquia de El Vedado a finales de 1965, con este hijo de meses en brazos para que sobre mi cabeza corriera el agua bendita. Y, lo más complicado de todo, el papel que daba fe de ello llegó a tiempo a Badalona 46 años más tarde.
Unas semanas antes del casamiento, cuando nos entrevistó el padre Quim para preparar la ceremonia y hacernos algunas preguntas, mi cuerpo comenzó a relajarse increíblemente, justo al salir de la oficina del párroco. Es posible que al yo estar naturalizado español, tomaran el enlace sin recelos, pero el propio sacerdote –que en la entrevista iba vestido de civil- insistió en que nosotros ya estábamos casados.
-Sí –dijo entonces-, vosotros ya estáis casados. Tenéis dos hijos y vivís juntos desde hace seis años, y lucháis por la vida familiar. Lo que vamos a hacer en la ceremonia es presentar vuestra unión ante la sociedad.
Es curioso: No hubo una palabra de coacción.
Si mi cuerpo se había relajado era porque mi mente, a partir de la vista preliminar en las oficinas de la iglesia, se puso jugosa como un flan, distendida en todo lo largo y ancho de la cabeza.
El padre Quim nos había dicho que era progenitor y también abuelo. Algo inédito, por supuesto, pero había una razón. Se ordenó después de enviudar, lo único posible en lo que no habíamos caído. Tuvimos una conversación tan cercana, que la adivinanza de cómo entender su caso relajó mucho el karma habitual de un párroco que interroga a una pareja en el preámbulo de un enlace que debe ser para toda la vida.
-¿Por qué escogieron a la Iglesia?- preguntó en un momento de la reunión.
No sé cómo me adelanté a María, mi mujer, con una respuesta tan convincente que dio lugar al silencio, pero era cierto lo que dije:
-Es un homenaje a mi padre que murió en La Habana siendo católico por dentro, anteriormente convertido en ateo a la fuerza, y después vuelto a convertir con la visita del Papa Juan Pablo II. Recuerde usted –agregué mirando fijo al padre Quim- que en la Cuba socialista se reprimieron las religiones…
Y esa era la verdad. Quiero decir, mi verdad.
El cura no acotó absolutamente nada más ni le preguntó a María sus razones. Solo nos extendió unos folletos de estudio y nos dio hora para un cursillo prematrimonial, que en el caso nuestro debía efectuarse burocráticamente.
¿Qué instrucciones nos iban a dar?
El cursillo, de tres sesiones, quedaba fuera de tiempo para la fecha que solicitamos y la parroquia nos cotejó. Así que se redujo a 45 minutos de agradable estancia en la vivienda de unos feligreses, colaboradores de la iglesia de Santa María. Con ellos –una pareja de mediana edad que vive en un apartamento del centro- entablamos un diálogo divino y a la vez terrenal, interrumpido a cada rato por un perrito juguetón. Repetimos allí que queríamos estar casados este verano y en mi caso –María logró no sorprenderse- sería un homenaje a mi padre.
El certificado del seminario fue impreso rápidamente en una habitación/estudio que estaba al final del pasillo.
A los pocos días, yo seguía con la duda de si dejar dinero o no en un sobre en blanco en la sacristía. Una carta de instrucciones que nos habían extendido informaba que la ceremonia sería gratuita, pero se recomendaba una donación de no menos de 150 euros para gastos de limpieza y mantenimiento de la parroquia.
Aquel insulto debía tener una explicación. Yo la encontré en los ojos del padre Quim que durante la boda nos estuvo mirando de frente todo el tiempo, que nos leyó el texto a nosotros y no a ningún dios y que debió ordenarse por convicciones muy sentidas. De hecho, cuando entré a la sacristía con una cantidad simbólica de dinero, después de la boda, lo encontré conversando con el organista tranquilamente sin acordarse del sobre en blanco.
Nosotros le habíamos contado con naturalidad que nuestra celebración no sería pomposa, que un organista que cobre 100 euros por el Ave María no estaba en nuestros presupuestos, y fue el propio cura quien sugirió una alternativa, uno de 20, un chico de 20 años y de 20 euros por la misma pieza.
María estaba preciosa y feliz, con un tocado sencillo que se ajustaba perfectamente a su naturaleza. Yo había roto a llorar en medio de la solemnidad cuando Quim mencionó los nombres de mis padres muertos, sobre el tenue desgranado de notas que el joven organista dejó caer desde algún lugar impreciso, porque en realidad no miré alrededor, salvo cuando salíamos casados  María, los niños y yo.
Quise marcharme a pie empujando el carrito de los gemelos, llevando a mi mujer también, pero me reclutaron para un coche de bodas –el de mis suegros- que estaba adornado con unos lazos de tela blanca bastante discretos, amarradas las cintas en las cuatro puertas.
Me resistí, pero insistieron en que debíamos abordar el automóvil.
Luego hicimos la fiesta fue en la playa, a cuatro pasos de la iglesia. La pasamos tan bien y tan relajados que eché de menos la mirada transparente del padre Quim, su naturalidad con las cosas de la vida y el recuerdo entre líneas de que las apariencias engañan.

Foto: Guillermo Bernal

miércoles, 18 de julio de 2012

José Martí ' Mojitos: ¿traición o ignorancia?


La película Good bye, Lenin adelantó a los cubanos que solamente el paso del tiempo traerá grandes cambios, que las últimas generaciones, e incluso el viejo Estado militar, negociarán recuerdos y emblemas de una época muy larga


Delante de unas botellas de cerveza al vodka, etiquetadas con el sugerente nombre de Sputnik –envase rojo y aún con la tipografía socialista-, la memoria se dio un paseo por aquellos años en los que el Muro de Berlín se derrumbaba y, sin embargo, en Cuba, el poder aguantaba el tirón con censuras y cacerías de intelectuales.
De igual nombre que el increíble combinado etílico visto en unos grandes almacenes de Barcelona, la revista Sputnik, igualmente de fabricación rusa,  bailaba suelta en los recuerdos. Había sido de las mejores publicaciones científicas en los años 80; motivo de coleccionistas, no solo por el exquisito papel y cómodo formato de bolsillo, sino también por su contenido inocuo, en principio.
Pero un buen día, la dictadura de la isla decidió pasar la revista al bando del enemigo junto con Novedades de Moscú, otra publicación del mismo terreno. El motivo nunca fue dicho claramente, sino se advirtió al pueblo de que no convenían estas ediciones, y de golpe dejaron de llegar a los quioscos. La Unión Soviética estaba probando la transparencia informativa, la deconstrucción de un imperio político y social.
Sputnik, para nosotros, fue algo más que el nombre de una nave cósmica tripulada.

Desairado poeta modernista

En los mismos anaqueles, a dos pasos, había colocadas unas cajas de mojitos ya hechos, pero sin la yerbabuena, al menos la que se pone de adorno. Para cualquier cliente de esa mañana de verano, parecía natural ir llenando de cosas prácticas el carrito, con vistas a una fiesta, a un bodorrio, a una velada de camping en el Mediterráneo. Si no fuera por los recuerdos de la escuela primaria, por los de la universidad, no hubiera parecido tan escandaloso el nombre de José Martí como marca de mojito a granel, aquellas cajas con grifo incorporado cuya letra pequeña sugería servir el contenido con trozos de hielo.
Demasiadas  horas lectivas hacían daño en ese momento para la sensible comprensión de una sorpresa aberrante, cosa natural, repetimos, en otros compradores. El margen de error era irreparable. Era grandísimo. Era como si le pusieran el nombre del escritor catalán Jacinto Verdaguer a una botella de Anís del Mono, o el de Manuel Gutiérrez Nájera, literato modernista y coetáneo con Martí, al envase de 70 centilitros de tequila.
Si hubiera sido ginebra (los cubanos saben por qué), comenzaríamos a pensar en un posible estudio a esa falta cometida con uno de los más grandes pensadores de América Latina, pero vemos cómo el afán por vender es capaz de caer en estereotipos ciertamente penosos.
Los de al lado nuestro llevaron varias cajas.

Castrismo en venas catalanas

Quien iba acompañándonos tuvo que insistir en que el cabreo no servía para nada. El final del túnel era imperdonable, sencillamente, pero aun así recordamos que vivimos en sociedad y que los otros –esos semejantes con quienes compartimos el aire- no tienen la culpa de nuestras frustraciones.
Muchas veces intentamos encarar la botella de ron de marca Comandante Fidel y nos preguntábamos por qué ese agravio. ¿Qué necesidad se tiene de llegar a los extremos de homenajear a un dictador repartiendo el golpe por las calles, por los supermercados, por los bares?
Paso a paso –luego de alejar o suavizar el malestar-, pidieron que lo probáramos. Las gargantas se cerraron como la del niño que no quiere comer y lo expulsa todo. Nos explicaron, o bien que se fabrica en Cataluña, o que se importa el alcohol y se envasa aquí; la verdad es que no prestamos atención.
No nos hubiera servido de nada. Ya el daño estaba hecho. El impacto visual es tremendo.
Las cosas tendrán que cambiar y nadie será capaz de brindar con este ron a la vuelta del tiempo.
O tal vez, como hemos visto en el cine –y como emprendió la propia España para intentar olvidar- sea preciso pasar página.
Dos veces recibimos el mensaje viviendo en el exilio. La primera vez fue dentro del magnífico filme alemán Good bye, Lenin, que narra en clave de humor –a diferencia de La vida de los otros- el terrible pasado comunista de Europa del Este; y la segunda alerta llegó esta mañana en la que hacíamos la compra ordinaria.
Si a cada rato no practicáramos cierto sentido del humor, echaríamos por tierra el gran salto que hemos dado; despreciaríamos la necesaria costumbre de relativizar las cosas para poder vivir. En paz.

Fotos del autor
  

miércoles, 11 de julio de 2012

El torturador adolescente


Hubo una época en la que casi todas las noches sonaba un despertador cuando el cuerpo se había ido al otro mundo, exhausto, pero también acostumbrado a descansar las horas que fueran posibles.
Era bastante normal, entre el sueño, escuchar la voz de aquel jefe de albergue que nos tenía aterrorizados, a las tres, a las cuatro de la madrugada, según el reloj de algún compañero. Mesa –su apellido quedó cuadrado en la memoria histórica- usaba como entretenimiento un método bastante limpio. Consistía en inundar la estancia a un palmo del suelo mientras dormíamos, para luego hacernos saltar de la cama y, todavía hipnotizados,  evacuar el agua por las escaleras.
Debíamos utilizar la tabla que hacía de entrepaño en las taquillas y con ella achicar hacia afuera, formando escuadras, de varios alumnos, que comenzaban desde el interior de los cubículos en dirección al pasillo. Pero Mesa nos quería desnudos. Decía que, total, nos íbamos a mojar de todas maneras.
La desnudez en los albergues de las becas cubanas de los años 70 y 80 era cuestión natural. Las duchas estaban abiertas y los muebles sanitarios también. La pubertad la conocimos entonces en esos planteles masificados, donde la inocencia se compaginaba fácilmente con la crueldad.
Mesa nos quería desvestidos para ensalzar todavía más su poder, a través de la humillación. Sobre él no tengo un recuerdo de abuso sexual. Su perversión funcionaba con el sometimiento a tareas molestas, como interrumpir el sueño de cincuenta estudiantes de secundaria que a la vez trabajaban en el campo y tenían que cumplir ciertas normas de producción.
Después de sacar el agua con las tablas, oreábamos el suelo de granito con frazadas y pasábamos un abrillantador de paño. Entonces nos retiraba a la sala de estar, un vestíbulo desproporcionadamente amplio con respecto a los dormitorios, que daba a la entrada de cada albergue en los edificios pre-fabricados de estilo soviético. Allí, según el reloj escondido de algún compañero, nos aproximábamos a la hora de la diana oficial.
Formados en filas y todavía desnudos, nos ponía en atención. La vista al frente y  los ojos bien abiertos. En silencio.
Mesa pasaba entre las hileras a pocos centímetros de nuestros ojos y elegía uno, sin motivo aparente, para descargar una bofetada que alguna vez me tocó de pleno.
Despojado de su desvelo, realizado al fin y muy visiblemente feliz, daba la orden de entrar en fila india y de acostarnos de nuevo.
Era mayor que nosotros, unos tres o cuatro años. Pero con esa diferencia bastaba para ejercer el miedo en la pubertad. Debió ser repitente y lo tenían allí para garantizar el orden interior. Algunos profesores también le rendían cuentas. Era un monstruo instalado cómodamente en uno de los muchos internados que había en Cuba, en aquellos tranquilos años en los que entraban barcos mercantes inmensos procedentes de la URSS, cada día, cada semana, cada mes.
Pero la tranquilidad era una cortina de humo.
Por dentro estaban estos sitios ideados bajo la consigna guevariana de combinación entre el estudio y el trabajo. En busca del Hombre Nuevo, según se quería lograr mediante la nobleza teórica de aportar algo útil a la sociedad. ¿O es que acaso nuestros internados –eufemísticamente llamados Becas- eran parte de un plan para el desmembramiento familiar y el fortalecimiento de la dictadura comunista?
Una de esas noches, un rodillo de madera que el propio Mesa había desprendido de un instrumento de limpieza me alcanzó. Quiso lanzarlo a la cabeza de otro pero falló e impactó el tiro en mi oreja izquierda, en mi sien y en parte de mi mandíbula. Me desmayé a los pocos segundos. Me llevaron a la enfermería, pero estaba cerrada y no había enfermero allí. Alguien, seguramente un profesor de guardia, taponó mi oído con relleno de colchón hasta llegar al hospital en el carro de servicio.
El relleno de colchón provocó septicemia y, como después tenía fiebres altas durante al menos un par de días, llamaron a mi madre y ésta me sacó de la beca definitivamente, del mismo lugar donde me había matriculado dos años atrás.
El especialista dijo que mi oído había perdido facultades al realizar pruebas audio- métricas, dolencia que empeoró a la vuelta del tiempo cuando fui designado a una compañía de tanques de guerra en el Servicio Militar General.
En el momento de dejar la beca –porque me lo crucé en el pasillo central-, Mesa caminaba tranquilamente con su uniforme planchado y almidonado en cuello y mangas; sus botas negras lustradas y sus cordones haciendo un entramado recreativo y decorativo, unas trenzas, con unas tapitas de tubo de pasta para dientes cerrando las puntas.
Yo tenía 13 años y había ido allí, a la ESBEC Gilberto Arocha, en Güines,  para cumplir con el deseo de mis padres, que era estar a tono con los tiempos, con los postulados de la Revolución.


Nota: Esta historia es real. 
La imagen superior, tomada del portal de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), es un fotograma del corto de ficción Camionero, de Sebastián Miló, que aborda el tema.
Más sobre este asunto en The Huffington Post Voces.

lunes, 9 de julio de 2012

"Fugado", fiel a su nombre




En medio del desconcierto que vive España de cara al futuro, la televisión matutina nos regala “bellas” imágenes del evento más importante del verano, después del robo del códice calixtino en la Catedral de Santiago.
Si no fuera por los Sanfermines, y por algún hecho casuístico de poca monta llevado a grandes titulares por falta de noticias, el ambiente estival no pasaría del sopor y la rutina. Según la tradición, mucho muere en España en los meses de julio y agosto, cuando los presentadores habituales de televisión se toman sus merecidas vacaciones y el panadero de enfrente de casa baja su persiana hasta septiembre. Pero, por suerte o por desgracia, quedan los toros y con ellos esas gráficas rojizas del ambiente loco de Pamplona, allí donde corre el vino y la sangre a partes iguales.
Turistas hemingwayanos en busca de aventura –deporte de alto riesgo- ponen la nota de color cada año, atravesados por el asta de la bestia o empotrados contra el suelo luego de saltar al vacío, borrachos como cubas, según mostró la semana pasada el programa de TVE Comando Actualidad.
Uno sigue preguntándose quién paga los servicios médicos –casi seguro que el contribuyente- de estas fiestas tradicionales que, como muchas españolas, utilizan a las reses para diversión.
Hoy fue Fugado el protagonista, un toro de la ganadería gaditana de Cebada Gago, cuyo animal pesa unos 550 kilos. Fiel a su nombre, quedó rezagado y en su intento por escapar de la concentración humana enganchó a dos británicos y a un estadounidense. Pero la vida de estos corredores –no son ni de banca ni de seguros- no presenta peligro.
Sí se llevan un recuerdo en la piel.
La prensa nacional ha publicado sus iniciales y su edad: Concretamente, el británico L. C., de 29 años, tiene una herida en la pierna izquierda, el londinense N. C., de 20 años ha resultado cogido en el gemelo de la pierna derecha y el estadounidense A. D., de 39 años sufre un puntazo en la pierna derecha. El pronóstico de los dos primeros casos es de menos gravedad, mientras que a falta de una valoración más exhaustiva el estadounidense posiblemente tenga un pronóstico de leve, según ABC.
Nosotros, desde casa, seguimos sin comprender tal exceso de adrenalina.
Valga que los telediarios reportan la noticia, pero, para completar el verano, algunos (otros) preferimos pasar página.

Foto de EFE tomada de ABC (El toro Fugado embiste a los corredores en Pamplona)

miércoles, 4 de julio de 2012

“Bruselas sabe que España no cumplirá”



Felipe González -cuatro veces ex presidente de España, según se autodefine en su cuenta de Twitter- tiene como oficio el de ser andaluz.

No es poca cosa la marca: El andaluz es fundamentalmente un agente oral.

Casi no deja palabras, esta mañana, para la sagaz entrevistadora de la televisión estatal Ana Pastor, quien lo miraba fijamente buscando una pausa para entrar. Pero el hombre que enamoró a este país con sus discursos en los 70 y los 80, aquel joven de pelo negro y abundante –hoy blanco en canas- que logró el poder consecutivamente varias legislaturas, no mengua el verbo y mucho menos lo tiene desentrenado.

Dedicado actualmente a la reflexión –esta idea remite al anciano Fidel Castro, aunque ya quisiera el cubano gozar de tanta lucidez-, se presentó en Los Desayunes de TVE para hablar del tema delicado que padecemos en España: La Crisis.

Su tesis se basa en hablar de una economía real para hacerle frente  a las reformas y al discurso aplicados por el actual gobierno, su oponente Partido Popular. Dice González que actualmente hay menos empresas que en 1995 y que las empresas reales son las que ofrecen empleo. También hizo una llamada a gradualizar (en sus palabras) el ajuste al déficit presupuestario, por lo que, considera, el ajuste que se hace ahora a la sanidad pública es un disparate. El modelo de salud español llegó a ser un referente a seguir en el llamado Primer Mundo, explicó.

Y también se refirió a barbaridades de las estructuras de gobierno –aquí le toca responsabilidad a él o a su partido, el PSOE- al intentar sostener 8 mil municipios para 46 millones de habitantes. O sea, que ahora urge revisarlo todo, y el funcionariado,  o lo que es lo mismo: la burocracia que abunda desde tiempos inmemoriales, es objetivo clave de la revisión.

El legendario político y antiguo atractivo de la clase obrera –incluso su manera de vestir se puso de moda en su momento- reflexionó también sobre los préstamos de la Comunidad Económica Europea, cuyos plazos para la devolución Bruselas sabe que serán imposibles de cumplir, dijo. También habló sobre la canciller alemana y sobre el liderazgo germano en la formación de la nueva Europa. Es de suponer que el mapa continental pueda cambiar con todo lo que se avecina.

“Merkel (Ángela) no es tan irracional como se la presenta”, expresó en un golpe de inspiración que parecía más una apología que una crítica a la canciller. Pero los tiros no iban por ahí. Era una fina ironía. Era una alerta a no perder más el tiempo en ir contra Alemania:
“Ese país vive de vender cosas a otros. Y, cuando arruine a los otros, no les va a vender ni una escoba”, aseguró Felipe González sin titubear ni un segundo, mirando a cámara a veces y consumiendo con sus reflexiones casi todo el tiempo de programa.

Sobre Alemania, tal y como están las cosas, parece ser que el gran orador andaluz lleva toda la razón.


lunes, 2 de julio de 2012

El fútbol insufla oxígeno a España



Suele suceder en verano, cuando las fatigas múltiples encuentran un antídoto que reaviva el país, como el Ave Fénix, que renace de sus propias cenizas. Y ese antídoto comenzó a suministrarse ayer por la tarde/noche incluso con anuncios lanzados al viento: bombazos, petardos, tiros, trazas de pólvora por todas partes en Iberia e islas, la nación cansada y a la vez en búsqueda de un cocimiento de mejorana.

La copa de Campeones europeos, discutida anoche en Kiev, frente a unos italianos tan ilusionados como nosotros que podemos contarlo desde la península vecina, entrega a este país ese poquito de ánimo arrebatado por la crisis económica y por la partida de, quizá, demasiados jóvenes hacia los confines más insospechados del planeta para arreglarse la vida, como antaño, cosa que duele después de haber gozado el bienestar.

Hoy iba gante por las calles con la camiseta roja (el color de la selección nacional) y también los presentadores de televisión vistieron así, e incluso alguno llegó a pintarse la bandera en cada moflete. No solo llegaron a desbordarse los bares –institución grande de España-, sino las personas igual de excedidas repartieron abrazos en las oficinas, cosa nada habitual en el competitivo y envidioso ámbito profesional.

Se ve que estas inflexiones de buen rollo ayudan a pasar las crisis (económicas y existenciales) y empujan un pelín más el carro del optimismo, porque de lo contrario –ola de calor mediante- el país se hundiría mucho más rápido de lo que auguran. Se buscaba ese paliativo y se encontró, así que esta tarde mientras escribimos estos párrafos, las alineaciones de pueblos diversos salen a recibir a los artífices de la buena voluntad.
Y eso bueno tiene el fútbol –entre otras cosas-: que es capaz de unir lo que en la vida ordinaria anda suelto, dígase las diferentes autonomías, dígase los nacionalismos con sus respectivas banderas.

Desde Catalunya, donde escribo, hoy he visto banderas españolas en los balcones. Sea por lo que sea, parece saludable que se comparta el espacio público.

En Cibeles, esta tarde, revientan el cielo de Madrid., y en Canaletas el de Barcelona. El anticiclón que había se ha marchado simbólicamente para refrescar el ambiente. Lo importante es que se ha marchado y queda la vía expedita, para que la gente se sienta feliz aunque sea por un día.

Foto: "Aficionados celebran la victoria La Roja en la plaza de Cibeles de Madrid" de Susana Vera (Reuters) tomada de El País