martes, 25 de agosto de 2009

La catedral salada (III y final)



Alguien nos ha permitido pasar sin desembolso alguno y nos sigue atentamente. Está entretejido en la explicación de nuestro guía, como apoyatura escénica, pero su misteriosa presencia es solo un cuerpo espectral.
Lleva un juego de llaves en las manos, pasándose los hierros de una palma a otra con destreza. En ese intercambio de direcciones viaja un teléfono móvil dispuesto a dar las campanadas para convocar a una misa administrativa, salpicando las tablas con una ruptura teatral, si hubiese repicado. Yo estaba tan atento al guía como a ese teléfono. Había desconectado el mío antes de pasar el umbral, para dejar fuera de juego a un artilugio sorprendente que se posiciona en el momento menos esperado. El joven debía ser alguien importante, lo suficientemente autorizado como para llevar ese artefacto a la vista y a punto de vibrar silenciosamente, en el mejor de los casos. Por fin se pronuncia y descubro su acento dulce procedente de alguna región tropical, subtropical más posiblemente. Su rostro y su estilo de vestir ya me habían puesto sobre la pista.
Pensé que podría ser un misionero enviado a Mallorca, un representante de los nuevos tiempos eclesiásticos, de esos clérigos que no se andan con ambages. Medía poco más de metro y medio de altura. Su rostro y su cabello negro cuidado eran demasiado juveniles para el aire de párroco progresista que llevaba. Llegado un momento de dudas, el guía le solicitó argumentación en algunos aspectos intrínsecos del inmueble. No cabían entonces más dudas. Era un encargado de la majestuosa obra, la catedral con más salero que yo hubiera visto jamás.
Me moría de curiosidad. Ese joven nos llevó de la mano subrepticiamente al grupo que participábamos en Blogueando a Cuba. Nos abrió los caminos más recónditos de la iglesia, su entramado doméstico, las bambalinas donde colgaban los trajes del día, el traspatio de la casa que suele estar menos maquillado que la sala. Nos subió al piso intermedio, entablado, donde los turistas no llegan, por encima del altar. Sus puertas se abrieron sin llaves. Y el teléfono portátil no llamaba.
Debido a un enroque de los miembros del grupo, cayó a mi lado. Le lancé la primera pregunta casi en un susurro, con temor de que alguien me detectara.
-¿Eres colombiano?-lo tuteé a quemarropa, porque esa distancia fue la que me inspiró.
-No, soy cubano.
Al responderme me desconcertó. Nunca espero que un cubano sea tan discreto, mucho menos moviéndose en un grupo de paisanos. Pero no tenía mucho tiempo para seguir con mi inquisición. Llevo el virus profesional en el tránsito sanguíneo. Debía descubrir quién era ese joven con acento a medio camino entre España y las Américas.
-Nosotros somos cubanos-agregué ese dato, con cierto entusiasmo.
-Sí, sí, ya me lo habían dicho por teléfono-aseguró con menos embullo que yo, cortándome educadamente, con una sonrisa suave. Por su proyección, me pareció un ejemplar político acostumbrado a lidiar con masas de trabajadores. Pero un tipo así qué hacía en ese lugar, con tanto poder evidente más allá del llavero pesado y metálico.
Entonces estiré mi brazo derecho con la mano abierta.
-Me llamo Jorge-le dije.
-José Capote-alternó.
-¿Trabajas aquí?-. La pregunta fue sencilla y directa, no libre de una enorme duda existencial. Sé muy bien que los cubanos estamos dispersos por el mundo, como los judíos. Dos millones diseminados en la diáspora. La palabra diáspora era religiosa y venía al caso.
Le seguí el movimiento de sus labios y la expresión de sus ojos, ayudado por la imaginación tan precisa en esos lugares donde la luz es racionada, tenue y coloreada por el filtro de un rosetón que, según nos explicaron, mide 90 metros cuadrados. De lejos -porque una catedral es tan espigada como el vuelo de las aves migratorias- me parecía que el vitral redondo no podía abarcar más que la inmensa mayoría de las viviendas en este país. José –ya su nombre jugaba en mi dispersión fantástica del pensamiento- demoró unos segundos en articular la respuesta. Miró entre las manos una luz azulosa que le avisaba de algo.
-Perdona un segundo-me solicitó educadamente-Sí, sí, ahora mismo voy-habló por el aparato que parecía un objeto anacrónico.
La llamada tan esperada por mí había llegado. José se me escapaba de la escena y sabía que no volvería a verlo. Me debía una respuesta. Intentó despedirse seguro de que yo había escuchado lo que dijo al teléfono. Alcé las cejas, las arqueé inquisitoriamente, otra vez.
-Ah, soy el gerente-y me estrechó su diestra como un ejecutivo que no se desprende del aire de prisa crónica. Pero José también transmitía sosiego. Debe ser que administrar un templo sagrado ofrece templanza, paz interior, equilibrio.
El paisano se despidió en general y se esfumó rápido por una puerta pequeña antes de que pudiéramos agradecerle la entrada gratuita a ese bello edificio, antes de que yo le preguntara si él era religioso.
Se escurrió entre las sombras que proyectaban los relieves diversos de los decorados, como alguien que transfiere el bien sin hacer ostentación de que una vez pasó por allí.

domingo, 23 de agosto de 2009

La catedral salada (II)



El fresco ambiental de una enorme plaza techada nos mantiene relajados. En el exterior de la basílica castiga el sol como mandato astral imprescindible para sentirse viajero. Ya decíamos que hay otro viaje posible cargado de historia y decoración dentro de los muros de la institución religiosa. Nos lleva de la mano el historiador vocacional Juan Pascual, vocal –nunca mejor dicho- de ARCA, la asociación para la revitalización de los cascos antiguos territoriales, un hombre dotado por la facilidad de palabras y el sentido de las épocas. El sentir de los tiempos, quise decir.
Su sombrero de béisbol permanece resguardando un sinfín de pensamientos que no nos dejan al límite. Nunca descuida que está ante un grupo de cubanos, tan isleños como él y mucho más extrañados de lo que pueda pensarse. Antes de llegar al templo, nos obsequia con una descripción bien documentada del centro antiguo de Mallorca. Como mismo se explaya después en el legado de Gaudí dentro de la catedral, se reserva para el final la nueva capilla de Barceló. Nos hace dudar de una cronología del paseo cuando descubrimos que el pintor mallorquín no es su preferido en las artes decorativas de la enorme casa sagrada.
Hay momentos en los que se despoja de las gafas oscuras.
El historiador ocasional nos recuerda a uno que tuvimos en Cuba por su elocuencia y su pasión. No así por la manera moderna con que viste. Juan Pascual es un mallorquín ligado antiguamente a las familias de alcurnia política. Su entusiasmo merma cuando llegamos a la capilla pintada por Barceló. Nos deja mirar y que hablemos. El embadurnamiento de este apartado nos descoloca la perspectiva de una iglesia convencional. Es un empanizado de arcilla con ensamblaje in situ, cuyas grietas intencionales le ofrecen una visión naif al recorrido. Peces y vegetales marinos y vitrales pintados con intención opalina nos acercan al arte contemporáneo de manofactura libre, con esa inquietud del alfarero que invita a apreciar el barro como se hace con el oro.
Es un paisaje rompedor. Una acción irreverente si lo entendemos como algo que sale de los lineamientos tradicionales. También Gaudí rompe los moldes de la frialdad de la Iglesia, pero éste lo hace con hierros.
La capilla de Barceló ha sido objeto de polémica. El término ha sido tildado de pegote en una casa que siempre se ha caracterizado por imponer omnipresencia. Su arcilla raída es un propósito y despropósito al mismo tiempo, en dependencia del punto de mira. Está allí porque el pintor se ha ganado ese privilegio. Le dieron la “misión” de representarnos a todos nosotros los que vivimos en la era moderna e incluso postmoderna. Se fue por el lado onírico. Ya sabemos que la Iglesia no deja mucho sitio para los sueños desamarrados. Por eso creo que, pésele a quien le pese, es una osadía que encontremos una estancia lúdica en la mansión del señor. El aspecto estético es el lado más libre de todo el asunto, pues lo más importante es que ese arte efímero –no es piedra ni hierro- está ahí. Y nosotros lo vimos. Gracias a Juan Pascual por su alma noble.

(Continuará…)

jueves, 20 de agosto de 2009

La catedral salada (I)



La casa de Dios en Mallorca da cobijo a dos artistas plásticos y a un emigrante tardío, como si quisiera expresar un progreso que rompe con todas las referencias hacia el hermetismo real de la Iglesia.
Si la mayoría de las personas que caminan por las calles coincide en que la visita a la Catedral es obligatoria, por algo será. Ese algo hay que buscarlo en el interior de las antiguas paredes religiosas, por muy impactante que sea el decorado del cascarón y su privilegiado anclaje en la ribera de la bahía.
Tomamos a pleno sol fotos de la fachada, difíciles de encuadrar con una lente convencional que se acerca al gran angular y no llega, por mucho que pegamos la espalda al suelo, como si tiráramos un cable a tierra para desviar por él la corriente magnética. La fachada hay que componerla más tarde en nuestro ordenador, sumando planos difíciles y provocadores.
“Graficar” la carcasa, la armadura de piedra que, apuntalada por un contrafuerte, ha soportado los embates del tiempo, significa garantizar la prueba de que pasamos por allí, complaciendo a los transeúntes que nos lo solicitan de todo corazón. Entrar es otra cosa. Es olvidarse del anfitrión principal –en caso de que Dios exista- para disfrutar de un ambiente decorativo que vuela por encima de todas las catedrales del mundo –no es que las hayamos visitado todas. A Gaudí se le dio permiso para jugar con aquel espacio amplio. “Esto es todo tuyo. Este es tu reino”, suponemos le cursarían similar invitación.
Con la paciencia y el detallismo que caracterizó al arquitecto catalán, quedaron allí lámparas enganchadas a las columnas como aros en el dedo del medio, estrambóticas, nada celestiales. Son luminarias con utilidad práctica pero también siguen el camino estético de sus herrajes, que ya sabemos son tan controvertidos como imprescindibles. Y luego está el baldaquino que el genio modernista jamás terminó. Dejó inconclusas muchas cosas, obras prácticamente imposibles como su catedral personal en Barcelona, y piezas interiores que suponen divertimentos a menor escala.
Para acceder al altar hay que abrir una puerta de corredera construida por Gaudí. Es esquelética, o sea, otro de sus funcionamientos con hierros, y en principio debe engrasarse cada cierto tiempo. Decía que a uno se le olvida más fácilmente que está con Dios. El universo gaudiano se roba toda la atención por su encanto lúdico, funcional, y, por supuesto, decorativo. En la sacristía descansa hasta nuevo aviso una campana especial construida por él, como un chirimbolo de carnaval que avista todo desde lo alto de un mástil. Y su mecanismo de uso está inspirado en el sistema de martillo de un piano. Nos explicaron que Gaudí trabajó largas noches para conseguir el sonido especial de ese carillón.
A Gaudí se le puso fecha de partida de ese templo cuando cambiaron los gobiernos. Y volvió a Barcelona por mar como se hacía en aquella época, dejando de recuerdo un suvenir que, en este caso concreto, hay que encontrarlo del otro lado de la piedra, del lado que no se ve en el paisaje mallorquín.

(Continurá…)

miércoles, 19 de agosto de 2009

El blogger nostálgico



Todos los días recuerdo a mi padre cuando me aconsejaba pasar página. El balcón de su casa era una tribuna de conspiración, situada en lo alto de un edificio del Vedado que ocupa una raya del sky line habanero. Desde allí, invariablemente, cada sábado debatíamos los temas de actualidad nacional e internacional, mejorados por el fresco del Malecón y también por la altura. Uno puede llegar a sentir cierta seguridad en un piso alto situado a los cuatro vientos, aun cuando se está más expuesto a una embestida sísmica. Pero, por suerte, en La Habana no existen fuertes movimientos telúricos, hablando en sentido recto.
Mi padre se tomaba muy en serio mi cara de angustia. Comenzaba a filosofar para entretenerme un rato y, cuando ya me tenía en su reino, se encorvaba para alcanzar el borde del sillón y desde allí me susurraba casi al oído:
-Pero no te quedes dando vueltas en el mismo lugar. Lo más importante es pasar página.
Me pregunto cómo es posible pasar página arrastrando hacia el olvido el sonido del aire en ese balcón, el olor a sal que nos llegaba a pesar de los basureros desbordados de la calle, y, más todavía, arrancando de la mente el paisaje alelado de ese trozo de Caribe que fue lo primero que vi cuando abrí los ojos, porque yo nací en esa casa.
Evidentemente, él no quería que yo lo secundara en ese terrible sentimiento nostálgico insular. Quería para mí un hombre que pudiera superar el idilio del balcón, y se abriera al mundo desde una fuerza racional, pragmática, contrario, quizá, aunque esto nunca me lo dijo, al regodeo intelectual de alguien como José Lezama Lima que conoció el universo desde una poltrona en un barrio habanero decadente.
Mi padre no quería para mí el desasosiego que tanto lo marcó producto de su temperamento melancólico, primero, y luego porque tuvo que asumir obligatoriamente que vivía en una isla sin apenas salidas, algo que se le hacía tan evidente al comenzar el día y abrir las puertas del balcón. Supongo, porque tampoco me lo dijo, que también asumió su mala decisión de no abandonar el país cuando era un joven.
Así que, al ver a sus hijos perderse por ese horizonte inamovible –aunque bello- que tenía pegado en la frente, se aseguró de que ya estábamos en el camino correcto, avanzando el libro incluso con saltos de páginas. Y se alegró, muy en contra del dolor que ocasiona separarse de los hijos.
Yo también creía que había pasado página.
Sin embargo, el primer texto que escribí la misma noche que llegué a Barcelona fue una carta para él.
Ahí comenzó un epistolario que viajaba en una sola dirección por el miedo que siempre tuve de que le perjudicaran mis cartas, y jamás se las envié. Aquellas letras, con el tiempo, fueron tomando tintes urbanos, actualizados, pero, si se revisan, se verá el anhelo de las conversaciones con mi padre en su casa de La Habana, el deje o la referencia a algo que compartíamos, el vínculo a veces forzado entre las cosas de aquí y de allá.
Las llamadas telefónicas, tan caras, fueron bastante escasas. En su lugar estaba la letra informadora y melancólica, como sus palabras; estaba su transmisión genética de la melancolía que, si bien resultaba dignificante, por otro lado era un impedimento para avanzar y situarme con fuerzas frente a la nueva realidad. Aquí, por razones obvias, dejé de ejercer el periodismo, a medias. Todas mis inquietudes y dudas espirituales pasaron a la carpeta de un ordenador en forma de despachos de prensa, crónicas, viñetas, para cuando él pudiera leerlas tranquilamente, en un lugar que no fuera su terraza.
Hasta que conocí a alguien, mi mujer, que me informó de que existía una plataforma gratuita donde depositar esos despachos vinculándolos de alguna manera con mi profesión. Eso sí, serían entregas públicas.
Me entusiasmó la idea y montamos un blog.
El blog no logró escapar a la nostalgia y se llamó tramposamente Segunda Naturaleza.
El corazón de mi padre no alcanzó a conocerlo. Mi madre sí y se irrita cuando lo lee porque piensa que la policía va a venir a buscarme a mi casa.
La cuestión del blog se debatió, pues, en ser o no ser el que escribe.
Con tantos fantasmas dando vueltas por la cabeza, el carácter apocado también heredado de mi padre, y los temores de persecución que traemos de la isla, dudé los primeros días. Hasta que, haciéndole caso a él, decidí que era mejor pasar página y mostrarse uno con su verdadera identidad. Un homenaje que ha terminado siendo objeto de disfrute personal.
Lo que ignoraba totalmente cuando construimos el blog era que muchísimos cubanos estaban haciendo lo mismo que yo en diversos confines del mundo. Mi blog sería, pues, algo así como el diario de Anna Frank navegando a la deriva en un mar poblado de diarios.
Todavía no he tenido la necesidad de dejarlo. Todo lo contrario: cada vez que alguien descubre mi diario y da fe de su asistencia, me siento en la obligación de escribir más. Aunque esto me suponga desasosiego, delirio, si tenemos en cuenta que estas conversaciones del balcón ahora llegan a más oídos. Supongo, querido viejo, estaré cumpliendo con tus consejos.
Pasar páginas, pero pasárselas a los demás.


Nota: Texto leido en el primer encuentro de bloggers cubanos exiliados, que tuvo lugar en Palma de Mallorca hasta el pasado domingo.

martes, 18 de agosto de 2009

Blogueando a Cuba: la blogosfera adulta se moja los pies pero no se baña



Si habláramos con frivolidad, diríamos que lo mejor del Encuentro Blogueando a Cuba fueron las vistas del hotel donde sesionó, aquellas imágenes aéreas de la terraza con alberca, poseyendo a Mallorca en plan varonil y sin medios anticonceptivos.
Creo que a nadie le importaría procrear un hijo con esa catedral atípica que está situada a orillas del Mediterráneo. Desde el recuerdo de la de Cádiz, no había sucedido algo similar en mi libertina relación con la Iglesia.
Siempre uno trata de relativizar para no quedarse rumiando pesares, porque, según mi padre, las cosas siempre tienen un lado interesante, y, como periodista, también supe alguna vez darle la vuelta a la información.
No hay por qué mentir. Éramos exactamente tres blogueros y el resto de los veinte participantes era oyente. También es verano. También Palma de Mallorca es cara. También, supongo, la convocatoria al evento no fue lo suficientemente efectiva e insistente. Y también el entusiasmo mayor ocurrió hace más de un año, cuando se lanzó la voz por primera vez.
No importa. Con Adán y Eva, según la Iglesia, se creó la obra humana. Hubo un trabajo inmenso en las dos mujeres que organizaron el evento. Hasta donde pude saber, ellas dos pagaron toda la logística y aprovisionamiento, no así a los asistentes bloggers, o sea, a mí.
Tiene mucho mérito, en medio de una profunda crisis económica, no cejar en el intento. La situación hoy en día está como para cerrar el chiringuito y tomar clases de idioma gratuito, o de informática, en los cursillos de la INEM. Supongo que todas las energías de las muchachas se fueron en la producción del evento, porque, aún sin la presencia física de los bloggers, se podía haber logrado conexiones con ellos en tiempo real, teniendo en cuenta que la mayoría de la blogosfera cubana vive en el exterior del país y tiene acceso a internet.
¿Dónde estaban los bloggers? Y otra pregunta. ¿Se conoce ampliamente que este evento tuvo lugar? Hay algo que no me cuadra. ¿O mis colegas estaban desinformados o nos puede más el ego y dejamos que dos chicas entusiastas se hundieran en ese paisaje marinero impregnado de sal y vértigo?
En mi opinión, la blogosfera cubana es un espejismo de los cambios radicales que estamos pidiendo a gritos. Pongamos algunos datos interesantes extraídos de una encuesta que intentó sistematizar por primera vez nuestra blogosfera. Son resultados matemáticos, pero, digo yo, no exentos de subjetividad, toda vez que las respuestas fueron encargadas por un equipo de personas que aún no se han visto las caras.
Dice la encuesta que los bloggers de adentro de la isla ofrecen más su identidad que los viven fuera, o sea, que los que viven en democracia. ¡Vaya paradoja! También que la mayoría de la población cubana no conoce los blogs cubanos. Esto sí me lo esperaba, por razones obvias de accesibilidad a la red. (Mi madre se conecta para leerme mediante una cuenta fantasma, ilegal, y desde allí piensa que en no pocas ocasiones hablo demasiado).
Y aquí viene otro resultado en concordancia: Los bloggers que viven en democracia valoran más el anonimato para proteger a familiares y amigos. (Yo no. Quiero decir, muestro mi identidad, pero trato de no hablar de mis amigos).
El dato más curioso, aunque tampoco me sorprende por razones que se podrían explicar al mundo en otro post, es que la blogosfera cubana es adulta. Casi el 90 por ciento de los hacedores tienen más de 30 años. Esto quiere decir que nos movemos en otro universo, ya que la mayoría de las personas que utilizan bitácoras personales son muy jóvenes, y las utilizan como plataformas sociales.
Sin embargo, en la encuesta –y en el evento- no se profundizó en un aspecto que para mí es crucial. Me refiero a la polémica política. Hay ejemplos muy concretos como las secciones de comentarios del blog ya cerrado de Duanel Díaz, Cuba: la memoria inconsolable, y el sitio que lleva Ernesto Hernández Bustos, Penúltimos días; éste último comenzó siendo un blog y por su interés ha derivado en un portal con dominio fuera de las plataformas de blogspot.
El día en que de verdad se quiera documentar la segunda etapa del éxodo masivo de cubanos, de los ochenta en adelante, habrá que fijarse en las secciones de comentarios de estos blogs, que, por sí solas, a veces funcionan más allá del texto que propone el post.
Como también habrá que observar atentamente el blog de Connie, una norteamericana que comenzó admirando la mal llamada revolución y terminó detestándola, por situaciones personales y porque tuvo claridad de miras. Ella nos ha regalado a los cubanos un país que los que nacimos después de 1959 apenas conocíamos. Porque éramos niños en la época en que Connie era una joven y a nosotros nos escamotearon la verdad. Ya sé que la verdad es relativa. Por eso el blog de Connie no asegura ninguna opinión, sino que las provoca a partir de la comparación gráfica de una y otra épocas.
Sigo pensando que el hecho de que los bloggers cubanos estemos mayoritariamente fuera de Cuba como mínimo nos otorga singularidad blogosférica. Y que el ego nos coma vivos puede ser tan beneficioso como peligroso.
¿Con qué cara vamos a reclamar a Fidel Castro y su hermano menor que cuelguen los guantes de boxeo? ¿Con el rostro del hedonismo que ellos dos nos inocularon muy a ex profeso?
Reconozco a Ivis y Aguaya que se hayan gastado los cuartos –así se le llama en España a los euros- en un empeño que pudiera parecer vacuo y no lo es. Pero han destinando erróneamente los dineros. Se debía haber priorizado la invitación de alguno de los bloggers cubanos influentes para que explicaran sus experiencias y así Blogueando…tuviera mayor prestigio, poder de convocatoria e interés general, en fin.
No podemos decir que el encuentro haya sido un coco pelado. En ese caso, yo no estuviera escribiendo estas líneas; ni un equipo de Current TV, la televisión por satélite creada por Al Gore, se hubiera hospedado con nosotros en ese hotel mirador, donde los mojitos y el “diálogo” con la Catedral me causaron dolor en el pecho.

lunes, 17 de agosto de 2009

Blogueando a Cuba: El cazador cazado



PALMA DE MALLORCA.-Al finalizar las sesiones de debate ayer, un periodista italiano que cubre este encuentro me preguntó algo inquietante. No era una pregunta capciosa, pero debo confesar que la respuesta yo no la tenía ni siquiera pensada.

¿Podrá la blogosfera cubana arribar a un partido político?


Era la primera vez que este que escribe debía confesarse delante de una cámara. Así que preferí ser sincero. La blogosfera cubana mayoritariamente vive en el exterior del país, y está desunida, tirándose los pelos, y, a la vez, intentando reconstruir todo lo que hemos perdido. No desembocará en un partido político, en mi entender, ni será la pieza clave de los cambios políticos en Cuba. Será solamente una pieza importante del puzle que estamos ensamblando.

Todavía existe demasiado hedonismo en nosotros como para poner por delante la ayuda altruista que necesita nuestra nación. Los bloggers estamos redactando más textos individualistas que colectivos, aunque los cubanos que tenemos acceso a internet leemos más los blogs que tratan asuntos de actualidad política, según resultados de una encuesta realizada por Aguaya y un equipo de comunicadores emergentes que se dieron a la tarea de sistematizar la blogosfera.
A veces se nos olvida –dije al periodista italiano- que estamos dispersos por el mundo. No sabemos exactamente quiénes somos, nos movemos en muchísimos casos con seudónimos, y, lo más importante, todavía no hemos aprendido a respetar la opinión de los demás.

Así que no. No. No seremos los protagonistas exclusivos del cambio, pero entiendo que la pregunta cae por su propio peso si miramos que hoy estamos reunidos, al menos cuatro gatos, en una isla a medio camino de todos los mundos posibles. Esto ha sido algo similar a la colocación de la primera piedra de la obra.

Ah, se me olvidaba algo –recordé en alta voz mientras rodaba la cinta-.Todavía le tenemos miedo a la palabra política. Se nos caen los pantalones de miedo delante de esa palabra. ¿Cómo se entiende que la bloguera más influyente, Yoani Sánchez, en su discurso insista en desmarcarse de la política, si política significa pensar?

Así que no, no lo creo.

¿Te podría poner en peligro esta entrevista?


Tampoco estaba preparado para esta pregunta. Pero tenía respuesta. La solté esta vez más rápido. Es posible que sí –dije resolutivo y mirando a los ojos de la cámara-, pero me beneficia más. Hace muchos años que necesito romper el miedo de expresarme ante un micrófono, y esta ha sido una oportunidad, ahora que no necesito utilizar la política para regularizar mi situación en España. Así que gracias.

El periodista italiano es mucho más joven que yo, pero sabe lo que le estoy diciendo. Ha vivido y vive una dictadura de la información en su país, donde el presidente es el dueño de la mayoría de los medios de prensa. Aunque, quiero recordarle, allí al menos la gente tiene derecho a internet.
Una muchacha le pregunta al operador de la cámara si yo soy un actor importante. Estamos situados en una preciosa cala mediterránea con unos veleros de fondo. El operador dice que no. La chica insiste. Sí, yo lo he visto en alguna película. En realidad soy un periodista que está en el papel inverso.

Me salva esa conversación que escucho por detrás de mí. Ese rumor a mis espaldas me regala una sonrisa.

sábado, 15 de agosto de 2009

Blogueando a Cuba: De internet a Weyler y viceversa



PALMA DE MALLORCA.-Hay una empresa gala de telefonía cuyo slogan publicitario reza: Tienes derecho a internet. Es un recordatorio para captar futuros clientes.
El día que en Cuba veamos una valla con un texto similar será la señal definitiva que estamos esperando, no solo los cubanos que viven allí en la isla, sino también los del exilio. A los que nos marchamos del país todavía nos duele en el alma chocar con el anuncio que te recuerda que internet es libre. Para nosotros es un hecho, casi una obligación conectarse a la red, para conferenciar con nuestros amigos y revisar sitios webs a nuestra medida.
La ausencia de internet libre en Cuba ha dado lugar al encuentro que nos ocupa en estos días en otra ínsula, mediterránea pero no exenta de nostalgia hacia las Antillas. La bloguera cubana Aguaya, radicada en Berlín, nos ha traído los resultados de la primera encuesta sobre nuestra blogosfera, esa manera dispersa de entendernos, pero que no deja de ser un eslabón del rearme nacional.
El encuentro de nuestra nación, en medio de un panorama bastante desgastado a lo largo de cincuenta años de diáspora, debe comenzar por la cultura, y esto significa gastronomía, folclore y familia, dicho así por encima. Nunca pensamos que una herramienta tan ágil como la informática –Aguaya estudió cibernética/matemática- fuera a entroncarse con las ansias de localización de nuestra identidad. Nuestra razón de ser, desgraciadamente, se ha convertido en una sopa de añoranza. Dos millones de cubanos viven fuera de la isla –como este que escribe- y esto es un porcentaje muy elevado para una población nacional de once millones.
Si unos pocos años atrás vivíamos desinformados del pensamiento de nuestros paisanos, de su quehacer intelectual, creatividad, hoy existen conexiones en tiempo real que nos acercan a los de adentro y los de afuera, pero, claro, todavía es preciso burlar la censura y hacer trampas porque conectarse a la red dentro de Cuba es prácticamente una contravención.
Aguaya nos proyectó en primicia una entrevista de veinte minutos con Yoani Sánchez, la bloggers más conocida e influyente. Ella recibe miles de visitas diarias en su blog, y sin embargo no tiene conexión en su casa. Hemos visto cómo algo tan sencillo como puede ser para los de afuera acceder a la red, en Yoani se ha convertido en una especie de peregrinación por hoteles de La Habana, donde no siempre hay suerte de enchufar un pen drive.
Son las nuevas tecnologías las que revolucionan ese encuentro de la nación. En la década de los ochenta fueron los artistas plásticos quienes se encadenaron a los postes de la luz en performances reivindicativos. Aquellos artistas terminaron emigrando masivamente y diluyéndose en la nostalgia y la resignación, porque a casi nadie le gusta dejar su casa y sus amigos.
En la conversación de hoy, que tuvo lugar en el Hotel Amic Horizonte, participamos pocos blogueros del exilio- me gusta llamarle así al cubano que se marcha sin garantías institucionales-, pero muchos observadores. Se dio un diálogo abierto y respetuoso, tranquilo y sobre todo nos sirvió como terapia para ensayar el encuentro de la nación que tanto anhelamos.
El tiempo pasa y, si sabemos hablar sin escandalizar el discurso, nos entenderemos tarde o temprano. Ayer paseábamos por esta ciudad como curiosos forasteros. En un recodo de una calle apareció el nombre Valeriano Weyler, el tristemente célebre capitán general español que tanto daño ocasionó a los cubanos y que, por cierto, era mallorquín. Y no tiramos piedras a la pared. Al terrible estratega lo pusimos en su lugar sin bendecir su memoria.
Un gesto de buena voluntad.

jueves, 13 de agosto de 2009

Blogueando a Cuba: Conjura balear



PALMA DE MALLORCA.-Estamos en la víspera de un encuentro de bloggers cubanos exiliados que comenzó a proyectarse hace ahora un año, cuya sede fue siempre aquí, y las intenciones de aunarnos, saltando los mares, se mantienen a pie de letra.
Lo que no está claro, a menos de un día de que comience el encuentro, es cuántos narrarán sus experiencias, cuántos blogueros del patio en total llegarán hasta esta isla mediterránea que parece más pequeña de lo que realmente es.
Se conoce que Blogueando a Cuba –así se denomina el evento- ha sido planeado por dos mujeres. Una, a quien todavía no hemos visto arribar, viaja desde Berlín. Su nombre por el momento es Aguaya. La otra, por razones obvias, ya está en el aeropuerto esperando a los visitantes. Es una criolla de cabellos rizados y ojos expresivos que saltó del Caribe hasta aquí hace unos años, y no ha perdido su costumbre de buena anfitriona. La “mallorquina” se llama Ivis.
Siempre pensé que proyectar un encuentro tan “leído y escribido” a un año vista podría tener el inconveniente de que la sangre se enfriara. También, para ser justos, en aquella fecha inicial no estaba la crisis económica en el epicentro de nuestras vidas. Me gustaría pensar que vamos a encontrarnos aquí con las decenas de bloggers que teorizan sobre esta práctica social, con una parte significativa de “empollones” de ordenador quienes buscan y rebuscan lo que se hace en nuestra red de redes, la cubana, inmensa por la cantidad de subterfugios y trampas que conlleva en sí misma.
Pero, con la excepción del trovador cubano Vanito Brown, quien vuela desde Madrid para amenizar las noches, todavía no hay noticias de quiénes llegarán y qué traerán, por aire o por mar, pues de otra manera es imposible.
Ese era otro riesgo, la ausencia de un tren transiberiano que fuera recogiendo gente a su paso por los pueblos.
Desde la habitación del hotel que patrocina Blogueando a Cuba hay una vista espectacular del puerto de esta ciudad, sin temor a equivocarme por la nostalgia, bastante parecida a Matanzas, por su forma de ensenada. De momento, la paz reina en el cuartel general, dotando, como era de suponerse, de conexión gratuita a internet.
El transporte que nos trajo en la mañana –un Airbus A320 de la compañía Vueling, procedente de Barcelona-, temió alcanzar demasiada altura y pasarse de largo hasta las islas griegas, ya que el Mediterráneo confunde. Lo digo por experiencia propia. De Barcelona a la capital de las Baleares es algo parecido a un salto de cama. Cuando hundes los pies en las zapatillas ya estás aterrizando. Entre las señales para abotonarse y desabotonarse los cinturones de seguridad hay escasos veinte minutos.

Nota: Continuaremos informando desde esta ínsula. El evento concluye el domingo que viene.

martes, 11 de agosto de 2009

Paranoia



Entró al bar arrastrando una pierna, la derecha. Se sentó en la primera mesa y desde allí ordenó un café con leche desnatada.
-La leche tibia-dijo con autoridad, aunque su voz era casi inaudible.
Dejó a su lado una maleta con ruedas de mediano tamaño, recostada a la mesa.
Era un hombre joven, de unos 35 años. Vestía un estilo clásico. Tejanos ajustados, camisa rosa de mangas largas, abotonada hasta el cuello a pesar del calor. Llevaba el pelo corto, peinado con una raya perfecta que le partía el cabello hacia un lado, el cabello engominado.
Llevaba prisa. Miró a su alrededor para calcular cuánto tiempo demoraría su pedido. El bar estaba casi vacío.
La camarera alzó la vista y le dijo que enseguida le serviría.
Pasaron dos minutos, eternos para él.
Se incorporó con fuerza y dijo que pasaría al baño.
Arrastró de nuevo la maleta hasta la mitad de la barra. Al darse cuenta de que el pasillo que conducía al lavabo eran angosto, recogió la varilla extensiva de la valija y alzó con una mano el equipaje.
Entró al baño y cerró la puerta.
Transcurrieron tres minutos.
El cliente que lo estaba observando comenzó a moverse en su asiento con nerviosismo.
Se abrió la puerta del baño e inmediatamente salió el joven otra vez arrastrando la maleta. Al otro cliente le pareció que iba más ligera.
La camarera tenía el café con leche preparado y lo llevó hasta la mesa.
-Gracias-murmuró el joven de la camisa rosa.
Lo bebió de lado, como hacen las personas que tienen prisa.
El hombre que lo observaba estaba seguro de que, una vez terminado el café con leche, el otro se marcharía a toda prisa, pero no fue así, de manera que sus nervios se multiplicaron y le sobrevino una tos bastante indiscreta.
Se miraron durante unos segundos y los dos cambiaron la vista al mismo tiempo. Fue una comunicación telepática, favorecida por la tranquilidad del bar.
Desde el interior, el que observaba encendió un cigarro para entretenerse. Después del cigarro sacó una libreta de notas y un bolígrafo. Intentó escribir algo, como si tomara notas de la mente. Su café estaba terminado; sin embargo, quedaba un croissant mordido una sola vez. Sus nervios iban a más. Cambiaba constantemente la posición de las piernas, se frotaba los ojos con las manos. Rompió una servilleta que no pudo arrancar entera de la caja metálica.
El joven de la entrada parecía acabado de salir de la ducha. Parecía haber sufrido de niño una poliomelitis. Su cuerpo era saludable pero el hecho de arrastrara una pierna hacía dudar del grosor de esa extremidad debajo del pantalón.
Se incorporó y fue a pagar a la barra.
-Ya está bien-dijo en voz baja con referencia al cambio.
Guardó la billetera en el compartimiento exterior y cerró la cremallera. Se despidió amablemente, aunque no desaparecía la preocupación que llevaba en el rostro.
No sonrió.
Se esfumó saliendo por la izquierda del bar.
El cliente que lo observaba saltó disparado de su silla y se dirigió al baño, dejando el croissant intacto sobre la mesa. Abrió la puerta con fuerza. Miró detrás del lavamanos. Miró detrás del wáter donde solo había una escobilla roja para limpiar los restos de heces fecales, escondida. Levantó de golpe la tapa de la cisterna del wáter y la volvió a colocar. El sistema hidráulico quedó zafado del todo.
Revisó por último detrás de la puerta y no encontró nada.
Regresó a su mesa pero no se sentó. Tomó el croissant con la servilleta que había en el plato y se dirigió a pagar. Le corrían chorros de sudor por ambos lados del rostro.
La camarera le preguntó si sentía bien.
-Sí, es que tengo las glándulas sudorípedas alteradas. Es normal en mí-concluyó y alcanzó la puerta con una sonrisa forzada.
Horas más tarde, pasó por la acera de enfrente del bar y comprobó que todo estaba igual.

lunes, 10 de agosto de 2009

Bienvenido, Lucas



Uno va dejando para después las cosas que más o menos tienen fecha puesta. Así que el nacimiento de Lucas, criatura estival que concibieron un par de amigos cercanos, nos tomó la delantera a todos los de su entorno.
Ayer domingo me despertó mi mujer con la noticia de que había llegado a este mundo tragicómico. Me removió con fuerza y, al comprobar que al cabo de un rato seguía haciéndome el dormido, me susurró al oído con todo amor y dulzura:
-Ya Lucas está aquí.
Estaba prevista su llegada para la segunda quincena de este mes, por lo que, al menos este que escribe, relajó su mente y su cuerpo más abajo de los hospitales de maternidad, o sea, en la franja de playa. Total, ya lo había visto.
Durante el proceso de gestación, su madre nos lo enseñó a través del Facebook. Quiso compartir con sus amigos la primera estampa de Lucas envuelto en líquido amniótico, cuando la criatura apenas tenía tres meses y era una motica oscura dentro de la imagen abstracta de los ultrasonidos.
Luego continuamos viéndolo, chupándose el dedo en la tranquilidad del vientre materno, en sucesivas entregas gráficas que sus jóvenes progenitores “colgaban” para ir presentándolo en sociedad.
Con los padres nos tomamos eternos intercambios de ideas sentados los cuatro –los cinco, quise decir- en bares de Barcelona. El padre y yo con una copa de ron y las chicas ajustadas al Nesté, tranquilamente como si no pasara nada. Lucas fue creciendo y tal vez escuchándonos, apuntando todo nuestro mundo desde una perspectiva desprejuiciada. Nuestro mundo, sin darnos cuenta, porque ha sido muy rápido, ahora es el de él.
Antes de salir para el hospital ayer para conocerlo, me senté en la terraza a fumarme un cigarro. Me costaba visualizar un carrito con parasol al lado nuestro, en nuestras interminables terrazas de verano –porque en invierno las desmontan-, solicitando su toma de leche mientras nosotros deconstruíamos el universo para ver por donde se le puede entrar mejor. Porque, a esta alturas, otra cosa no se puede hacer.
No fue hasta que lo tuve cerca, que acaricié sus bracitos y sus piernas de papel, cuando por fin le hice sitio en mi composición del espacio. Una cosa es saber que viene de camino –por mucho que te muestren sus fotos más íntimas-, y otra corroborar que ha llegado, adelantado para llamar todavía más la atención.
Lucas tenía hipo.
Esa fue una señal inmensa de vida que me puso a correr los días para unirme a su llegada. Mi almanaque funciona desvariado. Debe presentar averías serias cuando uno no está alerta y te despiertan un domingo y te toman por sorpresa. Un poco más -pensé en la cama-, es el propio Lucas quien me ofrece los buenos días en los mismísimos predios del embeleso.
Mi mujer supo que había nacido porque la madre del niño –profesora universitaria encargada de investigar la funcionabilidad de las páginas webs- envió un correo electrónico desde el hospital a los pocos minutos de alumbrar a esta criatura bajo el signo de Leo. Ella siempre lleva un teléfono móvil con acceso a internet. Creo que nunca antes nos había llegado una noticia tan veloz. Fue una primicia.
El padre, un chileno ocupado en la arquitectura de las webs 2.0, se veía obnubilado con Lucas entre sus enormes brazos. Lucas dormía tranquilo allí, ignorando –o no- los ronazos de celebración que llevaba en mente su protector, el sitio que le tenían asignado en la motocicleta que algún día los llevará a los tres a comprar el pan.
¡Ese pan nuestro de cada día!
Lucas no ha llegado con un pan. Es un ser del siglo XXI que, en cambio, retumba nuestras perezas porque ha llegado con un ordenador debajo del brazo.
Lucas 2.0.
¡Bienvenido!

viernes, 7 de agosto de 2009

Principio peninsular



Su dejadez saltó a la luz de las bombillas de halógeno, mostrándole una herida superficial. Hace días estuvo pensando en cambiar las cuchillas de afeitar, o sea, tirar esas y sustituirlas por un paquete de hojas nuevas que se encuentran en cualquier supermercado.
Lavó la herida con agua corriente pero la pequeña brecha no cerraba. Terminó el afeitado enjuagando todo el rostro con abundante agua y a continuación se puso un after shave en emulsión, pero el refrescante líquido blanco no fue capaz de contener la sangre que supuraba lentamente. Recordó que, con un trocito de papel sanitario, pegado a la piel, se clausuraba la herida, y, al estirar su cuerpo para alcanzar el papel, sintió una agradable presión del lavamanos contra el sexo.
No hacía falta mirarse. Mientras se afeitaba, sentía el latido frecuente de una erección que lo acompañaba desde que salió del dormitorio esa mañana. Sabía que estaba ahí como de costumbre, levantando los bóxers en forma de montaña indiscreta. Decidió no hacerle caso, pero la compresión del lavamanos contra esa zona removió los dispositivos sensoriales hasta estremecerlo totalmente.
El trocito de papel higiénico se tiñó de rojo enseguida. Por una asociación de ideas, pensó que sería entretenido y gustoso preparar gazpacho andaluz para desayunar. Terminó de secarse la cara suavemente, puso la toalla en su lugar y se dirigió a la cocina. Mientras limpiaba una mesa auxiliar, el borde de madera de la mesa coincidió con su erección. Con el sexo, empujó el tablón hacia la pared y ahí lo detuvo, o se detuvo, jugando con las casualidades de esa mañana en la que varios objetos tropezaban o coincidían con él.
La pequeña herida había dejado de supurar, en efecto. El residuo de papel estaba pegado a su cara todo el tiempo, mientras preparaba con un cuchillo un kilo de tomates maduros, media cebolla blanca, un pimiento verde cortado a cuadritos, y un pepino igual de troceado. La fuerza eréctil mantenía los bóxers estirados, por lo que la piel ahí seguía tersa pero invisible.
Decidió echar un vistazo retirando la tela hacia un lado y vio un material nervudo que parecía una península. No podía concentrarse en la confección del gazpacho mientras un accidente geográfico estuviera a punto de estudio, porque ambas acciones, intelectuales y mecánicas, resultaban excluyentes entre sí.
Volvió a cubrir aquella península y se sentó en la cocina, en un taburete de bar, a fumarse un cigarro. Estiró un brazo y alcanzó el mando de la televisión. Daban un despacho de noticias que parecía no tener alma, como si el alma fuera una parte y un todo en los telediarios, pero, aun así, este informativo carecía de entusiasmo, parecía sofocado por los días de verano. Cambió de canal hasta llegar a uno de cocina que, increíblemente, a esa hora, estaba en el aire narrando una receta hindú a base de arroz con coco.
Apagó el cigarrillo y la tele y comenzó a tirar los ingredientes en la batidora americana. Agregó una taza pequeña de aceite de oliva, dos cucharadas de vinagre, doscientos gramos de miga de pan del día anterior remojados en agua –porque desde el día anterior sentó las bases, por si le apetecía el plato-, y ajo al gusto, dos dientes enteros se puso.
Estaba de vacaciones, ensayando una nueva vida en unos nuevos horarios. Por ese motivo adelantó el gazpacho para el desayuno, para jugar en todo caso a romper las reglas de la degustación. Se estaba imaginando una mesa puesta en la terraza con servilletas de papel, una cuchara honda, pan frito para acompañar la taza, el vaso de la batidora puesto allí, el sol a punto de aparecer en una esquina del toldo a rayas, cuando escuchó un sonido agudo que parecía un improperio. Se acordó que así sonaba el intercomunicador de la casa con el portal. Se levantó a toda prisa y agarró con rabia el telefonillo:
-Correo comercial. ¿Me puede abrir?-dijo la voz solícita de un hombre de unos cincuenta años.
-¿Usted no ha leído en la portería que aquí no se admite correo comercial?-preguntó el inquilino como si hubiera recibido una ofensa a través del manófono.
Colgó iracundo el aparato.
Volvió a la cocina para terminar el gazpacho y, sin pensarlo, hundió el índice derecho en el botón que marcaba el número tres de la batidora. La máquina rugió estrepitosamente. La ausencia de la tapa superior había dejado una vía para que toda la materia prima del gazpacho saltara con fuerza y manchara el techo, las paredes y sus bóxers blancos.
También sin pensarlo, como el momento en que levantó el auricular de la puerta, se arrancó los bóxers del cuerpo y los tiró en el cubo de la basura. Revisó grosso modo todos los desperfectos y entonces vio que el accidente geográfico había desaparecido. En su lugar había quedado una piel ajada con manchas rojas y semillitas que increíblemente penetraron hasta ese lugar.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Prestaciones



Hace unos pocos días, pasé por La Mina a bordo de un tranvía muy moderno que han puesto para enlazar Barcelona con Badalona, sobrevolando el río Besòs. Me pregunté qué pasaría si asaltaran el tren, un transporte eléctrico con amplios ventanales panorámicos, acondicionador de aire, asientos acolchonados, espacio para las bicicletas, para los cochecitos de los bebés, pantallas digitales informativas y sonidos acústicos que avisan al viajero de la próxima estación.
El trayecto fue absolutamente tranquilo, hasta que recordé que en uno de los edificios horribles de La Mina vivía Néstor, por lo menos allí regresó cuando le pedí que se marchara de mi casa. Han transcurrido unos cuatro años y no lo he vuelto a ver. O sí, miento, me lo encontré en la calle una vez y trató de reconciliarse conmigo, dándome un manotazo en la espalda a traición, supuestamente divertido para él, pero a mí no me hizo gracia.
-¿Qué bolá?- preguntó.
-Ah, bien-respondí a secas y giré el rostro.
Néstor siguió su camino.
Las prestaciones de la memoria, esos registros involuntarios que se archivan en un rincón del alma, suponiendo que el alma esté allí, me devolvía los tristes días de invierno en los que Néstor pasó por mi vida. “Ahora tendrá por lo menos este maravilloso tranvía”, pensé mientras el convoy se desplazaba silencioso enroscando su cola, y desenroscándola, por las calles populacheras de La Mina. Tendederas de verano, con la ropa interior, los shorts y las chancletas bailando en la cuerda floja.
La vida tiene sus cosas. Ahora Néstor, de estar ahí metido, sería uno más, un emigrante medio integrado que va al supermercado una vez a la semana, un pasajero de ese maravilloso ferrocarril que parece va a extender unas enormes alas y sobrevolará el litoral para luego perderse hacia el norte haciendo el dibujo de los Pirineos.
En ese tren, Néstor estará a salvo del agobiante calor, de los pensamientos cotidianos que queman las ansias de salir adelante, pero no estará a salvo de las prestaciones de la memoria histórica. Él fue uno de los que, en La Habana, reprimió la manifestación popular ocurrida hace quince años un día como hoy, en el Malecón. Al menos así me lo contó. Fue con las brigadas del Contingente Blas Roca Calderío, fuerzas paramilitares. Hace cuatro años se me pusieron los pelos de punta al darme cuenta de que tenía en mi apartamento de Barcelona a un tipo así. Pero ahora, más relajado, pienso que ese episodio lo acompañará como una carga pesada, en la playa estirado bajo una sombrilla o simplemente en los confortables asientos del tranvía.


Nota:
El paso de Néstor por mi vida forma parte de un capítulo del libro de memorias
Pasajeros en Tránsito. El fragmento puede leerse aquí.

sábado, 1 de agosto de 2009

El silencio



En la mesa de masajes logró relajar su mente. Estirado boca abajo, sintió que por fin la vida se ocupaba de él. Trataba de poner la mente en blanco; sin embargo, cantaba con recurrencia una canción. No te puedo comprender, corazón loco.
Siempre tuvo miedo de ese estado leve. Desconocía el placer de dialogar con el bombeo de su sangre, en medio de un silencio absoluto. Inerte, casi desnudo, y una canción que solo administraba él. El mundo, su mundo, estaba en ese momento sobre sus espaldas. El mundo lo presionaba en la zona cervical, que era donde más le pesaba. Luego la presión se desplazaba por toda la columna vertebral, hasta la zona lumbar.
De ahí, la fuerza bajaba hacia los glúteos, pero no se detenía. Recorría sus piernas hasta la punta de los pies. Entonces subía buscando el polo opuesto, a través de los canales linfáticos.
Una toalla de felpa funcionaba como puerta de corredera, proporcionando cambios térmicos en ambos hemisferios, cuya frontera estaba en la cintura. Al llegar la presión a la zona craneal, y sentir cómo se perdían las otras presiones, las del tormento, se centró todavía más en la canción. No te puedo comprender, corazón loco.
La presión llegó alternativamente a los brazos, que colgaban a ambos lados de la camilla. Los brazos estaban livianos, pero no del todo relajados. Percibió cómo ponían aceite. Esas extremidades tenían vida propia, tenían un receptor sensorial activado. La presión llegó a la punta de los manos y, cuando iba de regreso, sintió que se le escapaba algo. Algo así como el amparo.
Quizá en medio segundo articuló el pensamiento con el gesto. Se aferró a la presión inconscientemente. La soltó al instante. Fue un error, pensó. ¿Y por qué lo hice?, se preguntó a continuación. Volvió a quedarse con la copla, para no pensar. No te puedo comprender, corazón loco.
Algún reloj invisible, camuflado en la oscuridad, marcó el término de veinte minutos. Quería continuar allí, con aquella letanía de fondo que solo él administraba. Milagrosamente, le funcionó el raciocinio. ¿Ya estamos, inquirió?
Respondieron que sí.
Aunque estaba todo pagado, dio las gracias. En los baños termales, a continuación, en la taquilla, luego, seguía con una voz de fondo, una letra que se negaba y se restituía al mismo tiempo. Su cuerpo estaba leve, y su mente casi libre.