viernes, 30 de diciembre de 2011

Campana sobre campana



¡Feliz 2012 a los lectores del blog!

Se arremolina el viento en la avenida. Ha caído la noche y no se ve a nadie andar por la calle. Solo hay coches. A la altura de la farmacia, me detengo para cruzar. La luz de peatones está en rojo. El cochecito de los niños, un tándem, es tan largo que sobresale el bordillo. Me alejo del saliente retrocediendo dos pasos.
En poco más de veinticuatro horas darán las doce campanadas y cambiará el año. Estoy solo en la calle con mis recién nacidos por primera vez. Lo quise así para poder pensar. De todas maneras, el tramo es corto. De la farmacia a la casa, ida y vuelta, contando la compra, no hay más de quince minutos. Me doy cuenta de que, para pensar, solo tengo el tiempo que tarda el semáforo en cambiar de luz. Mirando la acera de enfrente, recuerdo un millón de cosas. Cuando me fui, cuando llegué, cuando me nacionalicé aquí, cuando conocí a María, cuando viajé a París, a Roma, a Copenhague, a Lisboa; cuando volví a La Habana, cuando murió mi padre; cuando murió mi madre; cuando María quedó encinta, cuando aprobé el carné de conducir; cuando viajé a Miami; cuando nacieron mis hijos con menos de un minuto de diferencia entre ellos, por cesárea.
Pensé en reinventarme. Pensé en comerme las uvas, cosa que nunca he hecho, al dar las doce campanadas. Pensé en cantar villancicos, en adorar la navidad, en comprar compulsivamente turrones, avellanas, botellas de cava; en ponerme ropa interior roja, en vestirme de Papá Noel para mis hijos, aunque sean niños de brazos; pensé en entregarle un aguinaldo al mecánico del coche, en buscar una agencia de paquetería y enviar una caja de postales a dos vecinas de La Habana que me vieron nacer.
Cuando había desmontado la mayor parte de mi vida y me sentía cómodo por no tener que extrañar, Marc y Lucía, desde sus cestas alineadas, lloraron a la vez para avisarme de que había cambiado la luz. Avancé, luchando contra el viento que venía de cara, hasta alcanzar la otra acera.
De todo lo que había pasado por mi mente, al cruzar la puerta de la farmacia, solo quedaba una música de fondo, un villancico que nunca antes entoné.
Como una señal.
Parece ser que, con la repetición, logramos avanzar.
Basado en esto, volveré a intentar ciertas cosas.
Deseo felicidad y bienestar a quien pueda leer estas líneas.


Foto del autor
Baile de sardanas, en La Rambla de Badalona.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Noche Buena, Navidad y San Esteban


Cocochas, buey y langostinos

Todos los años dicen en la televisión el promedio de euros que gastará las familias en estas fechas. El año corriente, según los informativos, ha bajado el presupuesto, de acuerdo con ellos, por la crisis.
Pero los mariscos –los reyes de la fauna ibérica hacia fin de año- se siguen vendiendo todos, a pesar de las estrecheces, a pesar de sus precios astronómicos. Y es que España, en cuestión de gastronomía, es un país muy fuerte. Sin minimizar las estrellas Michelin de ciertos cocineros, quiero decir que una de las cosas más maravillosas y aberrantes de este país es la comida.
En cada casa existe un maestro, sea grande o pequeño, que generalmente es una mujer. Se empeñan en llevar a la mesa un sinfín de platos con sus correspondientes bebidas. ¡Y luego los postres! ¡Qué barbaridad!
Todo debió comenzar por un vermut, que suena a vino dulce aunque, al menos en Catalunya, no es otra cosa que un surtido de platos pequeños contentivos de variados embutidos, quesos y aceitunas de la tierra y pequeños –por el tamaño- productos del mar. En muchas casas de Catalunya, no sé por qué, lo ponen todo a continuación, de manera que el plato fuerte entra muy incómodo después de comer con desesperación el platerío de piezas variopintas donde, casi siempre, hay croqueticas con bechamel hechas en el domicilio.
Si me pongo a enumerar la secuencia de degustaciones a las que regularmente acudimos por fin de año, en primer lugar ofendería a mis compatriotas que viven en la isla, aunque, créanme, pienso en ellos en cada minuto. Luego, podría adquirir empacho solo de pensar lo que he visto los últimos tres días. No solo lo que uno ve en las recepciones de la familia política, sino, además, lo que “echan” en la televisión.
Aunque tiene lógica.
¿Qué sería de este país sin los bares? O lo que es lo mismo: Sin la comida.
En Catalunya no solía celebrarse Noche Buena hasta que llegaron cientos de miles de andaluces y murcianos, entre otros, que expandieron sus hábitos castellanizados, por lo que los mercados, con el tiempo, han tenido que ponerse en función de ellos y sus descendientes. Navidad es el fuerte aquí, con una sopa de galets (tipo de macarrones gigantes en forma de caracol) y pelotas de carne hervida. La Escudella, que se sirve ese día y me hace recordar una invitación en mi primer año de exilio, deja sus restos para el día siguiente. Con la carne reciclada, entonces, se confeccionan los típicos canelones –por supuesto, con bechamel casera- que, según dicen, representan una creación catalana. Ese es San Esteban, sí señor, el esfuerzo digestivo después de haber estado deglutiendo infinidad de gambas y turrones durante todos estos días.
Soy de perfil bajo en la comelatas. Me dedico a observar y a servirme pequeñas cantidades. Viendo la fiesta, compruebo el trauma creado en los años de postguerra, el inacabable agasajo que vino después. Me quedé, durante estas jornadas, con las palabras de un hombre entrevistado para un telediario:

-¿Qué ha comprado usted este año, señor?
-Lo de siempre –aseguró mirando a cámara-: Cocochas, buey y langostinos.

¡Qué variedad! ¡Qué mar y tierra! ¡Qué riqueza de papilas gustativas!

Foto del autor
Compra de última hora en una gran superficie de Barcelona, donde los jamones cuelgan del techo.

viernes, 23 de diciembre de 2011

El Almendro



Todavía no me lo creo cuando, por casualidad, buscando cualquier cosa, encuentro en un cajón mi pasaporte español. No deja de sorprenderme. ¿Será que no está dentro de mí? Pero hay algo mucho más duro: Me pregunto por qué luché tanto por tenerlo.
Echo la vista atrás, sentado aquí donde siempre, frente al ordenador, y me veo en aquel frío invierno de finales de 2001, poco después de caer las Torres Gemelas. Tomé un avión por aquellos días con mucho miedo y terminé en Barcelona, un lugar donde el 11 de septiembre celebran una derrota histórica. Me veo comenzando una nueva vida, poniéndome un abrigo usado, caminando con el corazón helado por el Passeig de Gràcia, quedando en el Zurich con una actriz cubana que no he vuelto a ver. Me dijo que era encargada de un restaurante. Yo pensé que eso era poca cosa, que no se lo merecía. Con el tiempo supe que era un gran trabajo. A veces pienso en pasar a celebrárselo y no lo hago nunca. Me escapo por otras calles.
Aquella vez, ella me alertó de que me asombraría mucho sentir frío con el sol afuera. Ha sido así, una cosa rara que todavía me sorprende. ¿Será que no está dentro de mí?
Me veo en los primeros tiempos, sentado frente al televisor, llorando con el anuncio de El Almendro, los turrones de navidad. El reencuentro definitivo de la familia, en mi caso, nunca tuvo lugar. Todavía siguen poniendo el anuncio a finales de año. Ya no me interesa volver a Cuba, ahora que, posiblemente, nos despenalicen a todos los que nos marchamos y tal vez nos dejen entrar con un pasaporte de un segundo país, sin tener que pagar nada. Igual pasó con las viviendas de los que nos fuimos. Las despenalizaron. Para mí ha sido demasiado tarde. ¿Será que no está dentro de mí el nexo físico y definitivo con mi país?
Hoy me encontré por la calle, casualmente, con Papá Noel. Estaba yo con mis hijos recién nacidos que, por cierto, son gemelos. Estábamos en un parque esperando a alguien y una multitud de padres con sus hijos comenzaron a rodearnos. Mi mujer y yo pensamos escapar, pero al final, sin darnos cuenta, nos fuimos quedando en la concentración. Celebraban algo en un colegio. Para mí, la navidad continúa siendo un tema exótico. Apareció Papá Noel en un choche descapotable y se acercó a solicitar nuestras cartas. El pobre, no se daba cuenta de que los nuestros eran niños de brazos. Me miró y supuso que yo no debía estar aquí, como consecuencia de una mirada lejana.
Debía estar pensando yo en el cuento del turrón, donde la mesa está servida y hasta el perro de la casa espera a los ausentes, que, por cierto, llegan.

Foto del autor
Esta mañana, en las calles de Barcelona.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Dos recuerdos norcoreanos



Notas necrológicas por oficio

1. Cuando murió Kim il Sung –el padre del dictador que, según los cables, acaba de fenecer en un tren, de una fatiga-, me enviaron a la guardia rotativa en la casona de la Avenida Paseo, donde tiene sede la embajada del “hermano país” comunista. Aunque yo era de la página de Cultura, me tocó un turno horripilante de oficio, de esos que dejan a uno meditando sobre varias cosas de la vida, con el tiempo colgando de una situación que podía o no producirse. En este caso, el objetivo era la visita de Fidel para firmar el libro de condolencias. De la redacción, quien coincidiera con el máximo líder revolucionario, debía presentar una nota informativa ajustadísima a las normas del Órgano Oficial del Partido Comunista de Cuba. Yo sabía hacer notas informativas, por supuesto, pero nunca había redactado una sobre el autócrata cubano. Tendría que buscar primero en un libro de estilo la retahíla de cargos del comandante, porque no me la sabía de memoria. Luego, aunque mi nota saliera mal, la correcta, la requerida, que era la que leería el César, estaría confeccionada por algún especialista aunque llevara mi firma. Por eso no debía preocuparme, sino por las repercusiones que acarrearía el hecho en mi futuro profesional. Pensando en la infinidad de cargos de Castro, en cómo construir un lead clásico para Granma, al mismo tiempo contemplaba la magnificencia de aquel palacio ajardinado, y me pregunté quiénes serían sus dueños originales. ¿Dónde estarían?¿Y qué hacía este servidor allá adentro, si lo mío, hasta esa fecha, fue pasar por esa calle en bicicleta? Llegaron ministros y militares de alto rango, pero, por suerte, el delirante señor que esperábamos el fotógrafo y yo no apareció en nuestro turno.

2.
De repente brotó en la Redacción de noche un hombre muy flaco, fumador, con un reloj muy grande o muy pesado colgando de una muñeca. Lo pusieron a revisar errores gramaticales y de composición de las páginas nacionales. Tomaba algunas decisiones sin importancia, pues, las grandes, debía consultarlas con alguno de los subdirectores que estuviera de guardia. Era un periodista reciclado. ¿Pero de dónde venía? Ah, una vez me lo contó. Había sido corresponsal en Corea del Norte, correctísimo él, de nombre Juan Carlos. Sabía guardar los secretos y al mismo tiempo ser común y corriente. Me dijo que los norcoreanos son tan planificados que, durante su estancia, le daban, de una vez, la comida para todo el año. O sea, tres o cuatro sacos de arroz. Lo miré sospechosamente y a él le dio la impresión de que no le creí. La anécdota, por supuesto, se quedó en mi vida para siempre.

En la imagen, Kim Jong-il, recientemente fallecido, hijo del gran dictador de Corea del Norte. Los varones de esta estirpe tienen asegurado el trono del país asiático. Se parecen mucho.

sábado, 17 de diciembre de 2011

La fama alcanzada a pulso


Todo depende de cómo vienen esos agentes que abrirán las puertas, si es que vienen. Depende de estar en el momento preciso y en el lugar indicado para que un promotor “descubra” a un talentoso o talentosa artista; o artesana. Así que, viendo la semblanza de Cesaria Evora, que fue “descubierta” a posteriori, a uno le quedan ganas de soñar ya no con el éxito -¡esa cosa rara!-, sino con la plenitud.
Porque a ella hubo de pasarle de todo –incluso una racha alcohólica- para que su voz fuera reconocida en los cuatro puntos cardinales de este Planeta, en las cuatro esquinas, teniendo en cuenta esa chiquitica extensión del mapa existencial del ser humano. Cantó las mornas –música regional- como nadie, primero en los bares de pescadores de Cabo Verde, recién independizado este archipiélago de la colonia lusa, y luego en el Olympia de París, donde la querían especialmente.
Cuando la tuve delante, en los jardines del Hotel Nacional, mientras la entrevistaba para el periódico, me desconcentré absolutamente mirando sus ojos con estrabismo y sus pies por si acaso estuvieran descalzos, que sí lo estaban. Andaba cómoda por La Habana, con batas anchas y el pelo corto, sin presunciones de nada que no fueran aquellos músicos cubanos que la acompañaban a todas partes. Sus instrumentistas, algunos, habían sido miembros de la filarmónica nacional de Cuba.
En el teatro volvió a aparecer descalza y entonó durante casi dos horas ese criollo proveniente del portugués en el que mezclaba algunos giros del español. Su voz venía del pecho y no de la garganta. Era fabulosa, suave, melódica. Nada que ver con el glamour. Se lo ganó todo a pulso, entonando letras que escuchó toda la vida en las tabernas.
Acaba de morir Cesaria Evora y todavía no me lo creo.
70 años es muy poco para una voz especialmente bella, aunque hay que decir que la diva tuvo tiempo para recorrer el mundo, ya de mayor. La recordaré frente a mí en un lugar donde no sé si volveré a estar.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Trágico fin de año


Junio 1994:
Sentado en el muro del Malecón, despedí decenas de embarcaciones precarias de fabricación casera que marchaban con rumbo norte. Les dije adiós simplemente. También, en la playa de Santa María, por aquellos días, ayudé a desencallar una balsa que el viento había regresado. Era una plataforma de madera montada sobre cuatro barreños de metal, típicos “tanques” de agua que se ven por todos lados en Cuba. En la maniobra, me manché las manos de petróleo y luego volví a decir adiós.
¿Adónde fueron a parar?
Dios sabe.
Tal vez los navegantes se cruzaron conmigo esta primavera cuando visité Miami o quizá murieron en la travesía.
Diciembre 2011:
Una historia realmente espantosa publicada en internet nos obliga a echar la vista atrás.
La sobreviviente de un naufragio, una mujer joven que por tercera ocasión intentaba abandonar Cuba, narra cómo zozobraron en alta mar, cómo fueron muriendo nueve de los veintisiete que escapaban en la precaria embarcación, cómo literalmente enloquecieron algunos a bordo de esa tabla al pairo, cómo fueron lanzando los cadáveres al mar poco a poco y cómo tuvieron que regresar. Cómo uno de ellos, el marido de la joven, fue apresado por la policía política en un hospital al este de La Habana, casi sin vida.
Querían pasar estas navidades definitivamente fuera de la isla, pero les tocó vivir la tragedia.
Hay muchos huesos de balseros en el fondo del mar. Solamente por respeto a ellos y a los que todavía intentan tan terrible travesía, valdría la pena repensar aquel documental de la televisión catalana que se aprovecha de la desgracia para venir a decir que los balseros buscan El Dorado.
No, señor, esta gente está huyendo de algo más que de la miseria.
Hay un lugar donde reina el silencio porque, con la desesperación, se hundieron allí todas las palabras.
¿No os parece sospechoso que, 17 años después, continúen las necrológicas sobre estas agobiadas expediciones?

Actualización: Vea Aquí el relato en primera persona.

martes, 13 de diciembre de 2011

Tom Cruise: ¡Hibernatus!



Con el matiz fundamental de la humildad –el hombre o la mujer que escucha- y con un vestuario tan clásico que, en determinado contexto, podría pasar por votante del PP, apareció Tom Cruise anoche en nuestros televisores, en ese programa llamado El Hormiguero que ofrece a los telespectadores fabulosos primeros planos de los invitados.
Ya lo había anunciado el anfitrión, Pablo Motos, y lo cumplió. Verdaderamente, no sé cómo se las arregla la producción para llevar hasta allí estas grandes figuras que pasan fugazmente por España, casi siempre en campaña de promoción de películas. Por supuesto –más en el caso de Cruise-, ni pensar que el “reclutamiento” se logra a base talonario. Deben ser los buenos contactos…Lo cierto es que la gente, que ha visto todos los filmes del guaperas mejor cotizado y entregado del cine, esperaba con ansiedad una entrevista de este titán que salta al vacío desde la copa de uno de los edificios más altos del mundo, porque es uno de los pocos actores que no acepta ser doblado con especialistas.
Solo un poquito más alto que Pablo Motos –debe ser que el entrevistador no es muy espigado que digamos-, Cruise se vio cómodo, encantado con esos números de magia de El Hormiguero y con aquella montaña rusa de más de cien metros de palitos de helado que, al final, descubrió el rostro del actor en un fabuloso acto de culto que lo dejó con la boca abierta. Y Motos, fiel a la tradición española de llamarle al pan pan y al vino vino, preguntó al protagonista de Misión Imposible qué hacía él para tener ese culo.
-Yo quiero uno así-dijo el delgadísimo anfitrión y se dio la vuelta de espaldas.
Cruise, que parece bastante tímido, aseguró no tener la fórmula a mano, sino solo ser un producto de la naturaleza. Salvo este percance que parece no le disgustó en extremo, la emisión de anoche se fue volando entre narraciones de cómo el superhéroe entrena para rodar esas escenas tan arriesgadas. Ya se sabe que él mismo pilota aviones y es capaz de bailar con buen ritmo al lado de Jennifer López.
Congelado en el tiempo como el hombre de las nieves –el año próximo cumplirá 50-, su rostro parece tan fresco como el primer día, aunque algún primerísimo plano dejó ver patas de gallo alrededor de los ojos, cosa que ciertamente aprecian las mujeres en los hombres maduros. Cruise está en España promocionando la más reciente entrega –la cuarta- de la saga más larga de su carrera, Misión Imposible, y no se fue del plató anoche sin adelantar que su próxima película será un musical.
Con un par de palabritas en español y su eterna sonrisa retenida en un perfil de hombre duro que no le va a su estatura, se despidió de nosotros muy, pero muy agradecido de haberse divertido tanto.
En su equipaje, aseguró, lleva para su hija un trozo de plastilina mágica que engulle imanes, regalo del programa, igual que una carta de la baraja con unos agujeros que cambian de lugar.

Foto tomada anoche de la televisión

domingo, 11 de diciembre de 2011

Suerte de nacer en el Mediterráneo



Ya no me ilusiono como antes pensando en que, en cualquier momento, encontraré a Serrat por la calle. Después de una década de andar por Barcelona eso no ha sucedido y, lo peor de todo, ya mi padre murió, el que me enseñó a apreciar al poeta a través de un disco de vinilo de 33 revoluciones por minuto. Aquel álbum, En tránsito, ha pasado a ser un recuerdo lleno de estrías.
Por esos recovecos que tiene la vida se cuela a veces el agravio comparativo, sin querer. Es solo cuestión de tiempo. Y de esa categoría tan odiosa, precisamente de esa, los cubanos tenemos bastante. ¡Medio siglo de abusos continuados por el poder! Ah, pero el bardo, cuando era joven, estuvo adscrito a la dictadura tropical de cierta manera. De esa callada manera –diría al mismo tiempo su colega- fue tejiéndose un muro de prohibiciones que atentó y atenta contra los derechos humanos; el no poder salir de allí, de ese trozo del Caribe, el no poder alzar la voz sino para gritar las consignas del poder, el no poder ser uno mismo sino el estándar que los militares quisieron que fuéramos.
Ah, pero al joven rapsoda no le interesaban aquellas pequeñas cosas, no las reconocía en público ni en privado, no las conversaba en los escenarios de los festivales de la Nueva Canción que tenían lugar en una paradisíaca playa o varadero del Caribe, donde mismo, algunos años después, apenas podríamos pisar los nacionales.
Claro que el juglar siempre tuvo su resguardo, su manso redil, su Mediterráneo. Por eso mismo, aunque no se deje ver nunca o casi nunca por la calle, se asoma a la ventana el Día Internacional de los Derechos Humanos. Proclama libertad, más o menos con estas palabras:
-Si uno no puede decir quién es, si uno no puede decir lo que piensa –aseguró ante micrófono ayer, ya canoso, con gafas y regordete-, entonces estamos perdidos.
No citó países ni gobiernos. Solo lo dijo así de pronto, poéticamente, como si nadie tuviera memoria.
Es muy curioso: Él mismo fue perseguido por otra dictadura. Amnistía Internacional de España, el paraguas bajo el que se cobijaba ayer en la televisión, tiene terminantemente prohibida la entrada en las cárceles castristas.
Foto del autor
Una escena de Port Bo, tomada esta misma semana. Según se cuenta, en este enclave, en la habitación de un hotel, Serrat escribió su emblemática canción Mediterráneo.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Tu cara me suena


Principio y final de la buena televisión

Con pesar despedimos anoche uno de los pocos programas que valió la pena seguir en la pequeña pantalla. Y lo seguimos porque, desde el principio, había algo diferente. No fue su título –Tu cara me suena, bastante usado como fórmula coloquial- lo que provocó el milagro, sino el casting, digámoslo así, de un grupo de figuras públicas que, si bien por sí solas pudieran hasta diluirse en la nada cotidiana, en conjunto ofrecieron uno de los más entrañables espectáculos vistos en mucho tiempo.
La idea de este show de imitaciones de famosos a famosos, producido para Antena 3, ha calado fuerte en las noches del miércoles, justo cuando la semana se parte por la mitad. Hemos visto excelentes caracterizaciones de maquillaje y también de interpretación, pero más que todo hemos participado de una fiesta entre adultos, figuras consagradas de la canción o del histrionismo español, presentadores y, en fin, lo más variopinto de las artes escénicas del patio; artistas que, de no ser por este programa, tal vez nunca se hubieran encontrado. Un diapasón muy amplio de registros escénicos, desde Andalucía hasta Catalunya. Nos acaban de presentar con mucho éxito a todas o casi todas las Españas, en un divertimento inusual –por su naturalidad, quiero decir- no exento de un mal rollo social al principio que limó asperezas de buenas a primeras.
Porque el jurado también fue heterogéneo. Desde un quemadísimo Àngel Llàcer, saturado en la mayoría de las parrillas televisivas de concursos de música, hasta una estupendísima, correcta y profunda Carolina Cerezuela, pasando por una Mónica Naranjo que al principio se creyó lo de jurado hasta que se dio cuenta de que esto no iba tan en serio.
La ganadora de esta primera edición –Antena 3 prometió volver con el programa- fue la pequeña Angy, que al parecer no solo le robó el corazón a sus compañeros de concurso y al jurado, sino además a la audiencia que la votó a través del teléfono.
Yo creo que ni los mismos productores imaginaron que el reparto construido iba a dar tanto juego (Santiago Segura, Julio Iglesias Jr., Silvia Pantoja, Toñi la de Azúcar Moreno, entre otros conocidos personajes de la farándula), pero muchas veces pasa esto, que la puesta en escena y la improvisación son capaces de superar el guión. Hasta Francisco, el cantante alicantino que no sabe bailar, tuvo que entrar en cintura, metafóricamente hablando.
Para rematar, la gala de clausura, emitida en directo a diferencia de los otros episodios, contó anoche con la presencia de Manolo Escobar, ya mayor pero sonriente y divirtiéndose también. Su presencia allí la vi como una síntesis del tiempo y el espacio en este país que ha intentado separarse varias veces. Y no lo ha logrado. Manolo Escobar es un referente de la España profunda, del folclor también llamado cañí, pero también es el emigrado que de joven llegó a Barcelona (a Badalona, al barrio de La Salud) para buscarse la vida en fábricas y talleres.
Luego se hizo leyenda cantando pasodobles.
No es Julio Iglesias que, ya en la gloria, se marchó a Miami, pero ya vemos que hasta el hijo del moreno español más famoso estuvo en el libreto.
Televisión inteligente, desenfada, presentada magistralmente por un catalán, Manel Fuentes.
Que vuelva esta tele y nos haga reír sin complejos, que la vida son tres días y estamos hasta la coronilla con tanta basura en el éter.

Foto tomada de la televisión
El presentador de Tu cara me suena, Manel Fuentes.

domingo, 27 de noviembre de 2011

¿Ella vive con usted?



Abrí la puerta sin mirar por la ventana. Era un hombre blanco, algo mayor, con agradable semblante. Se presentó como inspector del Instituto Nacional de la Vivienda. Llevaba camisa a cuadros, bolígrafos en el bolsillo de la camisa y un portafolios negro muy gastado. Peinaba canas. No podía ser alguien con problemas, me dije en cuestión de segundos y lo invité a pasar.
-¿Agua o café?
-No se moleste. Mire, vengo porque me dijeron en el CDR* que una muchacha vive con usted…¿Ella está?
Loyda salía en ese momento de nuestra habitación, la primera a la izquierda a lo largo del pasillo. Se acercó, en bata de casa, para informarse acerca del visitante.
-Mírela aquí. ¿Por qué?
-¿Es usted de La Habana?-. El hombre se dirigió a Loyda.
-No, de Matanzas. ¿Por qué?
-¿Vive usted aquí?
Ninguno de los dos caímos. Vivíamos tranquilos en un caserón de Nuevo Vedado que fui heredando poco a poco. Primero lo obtuvo mi madre cuando su familia abandonó el país a principios de la revolución. Mi hermano mayor y yo nacimos ahí. Luego, mi madre, divorciada, se fue a vivir con un hombre muy bueno y nos quedamos con la casa. Aunque la dividimos, mi parte seguía siendo grande. No había siquiera agua en los grifos. Aunque teníamos cisterna original, el motor de bombeo estaba estropeado desde que se marcharon los tíos de mi madre, que fueron quienes la criaron. Nadie se había ocupado de arreglar nada. No había dinero para nada y conseguir una simple bomba de agua era como un viaje lunar. La pintura era de “fábrica” pero la estructura de la casa, que se había hecho a conciencia, estaba intacta. Gruesos muros de ladrillo y techos de hormigón armado. Jardín, portal, carpintería francesa, rejas de hierro forjado. Materiales de primera calidad habían encargado aquellos tíos-abuelos. Pero nunca se le había pasado la mano a nada; así que todo estaba ruinoso y fuerte a la vez.
Loyda había venido a vivir conmigo desde Agramonte, un pequeño pueblo correspondiente al circuito sur de Matanzas. No estábamos casados ni habíamos firmado algún papel. Era ingeniera. Yo, periodista, de la plantilla del diario más importante del país. Estábamos al tanto de una nueva ley fascista escriturada por aquellos días. Una ley contra las migraciones internas, según se apuró a publicar el gobierno en el periódico donde yo trabajaba. Había que justificar una cantidad equis de metros cuadrados habitables para que el propietario pudiera dar cobijo. No recuerdo bien la proporción de metros por persona. Había que inscribir, primeramente, al huésped en un registro del citado CDR. En resumen: Ningún ciudadano de provincias podía instalarse en la capital sin estar autorizado.
-Ella vive conmigo. Es mi pareja- respondí yo. El hombre, curiosamente, dibujaba una sonrisa suave, como de padre o de maestro inolvidable.
-¿Sabe usted que está incumpliendo una resolución del Estado contra las migraciones internas?
Recordó la ley.
-Pero si aquí tengo suficientes metros cuadrados…
-¿Ha inscrito usted a su novia en el registro correspondiente?... ¿Ha solicitado una visita pericial de un arquitecto que corrobore, mediante planos, que cumple esta casa con los requisitos de espacio?
Comencé a preocuparme. Estaba desarmado. Podía haber mentido. Sabía que no estaba prohibida la circulación , sino la pernoctación. Loyda estaba perpleja. No se atrevió a decir nada. Yo no dije que trabajaba en el periódico. Preferí aceptar lo que viniera del inspector. Tal vez porque estaba casi seguro de que se trataba de un error o de una advertencia. El hombre rompería la multa antes de abandonar mi casa. La escena ocurría solo porque él tenía que hacer su trabajo, pero seguro rompería el papel. Me había pedido mi carné de identidad y yo se lo había extendido con toda tranquilidad.
Pero no. Se marchó con la misma sonrisa cordial, dejándome un talón de 500 pesos a pagar. Yo ganaba 400 al mes.
Luego averigüé si se podía anular la multa. Mediante unos contactos llegué hasta un primer oficial del Ministerio del Interior encargado del tema de viviendas, pero no fue capaz. Todo estaba muy verde. No había atajos al talón. Necesitaban unos primeros ejemplares para que corriera la voz de la inclemencia. Yo fui de los primeros. El oficial me recomendó pagar la multa cuanto antes.
La pagué.
Ese mes comimos en casa de unos vecinos. No salimos a ninguna parte pero seguimos haciendo el amor, aprovechando los cortes de luz en toda la ciudad. Loyda no hacía más que pedirme perdón.
-¿Qué cosa te voy a perdonar?- me reía con la rabia contenida, con la impotencia apurándome el saber hacer las cosas.
-A partir de esto –le dije-,tenemos que aprender a mentir. Tú perfectamente podías estar de paso y viajar esa misma noche, en la guagua de Agramonte.
-¿Y si el hombre me pide el billete?
-Bueno, claro, no podrías mostrárselo, pero le dirías que viajabas por lista de espera.
Loyda sigue viviendo en La Habana. Está casada y tiene un niño adorado.
Yo, como muchos, abandoné el país unos años después del incidente, siguiendo la idea de mis tíos-abuelos a quienes nunca más volví a ver. Aunque dejé instalado un motor de agua, jamás tuve recursos para pintar aquel caserón de dos pisos. A los once meses de mi salida, perdí la casa, otra vez según las leyes del Estado.
A estas alturas supongo que el inspector habrá muerto, o habrá abandonado el país, como yo.

Nota:
Esta historia es real. Forma parte de los traumas nacionales que llevo conmigo.
Según esta noticia, el Estado acaba de derogar la ley para migraciones internas hacia la capital, pero solo para personas que puedan justificar un parentesco con los propietarios, incluyendo a los cónyuges.

*Comités de Defensa de la Revolución.

Foto del autor
Esta es la muchacha de la historia.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Votar por primera vez



Con más de cuarenta años y por culpa de una dictadura tropical

Primero fue mentir, para escapar de la isla, y luego fue esperar unos largos diez años, cinco de ellos en estatus de ilegal durante la segunda legislatura del partido que acaba de ganar las elecciones en España. Para ejercer un derecho universal ha sido necesario el abultado paso del tiempo, para utilizar dos boletas, una dirigida al Congreso de los Diputados y otra al Senado, metidas en respectivos sobres blanco y salmón, deslizados éstos con suavidad por la hendija de una caja de metacrilato.
Todo transcurrió en silencio. No había casi nadie votando. El colegio electoral, donde, de mantenernos en el mismo lugar, estudiarán mis hijos a la vuelta del tiempo, nos recibió con una asombrosa calma vespertina. Había tres mesas funcionando y, a la entrada, los bulticos con las papeletas de unos diez partidos políticos. Tuve que preguntarle a mi mujer qué hacer, cómo organizar la secuencia de mis pasos. Desde una mesa del sufragio me observaron. Me di cuenta enseguida porque la mirada pesa; además de que, por muy bajo que hablé con mi mujer, aquella chica debió escucharme. Ella se quedó pensando qué pasaba conmigo, con ese señor vestido elegante pero informal, entre canoso y moreno, con gafas de pasta graduadas, con cierto aire retro entre el bolso deportivo cruzado, la americana de paño oscuro, el jeans y las botas de cuero, la bufanda a juego; más un tándem de lactante, una mujer rubia y pequeñita, el paraguas clásico de empuñadura marrón, el secretismo a las puertas del salón y la duda, sí, ¡qué cosa más rara!
¿Un hombre despistado?
No, señorita de la comisión electoral, vengo con retraso pero no ha sido por mi culpa. Vengo de un país donde no hay elecciones presidenciales y sólo se realiza un simulacro para elegir unos representantes de la circunscripción; que a la larga no representan a nadie, sino se convierten en fantasmas vecinales. No he tenido tiempo para informarme bien de cómo es el proceso aquí pero sí tengo claro que no es obligatorio votar, como allá.
¿Será posible? ¿No ha tenido tiempo en diez años?
No, señorita interventora, me he dedicado a otras cosas. ¿Tengo derecho, no?
Pero todo se quedó en un juego de imaginería personal, de un lado y de otro.
Es posible que a nadie le importe mi vida ni mi estilo ni a la hora que fuimos a votar.
Pero me sentí feliz, a pesar de mi torpeza, de mi ignorancia, a pesar de aquella mirada y a pesar de que sabía que el país volvería a las manos del partido que, cuando llegué a la democracia, me dejó en un limbo legal.

Foto del autor
Ayer por la tarde, en un colegio electoral de Barcelona.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Michel Camilo, el habitual



El gran pianista parece que está congelado en el tiempo; físicamente, digo. Con sonrisa eterna y sus buenas maneras de hablar con un público “enterao”, ha vuelto a Barcelona para el 43 Festival de Jazz que se celebra en esta ciudad bajo el patrocinio de la cerveza de doble malta Voll-Damm, la tostada catalana tan fuerte y musical.
Vienen artistas de todos tipos y colores, pero parece ser que Michel Camilo es clásico en estos encuentros, además de que le gusta la ciudad, según dijo a la televisión local (BTV) mientras ensayaba, esta misma tarde. Se le recuerda con cariño en el Auditori barcelonés junto al guitarrista flamenco Tomatito, aquel dúo fantástico que fusionó solo con cuerdas dos géneros hermanos, aunque puede parecer un abismo lo que corre entre el latin jazz y los arrabales de Andalucía. Sin embargo, en música, el intérprete es el ser más libre a estas alturas, el más creador y el más improvisador.
Esta noche, Michel Camilo se desmarca de los grandes auditorios para actuar en formato de trío en el íntimo y especialmente acústico Palau de la Música Catalana, la meca del refinamiento escénico –junto con el Liceo- de esta ciudad. Piano, bajo y percusión afrocaribeña, un mano a mano entre el tecladista y el tumbador puertorriqueño Giovanni Hidalgo, con un puente, un nexo, un árbitro, que es el bajista cubano Charles Flores.
Éste último, al parecer, será el encargado de que haya “paz” en ese contrapunteo del Caribe. El líder, recuérdese, es dominicano. Así que todo quedará en un triángulo insular bastante peligroso. Para lo que van a hacer ellos, a mí me gusta mucho usar el término de música afro-hispana-antillana, por aquella conjunción entre el sonido percutido y la cuerda pulsada, más el aliento del sur de Estados Unidos que se hizo bronco al entreverarse con el mundo latino de Nueva York.
Todo mezclado y todo tocado por prodigiosas manos blancas y negras. Harán una versión de “Alfonsina y el mar”, para complacer oídos si se quiere más líricos.
Precisamente, con una reseña acerca de Michel Camilo y Tomatito inauguramos este blog hace ahora casi cinco años. Así que, como dije alguna vez, las miradas vuelven.

viernes, 11 de noviembre de 2011

11-11-11



En casa nos quedamos si cupón. Estuvimos hablándolo –lo de comprarlo- desde hace unos meses, pero, como somos finalistas, fuimos postergando el numerito hasta que, esta mañana, nos enteramos de que conseguir una papeleta en toda España era algo así como Misión Imposible.
Nunca jugamos, la verdad. Y es hora de que dejemos correr la suerte toda vez que la vida, el amor, nos ha premiado materialmente con un par de mellizos de ambos sexos a los que nombramos Lucía y Marc.
La primera –que fue la segunda en salir- se llama así como homenaje a Andalucía, a la belleza femenina en general y, entre otras cosas, como guiño a la canción de Serrat que tanto nos ha inspirado a lo largo de la vida. El otro es el nexo explícito con Catalunya, una región saturada de sobresaltos políticos, sin lugar a dudas. Aunque sabemos de antemano que a Marc, hablando mal y rápido, lo llamarán Mar.
De ser así, cada vez que lo escuche en la mala dicción que habitualmente tenemos los cubanos, pensaré que lo están llamando Mediterráneo.
El pobre chiquillo. Hoy estaba de lo más contento porque su madre se iba sola con los dos a mirar por los mercadillos de Barcelona, aunque primero debieron pasar por un puesto de cupones de la Once. ¡Ilusiones perdidas!
Su padre, solo en casa por primera o segunda vez en mucho tiempo, descubrió su regalo en las “páginas” de un periódico electrónico. Aunque le pareció otra Misión Imposible lo que se anunciaba, ahí estaban las fotos. Unos castellers de la ciudad realizan su montaje desnudos. Enseguida, el padre, o sea, yo, pensó en que no es tan aburrido como parece el folclore catalán. La noticia, una vez más, vuelve a estar en el Poble Sec, el barrio donde, por cierto, nació Joan Manuel Serrat.
Pero mire usted mismo (a) el reportaje; mírelo autorizado por mí, aunque sé que de todas maneras lo va a hacer. Así compartiremos esta curiosa fecha del once del once del once que solo se vive una vez.
Con este atrevimiento al desnudo y supuestamente, aunque haya roce, sin que el material humano hubiese llegado a una situación revolucionaria, me consuelo en una mañana azul, casi invernal, desprovista de loterías.
Mis hijos y mi mujer deben estar más ocupados que yo, entre las tomas de biberones cada tres horas y la gente que no se corta ni un pelo:
-¡Ay, pero qué lindos están!

Foto de Conrad Son, tomada de La Vanguardia.

martes, 8 de noviembre de 2011

Las dos caras de la moneda



Así es España, ni más ni menos

Por primera vez, en un debate televisivo de campaña actuaba un candidato que, en ese mismo momento, no era el presidente de la nación. Cosa extraña, ya que el objetivo del partido de la oposición en estos Cara a Cara es destronar al sujeto que tiene enfrente, principalmente con una batería de críticas dirigidas a lo que se ha hecho en los últimos cuatro años de legislatura. Pero por cansancio físico, mental, o ambos, ahora el presidente español tuvo que delegar responsabilidades en su hombre de confianza e incluso adelantar la fecha de las elecciones generales.
Alfredo Pérez Rubalcaba es lo que en béisbol se conoce como un bateador emergente. Aunque, para presidente, parece que llega tarde.
Tiene a su favor un encanto personal muy bien aderezado con la oratoria. La prueba está en que prácticamente no leyó un papel –sólo los papeles del programa presentado por la oposición-, frente a un Mariano Rajoy comedido que sí lo leyó todo, desde sus conocidísimas estadísticas hasta el mensaje final dirigido a los españoles. Pero Rubalcaba, a quien su oponente se empeñó en llamar varias veces Rodríguez (¿por qué será), tiene en contra los malos tiempos financieros corrientes, los dislates de quita y pon de leyes de su ejecutivo, la inseguridad transmitida por su jefe –ahora sí- de apellidos Rodríguez Zapatero; la mala gestión de fondos públicos en los últimos meses; la caída en picado de un país que hasta el otro día se jactaba de decir y pensar que era la octava economía mundial, cuando en realidad no hacía otra cosa que vivir por encima de sus posibilidades. En fin, el sempiterno ministro del PSOE, cuya carrera está en su mejor momento, encuentra una candidatura a la presidencia como apagafuegos y no como el político sagaz que se lo merece en buena lid.
Su peor error en el Cara a Cara con Rajoy fue mantener una agresividad teatral como si estuviera en la oposición, lo que da a entender que, de antemano, se siente perdedor de los próximos comicios. Los datos que manejó no dejan de ser creíbles, más para el ciudadano de este país que, desde la instauración de la democracia, ya sabe de qué van los dos partidos fuertes y alternantes. Con pequeñas variaciones arriba o abajo, se sabe, porque se ha vivido, que el partido de Rubalcaba hace mayor hincapié en modernizar las políticas sociales y el de Rajoy en beneficiar al empresario, lo cual, a la larga, favorece el movimiento económico. Aunque también se sabe que ambos, PSOE y PP, desde la base hasta las altas esferas, han caído y caerán en casos de corrupción y enriquecimiento ilícito.
No me molestó tanto el teatrillo necesario para completar una campaña electoral, para paliar el decaimiento emocional de 40 millones de españoles; sino me fastidió lo inflado que estuvo el preámbulo. Las televisiones -unos 20 canales transmitieron el Cara a Cara- cambiaron sus habituales programaciones por emisiones especiales, como esperando a los Reyes Magos que iban a aparecer de un momento a otro en el Palacio de Congresos de Madrid. Nos vendieron una gran expectativa, cuando en realidad se trataba de los mismos líderes del contrapunteo nacional, tan aburridos que los tenemos en sus papeles de sostén ilusorio de este país. Y lo peor: según datos públicos, la transmisión costó medio millón de euros. A ver por qué no se ahorraron estas diatribas y emplearon el dinero en pagar unas cuantas nóminas atrasadas. Ah, pero eso casi nadie se lo cuestiona.
Nada, que el día 20 volverá a salir el Partido Popular como ganador y en buena medida gracias a los votos de castigo. Así hasta el infinito, como el cuento de la buena pipa.
Cuando se dice que ¡Viva España!, pues, habrá que decir eso mismo.

Foto de Uly Martín tomada del diario El País.
A la izquierda, Alfredo Pérez Rubalcaba, candidato a la presidencia por el PSOE, y a la derecha Mariano Rajoy, por el Partido Popular. En el centro, Manuel Campo Vidal, el moderador del encuentro y presidente de la Academia de Televisión que organizó todo.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

“Ojalá”, una canción de campaña



A una plataforma compuesta por artistas y personalidades de la Cultura de la izquierda española no se le ocurre otra cosa que tomar como emblema el título de una canción de Silvio Rodríguez, pero no solo eso, sino también letra y música.
Es la respuesta desesperada y, en apariencia, “blanca”, frente a unas elecciones presidenciales adelantadas producto de la mala gestión del actual gobierno del llamado Partido Socialista Obrero Español (PSOE). “Ojalá” es el nombre de la campaña, con grafismo en blanco y rojo, colores corporativos del que, según encuestas, será el partido perdedor el próximo día 20.
Recurrir al cantor por excelencia de la mal denominada Revolución Cubana es un error táctico que podría costar muy caro. El castrismo no solo se ha desacreditado ampliamente en estos últimos tiempos con represiones constantes a las Damas de Blanco y a opositores políticos y pacíficos, sino el nombre de Silvio ha sonado mal en un debate abierto entre este cantautor y su homólogo Pablo Milanés, en el que Rodríguez mantuvo una actitud de clara afiliación a la dictadura.
Parece ser que, debido a su edad, a estas alturas, y a diferencia de Pablo, el creador de "Unicornio" no reconocerá la constante violación a los derechos humanos en la isla, la perpetuidad en el poder de una cúpula ya octogenaria, la falta de democracia y la ausencia de unas elecciones presidenciales allí, en las que se decida otro destino para el país. Por conveniencia, obcecación o cinismo, Silvio Rodríguez continúa defendiendo lo indefendible, en pleno siglo XXI y en plena desclasificación de archivos de la antigua Europa socialista y totalitaria.
Los artistas deberían saber que los cantores que defienden dictaduras son el peor ejemplo para una campaña política. Si por alguna razón el tiempo o la vida no alcanza para juzgarlos ante un tribunal, al menos deberíamos olvidar a estos juglares épicos que confundieron –con toda intención- la lucha frente al imperialismo con una retahíla de barbaridades políticas y económicas.
Si bien la democracia vigente en territorio español permite estos dislates -que a muchos cubanos nos duele tanto-, la propia libertad en el sufragio venidero pasará cuentas al PSOE. Ya se sabe, por adelantado, que habrá un voto de castigo por malas gestiones frente a la crisis económica mundial, aun cuando este partido haya sido capaz de legislar derechos esenciales para minorías o para grupos sociales.
El panorama político español es bastante desalentador desde hace unos cuantos años, pero al menos existe una alternancia entre dos partidos que obliga, a ambos, a “ponerse las pilas” y estar a tono con los nuevos tiempos.

En la imagen superior, un grupo de artistas, científicos y comunicadores apoyan al candidato por el PSOE Alfredo Pérez Rubalcaba, actual vicepresidente español. La versión del tema “Ojalá” mostrada hoy en agasajo a Rubalcaba estuvo a cargo del productor musical Alejo Stivel.

sábado, 29 de octubre de 2011

Panellets, castañas y boniatos



Son carísimos, pero tienen por qué serlo. La base de estos dulces rudimentarios del pasado, presente y tal vez del futuro catalán, es la almendra. Y su adorno principal, el más prohibitivo de los frutos secos: los piñones.
Los panellets se parecen al danzón Almendra, de Abelardito Valdés, acompasados, melosos, contundentes. Este fin de semana se venderán por docenas en las pastisserías de la región, porque si algo se cumple al pie de la letra en esta España nuestra –en todas las Españas- es el llamado de la tradición.
Las denominadas culturas locales tienen en los comerciantes a sus más fieles empleados, porque, claro, detrás de éstos, o delante, están los consumidores. Me cuestiono por qué no hacen los panellets en otras fechas del año, por qué los turrones desaparecen de los supermercados después de Reyes –más o menos- y por qué las cocas de San Juan, riquísimas, se esfuman en invierno.
He preguntado y todo el mundo me ha dicho que estas cosas se comen cuando toca.
Sin más.
En Catalunya la gastronomía a veces roza con lo más pedestre (recordemos esos calçots o cebolletas tiznados, muy corregidos por la salsa romesco). En estos días se comen, además de los panellets, castañas envasadas en cucuruchos y boniatos asados. Se montan kioskos por la calle para venderlos. Algo tan sencillo como un boniato –moniato, dicen en catalán- pasa a ser un fruto elegido entre tantos otros. Pero se come de postre, no como guarnición.
Los caribeños guarnecemos con platanito un arroz con pollo, o un bistec. Así que podríamos parecer raros a otros ojos. De manera que el boniato –esta noche horneado en casa como si fuera un pastel- adquiere una dimensión de tubérculo mayor, venerado en vísperas del día de Todos los Santos o de los Fieles Difuntos, como se quiera decir.
A su lado, el panellet no es un competidor sino forman alianza. Pero me sigue chocando la imagen del dulcecillo adornado con piñones, tostado con artesanía milenaria, junto a un boniato rústico, de la tierra, servido con su cáscara y todo. Eso sí: en las casas, todo puesto en vajilla elegante.
De todas maneras, el compendio es mucho más grande. Se unen las lluvias frías de este año y se une la calabaza de Halloween, el disfraz temerario y el aspecto lúgubre, negro, de una fiesta importada.
Todo junto a unos licores –muy variados, por cierto- para olvidar las penas.

Foto del autor:
María, mi mujer, una chica catalana degustadora de platos regionales.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Desagradable broma a lo Robespierre



Anoche no era final de jornada en el Día de los Inocentes, pero, por alguna razón que no investigaremos desde aquí, una truculenta puesta en escena de Antena 3 decidió garantizar que la audiencia tragara cinco o seis minutos de publicidad, sin excepción de nadie que estuviera conectado a ese canal.
Fue un juego entre la tele realidad, el sensacionalismo y la subestimación a las neuronas del espectador, un aparente fallido truco de magia, de esos trucos de El Hormiguero que cada vez van a más en cuanto a lo espectacular, mientras el programa se empeña, por otra parte, en que aprendamos de psicoanálisis, de cómo se utilizan los efectos especiales en una película o, recientemente, sobre el exquisito tema de las finanzas bursátiles. Una decapitación por guillotina en directo era lo que faltaba en el gran show conducido y producido por Pablo Motos.
Hasta ahí, bien. El riesgo, aunque no había llegado a estos niveles, se nos ha ido suministrando por dosis en cada emisión. Dani Martín, cantante y compositor de moda, medio macarra que tiene arrebatadas a las muchachas del patio, con ese hálito triste y jodedor a la vez, sería el compinche: Pondría su cabeza debajo de la cuchilla.
La cuchilla cayó, y cercenó. En ese momento parece que ha habido un accidente. La cámara cae al suelo y la voz de Pablo o de alguien pide asustada que corten la transmisión. Se van a publicidad –eso, unos cinco minutos- y vuelve Pablo, serio, diciendo que ha habido un problema, que lo explicarían en el programa siguiente (el de hoy).
Rápidamente, las redes sociales se intoxican con el acontecimiento. Internet se enciende. A muchos les parece una broma de mal gusto; a otros, un gran logro del entertainment. Durante unos minutos, corrió como pólvora la noticia de la muerte de Dani Martín.
Siempre tuve claro que era un desagradable chiste del El Hormiguero. Mi mujer, no tanto. Nuestros hijos solo tienen dos meses de vida. Estaban durmiendo en moisés gemelares al lado del sofá.
Desde ese momento no he dejado de preguntarme hasta dónde puede llegar la estupidez.

Actualización: Antena 3 ofrece disculpas

jueves, 20 de octubre de 2011

Brindis por los muertos

Cuando dormimos a los niños y María también se acostó con ellos, decidí brindar yo solo por las almas de miles de víctimas del terrorismo, del terrorismo nacionalista y del terrorismo de Estado. Me serví un whisky con dos piedras de hielo, un whisky de malta, un gran reserva.
En el piso donde vivimos ahora, el balcón da a uno de los muros del cementerio municipal, de manera que eludí el sitio donde tenemos colocada una mesita de madera con dos sillas. Sería demasiado, me dije y emprendí el camino hasta el despacho. Nunca mejor dicho: aquí es donde suelto melancolía y rabia a partes iguales, donde desahogo el sentimiento imposible de expresar frente a frente con nadie, teniendo en cuenta las grandes diferencias entre las palabras orales y las palabras escritas.
Había dos novedades sumamente importantes. El Coronel Gadafi fue ejecutado por la mañana en su escapada de Libia, como un roedor a la salida de un caño albañal, y la banda mortífera ETA anunció por fin el cese de su actividad armada, aunque no su disolución total, que es lo que todos los pacifistas esperamos.
Con esto, concluían 42 años al poder de un delirante dictador, al que no pocos mandatarios europeos –hoy felices con la noticia- agasajaron a cambio de uno cuantos barriles de petróleo. Un trago de whisky de paso por mi garganta borró a Gadafi de la lista de tiranos en el mundo, el tercero despojado del trono por fuerzas populares árabes, fundamentalmente por ellos. Gente de todas las edades cansada de la autocracia, de la humillación, sencillamente convertida en guerrilla sobre vehículos ordinarios, en sus camionetas de trabajo. Aunque debían haberlo dejado con vida y sentado luego ante un tribunal popular.
ETA me toca más de cerca.
Debo confesar que en España, a pesar de los números fatales de una posible bomba por el solo hecho de vivir aquí, he estado mucho más tranquilo que en mi país de origen, más feliz. Me duele decir que prefiero la libertad de expresión aunque tenga que jugar con la teoría de las probabilidades asociada a la muerte. Hoy por hoy, prácticamente en cualquier lugar podríamos estar dentro del radio de unos daños colaterales. Pero es que en Cuba nos estábamos muriendo por un desgaste psicológico.
El comunicado del final de la violencia de ETA tiene un sospechoso tinte electoralista, pero esas nimiedades se perdonan si a partir de hoy comenzamos a vivir un verdadero proceso de paz en el País Vasco, donde los ajustes llamados revolucionarios –algunos en metálico- tenían aterrorizada a la ciudadanía. Si es que acaso podemos estar seguros de que no explotará un artefacto más, estamos dispuestos a tirar hacia adelante, sin que sea preciso olvidar.
Termino mi brindis con los rostros durmientes de mis mellizos, que apenas cumplen dos meses pasado mañana. Siempre supe –y no me pregunten por qué- que si algún día tenía hijos, muchas cosas desagradables de mi vida iban a desaparecer. A partir de hoy, Lucía y Marc no tendrán que decir que lo que embarra la belleza española es el terrorismo.
Mañana, seguramente, viajarán a una Cuba por fin libre de tiranos. Ya viene llegando.

Foto de María García Tudela:
Mi hija Lucía.

sábado, 15 de octubre de 2011

Adiós a Laura


Hace unos días reproduje esta foto en mi muro de Facebook. Lo hice para ver cómo reaccionaban los amigos que no están al tanto de la situación represiva de Cuba. Enseguida preguntaron cómo es posible ese maltrato entre mujeres. “¿Dónde ha sido eso?”, soltaron la interrogación.
No dije nada pero ahora les respondo:
Ha sido en la isla, en plena calle. Tropas paramilitares –utilicemos correctamente los términos- trataban de impedir que las Damas de Blanco cubanas marcharan por la vía pública como festejo del Día de las Mercedes, la misma patrona de Barcelona que allá sincretiza con Obbatalá en la religión afrocubana y es la protectora de los presos.
La líder de esas Damas reivindicativas fue brutalmente apachurrada contra un muro (se observa claramente, es la primera por la izquierda) por una turba de compatriotas enviada por el gobierno. Por supuesto, al castrismo no le interesaba tanto la veneración a los santos como el fuerte sentido libertario de esta organización pacífica, curiosamente no reconocida por otro grupo de mujeres, las argentinas de la Plaza de Mayo, que, en principio, han luchado por lo mismo, o contra lo mismo: contra una dictadura.
Laura Pollán era una profesora de instituto, oriunda de Manzanillo, al este del país. Su nombre comenzó a circular por una parte del mundo cuando decidió hacer de portavoz al grupo femenino de la disidencia que reclamaba la libertad de sus maridos, prisioneros políticos. Cuando consiguieron su obejtivo, y para pesar del gobierno, continuaron su activismo. Laura y su esposo Héctor fueron de los que no quisieron abandonar territorio nacional, en aquel trueque maléfico del primer trimestre de este año, en el que se les desterraría a cambio del armisticio.
Se convirtió entonces en un verdadero dolor de cabeza para la dictadura. Su voz, tranquila, correcta , no dejó de escucharse hasta ayer en que se produjo su muerte en un hospital público habanero. Cualquiera podría rectificarme, pero es que en Cuba existen los hospitales privados. Precisamente, a uno de éstos, en un acto de dignidad que quedará para la historia, el marido de Laura se negó a trasladarla en los últimos minutos de vida, luego de que agentes de la policía política cursaran invitación.
Falleció, según se ha dicho, de un paro cardíaco provocado en principio por el dengue tipo 4. Eso han dicho las autoridades; los partes médicos, ya se sabe, no son nada fiables en un país donde la corrupción campea a sus anchas y donde casi todo puede ser modificable. Lo cierto es que esta mujer, a quien un telediario español despidió este mediodía con un “Adiós a una dama”, hizo lo que la gran mayoría de los cubanos no hemos hecho: enfrentarse al despótico poder con un manojo de palabras y una flor entre manos, una simple espiga de gladiolos.
Tenía 63 años, padecía diabetes y, por encima de todo, era mujer. Pero ya sabemos que las dictaduras no miran nada cuando se les critican. Van aniquilando a bocajarro. Más cuando se hallan en fase agonizante.
Ojalá que la vida, la historia futura y todos nosotros tengamos presente a Laura cuando se anuncie el día final del régimen.
Que en paz descanse su alma.

Nota:
La propia Laura pidió que incineraran su cuerpo en caso de fallecimiento. Según reportes de Orlando Luis Pardo a través de Twitter, desde La Habana, el cadáver fue retirado rápidamente del hospital por funcionarios
del Estado, sin que el marido e hija pudieran encaminar un examen profundo.

jueves, 13 de octubre de 2011

Exhibicionismos de la Corona



Me sigue pareciendo insultante que este país exhiba su principal parada militar el llamado Día de la Hispanidad, para celebrar así lo que fue el comienzo de la era colonial española. Es como si un fuerte sentimiento nostálgico obligara a la monarquía a marcar territorio a la vuelta del tiempo.
Ahí estaba el Rey Don Juan Carlos, bastón en mano y recién operado del Talón de Aquiles, con pasos lentos hasta la tribuna y sentado la mayor parte de la revista. A su lado, la familia real y su hijo heredero, Don Felipe, la joya de la Corona. La bandera nacional, como cada año, descendiendo del cielo hasta aterrizar justo delante del monarca. Luego, los ejércitos de aire, mar y tierra, los cazas de la coalición de la OTAN y el armamento que actualmente se utiliza en Afganistán, el principal destino de las tropas españolas.
Me pregunto cuánto ahorraría el Estado en estos tiempos de crisis si suprimiera el desfile. Me respondo enseguida: esos números ni siquiera pasan por la mente del poder. Sería como si un guerrero medieval prescindiera de su armadura. Pero también tengo aprendido que algunas cosas deben asumirse por plantilla, sin calentamientos de cabeza. Tal vez por esto media España esté atendiendo el desfile mientras la otra mitad aprovecha el feriado para descansar. En Catalunya, donde vivo, este tipo de celebraciones españolistas quedan cada vez más lejos de los hogares. Incluso, el President de la Generalitat de turno normalmente no hace acto de presencia en la conjura monarca.
Estaba pendiente qué pasaría ayer con el presidente del gobierno central, si lo abucheaban, que eran lo más probable, como sucedió el año pasado, o lo perdonaban a escasas jornadas de las elecciones generales. Pero los organizadores lo resolvieron fácil: alejaron la tribuna a unos 200 metros de la gente de la calle y Zapatero salió ileso esta vez.
La imagen del presidente del Reinado Español hostigado y aguantando el tipo es un clásico en este país, pero, imagen al fin, podía evitarse. En definitiva, quien corta el bacalao no es él, es el Rey.

Foto tomada de la televisión
El Príncipe Felipe, próximo sucesor del trono, junto a su padre Don Juan Carlos, quien sufre los lógicos embates del tiempo. Tradicionalmente se visten de militar los 12 de octubre. Este año, la tribuna se instaló en la Plaza de Neptuno, lugar de concentración de los hinchas del Atlético de Madrid cuando este equipo gana. Quizá para compensar la denominación de Fiesta Nacional que se le da a este día, ayer los museos estatales ofrecieron entradas gratuitas.

viernes, 7 de octubre de 2011

Nuestro gran dictador


A estas alturas, después de cuatro generaciones afectadas, deberíamos rastrear la Fiesta Mayor de los pueblos cercanos; comprar en las ferias un pez en bolsa de plástico y ponerlo a nadar de un lado para otro desde el centro de la mesa; o comprar lotería, o un disco de Benny Moré.
Pero no lo hacemos; no vamos por los pueblos cercanos, aun teniendo un automóvil y dinero para gasolina.
Salir es la mejor manera de que no nos persiga la sombra del dictador, ese manto negro tan insistente que mal compramos. Quedarse en casa es rumiar el pasado con una cerveza amarga al alcance de una mano. Tragar y volver a tragar. Resultar atrapados.
Los dictadores –está comprobado-, a quienes nos van a tocar, nos tocan. Es como la frase aquella de “si naciste para martillo, del cielo te caen los clavos”. Y nos destrozan la vida. ¡Anda que sí!
Aun huyendo del territorio nacional, el radio de acción suele ser amplio. Los servicios secretos de las dictaduras gustan alimentarse con frecuencia de los exiliados. Esa es la máxima que uno tiene, luego de haber visto y leído tanta conspiración y tanta doble vida de los otros. Es una enfermedad –lo de la doble moral- que se impregna en la sangre sin que uno se dé cuenta. ¡Pobre de aquellos que defienden al dictador de puertas hacia afuera! La vida les alcanzará, no para arrepentirse, porque el arrepentimiento sería la negación de la existencia en esos casos, sino para reciclarse en cualquier rincón del olvido.
Y no queremos venganza, no señor. Queremos un juicio justo por habernos robado la vida entera. Nos sentaremos en casa a esperarlo, a esperar el juicio, ya que no podemos salir de fiesta tan fácilmente sin recordar a nuestros muertos que no pudimos enterrar, sin recordar a nuestros queridos amigos que todavía viven en el primero de los círculos concéntricos de la dictadura. Nos sentaremos a esperar, pero de paso recordaremos malamente al caudillo, quien nos dijo que el enemigo era el consumidor de la Coca-Cola.
Por supuesto, nos mintió.

Foto enviada por Alexander Piñero, un viejo amigo. Nos reencontramos a través de los caminos de internet luego de veinte años sin saber uno del otro. Él tiene nacionalidad francesa y muy pronto tendrá la norteamericana. Yo me acogí a la española. Ninguno de los dos, cuando éramos adolescentes y vecinos, pensábamos en marcharnos de Cuba.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Cayetana y Santiago

Cabello arremolinado y corazón rebelde, Doña Cayetana salió del altar por la puerta ancha, como los toreros. Iba del brazo de un tal Alfonso Diez, un hombre enjuto, muy serio, cuyo apellido, a partir de ahora, podría escribirse en número romano. Le lleva veinticuatro años a su tercer y nuevo marido, que hasta ayer fue un desconocido funcionario del Estado. Ella tiene cuarenta y seis títulos nobiliarios y ochenta y seis abriles cumplidos. Representa la tercera fortuna de España, según dijeron los telediarios. En una de las paredes de sus bienes inmuebles, cuelga tranquilo un Goya, original, por supuesto.
Santiago Carrillo atesora diez años más que la Duquesa de Alba; o sea, tiene noventa y seis. Por su edad y sus andares, puede contar la historia más reciente de España, desde la tristemente célebre Guerra Civil, pasando por el amargado período de Postguerra, pasando también por la famosa Transición, hasta la actualidad en la que este país se europeiza según las normativas y muy a pesar de su folclore. Él es el comunista vivo más antiguo y famoso, fundador, agitador de masas, que nunca soñó con conseguir un papel tan importante en la administración de las noticias nacionales. De haber fallecido en estos días, su deceso hubiera arrebatado las portadas a las nupcias de Doña Cayetana. Pero no, los telediarios reportaron un ingreso en el Hospital Gregorio Marañón, de Madrid, por una infección urinaria con pronóstico leve. Carrillo, una vez más, salió ileso de las emboscadas de la vida.
La imagen del legendario bolchevique español volvió a recorrer el país de punta a cabo, con su eterno cigarrillo encendido, su traje en apariencias barato y sus enormes gafas de pasta graduadas.
La Duquesa de Alba no quiere irse viuda de este mundo. Parece estar por encima de esa gente que la rodea para sacar réditos. Se ha salido con la suya bailando una sevillana ante los ojos atónitos de su Alfonso (X), ante las cámaras de televisión de medio mundo; porque ella es la persona que más títulos nobles ostenta en este planeta. De paso, con semblante operado y con toda la parafernalia andaluza de Victorio & Lucchino por encima, abrió ayer los telediarios de este gran y vetusto país, desafiando a sus herederos que, en fin, no la comprenden.
Carrillo, por su parte, nunca calculó la posibilidad de que algún día la Unión Soviética se extinguiera, de que Cuba envejeciera con escandalosa corrupción, de que España le guardara un puesto entre los grandes en el ente público. Quizá por eso llegó a la Tercera Edad fumando interminables cigarrillos. Se perpetuó, se congeló en ese escaño de la política peninsular que a veces vale más que un título de la nobleza. Si Doña Cayetana se hubiera casado con él, muchos de los problemas de aquí se arreglarían en un pispás.

Foto tomada de El País

sábado, 1 de octubre de 2011

Adria Santana muere de cáncer en plena madurez histriónica


Una triste noticia llega este fin de semana desde la isla: A los 63 años, todavía joven y con una vasta experiencia sobre las tablas, acaba de fallecer la entrañable actriz de teatro Adria Santana, luego de una larga lucha contra el cáncer que llegó, incluso, a anunciar su muerte antes de tiempo, ya que la prensa, por error, redactó su obituario hace aproximadamente seis meses.
Se trata de un golpe doloroso para este cronista que la siguió desde el patio de butacas, en una época –los 90- en la que parecía que el teatro cubano se iba a pique, y no precisamente por falta de ideas. Eran los tiempos de la destrucción de grandes compañías, grandes repertorios y, a la vez, creación de proyectos de pequeño formato que buscaban paliar, mediante el viaje, una realidad materialmente imposible. Sin embargo, Adria no apostó por la escapada y quedó en manos de Abelardo Estorino, el gran dramaturgo y director de escena que hizo de ella la voz de sus fabulosos textos .
Aunque algunos la recordarán seguramente por su papel protagónico en la serie de televisión La Delegada, donde desempeñó un personaje -como era ella- de carácter, es el mundo de las tablas el que más la extrañará, el público abonado, por decirlo de alguna manera, a la sala Hubert de Blanck, de Teatro Estudio. Fue allí donde Adria entregó sistemáticamente todo su talento y fue allí donde se sentó en una silla, sin apenas escenografía, a desdoblarse en el personaje de una actriz de teatro que ventila sus problemas acompañada de una botella de ron. Estrenado en 1987, el monólogo Las penas saben nadar, de Estorino, es sin dudas un clásico de la escena nacional y la obra por la que más se le recordará a Adria Santana.
No era de la capital ni luchó por la gran pantalla. Era una mujer muy bella, con una voz muy fuerte y peculiar, capaz de centrar la atención ella sola durante una hora y media, sin entreactos. Es una pena que el oficio y el talento –tan difícil de juntar- se vayan así de pronto y dejen a un país mucho más huérfano de lo que hoy está.
Cuando, en la distancia, más me duele la isla, pienso en esos artistas verdaderos, honestos, que quedaron en su sitio para salvar la dignidad desde otro punto de vista: el de la resistencia.
Hoy sábado, como va sucediendo inevitablemente con el paso del tiempo, Adria me ha obligado a desempolvar archivos y me ha devuelto a la sala de Teatro Estudio.
Que en paz descanse.

En la imagen, una crónica a propósito de la reposición de Las penas saben nadar, ocho años después de su estreno, en la sala Hubert de Blanck. (Pinche para ampliar). Abelardo Estorino, aunque mayor de edad, hoy sobrevive a la actriz.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Adéu, matadores


La Monumental de Barcelona cierra sus puertas centenarias con una trifulca a favor y en contra de la tauromaquia

Por si no bastara con la ardiente polémica en torno a la lengua catalana como única y vehicular en las escuelas de la comunidad autónoma, el asunto de los toros aquí también está dividido y crispado. Un ámbito que pareció inamovible –más que eso: intocable- durante toda la vida en España, ha dicho adiós oficialmente el pasado domingo en la histórica Monumental, el primer coliseo taurino en importancia en la capital catalana.
Con un cartel de lujo –según los entendidos- encabezado por el matador madrileño José Tomás, que se hizo famoso hace muchos años en esta misma plaza, la fiesta de clausura se encontró en la calle con el fuerte movimiento anti taurino que está dispuesto a eliminar las corridas en toda la geografía peninsular –en Canarias ya fueron barridas también por ley- y a borrar de los tópicos turísticos esta manifestación sin duda sangrienta, que está a mitad de camino entre el arte y la barbarie.
Por eso, algunos manifestantes, en contra, se presentaron allí con el rostro teñido de rojo, y gritaron ¡vivas! a un peregrinar que no terminó hasta el Parlamento Catalán, que el 28 de julio del año pasado, por mayoría de votos, dictó la prohibición de “los toros” en la región y la hizo cumplir.
Otros a favor, plantaron cara en la vía pública, al pie de la Monumental, propugnando una tradición que justificó la construcción de dos plazas grandes en la Ciudad Condal: La otra, Arenas de Barcelona, conserva solo su fachada y en su interior han inaugurado recientemente un gran centro comercial con todo tipo de tiendas y restaurantes.
De manera que los toreros locales se están yendo a lidiar al sur de Francia, en ruedos equidistantes -e incluso algunos más cercanos- con respecto a Madrid. Porque catalanes toreros, de haber, los hay.
Es curioso cómo un tema lógicamente espinoso a día de hoy (muy lejos nos quedan las lecturas sobre las pasiones taurinas de Ernest Hemingway), ha sido capaz de dividir a ciudadanos que por otra parte comparten identidad nacionalista, defensa de un territorio y defensa de la lengua autóctona. Las bofetadas, literalmente, que se vieron este domingo en la calle recordaron de cierta manera a la Guerra Civil Española, en la que incluso hermanos de sangre llegaron a enfrentarse.
Pero esto parece no quedar aquí. Habrá apelaciones para restituir las corridas.
Sin que me gusten “los toros” ni sea capaz de ir a verlos aunque me regalen la entrada, no estoy a favor de las prohibiciones. Con la Monumental abarrotada para el cierre, con un cartel del evento que pintó el artista plástico Miquel Barceló y que desapareció rápido de todas las vallas publicitarias de la ciudad –para futuras subastas, tal vez-, y con los manifestantes afuera enfrentados a sus adversarios con pasión, quedó demostrado que han arrancado un pedazo de la piel de esta ciudad, nos guste o no el espectáculo taurino.
El primer cartel de la Monumental de Barcelona, ruedo ubicado en la Gran Vía, se colgó en el año 1914. En el 39 debutó el famoso Manolete y ahora, en el 2011, acaba de lanzarse la última estocada, a cargo del temerario José Tomás. Queda por ver en qué cosa convertirán esta plaza.
De todas maneras, su nombre lo sigue llevando una de las paradas de metro de la línea 2.

Foto de Alberto Estévez (EFE), tomada de El País.
El diestro José Tomás, con su traje de luces y coreografía necesaria, mata a un astado de la ganadería El Pilar, este domingo, en el cierre de la Monumental. El cartel lo compartieron los toreros Juan Mora y Serafín Marín, este último, un catalán. Imágenes como éstas son bastante frecuentes en la televisión española, donde hay programas dedicados a la tauromaquia.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Diez años en Barcelona



La isla se multiplica a pesar de todo

Alguna vez conté que, de Cuba, salí fugado. Salí mintiendo, como suele sucederle a muchos compatriotas que no utilizan el sexo o el naufragio como vía de escape.
Pero entonces, hace diez años, no sabía que estaba escapando.
Un magma de simulaciones durante toda mi vida había logrado ocultar el verdadero sentido del viaje. Ni yo mismo sabía que iba camino a la libertad individual. Sin vocalizarlo, porque no fue preciso, me creía un emigrante, uno más en la historia de la humanidad.
Con el tiempo descubrí que era un exiliado político, toda vez que el lugar de origen exigía una serie de condiciones –concesiones de mi parte- que debía cumplir para regresar cuando quisiera; entre ellas, el silencio.
Es sabido que, de la isla, no se sale ni cuando uno quiere, ni hacia el lugar escogido. Sencillamente uno huye de allí, por mucho que duela decirlo.
Barcelona, pues, fue un destino casual.
Llegué una noche lluviosa en fiestas de la Mercè, la patrona de la ciudad. Había, como ahora mismo que escribo, verbenas por todas partes, cañones de luces en las plazas, fuegos artificiales, música y, en fin, diversión. Un buen comienzo, sin lugar a dudas. Luego, en la misma medida en que el recuerdo de Cuba, lejos de menguar, se acrecentaba, recurrí al sincretismo religioso del Caribe para lograr establecer las razones de mi presencia en esta ciudad. Fue fácil: ahí estaba Obbatalá, vestida de blanco, simbólica Virgen de las Mercedes en el panteón yoruba.
Era asombroso que yo estuviera pensando en eso, si nunca había sido santero ni conocía apenas la santería.
Pero hay líneas de conexión entrelazando los pasos de la vida.
Mi tesis de grado en la Facultad de Periodismo de La Habana había tocado sin querer a los yorubas, a través de la figura del mítico sonero Arsenio Rodríguez.
Entonces forcé -¡cómo no!- el vínculo entre dos realidades aparentemente muy lejanas, para agarrarme a algo, a algún sentido de las cosas que mitigara la áspera circunstancia del exiliado.
Cuando pasó todo lo que tenía que pasar, y por fin logré obtener un pasaporte que me abriera las puertas al mundo, viajé a Miami, la tierra prometida, para comprobar con mis propios ojos todo lo que me habían dicho del enemigo que, supuestamente, está allí.
Pero ese viaje, para la familia de mi mujer y para algunos amigos españoles, no tenía un sentido importante. Superficialmente dijeron que me había ido de vacaciones.
Por supuesto que me molesté pero, cuando pasó el cabreo, pude comprender que estas personas me estaban asumiendo como un ser normal, uno del montón, y ahí estaba la verdadera esencia del lugar que ocupo en el espacio.
Ellos mismo me ofrecieron la visión que solo puede dar el ojo de afuera:
¡Por fin, al cabo de diez años, yo estaba integrado en el paisaje social!

Foto de Rosa Anna Frutos
Un típico mercado de abastos barcelonés, con estilo modernista. Mi nuevo paisaje urbano.

jueves, 22 de septiembre de 2011

América en blanco y negro



Es muy curioso: La misma noche en que media España estaba pendiente del televisor para ver en directo a Lenny Kravitz, en un patíbulo de Georgia, Estados Unidos, suministraban una inyección letal a otro afroamericano, Troy Davis, que llevaba veinte años en el corredor de la muerte acusado de asesinar a un policía.
Así es la vida de caprichosa y así es la suerte de cada cual. El cantante e instrumentista neoyorkino, todo un gentleman del rock, un ídolo de masas, un seductor, estuvo radiante en El Hormiguero, el programa de Pablo Motos que, de la Cuatro, acaba de pasar a Antena 3. Lenny es muy simpático, además de excelente vocalista. Tiene el mundo a sus pies –bien merecido, claro- y ha podido disfrutar de las caricias de una de las mujeres más bellas del Planeta, la entrañable, aunque no la conozco, Nicole Kidman. Pero digo más: El mulato de eternas gafas oscuras demostró ser bastante culto en temas étnicos a nivel mundial, extrovertido en un plató de televisión pero con la envidiable medida de agradar y no pasarse ni un pelo. Ha venido a España a presentar su noveno disco, titulado, precisamente, Black and White, América.
Mientras –y resulta imposible no recurrir al paralelismo de las horas que transcurrían antenoche-, Troy Davis terminaba sus días a los 42 años, de ellos 20 vividos entre rejas. Por mucho que se declaró inocente y que su caso logró dividir abismalmente a la opinión pública norteamericana, por mucho que se recogieran miles de firmas en todo el orbe para condonar su ejecución, la ley estadounidense no dio un paso atrás en la hora cero. Por mucho que siete testigos presenciales se retractaran a fin de cuentas, por mucho que hasta el Papa pidiera clemencia.
Las últimas palabras del afroamericano Davis fueron para la familia del policía asesinado, indicando una vez más su inocencia.
Lenny Kravitz, casualmente, en la entrevista de televisión, dijo haber sido confundido cierta vez, en plena calle, con un ladrón de bancos. Le detuvo violentamente la policía hasta que llegó una viejecilla que fue testigo ocular. La señora se le quedó mirando -narró el artista-, hasta que despejó la duda. “No, no es este señor”, pero continuó observándolo como si lo conociera de algún lugar.
El tiempo, la vida, quizá, algún día aclare la presunta inocencia de Davis, porque el ya difunto pidió a sus familiares y amigos que continuaran investigando.
Mientras tanto, el afroamericano Lenny Kravitz seguirá cosechando éxitos en ese mismo país donde las cosas cotidianas suelen ser muy extremas.

Foto del autor tomada de la televisión
Lenny Kravitz, antenoche, en un intercambio de gafas en el programa de Pablo Motos.
Vea aquí la entrevista al rockero.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Two Brothers*


A María la conocí en el Starbuks de Las Ramblas, una tarde desorientada, como muchas tardes en aquella época en la que yo era un emigrante sin pedigrí. Al salir de la cafetería, seguí con ella por la calle Portaferrissa y después por Petritxol. Mi olfato estaba obcecado en el apareamiento, aunque luego, cuando obtuve su teléfono, no llamé.
Pasaron dos semanas.
María marcó mi número y dijo algo así como “¿qué pasa contigo?”, y me invitó a salir, o fui yo quien invité, pero de su boca salió el reclamo de algo que había quedado inconcluso. El sábado siguiente fuimos a tomar algo en una terraza de la avenida Paral.lel, en un bar que está enfrente del Bagdad, el histórico sitio porno de Barcelona donde se puede ver sexo en directo. No estoy seguro de que el bar se llame Dos Hermanos; sí es rotundo, por lo curioso de la escena, que lo regentaban unos gemelos idénticos, bastante serios y terroríficos.
Allí nos besamos por primera vez.
Es muy ruidosa Paral.lel; es el Broadway de esta ciudad, o lo que queda de esa intención farandulera. Las sillas de la terraza eran de aluminio y chirriaban cuando yo me acercaba a María. Pedimos una tónica para ella y un añejo para mí. Sirvió uno de los brothers, mientras el otro continuaba recostado a la barra, también vestido de negro y también con gafas. Detrás de la barra había una pared de espejos que multiplicaba aquellos chicos; era como un juego de cómplices.
¿Sería el bar uno de los teatros de la avenida?
De allí bajamos al metro, que está justo en la esquina del Bagdad. Cambiamos luego para otra línea y llegamos a mi casa, riéndonos de las figuras espectrales que nos vigilaban desde la barra. Saqué una botella de ron de mis reservas e invité a María.
Esa noche hicimos el amor por primera vez.
María, castigando mi duda en llamarla por teléfono, decidió vestirse a mitad de la madrugada y me pidió que la acompañara a buscar un taxi. Debía amanecer en su cama, me dijo.
Después hizo lo mismo varias veces, hasta que conseguí que amaneciéramos juntos.
No tardamos mucho tiempo en buscarnos un piso nuevo para los dos, pero sí en tener hijos. Cuando me decidí –otra vez fui yo el de la duda-, al regreso de un viaje mío de La Habana, la sombra de los Dos Hermanos se instaló otra vez con nosotros. María salió embaraza a la primera, sorprendiéndome, como ejecutiva que es, con un par de mellizos. Fueron una hembra y un varón, procreados de manera natural. Guerreros al final de la gestación, como dimos cuenta en estas mismas páginas.
La foto que encabeza este recuento, pues, es el resultado de una incursión mía en el Starbuks de Las Ramblas, donde había una mujer esperándome sin yo saberlo.

*Así se llama un bar que está en la Avenida del Puerto de La Habana.