Los españoles no saben qué hacer. Por un lado, el actual gobierno (conservador) acaba de anunciar que ofrece residencia –ojo, no la nacionalidad- a todo extranjero que compre una vivienda por un monto superior a los 500 mil euros, y también a los que sean capaces de abrir un negocio. Para ello, habilitó a la carrera una ley que agiliza los trámites de licencia a 24 horas.
Increíble. En mis tiempos en España no daban la tarjeta de residencia tan fácil. Aunque, con los requisitos actuales, quien escribe tampoco hubiera clasificado.
Dicen que están vendiendo el país.
Ya lo estaban haciendo hace rato. Si no, ¿cómo se entiende que llegue un chino, se coloque en un restorán –en un bar, en un edificio, en una nave industrial- y luego sus ventas no sean capaces de pagar ni el alquiler ni a los empleados, con lo cara que está la superficie rentada? La cuestión es que el chino compra, paga a toca teja.
El ciudadano de Europa del Este (comunitario) que se hace de locales también paga al contado.
No importa el origen del dinero.
El gobierno necesita liquidez y punto.
Pero, claro, la justificación es que de esa manera se crean “puestos de trabajo”, tal vez los que prometió el PP aun sabiendo lo difícil que era cumplir.
Lo que sucede ahora en España no es otra cosa que “tirar la casa por la ventana” en tiempos de paz, parafraseando al comandante Castro que se inventaba esos “Períodos Especiales en Tiempos de Paz” (luego vendrían los Guerra, que ya estaban en la calle). O sea, estamos viendo una España emergente que de pronto tiene que vender porque no supo –o no quiso- invertir ordenadamente.
No solo invertir en economía, sino también en material humano.
En la primera década del 2000, España tuvo una población flotante importantísima –entre la que se cuenta un servidor- que fue segregada a conciencia (salvo raras excepciones en pequeñas aldeas, donde lograron insertarse los extranjeros). Esa mano de obra –una buena parte, calificada- se desaprovechó por razones de ignorancia, xenofobia, desdén o egoísmo. A escoger. Mientras esto sucedía, el español promedio, si podía, se iba al Paro y así cobraba en su casa. Porque los extranjeros estaban ahí dispuestos a cuidar ancianos y a mantener la agricultura, por solo citar dos ramos que los nacionales se permitían no trabajar.
Cuando arreció la crisis, obviamente, los extranjeros molestamos. Y la agricultura y la geriatría se cotizaron al alza. Entonces nos despidieron a todos, de una u otra manera. Las arcas de la Seguridad Social estaban vacías, los bancos sin liquidez y con muchos inmuebles por cobrar, y los negocios familiares –que en realidad no daban empleo como lo indica la denominación- pasaron a manos de chinos mafiosos (no los que se ven en el lugar, por supuesto).
Parece que un español se enteró de que en Miami el pan es malísimo. Aquí hay los llamados Pan Cubano y Puertorriqueño, que dejan mucho que desear a los que alguna vez tuvimos excelentes panaderías a pie de calle. ¿Y qué hizo este español? Se trajo la típica baguette congelada –la sencilla, la más vulgar- que aquí es pan de gloria. Se sumó a la firma Euro Pan y así ganamos todos, los que tratan de reinventarse con la crisis y los consumidores de toda la vida que andamos por el mundo buscando un lugar feliz.
(Este texto se publicó originalmente en www.cubanet.org)