
Quiero adelantar una observación que, a la vuelta del tiempo, se convertirá en un tema ferroso, oxidado. Hoy por hoy, sin embargo, tiene hierro el asunto de cómo se trasfigura la sociedad española a partir de la inmigración multitudinaria y multiétnica. La noticia no la trae el cable –así hablaba la prensa cubana aludiendo a los despachos cablegráficos antiguos-, sino este servidor. Se trata del avistamiento de un conductor del metro de Barcelona que no tuviera nada de singular si no fuera negro. Lo vi ayer entrenándose en la línea 5. Siempre me fijo en detalles fugaces, agazapados.
Desde que descubrí que una de mis clientas de la tienda donde trabajo es conductora del suburbano, la busco afanosamente en el cuartucho oscuro de todos los convoyes de esta ciudad. Entonces mi asombro tuvo lugar al ver a un negro allí.
Desde que viajé a París y encontré taxistas negros –algo que sería asombroso en la España de hoy-, le dije a mi mujer que este país taurino desde donde escribo cambiaría de verdad el día en que la gente “de color” ocupara puestos normales de trabajo. Esto comienza ahora. Y no creo que sea una voluntad política la que impulse la integración de todos los que llegamos con una maletica ortopédica para “hacer las Españas”, sino con el transcurso natural de las cosas de la vida. Ese hombre oscuro como la noche estaba allí en la cabina de un ferrocarril subterráneo porque se demanda fuerza de trabajo.
No me creo para nada los slogans publicitarios de TV3 en los que se dice que Cataluña está abierta a los cuatro vientos. Una cosa es la praxis y otra muy diferente la propaganda.
Me ha alegrado sobremanera hallar a un sujeto de “piel extraña” manejando un tren aunque sea en las cavernas sinuosas del subsuelo catalán. Ya llegará el día en que lo encontremos con unas gafas de sol sentado al volante de un autobús regular. De momento es un paso de avance. Lo están entrenando en estos días. Fíjense los usuarios de la línea azul. También debió resultar extraordinario, en su día, ver a una mujer llevando esas máquinas.
Las luces del metro donde yo viajaba se apagaron de golpe en plena marcha. Pensé que el pupilo debió tocar un botón inadecuado de los tantos que tendrá la pizarra de mandos. Enseguida me vino a la mente un chiste cubano muy simpático y racista, pero, más que racista, políticamente incorrecto.
Se dice que Arnaldo Tamayo, el negro que Cuba envió al cosmos hará unos veinte años, regresó a Tierra con las manos hinchadas. Las traía inflamadas porque su compañero y jefe de vuelo, el ruso Romanenko, no lo dejaba tocar nada por miedo a que apretara un botón incorrecto.
-¡Suélta eso, coño!-, le repetía el soviético al pobre caribeño con una palmada enérgica.
Mañana vuelvo a viajar, pero no tomo el metro. Mi mujer y yo nos vamos a hacer un “puenting” a Lisboa, una ciudad alojada en mi imaginario desde hace muchos años. Desde allí contaré algo acerca de la integración de África en el mundo lusitano. Supongo que sea más notable que en el resto de la península ibérica. Dicen las malas lenguas que el mundo comenzó por debajo del Sahara. Hoy me acuesto más feliz, lleno de ilusiones y de expectativas.
Cierro transmisiones desde este puerto de mar. Me espera el delta del río Tajo.
Desde que descubrí que una de mis clientas de la tienda donde trabajo es conductora del suburbano, la busco afanosamente en el cuartucho oscuro de todos los convoyes de esta ciudad. Entonces mi asombro tuvo lugar al ver a un negro allí.
Desde que viajé a París y encontré taxistas negros –algo que sería asombroso en la España de hoy-, le dije a mi mujer que este país taurino desde donde escribo cambiaría de verdad el día en que la gente “de color” ocupara puestos normales de trabajo. Esto comienza ahora. Y no creo que sea una voluntad política la que impulse la integración de todos los que llegamos con una maletica ortopédica para “hacer las Españas”, sino con el transcurso natural de las cosas de la vida. Ese hombre oscuro como la noche estaba allí en la cabina de un ferrocarril subterráneo porque se demanda fuerza de trabajo.
No me creo para nada los slogans publicitarios de TV3 en los que se dice que Cataluña está abierta a los cuatro vientos. Una cosa es la praxis y otra muy diferente la propaganda.
Me ha alegrado sobremanera hallar a un sujeto de “piel extraña” manejando un tren aunque sea en las cavernas sinuosas del subsuelo catalán. Ya llegará el día en que lo encontremos con unas gafas de sol sentado al volante de un autobús regular. De momento es un paso de avance. Lo están entrenando en estos días. Fíjense los usuarios de la línea azul. También debió resultar extraordinario, en su día, ver a una mujer llevando esas máquinas.
Las luces del metro donde yo viajaba se apagaron de golpe en plena marcha. Pensé que el pupilo debió tocar un botón inadecuado de los tantos que tendrá la pizarra de mandos. Enseguida me vino a la mente un chiste cubano muy simpático y racista, pero, más que racista, políticamente incorrecto.
Se dice que Arnaldo Tamayo, el negro que Cuba envió al cosmos hará unos veinte años, regresó a Tierra con las manos hinchadas. Las traía inflamadas porque su compañero y jefe de vuelo, el ruso Romanenko, no lo dejaba tocar nada por miedo a que apretara un botón incorrecto.
-¡Suélta eso, coño!-, le repetía el soviético al pobre caribeño con una palmada enérgica.
Mañana vuelvo a viajar, pero no tomo el metro. Mi mujer y yo nos vamos a hacer un “puenting” a Lisboa, una ciudad alojada en mi imaginario desde hace muchos años. Desde allí contaré algo acerca de la integración de África en el mundo lusitano. Supongo que sea más notable que en el resto de la península ibérica. Dicen las malas lenguas que el mundo comenzó por debajo del Sahara. Hoy me acuesto más feliz, lleno de ilusiones y de expectativas.
Cierro transmisiones desde este puerto de mar. Me espera el delta del río Tajo.