El universo lorquiano me obliga a interrumpir la serie estival propuesta en estas “páginas”. ¿Qué mejor pretexto para realizar un paréntesis dentro de la venta al detalle de electrodomésticos?
La vasta obra de Federico transcurre casi toda en el oscuro espacio de la España más dura y más cruel, la más tradicional y la más arcaica. Nada que ver, pues, con los aparatitos hipercómodos que hoy nos “endulzan” la vida, desde el entretenimiento puramente lúdico hasta la terapia ocupacional más básica que pudiera ser un afeitado correcto, una depilación general o un masaje exfoliante en tardes de fiestas. Y, con estos cacharros intergalácticos, así y todo, ocurren crímenes pasionales porque no basta la corriente eléctrica para entretener un alma desesperada. Volver a Lorca siempre es volver a sentir lo que por primera vez notamos en sus textos: el frío de una noche eterna en la que transcurre toda una vida; una vida, eso sí, desbordada de pasión.
Cada vez que pienso y escribo el nombre del poeta me viene a la cabeza una directora cubana de escena que se llama Berta Martínez. Ella se apasionó con el repertorio lorquiano y, desde la insularidad caribeña, lo entendió y lo adaptó a unas tablas que sufren mucho el paso de los años. Lo iluminó con escasos focos y muchas velas para lograr una estampa realista de una época llena de prejuicios; en fin, un terreno anquilosado. Y no es otro que el que hoy se conoce como La España Profunda.
Lorca visto desde España ofrece otra perspectiva. Ya no es la rigurosa Berta Martínez quien nos lleva de la mano, sino el sentido de la propia atmósfera que respiramos en la idiosincrasia de este país de países; pero no es menos cierto que Lorca se refería a la aridez, por ejemplo, de Extremadura, o a la noche andaluza en la que ladran los perros sin parar. Y ese es más o menos el decir de los telediarios de hoy, con sus bodas de sangre interminables, por un lado, y sus eventos de cocina mediterránea por otro. En el medio del gran mural electrónico, tal vez, aparece una hermosa mujer depilándose las piernas con un aparatito inalámbrico y dotado de un rayo ultravioleta.
La modernidad es una camisa de fuerza que nos obliga a ser originales incluso sin perder las tradiciones. Anoche lo viví en el teatro Romea, cuyo escenario es un tipo de oasis en el corazón del Raval. Volví a Lorca, a la Casa de Bernarda Alba, a Adela y sus hermanas, al campo, al claustro y al hecho de sangre, al teatro y a la danza. El espectáculo, que concluye este fin de semana, es uno de los más logrados que he visto; en una hora y veinte minutos se pasea por la casa de Bernarda, y eso es muy difícil de conseguir. La compañía Metros Angar, con la dirección y coreografía de Ramón Oller, me ha dejado el preciso sabor que uno busca como ciudadano de este mundo nuestro. Es muy reconfortante que funcione la comunicación y que el tiempo no te aniquile con excesos de pretensiones. La puesta en escena está ajustadísima al espacio lorquiano y es un bello regalo para los ojos. Hay austeridad y elegancia a la vez, estilo, sin desbordar el patio andaluz, pues se trata de danza contemporánea. Hay espectáculos que se quedan en la memoria para toda la vida, y no exagero si digo que este será uno ellos, porque no sobra nada, ni el tiempo, ese metraje que traiciona tan a menudo a los directores. La escena del suicidio de Adela es fundamentalísima: nos tuvo en un hilo de nervios y nos sacó la sal por los ojos. Amo la sencillez, el buen gusto. No dejo de ser consciente de que estas dos posibilidades estéticas son tan relativas como que estábamos en el entorno del Raval, barrio duro, difícil, oscuro. El alma de aquella España que Lorca se empeñó en retratar hasta la saciedad, pasa volando, dibujada o desdibujada por un trazo distinto. Un pretexto para no olvidar aquel pasado reciente que no hubiéramos escogido jamás.
La vasta obra de Federico transcurre casi toda en el oscuro espacio de la España más dura y más cruel, la más tradicional y la más arcaica. Nada que ver, pues, con los aparatitos hipercómodos que hoy nos “endulzan” la vida, desde el entretenimiento puramente lúdico hasta la terapia ocupacional más básica que pudiera ser un afeitado correcto, una depilación general o un masaje exfoliante en tardes de fiestas. Y, con estos cacharros intergalácticos, así y todo, ocurren crímenes pasionales porque no basta la corriente eléctrica para entretener un alma desesperada. Volver a Lorca siempre es volver a sentir lo que por primera vez notamos en sus textos: el frío de una noche eterna en la que transcurre toda una vida; una vida, eso sí, desbordada de pasión.
Cada vez que pienso y escribo el nombre del poeta me viene a la cabeza una directora cubana de escena que se llama Berta Martínez. Ella se apasionó con el repertorio lorquiano y, desde la insularidad caribeña, lo entendió y lo adaptó a unas tablas que sufren mucho el paso de los años. Lo iluminó con escasos focos y muchas velas para lograr una estampa realista de una época llena de prejuicios; en fin, un terreno anquilosado. Y no es otro que el que hoy se conoce como La España Profunda.
Lorca visto desde España ofrece otra perspectiva. Ya no es la rigurosa Berta Martínez quien nos lleva de la mano, sino el sentido de la propia atmósfera que respiramos en la idiosincrasia de este país de países; pero no es menos cierto que Lorca se refería a la aridez, por ejemplo, de Extremadura, o a la noche andaluza en la que ladran los perros sin parar. Y ese es más o menos el decir de los telediarios de hoy, con sus bodas de sangre interminables, por un lado, y sus eventos de cocina mediterránea por otro. En el medio del gran mural electrónico, tal vez, aparece una hermosa mujer depilándose las piernas con un aparatito inalámbrico y dotado de un rayo ultravioleta.
La modernidad es una camisa de fuerza que nos obliga a ser originales incluso sin perder las tradiciones. Anoche lo viví en el teatro Romea, cuyo escenario es un tipo de oasis en el corazón del Raval. Volví a Lorca, a la Casa de Bernarda Alba, a Adela y sus hermanas, al campo, al claustro y al hecho de sangre, al teatro y a la danza. El espectáculo, que concluye este fin de semana, es uno de los más logrados que he visto; en una hora y veinte minutos se pasea por la casa de Bernarda, y eso es muy difícil de conseguir. La compañía Metros Angar, con la dirección y coreografía de Ramón Oller, me ha dejado el preciso sabor que uno busca como ciudadano de este mundo nuestro. Es muy reconfortante que funcione la comunicación y que el tiempo no te aniquile con excesos de pretensiones. La puesta en escena está ajustadísima al espacio lorquiano y es un bello regalo para los ojos. Hay austeridad y elegancia a la vez, estilo, sin desbordar el patio andaluz, pues se trata de danza contemporánea. Hay espectáculos que se quedan en la memoria para toda la vida, y no exagero si digo que este será uno ellos, porque no sobra nada, ni el tiempo, ese metraje que traiciona tan a menudo a los directores. La escena del suicidio de Adela es fundamentalísima: nos tuvo en un hilo de nervios y nos sacó la sal por los ojos. Amo la sencillez, el buen gusto. No dejo de ser consciente de que estas dos posibilidades estéticas son tan relativas como que estábamos en el entorno del Raval, barrio duro, difícil, oscuro. El alma de aquella España que Lorca se empeñó en retratar hasta la saciedad, pasa volando, dibujada o desdibujada por un trazo distinto. Un pretexto para no olvidar aquel pasado reciente que no hubiéramos escogido jamás.
6 comentarios:
Hola!!! Jorge, esta muy bien, se nota que te sientes, "Como pez en el agua", es una critica para publicar. Así, como en tus buenos tiempos.
Saludos, Eduardo.
¡¡Sísísísísísí, coincido al 100% con Eduardo (¡hola!)!!
Siempre me ha impresionado esta obra y no podía perdérmela. El montaje de referencia es muy atrevido y original. Me encantó. A Isbelita también. Es una puesta en la que predomina la fusión, y eso está muy bien. Un abrazo a los dos. Espero estéis bien. Ya hablo como los gallegos, pero es que trabajo de cara al público y me sale solo, en pos de la comunicación.
Hola!!! Queseto, como estas?
Por fin es General o Admirante...
Saludos, Eduardo.
Eduardoooooooo jeje. Yo creo que es... comandante?? jeje
Queseto, Nooooooooooooooooooo por favor ese gardo militar me da nauceas. Saludos, Eduardo.
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