Cuarto día: Te regalo mis poros
La tienda estuvo cerrada más de una semana porque el dueño que, a duras penas, pasaba por allí, se enteró de la pérdida de la clientela por culpa del calor. Los aparatos acondicionadores de aire llevaban varios años en desuso, y el encargado del establecimiento se las apañaba para entretener a los clientes con su gracia natural, a golpe de verbo y monerías, e, invariablemente, cada verano cursaba una carta por correo electrónico notificando el desperfecto de los compresores para el aire frío. Esta vez sí le hicieron caso, por una razón todavía desconocida.
Así que el vendedor de electrodomésticos tuvo que tomar unas vacaciones forzadas, un tiempo corto que aprovechó para leer y tomar refrescos con hielo frappé, utilizando una batidora con vaso gigante de cristal que se había auto regalado. La estrenó con una champola de chirimoya, porque fue la fruta más parecida a la guanábana que encontró en un comercio regentado por un personal de Sri Lanka. Esa batidora era un sueño, con un motor de 700 watios y marcha superpotente especial para picar hielo. El sonido del motor le hacía situarse dentro de la cabina de un avión a punto de despegar. Y el olor magnético que desprendía el enrollado de cobre de la bobina, le gustaba porque era un sentido del trabajo, de la fuerza de la creación de las cosas. Se empapó en la materia y probó haciendo gazpachos, mayonesas caseras, alioli, papillas para niños –que luego él mismo degustó-, batidos de todas las frutas que encontró y que fueran compatibles con el sabor lácteo; daikirís con la receta original, tomada de Internet, y refrescos de sandías rojas, a todas horas, con semillas molidas incluso.
Pasó poco más de una semana entre la literatura y los experimentos con la batidora, para luego tratar de demostrar a sus clientes que el socorrido túrmix o minipímer no es tan completo como parece. Porque descubrió que también podía confeccionarse la vichyssoise en la furiosa máquina que acababa de adquirir, y luego conservar el sobrante en el propio vaso de vidrio, dentro de la nevera. Además, no dejaba de pensar en la incipiente clientela de inmigrantes que iba adornando el barrio, gente oriunda de climas tropicales que conocían perfectamente el producto. Junto con las depiladoras, quiso hacer de las batidoras de vaso el producto más buscado de la temporada.
Y no se equivocó.
De vuelta a su tienda, con una temperatura más agradable en el ambiente –las obras llevaron a reestructurar la concepción de escaparates y movió de sitio el mostrador central-, se encontraba quitando el polvo precisamente en la zona de pequeños electrodomésticos cuando alguien susurró a sus espaldas.
Era una voz femenina y dulce.
Se giró sorprendido y se halló a menos de un metro de una hermosa morena de unos 27 años engrasada de la cabeza a los pies. ¿Cómo fue posible que no la sintiera, que no la olfateara, que no la intuyera?
Miró al suelo y comprobó que la joven se deslizaba sobre un calzado compuesto de tejidos vegetales y suela de caucho, chanclas inspiradas en algún modelo oriental. Siguió alzando la vista –reinaba el silencio, la paz- y encontró una capa de aceite más gruesa en la separación de los senos de la chica, que casi iban al aire, excepto la aureola y la punta de los bustos. Pensó que no era normal tal exhibición pero que debía ir acostumbrándose a ella, porque en poco tiempo sería una imagen de rutina; cada verano las mujeres utilizaban menos telas para vestirse. Y la poca que hacían servir, era cada verano más transparente.
Debía de acostumbrarse. Eran las reglas del juego.
El rostro de su clienta era atractivo, también con rasgos orientales, teñido por un color anaranjado, proveniente de varias sesiones de rayos ultravioletas. La joven se cuidaba, era obvio, y además cuidaba su educación.
El proveedor sabía que estaba a punto de vender una depiladora, pero, sin saber exactamente por qué, no se lanzó. Continuó observándola con recato y eso provocó que el silencio se prolongara y fuera ella la que ayudara a resolver la pausa:
-Veo que tienen arreglado lo del aire acondicionado- dijo con tono jovial.
-Sí, tanto va el cántaro a la fuente…
-Es una lástima que hayan tenido que cambiar las piezas de lugar. Ya estaba acostumbrada a pasar por aquí y mirar mis cosas directamente.
-¿Tus cosas? ¿Cuáles son tus cosas?-jugó el comerciante.
-Bueno, quiero decir mis objetos de consumo, los aparatitos que utilizo y que cada vez duran menos.
-Sí, es cierto…Antes fabricaban los electrodomésticos, los autos, todo para toda la vida. Pero, en cambio, ahora consumimos más y de eso vivo precisamente.
-¡Vaya!, qué lástima de empleo, con todo respeto- interactuó ella mientras dejaba el bolso en el suelo.
-No, no me has entendido. O quizá no me expresé lo suficientemente bien. Quise decir que vivo de las ilusiones, de la posibilidad de que tal o más cuál gente vuelva pronto y así la puedo volver a escuchar.
-Eso está mejor, más poético. Tenga usted cuidado con la coronaria.
-Hago deportes, deportes de mesa, que son relajantes. Y me entretengo buscando recetas para licuadoras.
-He venido, por cierto, a buscar una.
En ese instante se le derrumbaron las palabras que tenía preparadas para comenzar a empaquetarle una depiladora. Aunque se excitó con la posibilidad de hablar sobre sus mejunjes caseros, fríos y espesos.
Sin gastar demasiado tiempo ni palabras, terminó vendiéndole la misma máquina que él tenía. Era potente y, en relación calidad/precio, era la mejor. Le advirtió que el olor a circuito eléctrico quemado era normal, que no lo tuviera en cuenta, o que, en su defecto, lo disfrutara como algo extraordinario. La chica estaba de vacaciones, según dijo, y se dio a la tarea de completar su apartamento con algún electrodoméstico novedoso y eligió ese, por recomendación de una amiga adicta al gazpacho andaluz.
El dependiente quiso envolver el equipo en papel de regalo y ella no lo dejó. Le ofreció, en cambio, un detalle. Era una depiladora pequeña que funcionaba con pilas solamente, especial para viajes o excursiones a balnearios de verano. La sacó debajo del mostrador, con ese arte que tienen algunos profesionales de atribuir un obsequio sin que el cliente sienta que es por compensación, sino que se hace por simpatía.
-Es un regalo- dijo a secas, sonriendo.
-¡Uf!, justo lo que menos necesito-aseguró ella.
El hombre se quedó sin palabras. No supo reaccionar, puesto que se trataba de un objeto siempre bien recibido y, además, lo primero que sintió fue desprecio, irracionalmente.
-Es que estoy depilada con láser, y eso es para toda la vida.
El tendero no acababa de reaccionar. Solo sonrió y la joven fue condescendiente con él. Se comportó de una manera natural. Era cliente de allí, aunque su interlocutor no la recordara. Era una muchacha muy suave y amable, con apariencia volátil, algo extravagante. Se notaba que llevaba una vida cómoda y que quería probarlo todo. Con la misma elasticidad de sus palabras, retiró el pantalón de lino de su pierna izquierda y la subió al mostrador.
-Mire. Aquí no saldrán vellos jamás-le mostró una pantorrilla brillosa producto de un aceite aromático.
Volvió el silencio a la sala, por desgracia del hombre, que no sabía a qué atinar. Sintió el deseo de preguntarle a la chica que si podía tocar la piel, aunque se reprimió. Preguntó, a cambio, una curiosidad:
-¿Ese resultado es producto de una sola sesión?
-No, de varias, pero ya he terminado el tratamiento- argumentó ella.
-¿Y es caro?
-Sí, pero vale la pena.
-¿De cuánto estamos hablando, si no te sabe mal decírmelo?-insistió el mayorista.
-De tres mil euros, en total.
-Eso es dinero. Pero, en fin, cada cual…¿Sabes que hay otros países en los que predomina el culto al vello?
-Sí, es una cuestión cultural. Yo, en cambio, siento como si me hubiera quitado un peso de encima.
-Y te lo quitaste, porque el vello pesa- dijo el hombre observando la pierna anaranjada de la chica, todavía encima del mostrador.
Como era un sujeto con clase, no se permitió retirar la oferta del regalo. Insistió para que se lo llevara a alguna amiga, para que se acordara de ese humilde vendedor que agasajaba a sus clientes con un premio ajustado a la temporada. Estaba con las palabras un tanto atragantadas todavía. Nervioso y frustrado por la equivocación, aunque satisfecho por haber aprendido algo nuevo. La venta de la batidora estilo americana le produjo un giro en su estado de ánimo. El gran preludio comercial de su otro producto favorito había comenzado.
El adiós se imponía y el ser detallista que estaba a cargo del establecimiento prefirió acabar la gestión:
-No te pierdas, guapa. ¡Y no dejes más el bolso en el suelo que se te va el dinero más rápido!- dijo moviendo los brazos.
-¡Ya ves! Acabo de dejarme algo aquí-sonrió la clienta.
-Espera, me quedo con una duda. ¿La depilación que te hiciste es general?
-Sí, no me gustan las cosas parciales. La zona pélvica también estaba incluida en el tratamiento.
-¡Qué lástima!-suspiró el hombre.
Ella se encogió de hombros. Un giro cortés del cuerpo de la chica marcó el final. Detrás del adiós, ofreció su espalda también descotada. El comerciante la acompañó a distancia hasta la puerta si mediar más palabras.
La tienda estuvo cerrada más de una semana porque el dueño que, a duras penas, pasaba por allí, se enteró de la pérdida de la clientela por culpa del calor. Los aparatos acondicionadores de aire llevaban varios años en desuso, y el encargado del establecimiento se las apañaba para entretener a los clientes con su gracia natural, a golpe de verbo y monerías, e, invariablemente, cada verano cursaba una carta por correo electrónico notificando el desperfecto de los compresores para el aire frío. Esta vez sí le hicieron caso, por una razón todavía desconocida.
Así que el vendedor de electrodomésticos tuvo que tomar unas vacaciones forzadas, un tiempo corto que aprovechó para leer y tomar refrescos con hielo frappé, utilizando una batidora con vaso gigante de cristal que se había auto regalado. La estrenó con una champola de chirimoya, porque fue la fruta más parecida a la guanábana que encontró en un comercio regentado por un personal de Sri Lanka. Esa batidora era un sueño, con un motor de 700 watios y marcha superpotente especial para picar hielo. El sonido del motor le hacía situarse dentro de la cabina de un avión a punto de despegar. Y el olor magnético que desprendía el enrollado de cobre de la bobina, le gustaba porque era un sentido del trabajo, de la fuerza de la creación de las cosas. Se empapó en la materia y probó haciendo gazpachos, mayonesas caseras, alioli, papillas para niños –que luego él mismo degustó-, batidos de todas las frutas que encontró y que fueran compatibles con el sabor lácteo; daikirís con la receta original, tomada de Internet, y refrescos de sandías rojas, a todas horas, con semillas molidas incluso.
Pasó poco más de una semana entre la literatura y los experimentos con la batidora, para luego tratar de demostrar a sus clientes que el socorrido túrmix o minipímer no es tan completo como parece. Porque descubrió que también podía confeccionarse la vichyssoise en la furiosa máquina que acababa de adquirir, y luego conservar el sobrante en el propio vaso de vidrio, dentro de la nevera. Además, no dejaba de pensar en la incipiente clientela de inmigrantes que iba adornando el barrio, gente oriunda de climas tropicales que conocían perfectamente el producto. Junto con las depiladoras, quiso hacer de las batidoras de vaso el producto más buscado de la temporada.
Y no se equivocó.
De vuelta a su tienda, con una temperatura más agradable en el ambiente –las obras llevaron a reestructurar la concepción de escaparates y movió de sitio el mostrador central-, se encontraba quitando el polvo precisamente en la zona de pequeños electrodomésticos cuando alguien susurró a sus espaldas.
Era una voz femenina y dulce.
Se giró sorprendido y se halló a menos de un metro de una hermosa morena de unos 27 años engrasada de la cabeza a los pies. ¿Cómo fue posible que no la sintiera, que no la olfateara, que no la intuyera?
Miró al suelo y comprobó que la joven se deslizaba sobre un calzado compuesto de tejidos vegetales y suela de caucho, chanclas inspiradas en algún modelo oriental. Siguió alzando la vista –reinaba el silencio, la paz- y encontró una capa de aceite más gruesa en la separación de los senos de la chica, que casi iban al aire, excepto la aureola y la punta de los bustos. Pensó que no era normal tal exhibición pero que debía ir acostumbrándose a ella, porque en poco tiempo sería una imagen de rutina; cada verano las mujeres utilizaban menos telas para vestirse. Y la poca que hacían servir, era cada verano más transparente.
Debía de acostumbrarse. Eran las reglas del juego.
El rostro de su clienta era atractivo, también con rasgos orientales, teñido por un color anaranjado, proveniente de varias sesiones de rayos ultravioletas. La joven se cuidaba, era obvio, y además cuidaba su educación.
El proveedor sabía que estaba a punto de vender una depiladora, pero, sin saber exactamente por qué, no se lanzó. Continuó observándola con recato y eso provocó que el silencio se prolongara y fuera ella la que ayudara a resolver la pausa:
-Veo que tienen arreglado lo del aire acondicionado- dijo con tono jovial.
-Sí, tanto va el cántaro a la fuente…
-Es una lástima que hayan tenido que cambiar las piezas de lugar. Ya estaba acostumbrada a pasar por aquí y mirar mis cosas directamente.
-¿Tus cosas? ¿Cuáles son tus cosas?-jugó el comerciante.
-Bueno, quiero decir mis objetos de consumo, los aparatitos que utilizo y que cada vez duran menos.
-Sí, es cierto…Antes fabricaban los electrodomésticos, los autos, todo para toda la vida. Pero, en cambio, ahora consumimos más y de eso vivo precisamente.
-¡Vaya!, qué lástima de empleo, con todo respeto- interactuó ella mientras dejaba el bolso en el suelo.
-No, no me has entendido. O quizá no me expresé lo suficientemente bien. Quise decir que vivo de las ilusiones, de la posibilidad de que tal o más cuál gente vuelva pronto y así la puedo volver a escuchar.
-Eso está mejor, más poético. Tenga usted cuidado con la coronaria.
-Hago deportes, deportes de mesa, que son relajantes. Y me entretengo buscando recetas para licuadoras.
-He venido, por cierto, a buscar una.
En ese instante se le derrumbaron las palabras que tenía preparadas para comenzar a empaquetarle una depiladora. Aunque se excitó con la posibilidad de hablar sobre sus mejunjes caseros, fríos y espesos.
Sin gastar demasiado tiempo ni palabras, terminó vendiéndole la misma máquina que él tenía. Era potente y, en relación calidad/precio, era la mejor. Le advirtió que el olor a circuito eléctrico quemado era normal, que no lo tuviera en cuenta, o que, en su defecto, lo disfrutara como algo extraordinario. La chica estaba de vacaciones, según dijo, y se dio a la tarea de completar su apartamento con algún electrodoméstico novedoso y eligió ese, por recomendación de una amiga adicta al gazpacho andaluz.
El dependiente quiso envolver el equipo en papel de regalo y ella no lo dejó. Le ofreció, en cambio, un detalle. Era una depiladora pequeña que funcionaba con pilas solamente, especial para viajes o excursiones a balnearios de verano. La sacó debajo del mostrador, con ese arte que tienen algunos profesionales de atribuir un obsequio sin que el cliente sienta que es por compensación, sino que se hace por simpatía.
-Es un regalo- dijo a secas, sonriendo.
-¡Uf!, justo lo que menos necesito-aseguró ella.
El hombre se quedó sin palabras. No supo reaccionar, puesto que se trataba de un objeto siempre bien recibido y, además, lo primero que sintió fue desprecio, irracionalmente.
-Es que estoy depilada con láser, y eso es para toda la vida.
El tendero no acababa de reaccionar. Solo sonrió y la joven fue condescendiente con él. Se comportó de una manera natural. Era cliente de allí, aunque su interlocutor no la recordara. Era una muchacha muy suave y amable, con apariencia volátil, algo extravagante. Se notaba que llevaba una vida cómoda y que quería probarlo todo. Con la misma elasticidad de sus palabras, retiró el pantalón de lino de su pierna izquierda y la subió al mostrador.
-Mire. Aquí no saldrán vellos jamás-le mostró una pantorrilla brillosa producto de un aceite aromático.
Volvió el silencio a la sala, por desgracia del hombre, que no sabía a qué atinar. Sintió el deseo de preguntarle a la chica que si podía tocar la piel, aunque se reprimió. Preguntó, a cambio, una curiosidad:
-¿Ese resultado es producto de una sola sesión?
-No, de varias, pero ya he terminado el tratamiento- argumentó ella.
-¿Y es caro?
-Sí, pero vale la pena.
-¿De cuánto estamos hablando, si no te sabe mal decírmelo?-insistió el mayorista.
-De tres mil euros, en total.
-Eso es dinero. Pero, en fin, cada cual…¿Sabes que hay otros países en los que predomina el culto al vello?
-Sí, es una cuestión cultural. Yo, en cambio, siento como si me hubiera quitado un peso de encima.
-Y te lo quitaste, porque el vello pesa- dijo el hombre observando la pierna anaranjada de la chica, todavía encima del mostrador.
Como era un sujeto con clase, no se permitió retirar la oferta del regalo. Insistió para que se lo llevara a alguna amiga, para que se acordara de ese humilde vendedor que agasajaba a sus clientes con un premio ajustado a la temporada. Estaba con las palabras un tanto atragantadas todavía. Nervioso y frustrado por la equivocación, aunque satisfecho por haber aprendido algo nuevo. La venta de la batidora estilo americana le produjo un giro en su estado de ánimo. El gran preludio comercial de su otro producto favorito había comenzado.
El adiós se imponía y el ser detallista que estaba a cargo del establecimiento prefirió acabar la gestión:
-No te pierdas, guapa. ¡Y no dejes más el bolso en el suelo que se te va el dinero más rápido!- dijo moviendo los brazos.
-¡Ya ves! Acabo de dejarme algo aquí-sonrió la clienta.
-Espera, me quedo con una duda. ¿La depilación que te hiciste es general?
-Sí, no me gustan las cosas parciales. La zona pélvica también estaba incluida en el tratamiento.
-¡Qué lástima!-suspiró el hombre.
Ella se encogió de hombros. Un giro cortés del cuerpo de la chica marcó el final. Detrás del adiós, ofreció su espalda también descotada. El comerciante la acompañó a distancia hasta la puerta si mediar más palabras.
3 comentarios:
¡Vaya, así que experto en batidos/jugos de frutas tenemos! ¡Qué bueno! Mándame uno por e-mail, jeje.
Por cierto, y por curiosidad... ¿podrías enumerar esos países donde profesan el "culto al vello? ¡Para pasarme por allí en verano, jaja!
Gracias por la "saga"... ¡la estoy disfrutando!
Saludos a Isabelita.
Buena historia, pero creo que la muchacha no dice toda la verdad... el láser no quita el 100% del vello ni lo hace para siempre... Digamos que lo quita casi todo (salvo el más fino) y que lo poco que va saliendo se rasura con facilidad y no pincha :-) (buen dato para vosotros los chicos!)
3000 euros? Pues sí que ha subido el precio! Hace unos años costaba la mitad!!!
eso me dijo ella; o sea, le dijo al vendedor. Parece que la chica quería presumir de depilación. el dato es interesante. esos vellos suaves tienen su encanto,son como un tamiz. bienvenida a Barcelona, guapa. gracias por pasarte por aquí.
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