Hace algunos años, en un canal de televisión por cable, encontré un documental sobre personas trasformadas en animales. Más que utilizar disfraces de atrezzo, se habían sometido a operaciones de cirugía estética para convertirse en reptiles y felinos, entre otras especies.
Sentí que estaba delante de algo insólito y grabé el video, en VHS, en el cassette que tenía de guardia. De aquella operación –sin quirófano- resultó la pérdida de un importante documento sobre la historia política de Cuba que había en la cinta, pero no le di mayor importancia al asunto, al del documento histórico, aunque sí al de las necesidades de algunas personas de lucir diferentes, de negar el aspecto que le fue otorgado por la naturaleza.
Fuera de la campana vacua -esa isla a veces remota- donde vivíamos, comencé a conocer verdaderamente el mundo circundante. Supe que, con solo rebuscar en los canales de la tele, incluso la tele que no es de pago, a altas horas de la noche uno puede encontrar de todo. En aquella época, vivía solo en un apartamento del centro de Barcelona, donde tuve que conversar conmigo mismo las cosas de la pequeña pantalla y las cosas de la calle, que también son un muestrario impactante de escenas que nunca habíamos visto.
He pensado un millón de veces acerca de las transformaciones radicales de la apariencia, y, por supuesto, me refiero a algo más que a los retoques. Supongo que deba ser terrible vivir dentro de un cuerpo indeseado, dentro de un rostro molesto. Hace muchos años, cuando vivía allá, pensaba que el cambio de tez y de facciones de Michael Jackson era un asunto banal, una excentricidad altamente temeraria. Pero aquellos documentales vistos en la intimidad de una noche de desvelo, me pusieron a pensar en la tragedia que podía haber dentro de la cabeza del rey del pop, para hacer una cosa así. Para llegar a eso e, incluso, renegar aparentemente de su raza, debió existir un conflicto parecido al de una persona cuya alma es sexualmente opuesta a su cuerpo.
Hoy, con la noticia de la muerte prematura del genio que fue Michael, pensé que el pobre hombre había tocado fondo con tantas pruebas de identidad a las que tuvo que someterse. Recordé aquel documental, el de los transformistas zoológicos cuya tragedia no debió haber sido menor.
Michael, aquel niñito negro de la familia Jackson, hizo todo lo que pudo por demostrar su valía, su talento, y terminó buscándose en caminos prefabricados. Es una pena que la historia de la música y de la humanidad nos vuelva a dar una noticia como esta.
Ahora, desgraciadamente, comienza a tejerse el mito.
Sentí que estaba delante de algo insólito y grabé el video, en VHS, en el cassette que tenía de guardia. De aquella operación –sin quirófano- resultó la pérdida de un importante documento sobre la historia política de Cuba que había en la cinta, pero no le di mayor importancia al asunto, al del documento histórico, aunque sí al de las necesidades de algunas personas de lucir diferentes, de negar el aspecto que le fue otorgado por la naturaleza.
Fuera de la campana vacua -esa isla a veces remota- donde vivíamos, comencé a conocer verdaderamente el mundo circundante. Supe que, con solo rebuscar en los canales de la tele, incluso la tele que no es de pago, a altas horas de la noche uno puede encontrar de todo. En aquella época, vivía solo en un apartamento del centro de Barcelona, donde tuve que conversar conmigo mismo las cosas de la pequeña pantalla y las cosas de la calle, que también son un muestrario impactante de escenas que nunca habíamos visto.
He pensado un millón de veces acerca de las transformaciones radicales de la apariencia, y, por supuesto, me refiero a algo más que a los retoques. Supongo que deba ser terrible vivir dentro de un cuerpo indeseado, dentro de un rostro molesto. Hace muchos años, cuando vivía allá, pensaba que el cambio de tez y de facciones de Michael Jackson era un asunto banal, una excentricidad altamente temeraria. Pero aquellos documentales vistos en la intimidad de una noche de desvelo, me pusieron a pensar en la tragedia que podía haber dentro de la cabeza del rey del pop, para hacer una cosa así. Para llegar a eso e, incluso, renegar aparentemente de su raza, debió existir un conflicto parecido al de una persona cuya alma es sexualmente opuesta a su cuerpo.
Hoy, con la noticia de la muerte prematura del genio que fue Michael, pensé que el pobre hombre había tocado fondo con tantas pruebas de identidad a las que tuvo que someterse. Recordé aquel documental, el de los transformistas zoológicos cuya tragedia no debió haber sido menor.
Michael, aquel niñito negro de la familia Jackson, hizo todo lo que pudo por demostrar su valía, su talento, y terminó buscándose en caminos prefabricados. Es una pena que la historia de la música y de la humanidad nos vuelva a dar una noticia como esta.
Ahora, desgraciadamente, comienza a tejerse el mito.
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