jueves, 24 de diciembre de 2009

Oh, familia, ¿dónde estás?(Cuento de Nochebuena)


Se llama Antonio y espero que en estos momentos esté descorchando una ampolla de cava, la bebida catalana por excelencia, el champán “del patio” al que siempre hay que reservar un espacio en la nevera.
No logro ubicarlo en el tiempo sin dibujarle la copa de cava en las manos, porque Antonio es de buenos modales y buenas celebraciones, catalán abierto al mundo -¡qué listo, hombre!- y especialmente a las culturas latinas.
Amante de la música y la gastronomía lusas, llevaba en el coche a Dulce Pontes mientras viajábamos por la autopista AP7 que nos traía de vuelta a Barcelona, luego de un fin de semana en su casa de la Costa Brava. Miró la hora en la pizarra del automóvil y le dio un toque hacia abajo al volumen de la música, dos puntos menos a la voz de los fados, tan tranquila compañía, tan melodiosa sin llegar a ponernos tristes. No había por qué estar triste después de una comida familiar en el jardín de su casa, todos disfrutando del sol de otoño y brindando con vinos y cava por el solo hecho de estar allí, cerca del mar, lejos de los malestares de la vida cotidiana.
Entrábamos a la ciudad con la noche cerrada del todo; habíamos perdido la caravana de los coches que traían al resto de la familia. Hubo un percance antes de salir. El gato persa que también pasaba los fines de semana en la segunda residencia no aparecía. Antonio decidió quedarse conmigo hasta que apuntara el pelaje, y así fue, media hora más tarde, cuando el felino decidió entrar por la puerta particular construida a escala solo para él. Ese hecho nos llevó a regresar solos con mucha más calma que el resto, ya de noche, el gato persa, Antonio, Dulce Pontes y yo.
Entonces Antonio intuyó algo que podía ser imposible.
-¿Alguien te ha enseñado la Sagrada Familia?-preguntó suavemente.
Yo llevaba un mes en Barcelona y nadie me había enseñado la Sagrada Familia. Ni yo había sentido la necesidad de buscarla. Debió ser que no tenía urgencia por conocer algo que formaría parte de mi vida definitivamente, algo que está ahí siempre erguido en el paisaje urbano y que parece tan imposible como lo real que es. Había visto de lejos ese capricho gaudiano proyectado con las mismas cuotas de complejidad que se exigió el Modernismo, pero este santuario superaría en el tiempo todas las expectativas del arquitecto.
-No-respondí-. La verdad es que no. Nadie ha tenido esa deferencia todavía.
-Pues esta noche no dormirás sin verla de cerca.
Hace ochos años, aproximadamente, este señor me llevó a pie de calle ante el majestuoso edificio. Estaba iluminada la fachada más antigua y la más acabada, y la otra entonces permanecía indefinida y oscura.
-¿Todavía en construcción o es que se ha caído algo?-pregunté ingenuamente refiriéndome a las grúas que sobrepasaban los picos de piedra del conjunto religioso.
-Es posible que tus nietos, cuando los tengas, vean esto acabado. Pero ni tú, y mucho menos yo, veremos el final. El matiz fundamental de esta obra es la propia construcción- sentenció Antonio con una mezcla de orgullo y tristeza.
Cuando ocurrió aquella escena discreta e importantísima en mi vida –Antonio no sabe bien lo que hizo-, mi padre aún vivía, mi madre, en Cuba, comenzaba los preparativos para deshacerse de nuestra casa familiar y mis hermanos estaban ya dispersos por el mundo. Nuestra nación se había vuelto un desgranado de maíz y, como consecuencia, se estaba perdiendo el abrazo familiar, sagrado y confesional.
Detrás de Antonio y de mí –nos quedamos en silencio como bobos- estaba el gato persa dentro de una jaula, el elegante felino que nos acompañó en el viaje sin chistar. Su paseo furtivo al caer la tarde fue el causante de que perdiéramos la caravana y me llevaran de la mano, casi con los ojos vendados, a conocer la Sagrada Familia.

1 comentario:

http://bibiglez.wordpress.com dijo...

Querido Bob, dile a Yoyi que su cuento de navidad me toca de cerca. Que se lo agradezco. Que el viaje casual de un gato al patio, o al Hades (ya se sabe como se las gastan los mininos) puede ser, como todo en la vida, el pretexto para descubrir lo sublime. Un abrazo. Saludos a Antonio y al paisano de Jerjes.